Cuentos Selectos del Dr. Dennis L. Siluk
Seleccionados y traducidos del inglés al español por Rosa Peñaloza de Siluk
Cuentos Selectos del
Dr. Dennis L. Siluk
Cuentos Selectos del
Dr. Dennis L. Siluk
Por Rosa Peñaloza de Siluk
INDICE
Los Mellicitos Rusos
(Yulie y Anatolee)
Relato en Prosa Poética
El Misterio del Barco de Piedra
(Una Legenda de la Selva de Satipo)
Lo Último de la Puesta del Sol
(Un Soldado, Segunda Guerra Mundial, Tío Frank)
En el Jardín del Infierno
(Babenhausen, Alemania 1974)
La Pareja de Ancianos en Atenas
La Lengua Congelada
((Un episodio de Chick Evens, 1958, San Pablo, Minnesota)(un cuento muy corto))
Mi Viejo Abuelo
(Una historia de Chick Evens)
Un Tucán Contra Uno
La Zanahoria Grande
[Calle Cayuga # 186, San Pablo, Minnesota: 1958]
Cataratas “La Resistencia” de Satipo y ¡Terror en Extremidad!
Un Temor y un Sueño
Una Historia de Inspiración y Determinación
El Cuarto Rosa
((El Corral de Ganado de San Pablo Sur, Minnesota, 1966) (Una Historia de Chick Evens))
La Historia del Libro
Salvar a un Gorrión Irregular
(Continuación del Libro, “Risas en el Maizal”)
Parte Uno: La Figura Escuálida 1916-1919, y
Parte Dos: La Gran Guerra
Una Hoja y una Rosa
Los Mellicitos Rusos
(Yulie y Anatolee)
Relato en Prosa Poética
Ningún niño alguna vez lució más desdeñoso, más indecoroso que Yulie y Anatolee, los mellizos rusos, chismoseaban los vecinos mientras ellos caminaban a través de la Calle Príncipe, un vecindario rico, en su camino a la “Escuela Primaria Agradable” cada mañana. Pero no importa quién miraba detenidamente desde sus ventanas, puertas o céspedes—ellos tendrían que admitir, que Yulie y Anatolee caminaban espléndidamente juntos, conversando a lo largo del camino y mostrando bastante interés en lo que el otro tenía que decir, no dándose cuenta de los espectadores.
Yulie, el menor de los mellizos por nueve minutos, vestía camisas muy grandes, pantalones cortos y una chaqueta—con tres tonos de color sucio, sandalias que fueron hechas para encajar una vez a sus pequeños pies, ahora metiéndolos con dificultad.
Anatolee, el mayor, vestía básicamente lo mismo excepto por un sombrero que él se encontró algunos meses atrás y que parecía nunca quitárselo. Ambos vestían las mismas ropas—eso parecía—en invierno, primavera, verano y otoño, excepto por intercambiarlos uno con el otro cada cierto tiempo. Y por la falta de un peine—sus cabellos parecían siempre desordenados.
En la escuela, los niños acomodados frecuentemente los ridiculizaban y le tomaban el pelo a Yulie y Anatolee por su forma de hablar, su ropa sucia y sus cabellos despeinados. Pero los mellizos nunca se molestaban o le daban mucha importancia.
Un día durante las clases, la señora Rightbird, la profesora de Yulie y Anatolee, le preguntó a Yulie, “¿Pueden tú y tu hermano comprar un simple peine para peinarse sus cabellos antes de venir a la escuela?”.
“Nosotros tenemos poco dinero” respondió Yulie, “y lo que tenemos lo gastamos en comida, papel y lápices para poder comer y aprender; debido a esto, sentimos que peinarse es menos importante y usamos nuestros dedos, que no cuesta nada”.
Esto enfadó a la señora Rightbird al punto de zapatear gritando: “¡Qué irrespetuoso eres! De seguro tendré que hablar con tus padres sobre esto”
Anatolee exclamó, “mi hermano simplemente contestó a su pregunta. Yo estoy seguro que él no está tratando de ser—como usted lo dijo— ¡irrespetuoso!”
Enfadada de nuevo, la señora Rightbird gritó: “¡Ambos de ustedes son irrespetuosos y fuera de lugar! ¿No tienen ustedes algunos modales en absoluto? Yo no le dejaría a mis hijos vestir o lucir de la forma como lucen ustedes”.
Ese día después de terminar las clases, la señora Rightbird fue directamente a la Dirección de la escuela para revisar los registros de Yulie y Anatolee, esperando obtener su dirección y número telefónico. Pero para su sorpresa encontró que los registros sólo contenían sus nombres de pila, sus grados y la fecha en que fueron admitidos en la escuela. “¡Qué misterioso!” Ella pensó, ya que los mellizos habían estado yendo a la “Escuela Primaria Agradable” por dos años.
Mientras los niños regresaban de vuelta a la escuela al siguiente día, la señora Rightbird jaló a Yulie y Anatolee a un costado y les preguntó sobre los archivos raros que ella había encontrado, exigiendo le dieran una explicación puntual. Yulie rápidamente explicó que en el tiempo de su admisión en la escuela ellos no tenían una residencia y que estaban en la búsqueda de una—pero, ahora ellos tenían una. Entonces ella exigió que le dieran la dirección.
“En la Calle Ribera” respondió Anatolee.
“¿Es esto un departamento?” preguntó la señora Rightbird.
“No”, dijo Yulie, “es una especie de castillo viejo”.
Habiendo escuchado esto la señora Rightbird dejó que Yulie y Anatolee fueran a sus clases.
Ese día, después de las clases, dudando que ellos le hubieran dado la dirección correcta, la señora Rightbird siguió a los mellizos en su camino de regreso a casa. Ellos pasaron por los barrios ricos, también por barrios pobres, bajaron hacia la orilla del río y luego caminaron a lo largo del Río Mississippi y sus vecinas paredes altas de los acantilados antiguos, que daban luz a muchas cuevas.
Después de caminar una distancia corta más, Yulie y Anatolee entraron a una pequeña ensenada que conducía al interior de una amplia cueva, la señora Rightbird los seguía detrás, muy de cerca.
Dentro de la cueva, la señora Rightbird se ocultó detrás de una roca enorme que parecía como un pilar antiguo, mientras observaba a los mellizos. Yulie fue rápidamente al centro de la cueva donde un fuego apenas ardía. Él cogió unas cuantas piezas de madera que habían recogido del río el día anterior—y los colocó en el centro del fuego para alimentarlo. Anatolee se unió a su hermano. Ambos de ellos, después se sentaron armoniosamente separados en cajones vacíos de frutas—descansando de la larga caminata y absorbiendo el calor del fuego.
Ellos dieron gracias a Dios por el día, por la comida que estaban a punto de comer, por la oportunidad de aprender, por Su Presencia y Su Amor. Después de un momento de silencio, ellos dieron gracias a Dios por sus bondadosos y cariñosos padres quienes los habían traído a Norteamérica por libertad—a pesar de que estaban muertos ahora.
La señora Rightbird se recostó cansadamente contra la pared de la cueva. Ella pensó en la humillación, vergüenza, y falta de respeto que ella y otros habían tratado de infligir sobre estos dos jóvenes inmigrantes. Luego con una lágrima, mirando larga y fijamente a los mellizos, ella pensó en qué realizados ellos aparecían ser, qué satisfechos, simplemente, qué nobles.
Nota: Escrito en 1982, revisado en 1984 (Derechos de autor originales 1983)
El Misterio del Barco de Piedra
(Una Legenda de la Selva de Satipo)
(Avance) Es una construcción de roca muy antigua de color marrón, con una textura arenosa, similar al tamaño de un barco del siglo diecisiete, éste reside en el medio del río Perené, en la Selva Central de Perú, en la ciudad llamada Satipo. Cerca de esta construcción de piedra, vive una tribu de nativos llamada ‘Los Ashaninka’, descendientes de los primeros nativos llamados ‘Los Arawak’…Yo he visitado una tribu Ashaninka, ellos son personas pacíficas muy cordiales y muy creativos en las artes. Y ahora la leyenda…:
Durante los sangrientos y terribles años mil seiscientos, los llamados colonos con sus barcos de esclavos, buscaban a los nativos Ashaninkas para esclavizarlos y venderlos al mejor postor en los mercados de Lima y Huancayo, y en otras partes de Perú, así como también en otras ciudades de Sudamérica. Los colonos, fríos e inhumanos, atascaban a esta gente pacífica en el interior de los barcos, totalmente cuerpo con cuerpo. Las repercusiones de estos años trajeron un número de víctimas, los colonos habían vejado esta tierra, como el fuego en pasto seco, poniéndolos en la esclavitud. Estos nativos insultados, asustados, ninguno de ellos retornaró a sus tribus. Los colonos se incrementaban continuamente, manteniendo la carne esclava en el hueco del barco, con viciado aliento mortal y alrededores putrefactos, muchos morían en el camino al mercado, siendo luego tirados sobre la popa del barco para que, una vez muertos, los peces y los buitres se los comieran.
Pero un día dado, algo tomó lugar que se moldearía en una leyenda, algo en que cada colono reflexionaría, y algo, en la que los capitanes de barco lo tomarían siempre en cuenta cuando navegaban por el río Perené, por los alrededores de lo sería llamado—para siempre “La Roca del Barco de Piedra”
Era un atroz día caluroso, la lluvia había cesado y el capitán del barco había anclado en el medio del río, así los exploradores habían descendido a pequeños botes en el agua y se dirigían hacia una abertura de la selva, similar a una huerta, ellos iban a buscar a los miembros de las tribus y volverían al barco con la información de dónde se encontraban ahora, cuántos de ellos servirían como esclavos. Mientras tanto el capitán y su tripulación permanecían esperando en el barco.
En aquellos días, el Jefe de los Ashaninkas mantenía guardia sobre los barcos. Ellos, los Ashaninkas, sabían lo que los colonos estaban contemplando; y por supuesto, el barco era más alto que todo lo que se veía a la vista y ocupaba una gran porción en el medio del río, y era, por supuesto, una amenaza simbólica una vez visto. Y en este día caluroso de verano, éste fue visto por el Jefe y sus guardaespaldas.
El camino que el Jefe de los Ashaninkas y sus guardaespaldas seguían llegaba a la cúspide de un cerro; allí ellos rezaron para que ninguno de su raza fuera secuestrado para la esclavitud ese día.
Los exploradores del barco miraron alrededor, emplearon bastante de su tiempo tratando de encontrar rezagados, o a la tribu misma, pero no encontraron nada, nada, sólo los árboles masivos que los protegían del sol caluroso y que los condenarían mientras ellos descansaban y se quedaban dormidos. Cuando ellos despertaron y regresaron a informarle a su capitán de su búsqueda infructuosa, ellos notaron repentinamente que el barco no estaba. Negándose a creer que el barco, su tripulación y su capitán podrían haber partido tan secretamente, ellos caminaron alrededor, pero la única cosa que ellos encontraron fue una isla de roca en el medio del río, que no estaba allí antes, ésta estaba donde el capitán había anclado el barco.
Era una construcción marrón, similar al mismo barco en diseño y algunos detalles, como si éste hubiera sido fundido de madera a piedra suave, de dimensiones un tanto circulares; la isla o montículo de roca era del mismo tamaño que el barco y ahora había sido cubierto con hormigas grandes corriendo por todos lados.
El Jefe de la Tribu, ahora mirando hacia abajo desde la cima del cerro podía ver al recientemente montículo formado y a los tres exploradores parados sobre éste en desconcierto; él no dijo nada, sólo inclinó su cabeza.
Escrito en parte el 17 de Julio del 2009, en un hotel en Satipo, mientras visitaba las cataratas y a los nativos de la Selva Central, en Perú.
Lo Último de la Puesta del Sol
(Un Soldado, Segunda Guerra Mundial, Tío Frank)
((El Final) (Lo Último de la Puesta del Sol))
Mi abuelo estuvo de pie en lo último de la puesta del sol por la puerta abierta, sus dedos agarrando el final de su pipa, su otra mano y brazo enroscados fuerte y fijamente alrededor de una escoba, estos eran los últimos meses de la guerra, la Segunda Guerra Mundial, en 1945.
