Friday, July 21, 2006

A Short Story In Spanish And English

A Short Story In Spanish And English


By Dennis L. Siluk
May 21, 2005

Por una Sopa de Intestino

Avance:

He considerado aconsejable cambiar los nombres - en un caso, más de una tachadura de parte de un nombre - de los caracteres principales en esta historia; un pecado venial a lo más. En cualquier caso, los nombres importan poco si la fuente de la historia refleja la verdad que reside bajo la situación, y el lector seguramente reconocerá los caracteres la identidad verdadera que ellos deberían desear

Veinticinco años han pasado desde que esto tuvo lugar. Para informarme mas sobre esto, hable con el psicólogo que estuvo implicado con el caso, y le pregunte por qué él hizo lo que él hizo, y su respuesta fue, " Por una sopa de intestino, dejé mi carrera. " Bien echo, pensé entonces. Ya que después de que él mató a su paciente, no había más asesinatos en Lima, Perú. Pero adelanto mi historia. Voy a volver veinticinco años más o menos, en esto reprodujeron la narrativa de histórica ficción (una promulgación de lo que puede haber ocurrido antes de su detención).

Este era el día de un verano caliente en Lima, Perú, tardíos l970s, no estoy seguro por qué yo estaba allí, un lugar que podía ser, supongo tan bueno como cualquier otro lugar. Todo lo que me entere era sobre una serie de asesinatos, y que la policía encontraba partes de cuerpos por todas partes de la ciudad. Esto no tenia nada que ver conmigo pero yo no podía menos que preguntarme ¿como ello podía ser? siendo cortado en pedazos vivo y partes de cuerpo enterradas por todas partes de la ciudad, y de repente, alguien encontrando un brazo o la pierna y diciendo: ¡" Hepa, mira aquí! " Todos ellos hablaban de este asesinato de masas, ellos lo llamaban: " El Carnicero de Lima. "

Confieso, yo no podía pensar en nada peor en el mundo.

Seguí enterándome sobre el Carnicero, el Carnicero, en la radio, la televisión, en los cafés y leí sobre él, en los periódicos, como si no habría ninguna otra noticia mas. Él era la estrella de Lima, una celebridad. Nada tan asombroso yo no podía concebirlo en mi mente. Lima tenía sus propios problemas, sin este tipo, que yo pensé, que ya era bastante. Era a las 11h00 por la mañana. Desperté de un sueño sudoroso; tan macabro como ellos te ponen. Fui a tomar un taxi para ir a comer en el café al que normalmente voy en Miraflores, las calles estaban calientes como una pistola que justo había sido pegada un tiro. El polvo del viento estaba siendo arremolinado y lanzado en mi dirección.

Yo tenía huevos y tocino para el desayuno; y detrás la cara de Maribel, mi camarera-una madre joven, con dos hijos gemelos, bastante – para ella, temblando como la mayoría.

abrí el periódico para ver los actos sucios que el Carnicero pudo haber hecho la noche anterior. Moví el papel un poco, no mire fijamente en ello demasiado tiempo, pensando que otra gente pensaría que me gustó leer tal mierda horrible, aunque cada uno hacía la misma cosa. Así, que no dejé la pagina exponiendo sus hechos sucios demasiado tiempo.

(Yo sabía que algo estaba equivocado, mis sentidos me dijeron así, me dijo que esta juerga en curso de asesinatos era demasiado incómoda para mí, para justo dejarla ir; pero la ciudad entera aumentó en movimiento sobre ello. Así, anduve el área de parque en Miraflores, como de ida a la deriva, è hice lo mismo en la Plaza de Armas unas millas lejos tratando de pensar si yo buscaba a mis amigos en el hotel para sondear más en este asunto.

Yo estaba supuestamente gozando de unas largas vacaciones, y una especie de trabajo también. Yo a menudo metía ambos en uno - juntos. Yo trataba de terminar un libro y realmente no era concerniente a un caso de asesino de masas. Pero esto se hacía una preocupación para mí; sin embargo. Conseguí alguna exposición por ser un escritor americano en Lima, y una presentación de mi libro anterior en una librería local. Así, yo tenia alguna cobertura de periódico, con una entrevista de televisión, y una conferencia rápida en una universidad. Esto consiguió la atención de mis compañeros colegas en el hotel, y especialmente en el bar. Los escritores y reporteros quienes eran de suponer quienes deberían de cubrir este caso: esto es, el Carnicero de Lima. “Solamente vi que continúa en este país, " dijo uno de los clientes en el bar. del hotel. ¡" No podemos andar en las calles muy de noche nunca mas “Realmente no quise entrar ni comprarme su pena, no para mí, o ellos. Solamente quise seguir mi camino; usted sabe, de la máquina de escribir a la máquina de escribir, del hotel, al hotel. Dejar la materia espantosa para ellos.

Había seis de nosotros en el hotel, escritores y reporteros que llegué a conocer; y entonces todos ellos dijeron que eran de esta clase. De cualquier modo, hablamos del caso al alcance de la mano, del Carnicero. Que esto serían buenas noticias, debería uno de nosotros averiguar quién era él y exponerlo.

Por mí, los informé, no quise aprovechar las ventajas de su descubrimiento, Me gustó el estado de tarifa laze. Ninguno de ellos pareció impacientarse también en la investigación de este caso muy de cerca, aunque todos sus gastos fueran pagados por su patrón: dos muchachos de Ciudad de Nueva York, el otro de Chicago, y todavía el otro de Detroit; y aún todavía el otro de Lima mismo; y yo del viejecito San Pablo, Minnesota.

Así había seis de nosotros en el hotel sobre el mismo piso; de cuarto a cuarto, todo el revestimiento el uno al otro; tres cuartos sobre un lado y tres sobre el otro. Esto me recordó de los cuarteles de ejército: camas y cuartos amontonados el uno al lado del otro. De una manera extraña, esto era un hotel donde mujeres, mujeres solas no estaban en el mismo piso que nosotros. Y el rico estaba sobre nosotros. Yo los vi, como yo salí a la azotea del hotel, bostezando y estirándome, tratando de borrar la noche de borrachera.

Díaz

Esto vino ser, Díaz me preocupó.

Yo nunca conocía a un hombre como él.

No estoy seguro de donde él vino el, quizás es peruano, entonces apareció en el tiempo. Él tenía una cara delgada, la lengua larga, siempre parecía bloquear su respiración, y cuando él abría su boca estaba allí antes de que sus dientes aparecieran. Él tenía el pelo negro brillante. Su boca tenía una clase de mofa arrogante, como si el mundo fuera más mudo que él, y él podía sacar hacia fuera el ingenio ellos, si deseaba en cualquier momento dado,

Díaz me seleccionó enseguida cuando llegué al hotel. Él amablemente me hizo sentir mas simpático que el resto de los medios de comunicación en el hotel. Él se sentaría a mi lado en la barra como todos nosotros nos sentamos para hablar de las que eran noticias dignas, y él me diría bajo su aliento una clase de susurro alguna observación ingeniosa sarcástica.

Él estaba consciente, y crítico como los demás por no se capaz de encontrar este asesino de masas, como si él podría, debería intentar. Pero él era tan indolente como el resto. Mas no dije nada a tal efecto, déjale descansar donde esta me dije. Déjeme repetirme, él no estaba impresionado como todos en el hotel, incluido yo, él una vez dijo, “…tú eres toda la decadencia complicada que es atraída al minino de vida. " Ah entonces, se ello, yo me dije, tal vez él tuvo razón. Parecemos ser algo magnéticos cuando se trata de gángsteres y asesinos, haciéndolos famosos, si no héroes en algún sitio abajo el camino. Como dije, me marché bastante solo, y solamente me pregunté si él caería en su propia categoría. O estaba él muy cerca de la montaña para ver.

Él tenía una risa interesante, que se adhirió a él por una especie de fuerza fascinante. Esto me recordó de un predicador carismático que podría cambiar el sermón a sus caprichos en la suite.

“Usted sabe mi amigo, " diría él, " Nadie da un maldito, como terminará esta historia, mientras los gastos son pagados. "

Díaz encendió un cigarrillo, soplo el humo de golpe en mi cara, alejé ello en un movimiento brusco.

" Usted ve que fácil es hacerle mover " dijo él con un excitado velo de gusto de aire de su estómago.

" Apuesto su ex-esposa podría controlar cada movimiento que usted hizo, " él añadió con el aseguramiento en su semblante.

- la ciudad y el verano no hicieron mucho por conseguirme un bronceado, parecía tan severo como cualquier gringo podría, tan blanco es decir tan blanco como un fantasma. Muchas conversaciones con Díaz me hicieron un poco cínico si no, francamente ingenioso con los que se mofan de la sabiduría de mis consejos de vez en cuando.

Yo no sabía que iba a pasar bajo el camino, pero yo sabía perfectamente bien, Díaz haría pasar algo, llámele la intuición militar. Él mostró tendencias raras hacia el peligro. Él anduvo a través de calles como si ningún coche podría golpearlo. Él se sentó en el alféizar como si él fuese capaz de caerse de ellos. La lista continúa pero él tenía la sangre azul que realmente creo.