Cuando el mensaje acerca de Frank llegó, él solamente bajó la escoba recostándola contra un colgador de chaquetas junto a la puerta mosquitera y fue alrededor de la esquina de la sala, a la cocina, a sentarse en una silla, la mesa estaba contra la pared. Yo tenía entonces ocho años de edad, cumpliría nueve en dos meses más. Mi abuelo se sentó lentamente y miró a la hoja de papel, su hijo mayor Wally lo había traído del buzón de correos que estaba en el porche y se lo había alcanzado. Él ya sabía qué era esto. Él no habló con nadie en la casa, sólo miró al sobre sin caracteres, éste no tenía estampillas, no lo necesitaba. Él esperó a que su hijo mayor volviera, a que bajara de su cuarto que estaba en el ático.
“No lo puedo abrir. Ábrelo tú, por favor”, él le pidió a Wally.
“¡Maldita Italia! ¡Condenados alemanes!” y luego agarró a su padre y lo sostuvo. Y eso fue todo.
Un día hubo un llamado a la guerra, una guerra para luchar, de la misma forma que mi abuelo había tenido ese llamado en la Primera Guerra Mundial, y él tuvo que ir a diez mil kilómetros de distancia; y mi tío Frank, ahora veinte años más tarde, tuvo el mismo llamado. Él una mañana se levantó de la cama, tomó su desayuno y se fue, sólo así. Él fue al campo de entrenamiento militar, en algún lugar en el sur y luego a Europa, a Italia, y eso fue todo de él.
Y en los meses y años siguientes por venir, mi abuelo, vería retratos en los cinemas y en los periódicos de una guerra que fue; nombres y retratos de soldados muertos, vería de nuevo, de nuevo y de nuevo, como lo hacía la gente que amaba a sus hijos y hermanos, así como también nosotros que amábamos a Frank.
((El Principio) (Un Soldado))
“Tengo que ir a la guerra papá”, dijo Frank.
“¿Por qué?” Él preguntó, vacilando, “Simplemente no veo ninguna utilidad a esto, nuestro país no está siendo invadido”
“Alemania e Italia empezaron una guerra y ahora Japón nos ha atacado en Pearl Harbor, además esto es lo correcto que hacer”, dijo Frank, añadiendo, “Mi hermano Wally fue papá, fue un prisionero de guerra, ahora está en casa, él obtuvo una condecoración, el Corazón Púrpura, necesito ir”.
“Lo bueno que éste hace por alguien, nunca lo sabré. Yo fui a la guerra; Wally también fue a la guerra para proteger a un país que no necesitaba de protección”.
“De todas formas, tengo que ir, ahora tengo dieciocho años”.
“Por supuesto que tienes que ir”, mi abuelo dijo, “esos alemanes—”
“Tráeme un puño de tabaco de mi dormitorio”, mi abuelo le pidió a Frank.
Así Frank se alistó. Mi tío Wally bajó de su dormitorio del ático para llevarlo al Centro de Reclutamiento de Minneapolis. Mi madre lavó y remendó sus ropas antes de que él partiera. Esa noche por casualidad la oí hablar por teléfono con mi tía Ana, su hermana mayor, ella dijo: “Quiero que él vaya, y creo que papá también; pero a la vez, ninguno de nosotros queremos que él vaya. No lo entiendo y nunca lo entenderé y por eso no esperes que lo haga”.
Luego subí a los dormitorios del ático y me recosté inmóvil, mi cabeza apoyada en una almohada de plumas que mi mamá, mi tía Betty y mi abuela—antes que ella muriera en 1933 de neumonía—lo habían rellenado con las plumas de pollos. Yo no estaba hablando conmigo mismo, tampoco estaba hablando con alguien, pero oí una voz en mi cabeza, “Él tiene que ir y tú no puedes hacer nada sobre esto”, decía. Y dije en voz alta, “Esos alemanes”.
“Shuu”, dijo mi tío Wally, “no podemos hacer nada”.
Me volteé suavemente y como que me moví hacia un lado, buscando en la oscuridad la alfombra que estaba en el piso al lado de mi cama.
“De todas formas”, dijo mi tío Wally, “él estará bien”.
Pero yo sabía, incluso a esa edad, que la gente no va a las guerras por diversión, ni dejan a sus familias sólo por el gusto de hacerlo, pero mi tío Wally quería que me durmiera, él dijo que mañana muy temprano tendría que llevar a Frank al Centro de Reclutamiento, él tenía que tomar juramento, me imagino. Me volteé en mi cama, sobre mi espalda, le dije a esa voz en mi cabeza “cállate”, a esa voz secreta; y me quedé dormido.
A la siguiente mañana todos nos levantamos, mi tío Wally, mi mamá, mi abuelo, mi hermano Miguel, mi tío Frank y yo, tomamos desayuno bajo el cielo nublado de la mañana, todos parecíamos un poco esquivos, tratando de mantenernos ocupados, mi mamá tratando de poner el desayuno en la mesa para todos, y yo comí. Entonces cuando todos terminamos mi tío Frank empacó sus ropas en una maleta pequeña. Mi mamá dijo: “La gente honesta necesita ropa limpia, incluso cuando ellos están yendo a la guerra, y un modesto desayuno”.
Traje el saco y sombrero de mi tío Frank, era Octubre de 1944, mi mamá y mi abuelo todavía no lloraban, de alguna forma esperaba que ellos lo hicieran, pero yo quería llorar, ellos sólo se pararon en frente de Frank y no se movieron. Por todo lo que a ella le importaba, el país y todo lo que estaba en éste, ellos lo podían tener mientras dejaran en paz a nuestra familia. Nosotros no éramos ricos y a mi mamá no le gustaba tener a su hermano luchando y muriendo por los ricos, porque ella creía que nuestra sangre era tan buena como la de cualquier otra persona allá afuera, y, de alguna forma los ricos se olvidaron de eso y ella quería recordarles. Luego ella besó a Frank y mi abuelo lo abrazó, y yo lo abracé, y contuve mis lágrimas para más adelante.
30-Abril-2009 ·· (No: 383)
En el Jardín del Infierno
(Babenhausen, Alemania 1974)
Ellos estaban viviendo entonces en Babenhausen, Alemania, y el puente, hacia la cervecería, cruzaba un canal que corría del inicio del distrito al final. Ellos podían ver la Torre Antigua, construida en 1714 después de Cristo, desde la ventana de su departamento ubicado en el tercer piso. A corta distancia del centro de la ciudad de donde ellos vivían había un parque, y Babenhausen, Schlosshof (donde había un café y una exposición de arte, junto con pequeños conciertos; ellos se dirigían en esa dirección).
Era una especie de pueblo muy pequeño donde la gente vestía—generalmente en los comienzos y mediados de los años setenta—ropa común y simple, una comunidad muy trabajadora, junto con una clase de alemanes muy trabajadores y bebedores que llenaban las casas de huéspedes (pensiones) casi todas las noches de la semana. También había unos cuantos bares selectos donde los jóvenes pasaban el tiempo.
Esta era una ciudad donde la gente montaba sus bicicletas tanto como manejaban sus carros, cruzando esos dos puentes, el segundo estaba en el centro de la ciudad donde un riachuelo corría debajo de éste.
Él se dio cuenta de que cada cierto tiempo los niños entusiastamente se escapaban de las manos de sus madres para correr hacia unos vendedores de salchichas con mayonesa, papas fritas y mostaza al lado.
Sherwood Sullivan frecuentemente bebía licor—en aquellos bares, cafés y pensiones en Babenhausen durante esos días. Talvez esto era el motivo del porqué ellos siempre estaban en la quiebra, especialmente en el verano de 1974, aunque ellos comían bien, y, él fumaba dos cajetillas de cigarrillos al día y tomaba sus seis botellas de cerveza cada noche, en la casa, o como lo dije, en los bares o en las pensiones.
Él tomaba desayuno en casa generalmente; los alemanes nunca podían satisfacer sus gustos americanos en esa categoría.
Él tenía veintisiete años de edad, ella, veinte, él la había conocido cuando ella tenía diecisiete y él justo había acabado de regresar a casa de la guerra de Vietnam.
En el medio de la noche ellos hacían el amor, éste era rápido y desapasionado, un evento escaso ya que ellos sólo tenían sexo una vez cada tres o cuatro meses ahora.
En esta mañana, él no tenía ningún apuro, como frecuentemente lo hacía, en buscar un lugar tranquilo para escribir (él estaba escribiendo un libro llamado “El Amado y Solitario”) y por eso llevó a su esposa a tomar desayuno con él.
Él miró a los carros y bicicletas pasar, mientras ella ponía mantequilla en su pan dulce, ambos sentados en una mesa en el café.
“¿Qué estás pensando?” preguntó Carla.
“Casi nada, ¿por qué?”
“Debe ser algo, estás como soñando despierto”.
“Me siento solo, es todo”
“¡Cómo puede ser esto, estoy aquí, justo aquí a tu lado!”.
“Si, tú pareces feliz” Sherwood respondió.
“Me gusta sentirme feliz” ella dijo, añadiendo, “¿no es esto normal?”
“Ah…sí, por supuesto”, luego vaciló pero añadió “tú no estás totalmente feliz”, él dijo casi en un susurro.
“Ah”, ella dijo con un tono decepcionado, “no me importa, estoy feliz ahora y no tenemos de qué preocuparnos, ni siquiera de pensar en nada en particular, ¿cierto?”
“De ninguna cosa”, el contestó.
“Qué quieres hacer hoy día” ella preguntó con frialdad.
“No sé, tú dime”.
Su mente estaba otro sitio—de alguna manera él estaba soñando despierto sobre el problema que había sucedido dos semanas atrás pero que él no lo había mencionado, no después de que éste había ocurrido, de todas formas él lo había dejado de lado porque no haría nada bueno enfatizar en éste: era acerca de que ella había cortado las ropas de él con una tijera; ella se había vuelto loca de celos, se había maquillado como una prostituta y cuando él había llegado a casa, ella estaba bailando, tratando de seducirlo y atraerlo a la cama diciendo, “A ti te gustan las prostitutas, aquí estoy” y cuando él fue a cambiarse de ropa vio que todas sus ropas habían sido cortadas en tiras. Él estaba esperando por su cheque para comprar de nuevo lo que necesitaba; cuando recibiría el cheque él iría a Darmstadt, donde generalmente él compraba cosas, tales como: estéreos, ropas y zapatos entre otros—eso era donde su mente estaba en este momento.
“Quiero ir a algún lugar, a cualquier lugar, estaré feliz, ¡lo prometo! Talvez a Dieburg, me gustan las tienditas allí, o a Darmstadt, no… talvez a Muñster, podemos tomar el tren allí e ir a Frankfurt y estar todo el día allí. O ir a ver el castillo rosado en Aschaffenburg”
“Hablemos de esto después del desayuno, cuando vayamos al parque, allí podremos decidir qué hacer, no escribiré nada hoy día…”
“¡No, no, no, no…creo que quiero volver al departamento y tomar una siesta!”.
“¡Wow! Esa es una nueva idea repentina”, él dijo, ella añadió “Tú sabes tengo estas repentinas explosiones de depresión y comportamiento inquieto, ya no estoy feliz, llévame a la casa, quiero ir a la casa; tú me haces sentir culpable por querer hacer otra cosa en vez de verte escribiendo”
“Esta bien” él dijo, sabiendo que ella podría ser destructiva. A propósito, justo ayer en una tienda en Dieburg, un pueblo a pocos kilómetros más allá, ella tuvo una explosión maniática en frente de la vendedora, quien le rogó a él que sacara a su esposa de la tienda rápidamente antes de que ella llamara a la policía…
•
Ellos caminaron afuera de la pensión, se pararon en la vereda, el sol de la mañana estaba volviéndose más caliente, pero había una brisa fresca mezclada con el aire tibio.
Él miró fijamente por un momento, sólo unos cuantos segundos o quizás diez segundos a lo mucho, pero millones de piezas de información inundaron su cerebelo: él deseaba que ella fuera normal, como la mayoría de la gente, con comportamiento normal, sin traer consecuencias negativas, sin cambios abruptos que podría tomar lugar en cualquier sitio y en cualquier momento; él deseaba que ella no tuviera que sufrir más emociones sicológicas torcidas, o tendencias de esquizofrenia: ella se enojaba y frustraba rápidamente. Ella tenía cambio de carácter similar a voltear un naipe en póker, periodos de sueño largo y profundo; y si ella no se salía con la suya, esos ojos de mirada vacía y dura, como una roca, aparecerían.