Mañana en el Café

Una noche no me uní a Díaz en el bar. , y como leí el periódico de la mañana en mi café familiar en Miraflores la mañana siguiente, mis adentros fueron de repente entumecido, y la mirada sobre mi cara debe haber sido dos veces mas mudo. Maribel me cabeceó, queriendo saber si yo hubiera querido ordenar el desayuno, como me senté atrás en mi silla en el exterior del café-de-manera-informal; sus ojos siguieron el mío atrás el papel, estaba abierto de par en par sobre la mesa, yo estaba mudo. Ella me echó un vistazo después de mirar y comenzó a reírse.

La risa debería haberme dicho, pero dije, " Qué es tan gracioso? "

El tráfico alrededor del café se movía despacio, cuernos siendo tocados como era costumbre, pero realmente no oía mucho de esto. Yo me sentaba apretado. "Bien, " comenté.

" Este es su amigo Díaz- ¡" El es el Carnicero! “Ella estaba internamente en pánico yo podría ver.

En estos días no puedo recordar lo que dije, o incluso si yo reía. Pienso que intenté, lo cual es casi tan natural en mí. ¡Todo lo que recuerdo era el silencio terrible que palpitó dentro de mí, hasta que alguien dijera, " oiga Usted! " lo que despertó tanto a Maribel como a mí, y nos saco de nuestro estado de trance.

For a Bowl of Soup [Murder in Lima]

Advance: I have considered it advisable to alter the names—in one case, more of a deletion of part of a name—of the principal characters in this story; a venal sin at best. In any case, names matter little if the source of the story reflects the truth that resides under the situation, and the reader will surely recognize the characters true identity should they wish to.

Twenty-five years have past since this took place. Upon my inquire into this, I talked to the psychologist that was involved with the case, and asked why he did what he did, and his answer was, “For a bowl of soup, I gave up my career.” Nicely put I thought at the time. For after he killed his patient, there were no more murders in Lima, Peru. But I am getting ahead of my story. Let’s go back twenty-five years or so, in this reproduced historical fiction narrative (an enactment of what may have taken place prior to his arrest).

It was a hot summer’s day in Lima, Peru, the late 1970s, not sure why I was there, a place to be I suppose as good as any other place. All I heard about was of a string of murders, and the police were finding body parts all over the city. It had nothing to do with me but I couldn’t help wondering how it woud be, being chopped up alive and my body parts buried all over the city, and all of a sudden, someone finding an arm or leg and saying: “Hay, look here!” They were all talking about this mass murder they nicknamed: “The Butcher of Lima.”

I confess, I couldn’t think of anything worse in the world.

I kept hearing about the Butcher, the Butcher, over the radio, the television, at the cafés and reading about him in the newspapers, as if there was no other news. He was the star of Lima, a celebrity. So no wonder I couldn’t get him out of my mind.

Lima had their own troubles, without this guy I thought, and enough was enough. It was 11:00 AM in the morning. I came out of a sweaty dream; as macabre as they get. As I went to fetch a taxi to go eat at the café I normally go to in Miraflores, the streets were hot as a pistol that had just been shot. The dust from the wind was being swirled about and thrown in my direction.

I had eggs and lamb-chops for breakfast; and behind the face of Marybell, my waitress—a young mother, with two twin sons, quite pretty—she, like most everyone in Lima, quivered as I opened up the paper to see the dirty deeds the Butcher may have done the night before. I moved the paper a bit, didn’t stare at it too long, thinking other people would think I liked reading such horrid crap, yet everyone was doing the same thing. Thus, I did not leave the page his dirty deeds were on exposed too long.

(I knew something was wrong, my senses told me so, told me these ongoing sprees of murders were too uncomfortable for me to just let it go; for the whole city was up in a stir over it. Thus, I walked the park area in Miraflores, kind of drifting, as I did the same in the Plaza de Armas a few miles away trying to think if I should seek out my friends at the hotel and probe more into this matter.) I was supposed to have a long vacation, and a kind of working one also. I often tucked them both in-together. I was trying to finish up a book that really was not concerned with a mass murderer case. But this was becoming a preoccupation for me, nonetheless. I got some exposure being an American writer in Lima, and a presentation on my previous book at a local bookstore. Thus, I had some newspaper coverage, along with a television interview, and a quick lecture at a university. This got the attention of my fellow comrades at the hotel, and especially in the barroom; the writers and reporters whom were supposed to be covering this case: that being, The Butcher of Lima.