Él sabía que a ella misma tampoco le gustaba esos cambios de humor, para ser una joven, linda e inteligente mujer, pero ella no tenía más control sobre ellos que el hombre en la luna tiene sobre noche y día. Por eso ellos peleaban una y otra vez como perros y gatos, y, hasta que él se fuera y emborrachara no se detendría esta continua riña duradera, pero sólo hasta que él volviera a casa, esto es.
Ella era una sombra constante en su mente, él caminaba sobre cáscaras de huevo cuando ella estaba cerca y contenía su respiración esperando que ella estuviera dormida cuando él volviera a casa en la tarde luego de una caminata, o después de un momento de escribir o de un periodo de bebida; el sexo era un evento sin vida por decir lo menos, también era difícil de incluirlo en estos continuos eventos diarios, ya que era difícil producir una erección o estar excitado cuando estabas siendo golpeado en la frente con desdeñosas e hirientes palabras durante todo el día, era difícil de besar y hacer el amor como si nada hubiera pasado; por miedo a después sentirte horrible y usado como una alfombra vieja, para ser pisoteada después, con esos mismos zapatos sucios que ayer, o ese mismo día, el depredador usó.
Ah, no era todo su culpa, él lo sabía esto, pero era como era no obstante, perdurable, agonizante, un ciclo de nunca acabar agotando los recursos de la vida de él. Como consecuencia él trataba de permitirse a si mismo escribir algo diariamente, generalmente en el parque, donde él podría encontrar el correcto escenario, una escenografía tranquila, donde los pájaros cantaran libremente sin ninguna interrupción, y donde las flores parecerían alcanzarlo a él con adoración, no una penitencia expectante por respirar el aire de Dios, y las mariposas circulaban por su cabeza como si él fuera un príncipe y ellas quisieran darle una corona, y la inspiración para escribir sus párrafos, descripciones, diálogo y explicaciones, fluirían como una cometa en un día de brisa, y el trabajaría en su argumento, plan, tema, etcétera sin disminución.
Él tomó otro paso, otros diez segundos tranquilos corrieron a su cerebelo, el tuvo algo de ansiedad mirándola a ella, su mirar profundo con sus ojos azules, sin parpadear, él la miró y su boca se secó, ella había embestido abruptamente, la templanza en su cara era salvaje, una mirada infernal que cayó como una cortina púrpura. Él miró de nuevo alrededor de él, oyó algo, y a través de la ventana vio al mesero que estaba limpiando la mesa en la que ellos estuvieron sentados.
“Bien, cuídate, estoy yendo a la casa”, ella dijo cansadamente.
“Allí él se quedó mientras ella empezó a caminar, él pensó, pensó, y pensó, “¿Qué clase de esposa es ella?” Está feliz un minuto y al siguiente está infeliz”.
Él la miró caminando hacia abajo de la calle, sabiendo que la única manera de calmarla era hacerla cansar, pero en el proceso—que a veces tomaba horas—él se agotaba.
Había penumbra en esta mujer, una la que él nunca entendió totalmente, él la había mandado a ver al psicólogo, diciéndole que si ella no iba, él la volvería de regreso a casa, eso fue meses atrás, ellos le dieron a ella un examen de Minnesota y éste resultó positivo para esquizofrenia paranoica, junto con otras enfermedades mentales. Algunas veces él sentía que era un padre sustituto, no un esposo.
El psicólogo parecía conocer bastante esa área, cuando él habló con ambos de ellos todo parecía encajar en el perfil de Carla, en que su realidad era interpretada de modo anormal, especialmente sus ideas de que Sherwood quería matarla a ella y que por eso ella lo mataría primero a él con su propia arma, lo cual una vez lo intentó y él la detuvo justo a tiempo, gracias a Dios.
En el otro lado de la moneda, ella podía desenvolverse muy bien en actividades rutinarias, su memoria estaba bien pero su concentración iba disminuyendo y su comportamiento suicida aumentaba, ella trató de ahogarse en una tina de baño; Sherwood le dijo, casi con humor, “tú no puedes suicidarte de esa forma, tu sistema interno peleará contra esto”. El pensó en esto más tarde, era una cosa mala para Carla y él no tenía intenciones de burlarse de esto. Es allí donde los doctores le empezaron a dar medicinas.
Ella le había dicho a él, “Quiero que tú tengas amigos, hombres o mujeres, no importa, sólo no te enamores de ellos”.
Y cuando él traería a sus amigos, ella se volvería celosa y rencorosa.
Ella le había dicho a él, “yo no me asocio con hombres ni mujeres, tú sabes esto”. Y esa era su forma de decir que ella no quería que él tuviera amigos. Por otro lado, ella le dijo a su esposo, “sólo esté conmigo para ayudarme, apoyarme, lavar la ropa y podemos dormir juntos de vez en cuando”.
No Más Sorpresas
Sherwood se había dado cuenta mientras cruzaba el puente que conducía al parque, ahora parado en medio de éste, de un anciano pescando y unos cuantos chicos entre siete u ochos años de edad jugando en el agua en la parte poco profunda del riachuelo, haciendo salpicar el agua y haciendo burbujas, no era tan profundo éste, talvez alrededor de un metro de profundidad en la parte honda y treinta centímetros en la parte poco profunda.
Habían muchas personas caminando por allí, a través del puente, caminando a ambos lados, algunos chicos gritando,
“Miren, ¡el anciano pescó uno!”
Sherwood miró, el pez parecía flaco, pero era un pez. “Esto es todo lo que es la vida”, él se dijo a sí mismo.
Muchos hombres estaban construyendo algo, algunos de ellos estaban en el edificio del frente, en la esquina de fondo común, construyendo algo, todos ellos tenían botellas de cerveza, grandes botellas de cerveza tiradas alrededor, uno de ellos tomó un trago, luego puso la botella en el suelo y continuó trabajando, esto por supuesto era una vista normal en Babenhausen, y él, apreciaba la normalidad.
Luego Sherwood se recostó en la baranda del puente, sus codos en el pasamanos de hierro, mientras unos cuantos niños parecían venir de no sé donde para ver el pescado del anciano.
“¿Qué clase de pescado es?” una voz preguntó, pero Sherwood no podía identificar la clase de pez que el anciano había pescado.
Luego, él se dio la vuelta, miró a la pensión que acababa de dejar; el mesero mientras barría el filo de la calle frente a su trabajo vio que él estaba solo. Él los había visto juntos a él y a su esposa muchas veces, más a él que a ambos juntos y Sherwood estaba seguro que él se había dado cuenta de su dilema, esto es, sabía que ellos no estaban bien el uno con el otro, aunque ellos permanecían juntos.
El agua del riachuelo parecía fresca, hermosa y clara como una ventana de cristal limpia.
“Si”, él dijo hablando en voz alta, mirando de nuevo al agua, “es cierto, ella se está volviendo más peligrosa para ella misma y para mi”, él dijo con un tono convincente.
Y luego él encendió un cigarrillo murmurando, “voy a cambiar” su murmullo era firme, “más que un cambio”, el añadió, “es por su bien, y por el mío también; no más sorpresas para ella, esto va a terminar”.
Luego él pensó acerca de lo que dijo, “Talvez no debería dejarla ir, ¿qué hará ella? Ah, si, es muy triste, pero lo he pensado esto suficientemente, y cuánto es suficiente, ahora es suficiente, hoy día es suficiente; esto es algo que ella y yo realmente queremos. Esto realmente es. Si, ¡es correcto!”
Él estaba tratando de convencerse a sí mismo de dejarla ir, de una vez y por todas, pensando críticamente en voz alta, éste zumbó arriba de su cabeza y salió por su boca, “Bien”, él dijo, “la dejaré ir, ya que ella quiere irse; sí, de verdad, es mejor estar solo, de todas formas siempre estoy solo, esa será mi sorpresa para ella, la dejaré ir esta vez y no miraré atrás”
Cayendo la Noche
Él se encontró a si mismo caminando sin rumbo fijo alrededor del pueblo, como frecuentemente lo hacía, deteniéndose en unas cuantas pensiones, tomando una cerveza aquí y allá o un vaso de vino tinto, comió un sándwich de jamón en una disco, escuchó una canción de Neil Diamond, una que le gustaba, “Cracklin Rosie”, él la había escuchado antes, no era tan nueva pero estaba de moda en Alemania, esto le hacía feliz, triste y tormentoso de una forma bonita, “Cracklin Rosie” era su botella de cerveza, o vino, su amante por la noche, la chica que él podía tener, porque la que estaba en casa era la que nunca pudo tener, o podría tener. El cambio era prudente, el pensó, tan prudente como él se pondría.
Luego él se levantó y salió del bar, se dijo a sí mismo que era hora de volver a casa, él se dijo también que se tendría que asegurar de que la pistola estuviera descargada cuando él arribara a casa, él no podría dormir una noche más pensando que ella podría ser más peligrosa como ella decía serlo.
Él atravesó la puerta del departamento, “Buenas noches”, le dijo a su esposa, la sala estaba con una luz tenue, y él estaba ligeramente mareado.
Él estaba siendo muy cuidadoso para no perturbar su humor.
“Regresa afuera y emborráchate más” ella le dijo, “vuelve cuando esté dormida, voy a volver a San Pablo, Minnesota, mañana”.
Él la miró, ella estaba acurrucada en una esquina del sofá de cuero con un cigarrillo en sus manos, y él notó tres agujeros de cigarrillos en el sofá.
“Mira lo que estás haciendo, voy a tener que pagar por el sofá entero ahora (era un departamento amoblado)”.
Ella miró, “creo que eso lo hiciste tú unas noches atrás”, ella dijo, indiferentemente, “así que no me eches la culpa por tu borrachera, probablemente tú te quedaste dormido”.
“¿Tomaste tus medicinas?” él preguntó.
“No lo puedes ver, me siento y parezco como una zombi”.
Sherwood alcanzó la parte alta del estante de libros, tomó su revolver automático de 45 y le sacó las balas.
“Veo que estás siguiendo mis consejos, muchacho inteligente”, ella comentó.
Él tenía una cerveza en el refrigerador, la sacó, la abrió, se sentó en una silla y bebió la mitad de su cerveza negra Beck, fumando un cigarrillo Camel y dejó escapar un suspiro profundo que lo estaba conteniendo.
Él trató de escribir un párrafo de su nuevo libro, pero todo parecía complicado. Él tachó esto y aquello hasta que realmente no podía ver qué era qué, luego lo fechó “5 de Julio de 1974” y se recostó en su silla.
Él había llegado a la conclusión que era impotente en ayudarla a ella, y él mismo se estaba volviendo talvez co-dependiente, si no ella en él, él en ella, o ambos al otro, y él estaba luchando por su propia preservación, por mantener su propia identidad, antes que ella se lo tragara y él no tuviera nada. Ellos eran como dos almas ahogándose en el medio del Océano Atlántico sin una balsa salvavidas.
“Si”, él dijo.
“Si qué” ella contestó.
“Si, te buscaré una movilidad a la estación de trenes en Aschaffenburg, Muñster o Dieburg, uno de los tres, seguramente Muñster por Dieburg, está más cerca, y, compraré tu boleto para tu viaje, este te llevará directamente a Frankfurt, y de allí tú puedes tomar un taxi al aeropuerto, tú tienes tu pasaporte, eso es todo lo que necesitas, te daré algo de dinero mañana, iré al banco para sacar todo lo que tengamos”.
“Dame un poco de tu cerveza” ella pidió. Ella parecía feliz de nuevo. Ella lo había abandonado antes, varias veces, sólo para volver a llamarlo queriendo volver a dondequiera que él estuviera. Pero sus pensamientos eran distintos ahora; él sabía que era un viaje sin retorno para ella, ella no podía vivir yendo y viniendo, esta sería una vida dura y más peligrosa con el paso de los años.
“Sabía que te forzaría a enviarme a casa” ella dijo.
“¿Qué?” él preguntó.
“Diciéndote que me estoy volviendo más peligrosa”.
“Es una noche larga hasta mañana”, él dijo, añadiendo, “¿qué quieres ahora?”
“Vamos a la cama a hacerlo”.
“No puedo”, él dijo.
“Carla se rió con ganas, “te juro que eres homosexual y te gustan los hombres, ¿cierto?”
Él movió su cabeza, susurrándose, mientras ella iba al dormitorio y él hacia el sofá para dormir, “esperaré” (de nuevo su humor estaba muerto).
Una Mañana Nueva
Sherwood se despertó por la mañana, casi en la madrugada, miró a través de su ventana, sus piernas estaban tiesas por haber estado encogidas toda la noche en el sofá. Se sentó al filo, tratando de despertarse totalmente. Él se recordó de todo lo que se había dicho anoche y estaba esperando que ella no cambiara de idea. Desde la puerta del dormitorio, él la miró a ella durmiendo, recordándose de cómo era ella, su imagen cuando recién se conocieron, era una buena imagen. Luego él fue al baño y se duchó con agua tibia, se afeitó, se puso un polo y una casaca cortaviento, un pantalón, y, cuidadosamente volvió a mirar al dormitorio; ella se había despertado y estaba sentada en el filo de la cama, luego se dirigió hacia la puerta donde él estaba parado y la cerró de golpe en su cara sin decir una palabra. De alguna manera él sabía que ella estaría de esta forma, ella quería tener su último motín en contra de él, por casarse con ella. Él calculó que esta sería una mañana espantosa, pero talvez la última con ella.
Ella había acabado con todo lo que tenía que hacer, su maleta y su pasaporte en mano y dijo, “Continuemos con esto”.
Partida
Él se sentía afortunado de que ella realmente subiera al tren, ella no era una mujer simple; ella entró en el tren sin mirar atrás, a él, aunque antes de entrar en éste, ella vaciló, como si queriendo que él la convenciera de no partir, y él quería hacerlo pero no pudo, y creo, que ella lo sabía. Ninguno extrañó una mirada del otro, porque ellos no querían darse miradas para recordarse del otro.
Esa tarde él se encontró a sí mismo mejorando, con un latido normal del corazón, su respiración volvió a la normalidad y él no tenía que preocuparse de caminar sobre cáscaras de huevo nunca más, ella se había ido y él sentía que su sistema nervioso estaba siendo reparado. Él escribió en el parque esa tarde por un largo rato, su inspiración estaba de vuelta intacta.
La Pareja de Ancianos en Atenas
Un anciano y su esposa vistiendo ropas andrajosas—el hombre con un viejo sombrero hecho jirones, ambos con ojos caídos—bajaban lentamente la colina, a lo largo de la carretera en Atenas, Grecia, en el otoño de 1995. Ambos se detuvieron cuando me vieron. Había un puente pequeño sobre un canal, delante de ellos; yo estaba yendo en el camino opuesto y acababa de cruzar el puente. Unos cuantos autos y camiones pasaron. Ellos eran campesinos que parecían caminar con dificultad pero de una manera calmada, un largo camino; vestían medias largas de lana.
Ambos estuvieron allí mirándome sin moverse. Ellos estaban tan cansados como para entablar una conversación y talvez ir más lejos.
Yo estaba de regreso a mi hotel, después de haber estado en la parte antigua de la ciudad, comprando, mirando lugares y habiendo comido un buen almuerzo en la tarde, en un café con mesas afuera, admirando La Acrópolis.
“¿De dónde viene?” preguntó el anciano.
“De Minnesota, de los Estados Unidos de Norteamérica” dije y sonreí.
“¿Y usted?” pregunté.
“De Estambul, Turquía—la Antigua Constantinopla” él dijo con una sonrisa y media mueca. Su esposa estaba aparentemente feliz de que él mencionara a su nativa ciudad y parecía complacida que él lo hubiera hecho mientras le sonreía a ella con orgullo.
“Yo era un comerciante, vendía cosas” él explicó.
“Ah”, dije no entendiendo bien.
“”Ah, si” él dijo “estuvimos allí mientras pudimos hacernos cargo de nuestra tienda en el Gran Bazar. Yo fui el último en la familia en dejar Estambul; mi hermano era carnicero de puercos, pero raramente la gente quiere puerco hoy en día, generalmente sólo los cristianos, unos cuantos musulmanes y judíos, pero éste es un mal negocio si tú vives en esa ciudad”.
Él no parecía ser un comerciante, o que talvez tuviera un hermano carnicero. Observé sus oscuras ropas polvorientas y parchadas, su chalina de lana, su arrugada cara vieja, los dientes con coronas de metal de su esposa, y pregunté, “¿Qué mercadería vendía?”
“Varias clases”, él dijo, y movió su cabeza y hombros. “Tuve que dejar mucho atrás”.
Él tenía a su costado, un saco grande de lona, que había cargado sobre sus hombres, como los vagabundos lo hacían en las películas antigua que solía mirar, pero éste era más grande, talvez su esposa podía caber en éste.
“¿Qué mercadería trajo consigo?”, pregunté.
“Tengo algunos objetos de bronce, y algunos ojos-malignos de marfil”, él remarcó.
“Y usted ¿tuvo que dejar la mayoría de su mercadería?”
“Si, porque no podía pagar el alquiler. El dueño de la tienda me dijo que me fuera antes de que llamara a la policía, ya que ellos me obligarían a salir”.
“¿Y tiene familia aquí en Atenas? Pregunté mirando al puente que estaba adelante y a la ciudad antigua que estaba abajo, y, a La Acrópolis en la colina. Sentí que él no tenía apuro en continuar bajando hacia la ciudad propiamente.
“No”, el respondió, “Sólo mi esposa y yo; y este saco de mercaderías”.
Los gatos y pájaros parecen ser capaces de cuidarse por si mismos, pero no podía imaginarme cómo este anciano y su esposa podrían hacerlo.
“No tengo opinión política” dijo el anciano. Luego vacilando añadió, “tengo setenta y dos años de edad, mi esposa tiene sesenta y siete, estamos cansados, vamos a sentarnos aquí”, y entonces ellos se agacharon justo allí.
“Este es un mal punto para detenerse y descansar por mucho tiempo” dije, “está oscureciendo rápidamente. Si puede bajar a la ciudad antigua, allí todavía hay luces prendidas”.
“Descansaremos un poco aquí por un rato”, él dijo, “y luego iremos a donde los carros van”.
“Hacia la ciudad”, le dije a él.
“No lo sé, no conocemos a nadie en la antigua ciudad, pero gracias por su preocupación”.
Él me miró con una mirada vacía, cansadamente, y luego dijo, “estaremos bien”.
Le di tres dólares y mientras continuaba mi camino hacia arriba de la colina a mi hotel, miré atrás unas cuantas veces sobre mis hombros, vi al anciano y a su esposa que estaban por el puente en su camino hacia la ciudad antigua.
“Bien, ellos seguramente estarán bien”, murmuré en voz alta.
“¿Lo crees?” me preguntó mi mente.
“¿Por qué no?” me contesté, mirando a mi hotel, luego añadí a mi monólogo, “pero ¿qué harán ellos?” murmuré curiosamente.
“¿Acaso el Señor no se hace cargo del hombre mejor que de sus propios gorriones?” mi mente me preguntó.
Y respondí “Si” y deduje que esa era toda la suerte que él realmente necesitaba, o que alguna vez lo necesitaría.
5-9-2009∙ (No. 385)
La Lengua Congelada
((Un episodio de Chick Evens, 1958, San Pablo, Minnesota)(un cuento muy corto))
La acera alrededor del garaje estaba esparcida con carámbanos rotos, largos y pesados, de hielo una vez congelados al filo del techo del garaje. Yo tenía sólo once años de edad en ese entonces, allá en el invierno de 1958 y había oído cómo el metal o hierro frío congelaría la lengua de una persona en su superficie tan rápido como el parpadeo de un ojo y esto era bastante fascinante, pero todavía no probado por mi. Yo había nacido con una naturaleza curiosa de verdad. Por eso, puse mi lengua sobre la perilla de la puerta del garaje—afuera debió haber estado en quince grados centígrados bajo cero—y ésta se congeló sobre la perilla más rápido de que pudiera escupir.
Empecé a jalar, o traté de jalarla fuera, pero mi lengua no se soltaría de la perilla de metal, y por eso allí estuve, como el jorobado de Nuestra Señora de Paris, encorvado con mis rodillas dobladas, rezando para que mi hermano Miguel viniera pronto y me salvara el día (no necesitaba más pruebas, esto funcionaba).
Mientras permanecía en esta posición, que parecía una eternidad, una pregunta surgió, que seguramente mi hermano Miguel preguntaría: “¿Por qué...alguien haría algo así de tonto?”
Quiero decir que era un clima duro, un invierno de Minnesota no es nada como para reírse, porque es una experiencia dura, todos los años.
No tenía otra respuesta que: “para ver si funcionaba”.
Cuando mi hermano Miguel apareció, él dijo: “¿No tienes mejores cosas que hacer?” una pregunta retórica por supuesto.
Y yo sólo rezaba para que él se apurara, y echara agua tibia sobre mi lengua, lo que él lo hizo, y me echó agua sobre mi lengua, y no sólo en mi lengua sino en toda mi cara y boca y luego en la perilla, “Ah” grité “está libre” y esto fue todo; valió la pena la mojada adicional que tuve que soportar—solamente estuvo un poco desordenado, eso es todo.
Mi hermano Miguel, quien es dos años mayor que yo, me miró con sus intensos ojos, cuidadosamente, “¿Cuánto tiempo has estado así?” él preguntó.
Allí vino una pausa misteriosa por mi, luego una sucesión de “no lo se…”
Ambos intercambiamos una mirada graciosa, creo que mi cara se disculpaba silenciosamente por ocupar su tiempo, y mientras él subía esas gradas de piedra de espaldas hacia mi, en el camino a nuestra casa, él se rió moviendo su cabeza a la derecha e izquierda (de la misma forma, yo moví mis hombros arriba y abajo)
Escrito en la azotea de mi casa en Lima, Perú 19 de Enero del 2009, Dedicado a Mike E. Siluk.
(Babenhausen, Alemania 1974)
Ellos estaban viviendo entonces en Babenhausen, Alemania, y el puente, hacia la cervecería, cruzaba un canal que corría del inicio del distrito al final. Ellos podían ver la Torre Antigua, construida en 1714 después de Cristo, desde la ventana de su departamento ubicado en el tercer piso. A corta distancia del centro de la ciudad de donde ellos vivían había un parque, y Babenhausen, Schlosshof (donde había un café y una exposición de arte, junto con pequeños conciertos; ellos se dirigían en esa dirección).
Era una especie de pueblo muy pequeño donde la gente vestía—generalmente en los comienzos y mediados de los años setenta—ropa común y simple, una comunidad muy trabajadora, junto con una clase de alemanes muy trabajadores y bebedores que llenaban las casas de huéspedes (pensiones) casi todas las noches de la semana. También había unos cuantos bares selectos donde los jóvenes pasaban el tiempo.
Esta era una ciudad donde la gente montaba sus bicicletas tanto como manejaban sus carros, cruzando esos dos puentes, el segundo estaba en el centro de la ciudad donde un riachuelo corría debajo de éste.
Él se dio cuenta de que cada cierto tiempo los niños entusiastamente se escapaban de las manos de sus madres para correr hacia unos vendedores de salchichas con mayonesa, papas fritas y mostaza al lado.
Sherwood Sullivan frecuentemente bebía licor—en aquellos bares, cafés y pensiones en Babenhausen durante esos días. Talvez esto era el motivo del porqué ellos siempre estaban en la quiebra, especialmente en el verano de 1974, aunque ellos comían bien, y, él fumaba dos cajetillas de cigarrillos al día y tomaba sus seis botellas de cerveza cada noche, en la casa, o como lo dije, en los bares o en las pensiones.
Él tomaba desayuno en casa generalmente; los alemanes nunca podían satisfacer sus gustos americanos en esa categoría.
Él tenía veintisiete años de edad, ella, veinte, él la había conocido cuando ella tenía diecisiete y él justo había acabado de regresar a casa de la guerra de Vietnam.