“Just look at what’s going on in this country,” said one of the customers in the barroom of the hotel. “We can’t walk the streets anymore at night!” I didn’t really want to get into buying their grief, not for myself, or them. I just wanted to go my marry-Ol-way; you know, from typewriter to typewriter, and from to hotel, to hotel; and leave the grisly stuff for them.

There were six of us at the hotel, writers and reporters that I got to know; or so they all said they were of this breed. In any case, we talked bout the case at hand, of the Butcher that it would be good news should one of us find out who he was and expose him. For myself, I informed them, I did not want to reap the benefits of discovering him, l liked the laze fare status. None of them seemed to eager also in investigating this case too close, although all their expenses were paid by their employer: two fellows from New York City, another from Chicago, and still another from Detroit; and yet still another from Lima itself; and I from little old St. Paul, Minnesota.

So there were six of us at the hotel on the same floor; room to room, all facing one another; three rooms on one side and three on the other. It reminded me of an army barracks: beds and rooms piled next to one another. Oddly, it was a hotel where women, single women were not on the same floor as us. And the wealthy were above us. I saw them as I’d leave the hotel on the sunroof, yawning and stretching, trying to wipe the drunken night away.

Diaz

It came to be, Diaz troubled me.

I never knew a man like him.

I’m not sure where he came from, perhaps Peruvian, so it seemed at the time. He had a thin face, long tongue, it always seemed to block his breathing, and when he opened his mouth it was there before his teeth were. He had bright black hair. His mouth kind of had an arrogant sneer to it, as if the world was dumber than he, and he could out-wit them, should he wish to at any given moment.

Diaz singled me out right away when I arrived at the hotel. He kind of made me feel smarter than the rest of the media at the hotel. He‘d sit next to me at the bar as we all sat down and talked about what was news worthy, and he’d say to me under his breathe, a whisper sort of, he’d say some witty sarcastic remark.

He was conscious, and critical of the others for not being able to find this mass murder, as if he could, should he try. But he was as indolent as the rest. Yet I said nothing to that effect, let it rest where it lay I told myself. Let me repeat myself, he was not impressed with the lot at the hotel, me included, he once said, “…you’re all elaborate decadence that are attracted to the puss of life.” Oh well, so be it I told myself, maybe he was right. We all seem to be somewhat magnetic when it comes to gangsters and murders, making them into celebrities if not heroes somewhere down the road. As I said, I left well enough alone, and just wondered if he fell into his own category. Or was he too close to the mountain to see.

He had an interesting smile, which stuck to him by some kind of mesmeric force. It reminded me of a charismatic preacher that could change his moods to suite the sermon.

“You know my friend,” he’d say, “No one gives a damn how this story will end, as long as the expenses are paid for.” Diaz lit a cigarette, blow smoke into my face, I moved away from it a ting.

“You see how easy it is to make you move,” he said with an excited veil gust of air from his stomach.

“I bet your ex-wife could control every move you made,” he added with assurance to his countenance.

—The city and summer did not do much for getting me a tan, I looked as grim as any gringo could, as white that is, as white as a ghost. The many conversations with Diaz made me a bit cynical if not, downright witty with sneer wisdom at my fingertips at times.

I didn’t know what was going to happen down the road, but I knew perfectly well, Diaz would make something happen, call it military intuition. He showed uncommon tendencies toward danger. He walked across streets as if no car could hit him. He sat in window sill as if he was not capable of falling out of them. The list goes on but he had blue blood I do believe.

Morning at the Café

One night I didn’t join Diaz in the barroom, and as I read the morning paper at my familiar café in Miraflores the following morning, my insides went suddenly numb, and the look on my face must had been twice as dumb looking. Marybell nodded to me, wanting to know if I had wanted to order breakfast, as I sat back in my chair in the outside café—informally; her eyes followed mine back to the paper, it was wide open on the table, I was speechless. She glanced back at me after looking and started laughing.

The laughter should have told me, but I said, “What’s so funny?”

The traffic around the café was moving slowly, horns being honked as usually, but I didn’t really hear all that much. I was sitting tight.

“Well,” I remarked.

“That’s your friend Diaz—he’s…he’s the ‘Butcher!” She was internally in a panic I could see.

To this very day I can’t remember what I said, or even if I was smiling. I think I tried to, which is kind of natural for me. All I remember was the terrible silence that thumped inside of me, until someone said, “Hay you!” which woke both myself and Marybell up, and out of our trance like state.

Note: Written at the B&N cafe, at the Har Mar Mall, in Roseville, Minnesota, USA

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