En el medio de la noche ellos hacían el amor, éste era rápido y desapasionado, un evento escaso ya que ellos sólo tenían sexo una vez cada tres o cuatro meses ahora.
En esta mañana, él no tenía ningún apuro, como frecuentemente lo hacía, en buscar un lugar tranquilo para escribir (él estaba escribiendo un libro llamado “El Amado y Solitario”) y por eso llevó a su esposa a tomar desayuno con él.
Él miró a los carros y bicicletas pasar, mientras ella ponía mantequilla en su pan dulce, ambos sentados en una mesa en el café.
“¿Qué estás pensando?” preguntó Carla.
“Casi nada, ¿por qué?”
“Debe ser algo, estás como soñando despierto”.
“Me siento solo, es todo”
“¡Cómo puede ser esto, estoy aquí, justo aquí a tu lado!”.
“Si, tú pareces feliz” Sherwood respondió.
“Me gusta sentirme feliz” ella dijo, añadiendo, “¿no es esto normal?”
“Ah…sí, por supuesto”, luego vaciló pero añadió “tú no estás totalmente feliz”, él dijo casi en un susurro.
“Ah”, ella dijo con un tono decepcionado, “no me importa, estoy feliz ahora y no tenemos de qué preocuparnos, ni siquiera de pensar en nada en particular, ¿cierto?”
“De ninguna cosa”, el contestó.
“Qué quieres hacer hoy día” ella preguntó con frialdad.
“No sé, tú dime”.
Su mente estaba otro sitio—de alguna manera él estaba soñando despierto sobre el problema que había sucedido dos semanas atrás pero que él no lo había mencionado, no después de que éste había ocurrido, de todas formas él lo había dejado de lado porque no haría nada bueno enfatizar en éste: era acerca de que ella había cortado las ropas de él con una tijera; ella se había vuelto loca de celos, se había maquillado como una prostituta y cuando él había llegado a casa, ella estaba bailando, tratando de seducirlo y atraerlo a la cama diciendo, “A ti te gustan las prostitutas, aquí estoy” y cuando él fue a cambiarse de ropa vio que todas sus ropas habían sido cortadas en tiras. Él estaba esperando por su cheque para comprar de nuevo lo que necesitaba; cuando recibiría el cheque él iría a Darmstadt, donde generalmente él compraba cosas, tales como: estéreos, ropas y zapatos entre otros—eso era donde su mente estaba en este momento.
“Quiero ir a algún lugar, a cualquier lugar, estaré feliz, ¡lo prometo! Talvez a Dieburg, me gustan las tienditas allí, o a Darmstadt, no… talvez a Muñster, podemos tomar el tren allí e ir a Frankfurt y estar todo el día allí. O ir a ver el castillo rosado en Aschaffenburg”
“Hablemos de esto después del desayuno, cuando vayamos al parque, allí podremos decidir qué hacer, no escribiré nada hoy día…”
“¡No, no, no, no…creo que quiero volver al departamento y tomar una siesta!”.
“¡Wow! Esa es una nueva idea repentina”, él dijo, ella añadió “Tú sabes tengo estas repentinas explosiones de depresión y comportamiento inquieto, ya no estoy feliz, llévame a la casa, quiero ir a la casa; tú me haces sentir culpable por querer hacer otra cosa en vez de verte escribiendo”
“Esta bien” él dijo, sabiendo que ella podría ser destructiva. A propósito, justo ayer en una tienda en Dieburg, un pueblo a pocos kilómetros más allá, ella tuvo una explosión maniática en frente de la vendedora, quien le rogó a él que sacara a su esposa de la tienda rápidamente antes de que ella llamara a la policía…
•
Ellos caminaron afuera de la pensión, se pararon en la vereda, el sol de la mañana estaba volviéndose más caliente, pero había una brisa fresca mezclada con el aire tibio.
Él miró fijamente por un momento, sólo unos cuantos segundos o quizás diez segundos a lo mucho, pero millones de piezas de información inundaron su cerebelo: él deseaba que ella fuera normal, como la mayoría de la gente, con comportamiento normal, sin traer consecuencias negativas, sin cambios abruptos que podría tomar lugar en cualquier sitio y en cualquier momento; él deseaba que ella no tuviera que sufrir más emociones sicológicas torcidas, o tendencias de esquizofrenia: ella se enojaba y frustraba rápidamente. Ella tenía cambio de carácter similar a voltear un naipe en póker, periodos de sueño largo y profundo; y si ella no se salía con la suya, esos ojos de mirada vacía y dura, como una roca, aparecerían.
Él sabía que a ella misma tampoco le gustaba esos cambios de humor, para ser una joven, linda e inteligente mujer, pero ella no tenía más control sobre ellos que el hombre en la luna tiene sobre noche y día. Por eso ellos peleaban una y otra vez como perros y gatos, y, hasta que él se fuera y emborrachara no se detendría esta continua riña duradera, pero sólo hasta que él volviera a casa, esto es.
Ella era una sombra constante en su mente, él caminaba sobre cáscaras de huevo cuando ella estaba cerca y contenía su respiración esperando que ella estuviera dormida cuando él volviera a casa en la tarde luego de una caminata, o después de un momento de escribir o de un periodo de bebida; el sexo era un evento sin vida por decir lo menos, también era difícil de incluirlo en estos continuos eventos diarios, ya que era difícil producir una erección o estar excitado cuando estabas siendo golpeado en la frente con desdeñosas e hirientes palabras durante todo el día, era difícil de besar y hacer el amor como si nada hubiera pasado; por miedo a después sentirte horrible y usado como una alfombra vieja, para ser pisoteada después, con esos mismos zapatos sucios que ayer, o ese mismo día, el depredador usó.
Ah, no era todo su culpa, él lo sabía esto, pero era como era no obstante, perdurable, agonizante, un ciclo de nunca acabar agotando los recursos de la vida de él. Como consecuencia él trataba de permitirse a si mismo escribir algo diariamente, generalmente en el parque, donde él podría encontrar el correcto escenario, una escenografía tranquila, donde los pájaros cantaran libremente sin ninguna interrupción, y donde las flores parecerían alcanzarlo a él con adoración, no una penitencia expectante por respirar el aire de Dios, y las mariposas circulaban por su cabeza como si él fuera un príncipe y ellas quisieran darle una corona, y la inspiración para escribir sus párrafos, descripciones, diálogo y explicaciones, fluirían como una cometa en un día de brisa, y el trabajaría en su argumento, plan, tema, etcétera sin disminución.
Él tomó otro paso, otros diez segundos tranquilos corrieron a su cerebelo, el tuvo algo de ansiedad mirándola a ella, su mirar profundo con sus ojos azules, sin parpadear, él la miró y su boca se secó, ella había embestido abruptamente, la templanza en su cara era salvaje, una mirada infernal que cayó como una cortina púrpura. Él miró de nuevo alrededor de él, oyó algo, y a través de la ventana vio al mesero que estaba limpiando la mesa en la que ellos estuvieron sentados.
“Bien, cuídate, estoy yendo a la casa”, ella dijo cansadamente.
“Allí él se quedó mientras ella empezó a caminar, él pensó, pensó, y pensó, “¿Qué clase de esposa es ella?” Está feliz un minuto y al siguiente está infeliz”.
Él la miró caminando hacia abajo de la calle, sabiendo que la única manera de calmarla era hacerla cansar, pero en el proceso—que a veces tomaba horas—él se agotaba.
Había penumbra en esta mujer, una la que él nunca entendió totalmente, él la había mandado a ver al psicólogo, diciéndole que si ella no iba, él la volvería de regreso a casa, eso fue meses atrás, ellos le dieron a ella un examen de Minnesota y éste resultó positivo para esquizofrenia paranoica, junto con otras enfermedades mentales. Algunas veces él sentía que era un padre sustituto, no un esposo.
El psicólogo parecía conocer bastante esa área, cuando él habló con ambos de ellos todo parecía encajar en el perfil de Carla, en que su realidad era interpretada de modo anormal, especialmente sus ideas de que Sherwood quería matarla a ella y que por eso ella lo mataría primero a él con su propia arma, lo cual una vez lo intentó y él la detuvo justo a tiempo, gracias a Dios.
En el otro lado de la moneda, ella podía desenvolverse muy bien en actividades rutinarias, su memoria estaba bien pero su concentración iba disminuyendo y su comportamiento suicida aumentaba, ella trató de ahogarse en una tina de baño; Sherwood le dijo, casi con humor, “tú no puedes suicidarte de esa forma, tu sistema interno peleará contra esto”. El pensó en esto más tarde, era una cosa mala para Carla y él no tenía intenciones de burlarse de esto. Es allí donde los doctores le empezaron a dar medicinas.
Ella le había dicho a él, “Quiero que tú tengas amigos, hombres o mujeres, no importa, sólo no te enamores de ellos”.
Y cuando él traería a sus amigos, ella se volvería celosa y rencorosa.
Ella le había dicho a él, “yo no me asocio con hombres ni mujeres, tú sabes esto”. Y esa era su forma de decir que ella no quería que él tuviera amigos. Por otro lado, ella le dijo a su esposo, “sólo esté conmigo para ayudarme, apoyarme, lavar la ropa y podemos dormir juntos de vez en cuando”.
No Más Sorpresas
Sherwood se había dado cuenta mientras cruzaba el puente que conducía al parque, ahora parado en medio de éste, de un anciano pescando y unos cuantos chicos entre siete u ochos años de edad jugando en el agua en la parte poco profunda del riachuelo, haciendo salpicar el agua y haciendo burbujas, no era tan profundo éste, talvez alrededor de un metro de profundidad en la parte honda y treinta centímetros en la parte poco profunda.
Habían muchas personas caminando por allí, a través del puente, caminando a ambos lados, algunos chicos gritando,
“Miren, ¡el anciano pescó uno!”
Sherwood miró, el pez parecía flaco, pero era un pez. “Esto es todo lo que es la vida”, él se dijo a sí mismo.
Muchos hombres estaban construyendo algo, algunos de ellos estaban en el edificio del frente, en la esquina de fondo común, construyendo algo, todos ellos tenían botellas de cerveza, grandes botellas de cerveza tiradas alrededor, uno de ellos tomó un trago, luego puso la botella en el suelo y continuó trabajando, esto por supuesto era una vista normal en Babenhausen, y él, apreciaba la normalidad.
Luego Sherwood se recostó en la baranda del puente, sus codos en el pasamanos de hierro, mientras unos cuantos niños parecían venir de no sé donde para ver el pescado del anciano.
“¿Qué clase de pescado es?” una voz preguntó, pero Sherwood no podía identificar la clase de pez que el anciano había pescado.
Luego, él se dio la vuelta, miró a la pensión que acababa de dejar; el mesero mientras barría el filo de la calle frente a su trabajo vio que él estaba solo. Él los había visto juntos a él y a su esposa muchas veces, más a él que a ambos juntos y Sherwood estaba seguro que él se había dado cuenta de su dilema, esto es, sabía que ellos no estaban bien el uno con el otro, aunque ellos permanecían juntos.
El agua del riachuelo parecía fresca, hermosa y clara como una ventana de cristal limpia.
“Si”, él dijo hablando en voz alta, mirando de nuevo al agua, “es cierto, ella se está volviendo más peligrosa para ella misma y para mi”, él dijo con un tono convincente.
Y luego él encendió un cigarrillo murmurando, “voy a cambiar” su murmullo era firme, “más que un cambio”, el añadió, “es por su bien, y por el mío también; no más sorpresas para ella, esto va a terminar”.
Luego él pensó acerca de lo que dijo, “Talvez no debería dejarla ir, ¿qué hará ella? Ah, si, es muy triste, pero lo he pensado esto suficientemente, y cuánto es suficiente, ahora es suficiente, hoy día es suficiente; esto es algo que ella y yo realmente queremos. Esto realmente es. Si, ¡es correcto!”
Él estaba tratando de convencerse a sí mismo de dejarla ir, de una vez y por todas, pensando críticamente en voz alta, éste zumbó arriba de su cabeza y salió por su boca, “Bien”, él dijo, “la dejaré ir, ya que ella quiere irse; sí, de verdad, es mejor estar solo, de todas formas siempre estoy solo, esa será mi sorpresa para ella, la dejaré ir esta vez y no miraré atrás”
Cayendo la Noche
Él se encontró a si mismo caminando sin rumbo fijo alrededor del pueblo, como frecuentemente lo hacía, deteniéndose en unas cuantas pensiones, tomando una cerveza aquí y allá o un vaso de vino tinto, comió un sándwich de jamón en una disco, escuchó una canción de Neil Diamond, una que le gustaba, “Cracklin Rosie”, él la había escuchado antes, no era tan nueva pero estaba de moda en Alemania, esto le hacía feliz, triste y tormentoso de una forma bonita, “Cracklin Rosie” era su botella de cerveza, o vino, su amante por la noche, la chica que él podía tener, porque la que estaba en casa era la que nunca pudo tener, o podría tener. El cambio era prudente, el pensó, tan prudente como él se pondría.
Luego él se levantó y salió del bar, se dijo a sí mismo que era hora de volver a casa, él se dijo también que se tendría que asegurar de que la pistola estuviera descargada cuando él arribara a casa, él no podría dormir una noche más pensando que ella podría ser más peligrosa como ella decía serlo.
Él atravesó la puerta del departamento, “Buenas noches”, le dijo a su esposa, la sala estaba con una luz tenue, y él estaba ligeramente mareado.
Él estaba siendo muy cuidadoso para no perturbar su humor.
“Regresa afuera y emborráchate más” ella le dijo, “vuelve cuando esté dormida, voy a volver a San Pablo, Minnesota, mañana”.
Él la miró, ella estaba acurrucada en una esquina del sofá de cuero con un cigarrillo en sus manos, y él notó tres agujeros de cigarrillos en el sofá.
“Mira lo que estás haciendo, voy a tener que pagar por el sofá entero ahora (era un departamento amoblado)”.
Ella miró, “creo que eso lo hiciste tú unas noches atrás”, ella dijo, indiferentemente, “así que no me eches la culpa por tu borrachera, probablemente tú te quedaste dormido”.
“¿Tomaste tus medicinas?” él preguntó.
“No lo puedes ver, me siento y parezco como una zombi”.
Sherwood alcanzó la parte alta del estante de libros, tomó su revolver automático de 45 y le sacó las balas.
“Veo que estás siguiendo mis consejos, muchacho inteligente”, ella comentó.
Él tenía una cerveza en el refrigerador, la sacó, la abrió, se sentó en una silla y bebió la mitad de su cerveza negra Beck, fumando un cigarrillo Camel y dejó escapar un suspiro profundo que lo estaba conteniendo.
Él trató de escribir un párrafo de su nuevo libro, pero todo parecía complicado. Él tachó esto y aquello hasta que realmente no podía ver qué era qué, luego lo fechó “5 de Julio de 1974” y se recostó en su silla.
Él había llegado a la conclusión que era impotente en ayudarla a ella, y él mismo se estaba volviendo talvez co-dependiente, si no ella en él, él en ella, o ambos al otro, y él estaba luchando por su propia preservación, por mantener su propia identidad, antes que ella se lo tragara y él no tuviera nada. Ellos eran como dos almas ahogándose en el medio del Océano Atlántico sin una balsa salvavidas.
“Si”, él dijo.
“Si qué” ella contestó.
“Si, te buscaré una movilidad a la estación de trenes en Aschaffenburg, Muñster o Dieburg, uno de los tres, seguramente Muñster por Dieburg, está más cerca, y, compraré tu boleto para tu viaje, este te llevará directamente a Frankfurt, y de allí tú puedes tomar un taxi al aeropuerto, tú tienes tu pasaporte, eso es todo lo que necesitas, te daré algo de dinero mañana, iré al banco para sacar todo lo que tengamos”.
“Dame un poco de tu cerveza” ella pidió. Ella parecía feliz de nuevo. Ella lo había abandonado antes, varias veces, sólo para volver a llamarlo queriendo volver a dondequiera que él estuviera. Pero sus pensamientos eran distintos ahora; él sabía que era un viaje sin retorno para ella, ella no podía vivir yendo y viniendo, esta sería una vida dura y más peligrosa con el paso de los años.
“Sabía que te forzaría a enviarme a casa” ella dijo.
“¿Qué?” él preguntó.
“Diciéndote que me estoy volviendo más peligrosa”.
“Es una noche larga hasta mañana”, él dijo, añadiendo, “¿qué quieres ahora?”
“Vamos a la cama a hacerlo”.
“No puedo”, él dijo.
“Carla se rió con ganas, “te juro que eres homosexual y te gustan los hombres, ¿cierto?”
Él movió su cabeza, susurrándose, mientras ella iba al dormitorio y él hacia el sofá para dormir, “esperaré” (de nuevo su humor estaba muerto).
Una Mañana Nueva
Sherwood se despertó por la mañana, casi en la madrugada, miró a través de su ventana, sus piernas estaban tiesas por haber estado encogidas toda la noche en el sofá. Se sentó al filo, tratando de despertarse totalmente. Él se recordó de todo lo que se había dicho anoche y estaba esperando que ella no cambiara de idea. Desde la puerta del dormitorio, él la miró a ella durmiendo, recordándose de cómo era ella, su imagen cuando recién se conocieron, era una buena imagen. Luego él fue al baño y se duchó con agua tibia, se afeitó, se puso un polo y una casaca cortaviento, un pantalón, y, cuidadosamente volvió a mirar al dormitorio; ella se había despertado y estaba sentada en el filo de la cama, luego se dirigió hacia la puerta donde él estaba parado y la cerró de golpe en su cara sin decir una palabra. De alguna manera él sabía que ella estaría de esta forma, ella quería tener su último motín en contra de él, por casarse con ella. Él calculó que esta sería una mañana espantosa, pero talvez la última con ella.
Ella había acabado con todo lo que tenía que hacer, su maleta y su pasaporte en mano y dijo, “Continuemos con esto”.
Partida
Él se sentía afortunado de que ella realmente subiera al tren, ella no era una mujer simple; ella entró en el tren sin mirar atrás, a él, aunque antes de entrar en éste, ella vaciló, como si queriendo que él la convenciera de no partir, y él quería hacerlo pero no pudo, y creo, que ella lo sabía. Ninguno extrañó una mirada del otro, porque ellos no querían darse miradas para recordarse del otro.
Esa tarde él se encontró a sí mismo mejorando, con un latido normal del corazón, su respiración volvió a la normalidad y él no tenía que preocuparse de caminar sobre cáscaras de huevo nunca más, ella se había ido y él sentía que su sistema nervioso estaba siendo reparado. Él escribió en el parque esa tarde por un largo rato, su inspiración estaba de vuelta intacta.
La Pareja de Ancianos en Atenas
Un anciano y su esposa vistiendo ropas andrajosas—el hombre con un viejo sombrero hecho jirones, ambos con ojos caídos—bajaban lentamente la colina, a lo largo de la carretera en Atenas, Grecia, en el otoño de 1995. Ambos se detuvieron cuando me vieron. Había un puente pequeño sobre un canal, delante de ellos; yo estaba yendo en el camino opuesto y acababa de cruzar el puente. Unos cuantos autos y camiones pasaron. Ellos eran campesinos que parecían caminar con dificultad pero de una manera calmada, un largo camino; vestían medias largas de lana.
Ambos estuvieron allí mirándome sin moverse. Ellos estaban tan cansados como para entablar una conversación y talvez ir más lejos.
Yo estaba de regreso a mi hotel, después de haber estado en la parte antigua de la ciudad, comprando, mirando lugares y habiendo comido un buen almuerzo en la tarde, en un café con mesas afuera, admirando La Acrópolis.
“¿De dónde viene?” preguntó el anciano.
“De Minnesota, de los Estados Unidos de Norteamérica” dije y sonreí.
“¿Y usted?” pregunté.
“De Estambul, Turquía—la Antigua Constantinopla” él dijo con una sonrisa y media mueca. Su esposa estaba aparentemente feliz de que él mencionara a su nativa ciudad y parecía complacida que él lo hubiera hecho mientras le sonreía a ella con orgullo.
“Yo era un comerciante, vendía cosas” él explicó.
“Ah”, dije no entendiendo bien.
“”Ah, si” él dijo “estuvimos allí mientras pudimos hacernos cargo de nuestra tienda en el Gran Bazar. Yo fui el último en la familia en dejar Estambul; mi hermano era carnicero de puercos, pero raramente la gente quiere puerco hoy en día, generalmente sólo los cristianos, unos cuantos musulmanes y judíos, pero éste es un mal negocio si tú vives en esa ciudad”.
Él no parecía ser un comerciante, o que talvez tuviera un hermano carnicero. Observé sus oscuras ropas polvorientas y parchadas, su chalina de lana, su arrugada cara vieja, los dientes con coronas de metal de su esposa, y pregunté, “¿Qué mercadería vendía?”
“Varias clases”, él dijo, y movió su cabeza y hombros. “Tuve que dejar mucho atrás”.
Él tenía a su costado, un saco grande de lona, que había cargado sobre sus hombres, como los vagabundos lo hacían en las películas antigua que solía mirar, pero éste era más grande, talvez su esposa podía caber en éste.
“¿Qué mercadería trajo consigo?”, pregunté.
“Tengo algunos objetos de bronce, y algunos ojos-malignos de marfil”, él remarcó.
“Y usted ¿tuvo que dejar la mayoría de su mercadería?”
“Si, porque no podía pagar el alquiler. El dueño de la tienda me dijo que me fuera antes de que llamara a la policía, ya que ellos me obligarían a salir”.
“¿Y tiene familia aquí en Atenas? Pregunté mirando al puente que estaba adelante y a la ciudad antigua que estaba abajo, y, a La Acrópolis en la colina. Sentí que él no tenía apuro en continuar bajando hacia la ciudad propiamente.
“No”, el respondió, “Sólo mi esposa y yo; y este saco de mercaderías”.
Los gatos y pájaros parecen ser capaces de cuidarse por si mismos, pero no podía imaginarme cómo este anciano y su esposa podrían hacerlo.
“No tengo opinión política” dijo el anciano. Luego vacilando añadió, “tengo setenta y dos años de edad, mi esposa tiene sesenta y siete, estamos cansados, vamos a sentarnos aquí”, y entonces ellos se agacharon justo allí.
“Este es un mal punto para detenerse y descansar por mucho tiempo” dije, “está oscureciendo rápidamente. Si puede bajar a la ciudad antigua, allí todavía hay luces prendidas”.
“Descansaremos un poco aquí por un rato”, él dijo, “y luego iremos a donde los carros van”.
“Hacia la ciudad”, le dije a él.
“No lo sé, no conocemos a nadie en la antigua ciudad, pero gracias por su preocupación”.
Él me miró con una mirada vacía, cansadamente, y luego dijo, “estaremos bien”.
Le di tres dólares y mientras continuaba mi camino hacia arriba de la colina a mi hotel, miré atrás unas cuantas veces sobre mis hombros, vi al anciano y a su esposa que estaban por el puente en su camino hacia la ciudad antigua.
“Bien, ellos seguramente estarán bien”, murmuré en voz alta.
“¿Lo crees?” me preguntó mi mente.
“¿Por qué no?” me contesté, mirando a mi hotel, luego añadí a mi monólogo, “pero ¿qué harán ellos?” murmuré curiosamente.
“¿Acaso el Señor no se hace cargo del hombre mejor que de sus propios gorriones?” mi mente me preguntó.
Y respondí “Si” y deduje que esa era toda la suerte que él realmente necesitaba, o que alguna vez lo necesitaría.
5-9-2009∙ (No. 385)
La Lengua Congelada
((Un episodio de Chick Evens, 1958, San Pablo, Minnesota)(un cuento muy corto))
La acera alrededor del garaje estaba esparcida con carámbanos rotos, largos y pesados, de hielo una vez congelados al filo del techo del garaje. Yo tenía sólo once años de edad en ese entonces, allá en el invierno de 1958 y había oído cómo el metal o hierro frío congelaría la lengua de una persona en su superficie tan rápido como el parpadeo de un ojo y esto era bastante fascinante, pero todavía no probado por mi. Yo había nacido con una naturaleza curiosa de verdad. Por eso, puse mi lengua sobre la perilla de la puerta del garaje—afuera debió haber estado en quince grados centígrados bajo cero—y ésta se congeló sobre la perilla más rápido de que pudiera escupir.
Empecé a jalar, o traté de jalarla fuera, pero mi lengua no se soltaría de la perilla de metal, y por eso allí estuve, como el jorobado de Nuestra Señora de Paris, encorvado con mis rodillas dobladas, rezando para que mi hermano Miguel viniera pronto y me salvara el día (no necesitaba más pruebas, esto funcionaba).
Mientras permanecía en esta posición, que parecía una eternidad, una pregunta surgió, que seguramente mi hermano Miguel preguntaría: “¿Por qué...alguien haría algo así de tonto?”
Quiero decir que era un clima duro, un invierno de Minnesota no es nada como para reírse, porque es una experiencia dura, todos los años.
No tenía otra respuesta que: “para ver si funcionaba”.
Cuando mi hermano Miguel apareció, él dijo: “¿No tienes mejores cosas que hacer?” una pregunta retórica por supuesto.
Y yo sólo rezaba para que él se apurara, y echara agua tibia sobre mi lengua, lo que él lo hizo, y me echó agua sobre mi lengua, y no sólo en mi lengua sino en toda mi cara y boca y luego en la perilla, “Ah” grité “está libre” y esto fue todo; valió la pena la mojada adicional que tuve que soportar—solamente estuvo un poco desordenado, eso es todo.
Mi hermano Miguel, quien es dos años mayor que yo, me miró con sus intensos ojos, cuidadosamente, “¿Cuánto tiempo has estado así?” él preguntó.
Allí vino una pausa misteriosa por mi, luego una sucesión de “no lo se…”
Ambos intercambiamos una mirada graciosa, creo que mi cara se disculpaba silenciosamente por ocupar su tiempo, y mientras él subía esas gradas de piedra de espaldas hacia mi, en el camino a nuestra casa, él se rió moviendo su cabeza a la derecha e izquierda (de la misma forma, yo moví mis hombros arriba y abajo)
Escrito en la azotea de mi casa en Lima, Perú 19 de Enero del 2009, Dedicado a Mike E. Siluk.
Mi Viejo Abuelo
(Una historia de Chick Evens)
Ahora que miro al pasado, supongo que podría decir que mi abuelo no fue hecho para lucir joven, era una de esas personas que nunca envejecen—a mi me pareció, toda mi vida, durante los veintisiete años que lo conocí—él estaba viejo desde el primer día que lo vi, siempre luciendo el mismo; excepto un poquito más viejo en los últimos meses de su vida; y desde luego, esto no era su culpa, él estaba cansado por esos largos ochenta y tres años de vida y trabajo, él trabajó hasta cerca de tres meses antes de su muerte. Yo lo llamaba el Viejo Oso Ruso; él vino de Rusia a Norteamérica en 1916 (nació en 1891) y combatió como un soldado americano en la Primera Guerra Mundial en 1918.
Me acuerdo de la forma cómo él jalaría mis orejas mientras caminábamos en las noches por las calles sombrías y oscuras yendo a la casa de su amigo para mi corte de pelo por setenta y cinco centavos, que era un dólar más barato que en el peluquero, allá por el año 1955.
Los sábados muy temprano, saldríamos rápido de la casa para ir al mercado que estaba en el centro de la ciudad en San Pablo, Minnesota; era una caminata de más de tres kilómetros y para el tiempo en que llegábamos al mercado, yo estaría terminando de despertarme con la neblina del cercano río Mississippi subiendo y alejándose, y moviéndose hacia el norte de la ciudad, pasando por el mercado hacia arriba de la calle Jackson, la calle que bajábamos. Yo lo ayudaría a cargar los comestibles mientras íbamos de una calle a otra haciendo las compras, él solía comprar pollo fresco generalmente en el mercado abierto, pero sólo aquellos a los que él mismo vio al carnicero cortarles la cabeza.
“Date prisa niño” él me diría, moviéndonos de una punto a otro en el mercado, “sigamos yendo, no tenemos todo el día” él refunfuñaría severamente con su voz ronca, “sigue, no estés tonteando, tenemos que trabajar…” él me diría mirando atrás por el rabillo de sus ojos para ver qué estaría yo haciendo, mientras que al mismo tiempo examinaba las coliflores o espárragos, para su guiso ruso.
Luego nos dirigiríamos hacia la calle Wabasha, aproximadamente a cuatro cuadras del mercado, a una carnicería que él por lo general frecuentaba, él iría delante de mí, yo casi tendría que correr para seguirlo. Si él, por algún motivo, se detenía, yo avanzaría delante de él pero él me alcanzaría en un momento. Al cabo de un rato el miraría atrás para ver dónde yo estaba, y al ver que yo estaba sudando bastante él iría más despacio, él pensaría que yo me estaba haciendo y entonces él movería sus ojos diciendo “ustedes chicos no pueden hacer nada en estos días” añadiendo “ociosos como una mula muerta — ¡ahora continúa!”
Nosotros continuaríamos caminando hacia la tienda del carnicero, y mi viejo abuelo nunca sudaría, sólo una mueca, es así como aprendí a hacer muecas, yo creo. Y a cada frase, él diría una o dos groserías, y repetiría una media docena de veces “¡eh, tú continúa!” y entonces llegaríamos allí. Yo miraría atrás hacia el mercado, hacia la calle Jackson, me diría a mi mismo “Va a ser un largo recorrido caminar de regreso”.
Ahora el cogería mi muñeca de nueve años, apretándola fuertemente con sus dedos, luego diría: “Ahora es mejor que tú estés aquí, me oíste, o voy a sacarte esas orejas”
Y yo movería mi cabeza hacia arriba y abajo, como un gesto de obediencia.
A veces encontraría una silla vacía para sentarme y ver a mi abuelo ordenar su carne—apuntando aquí y allá a través de la vitrina de vidrio, era generalmente embutido o res, o trozos grandes de cerdo para las reuniones de los domingos. Él le haría cortar al carnicero partes especiales de lomo o jamón, o un trozo grande de res, sacándole algo de la grasa y cortándolo alrededor de los huesos, si eran costillas, él escogería la mejor parte talvez haciendo que el carnicero cortara las puntas dejando el resto para alguien más; pero al final de todo esto, él tendría que pagar el doble de precio.
Antes de que regresáramos yo estaría sudando a chorros por el calor del verano, si eran pasadas las once de la mañana.
De alguna forma era un gusto estar con mi viejo abuelo, saltar detrás de él y por su costado, y si él me miraba yo sonreiría y caminaría normal, jalando toda esa carne con nuestros brazos y, para el rato en que llegábamos a casa, mis brazos estarían adoloridos como si hubieran sido atados como a un novillo y luego soltados y necesitaba estirarlos. Nunca pensé de esto como una carga, ni siquiera un trabajo, talvez más como una misión en la mañana, una tarea aventurera; me gustaba conocer a las personas y ser presentado como su nieto.
Él empezaría a cocinar el guiso el sábado por la noche y a altas horas de la madrugada él se levantaría y cocinaría un poco más, moviéndolo como por una hora. Si yo estaba despierto, lo miraría durante un rato ir y venir de la cocina a su cuarto, y de su cuarto a la cocina de nuevo, hasta que me quedaba dormido. Yo lo miraba desde el filo de mi cama, mantenía la puerta abierta, una abertura, lo miraría fumando su puro o su pipa mientras se paseaba por la cocina, esperando a que el guiso obtuviera la espesura correcta (entonces volvería a su cama, y se levantaría muy temprano a poner las papas y los tomates en el guiso—y los fideos en la sopa de pollo y los embutidos alrededor del guiso). Siempre sabría cuándo él estaba fumando, éste parecería que dejaba una cola que se filtraba en mi dormitorio y muy frecuentemente éste me despertaría, y a mi me gustaría el olor del guiso, y si él tenía un buen cigarro o tabaco, me gustaría el aroma también. Mi hermano, mi madre y yo vivíamos con él en una especie de clan familiar.
Él por seguro parecía que estaba divirtiéndose—yo me diría a mi mismo al filo de nuestra cama (mi hermano y yo dormíamos en la misma cama grande por unos cuantos años, durante esos días) que él había terminado su trabajo y yo también, un trabajo duro para mi con sudor y toda esa caminata, y para las once de la mañana del día siguiente, el acabaría: pollo y fideos con un guiso ruso y algunos largos eslabones de chorizos. Había pan tostado y todos los miembros familiares venían a su casa, talvez quince o veinte personas cada domingo de cada semana durante todo el año, y eso era un montón de kilos de comida.
Entonces, un día, cuando tenía veintisiete años de edad, en 1974, me detuve para saludar a mi mamá y a mi abuelo, pero él estaba muerto, mi madre me dijo que él había muerto esa tarde. Me senté en el sofá, reuniendo mis pensamientos, estaba perplejo, “le dio derrame cerebral, ellos lo iban a llevar al hospital, pero él estaba muerto cuando la ambulancia vino. Él estaba tirado en el piso cuando volví de mi trabajo”. Mi madre me explicó.
Salí afuera al patio, traté de contener mis lágrimas, estaba enfadado, él estaba terriblemente muerto y yo no podía evitar sentirme enojado.
Y luego un par de los miembros familiares llegaron, me palmearon en los hombros; eran mis tías y tíos, querían mirar alrededor para ver qué cosas podrían encontrar (explorar), ver qué querrían tomar de él, sus cosas personales, sus artículos, todo. Y yo no podía parar de estar enfadado y más enfadado, como loco, porque todos estaban alrededor de la casa tratando de obtener todo lo que podrían obtener antes que la otra persona lo obtuviera. Y luego algunas discusiones empezaron, sobre cuánto dinero él tenía escondido en la casa, y cuándo dinero una de las tías (o hermanas) estaba guardándolo por él antes de que él muriera. Y casi todos llamaron a todos los demás: mentiroso, y empezó una contienda entre algunas hermanas y hermanos—y eran seis o siete de ellos, y esto duraría por algo de veinte años, o más.
Mi hermano y yo fuimos al entierro, estacionamos el carro afuera del cementerio, en la calle y nos sentamos en el carro, no nos unimos a los otros; mientras, los carros parecían formar un tren. Me sequé mis ojos, mi cara con un pañuelo, esperando a que el último carro pasara las puertas.
“Bien, Mike ahora qué, ¿debemos irnos o quedarnos?” dije.
“Lo que quieras” dijo él.
Él me miró, y yo lo miré, “Está bien” él dijo “Vámonos”.
“El viejo abuelo ahora si puede decir un montón de groserías” dije mientras nos alejábamos del cementerio, no podía pensar en nada más que decir en ese momento, pero estaba pensando no obstante, pensando: “¡Cielos! Cuando alguien muere, los carroñeros vienen por seguro como sabuesos tras medio kilo de carne, vienen alrededor como avispones zumbando y listos para picar a cualquiera que se le cruce en el camino, no se pierden nada, ni se olvidan de alguna cosa, nada es dejado de lado, ellos lo cogen todo y lo hacen con rapidez.
Escrito el 4 de Marzo del 2009 (dedicado a Antón Siluk)
Un Tucán Contra Uno
Por la mañana después de desayunar en el comedor del alojamiento, Chick Evens y su esposa Dalila salieron al patio que estaba en el aire libre donde habían tres hamacas; ellos estaban en la selva profunda del Amazonas a más de doscientos kilómetros desde Iquitos, Perú. Era el mes de Marzo del 2001 y era su primer aniversario de bodas.
Él había dormido bien, lucía fresco y saludable, para ser un hombre de edad madura, es decir. Él cogió una revista mientras se dirigía hacia una de esas hamacas colgantes, mirando constantemente alrededor por Pico Grande, el tucán travieso. A pesar de tener éste un pico vistoso y ser un ave que lucía grande y hermoso, era una peste en el mejor de los casos, una amenaza provocadora en el peor de los casos, que había atacado al señor Evens por dos días seguidos, pero era la mascota del alojamiento, una clase de icono; él sabía que el tucán debía quedarse, estar allí; y creo que el tucán también sabía esto.
El tucán, simplemente era uno buscando llamar la atención entre la gente del alojamiento, pero Evens no había asignado nada de su tiempo para el pájaro, ni deseaba complacerlo de ninguna manera, menos con su tiempo; así, evitándolo no le prestaba atención al pájaro, a quien él lo llamaba la Bestia de Pájaro o el Pájaro Bestia: el molestoso.
Este era su tercer día en el alojamiento, él estaría yéndose mañana—volviendo hacia Iquitos y luego a Lima—así él estaba esperando recostarse y disfrutar del resto de la mañana, cuando Pico Grande llegó, otro apodo que Evens le dio a este pájaro de repulsión, sacudiendo sus plumas en la mañana iluminada por el sol acalorado, debajo de la sombra de su hamaca.
El tucán entonces empezó a hacer ruidos debajo de la hamaca; si algo tenían ellos en común, no era esto; esto le molestaba a Evens, incluso más que su presencia normal; aunque la única cosa que tenían en común era el sol, el aire fresco, pero no la vista uno del otro.
“Aquí viene de nuevo, con sus confundidos ruidos extraños” dijo Chick Evens a su esposa Dalila.
El tucán bajó hacia el final de la hamaca y con su largo pico duro y abierto agarró el dedo del pie de Chick, que estaba encima de la hamaca, supongo que era como un platanito para el tucán y no lo soltaba, hasta que Chick intentó golpearlo con su revista doblada, que pasó como a dos centímetros de distancia del pájaro, lo cual animó a la Bestia de Pájaro a jugar más juegos para llamar más la atención, para molestar a Evens, como lo dije, el pájaro sabía que estaba en su casa, y Evens, bueno, para el pájaro él era otro don nadie de algún lugar que nadie conocía, visitando sus dominios.
Muchas caras miraron a Evens, aproximadamente a diez metros de distancia, gente jugando damas, leyendo libros y teniendo conversaciones sueltas, ellos le dieron una mirada de “debería darte vergüenza”.
“Shoo” gritó Evens, pero el pájaro insistía en estar.
Las plumas en el cuello del pájaro, se pararon ahora; esto era guerra, o al menos una batalla a llevarse a cabo.
El tucán dio la vuelta hacia la mano de Evens, él la tenía colgada en la hamaca, moviéndola; cuando el pájaro vino a morderle, Evens agarró su pico y sacudió al pájaro y éste lo soltó, la gente ahora se había vuelto para mirar al americano que le estaba dando una paliza al pobre e indefenso tucán, pero Evens no prestó atención, sus pensamientos estaban en el ave, talvez victoria o mejor, venganza; pero con toda honestidad, era por desesperación, él sólo quería ser dejado en paz.
El pájaro estaba ahora más molesto que un avispón y atacó al señor Evens tratando de volar y alcanzarlo con su pico medio abierto, pero las plumas de sus alas habían sido recortadas y éste no podía alzar vuelo, cada vez que lo intentaba caía; en su último intento el señor Evens le dio al pájaro un ligero golpe, lo que detuvo su ataque, Evens lo tomó esto como un triunfo, por el momento. Pero los espectadores estaban empezando a sentirse inquietos, curiosos.
Por varios minutos el pájaro rodeó bajo la hamaca, concibiendo su nuevo plan de ataque o marcha atrás.
“¿Ya terminaron con su pelea, tú y el pájaro?” preguntó Dalila.
“Muy chistoso” respondió su esposo, “qué pena que éste no se acerque allí a visitarte”.
Evens ahora estaba hablándole al pájaro, como si éste fuera un sordo, o un niño, “lee mis labios”, le decía, “vete, déjame en paz”.
“Tú simplemente no deberías prestarle atención al pájaro, y él se irá, sé amable con el pájaro y él se ira a visitar a otras personas” dijo Dalila.
“Estoy cansado de ser amable con este Pájaro Bestia; no quiero ser amable; quiero que éste salga fuera de mi vida”.
“No hables así, si la gente te oye nos van a votar de aquí”, dijo Dalila añadiendo “él no te va a comer”.
“Traté duro de ser su amigo; llegué a la conclusión que ningún americano puede hacer feliz a un tucán peruano, no importa qué”
“No” dijo Dalila, “tú tienes que ser más paciente como nosotros los peruanos”.
Escrito el 13 de Febrero del 2009. Dedicado a Rosa
La Zanahoria Grande
[Calle Cayuga # 186, San Pablo, Minnesota: 1958]
Ernesto Brandt, quien fue el enamorado de mi madre por cerca de cuarenta años, descubrió mi secreto cuando yo tenía once años de edad, allá en el verano de 1958 en San Pablo, Minnesota, Estados Unidos. Él tenía cerca de medio acre de terreno en la ciudad y un jardín grande y él me había dado una pequeña sección de este para plantar zanahorias.
Bueno, yo estaba muy agradecido y por eso traté de imitarlo plantando mis semillas en varias filas, no tan cerca uno del otro y no tan separadas tampoco, y yo le sacaba la mala hierba, regaba el trozo del jardín, etc.; mas mis zanahorias no crecían como las de él, pero mi envidia sí.
Bien, vivíamos uno cerca del otro; con un terreno vacío que separaba las casas. En todo caso, no era una larga caminata hacia su jardín; sólo un corto recorrido a través del campo y un simple salto sobre su cerco.
Por eso era que cada cierto tiempo iba a revisar mi jardín para ver cómo iban mis zanahorias y ellas no estaban muy bien, no comparadas con las de él, en todo caso. Así que, este día de verano en 1958, mi madre justo había bajado a visitarlo (él la podía ver caminando hacia su casa) y por eso yo sabía que él no volvería al jardín por el resto de la tarde. Ellos se turnaban yendo a la casa del otro, pero mientras el tiempo pasaba y yo crecía, parecía que ella prefería ir a la casa de él, talvez debido a mi abuelo y a su mal carácter.
En todo caso, Ernesto entró en su casa, y yo me quedé mirando a su jardín, comparándolo con el mío, ya que ellos estaban uno al lado del otro, y él tenía muchos vegetales creciendo en su jardín, pero de alguna forma yo estaba más interesado en ver cómo sus zanahorias iban creciendo. La parte de arriba de sus zanahorias eran tan redondas como mis muñecas, mientras que las mías eran tan redondas como mi pulgar; esto no era justo, no por ningún medio, eso yo sentía, y la envidia se apoderó de mi, como mi sombra.
Consecuentemente, miré aquí y allá, más que nada hacia la puerta de atrás que conducía afuera a una plataforma de madera, una especie de terraza abierta, para ver si Erni estaba viniendo, y él no lo estaba. Cuidadosamente escarbe alrededor de una de sus zanahorias grandes, y la jalé, de la fila trasera del cerco. Pensé que seguramente él no notaría esta simple zanahoria grande entre muchas otras. Luego rellené el hueco con tierra, así él no sabría que alguien le había jugado un acto sucio (pero la vida no siempre es tan dulce y simple, es: lo que va, viene y regresa, y cuando esto sucede a menudo choca directo en ti)
Entonces el hecho estaba dado y volví a casa a ver televisión con mi abuelo—escondí unas cuantas manzanas por el lado del sofá, como usualmente lo hacía para que mi abuelo no las viera, porque él se sentaba al frente de mi, mirándome como un halcón como siempre, y viendo una película del oeste como frecuentemente él lo hacía, y cuando él miraba a mi fruta decía “¡cuándo vas a parar de comer!” su pipa casi la mitad afuera de su boca, como si se iba a caer al piso en cualquier momento, él la ponía sobre el cenicero medio encendida quemándose lentamente, y se sentaba en su sofá centrándose en su película del oeste de nuevo
En consecuencia yo escondía el resto de mi fruta, y él pensaba que yo estaba comiendo mi primera manzana o naranja todo el tiempo, y no descubría mi pequeña estratagema hasta que yo fuera lo suficientemente valiente para levantarme y salir a la cocina a abrir el refrigerador ruidoso, y quién podría ocultar aquella charada, aunque sería mi quinta o sexta fruta.
En todo caso, alrededor de las 9:30 de la noche, mi madre vino con Erni, él siempre la acompañaba de regreso a casa, y ellos estaban en la cocina. Mi madre me pidió que fuera a la cocina por unos minutos. Cada vez que ella me pedía esto yo sabía que estaba en problemas. Y estaba en problemas, y fui a la cocina. Erni estaba allí con una zanahoria grande en sus manos, por un momento pensé que eran sólo algunos vegetales de su jardín, ya que él frecuentemente traía algunos a la casa para mi abuelo o mi madre, y él dijo:
“¿Te parece esto familiar?”
“No” le dije, “porqué” (pero por supuesto que este me parecía muy familiar)
“Creo que sí lo es” dijo mi madre, con unos ojos de halcón que me traspasaban.
“Bueno” ella dijo, “Erni encontró esto en tu jardín y por alguna rara razón parecía que esta no pertenecía allí con todas tus pequeñas zanahorias”.
Yo lo había replantado, pensando cuán orgulloso estaría de mostrarlo más adelante.
“Si” dije (sabía que no podía escaparme) añadiendo “Yo, yo no pensé que sacando una zanahoria importaría, quiero decir que tú tienes todas esas zanahorias grandes, mientras que yo sólo tengo unas pequeñas”
Talvez era un poco de lógica a mi afirmación, pero por seguro no era una justificación por el robo y supongo que esto era en realidad. Ahora que recuerdo, creo que ellos estaban tratando de aguantarse la risa por lo gracioso de la situación, pero era un robo nada menos y tenía que ser tratado como tal. Pequeños pecados blancos, distorsiones, o supresiones, todos ellos suman después de un tiempo y se convierten en enormes pecados blancos, y luego quién sabe a dónde podrían ir, o conducir, y yo estoy seguro que eso era lo que mi madre estaba pensando. Pero nunca me hubiera convertido en un ladrón, siempre fui descubierto, es decir las pocas veces que traté de salirme con algo.
“¿No te parecía obvio que este resaltaría?” me preguntó mi madre (creo que mi envidia me cegó). Simplemente yo encogí mis hombros, no estaba pensando razonablemente.
Parecía un poco preocupado por haber sido descubierto; creo que estaba más arrepentido por haber sido descubierto y menos arrepentido por haber cogido la zanahoria; en todo caso, dije: “nunca lo pensé así.” Y esa era la verdad.
Escrito en San Pablo, Minnesota el 24 de febrero del 2005. Revisado en marzo del 2009.
(Una historia de Chick Evens)
Ahora que miro al pasado, supongo que podría decir que mi abuelo no fue hecho para lucir joven, era una de esas personas que nunca envejecen—a mi me pareció, toda mi vida, durante los veintisiete años que lo conocí—él estaba viejo desde el primer día que lo vi, siempre luciendo el mismo; excepto un poquito más viejo en los últimos meses de su vida; y desde luego, esto no era su culpa, él estaba cansado por esos largos ochenta y tres años de vida y trabajo, él trabajó hasta cerca de tres meses antes de su muerte. Yo lo llamaba el Viejo Oso Ruso; él vino de Rusia a Norteamérica en 1916 (nació en 1891) y combatió como un soldado americano en la Primera Guerra Mundial en 1918.
Me acuerdo de la forma cómo él jalaría mis orejas mientras caminábamos en las noches por las calles sombrías y oscuras yendo a la casa de su amigo para mi corte de pelo por setenta y cinco centavos, que era un dólar más barato que en el peluquero, allá por el año 1955.
Los sábados muy temprano, saldríamos rápido de la casa para ir al mercado que estaba en el centro de la ciudad en San Pablo, Minnesota; era una caminata de más de tres kilómetros y para el tiempo en que llegábamos al mercado, yo estaría terminando de despertarme con la neblina del cercano río Mississippi subiendo y alejándose, y moviéndose hacia el norte de la ciudad, pasando por el mercado hacia arriba de la calle Jackson, la calle que bajábamos. Yo lo ayudaría a cargar los comestibles mientras íbamos de una calle a otra haciendo las compras, él solía comprar pollo fresco generalmente en el mercado abierto, pero sólo aquellos a los que él mismo vio al carnicero cortarles la cabeza.
“Date prisa niño” él me diría, moviéndonos de una punto a otro en el mercado, “sigamos yendo, no tenemos todo el día” él refunfuñaría severamente con su voz ronca, “sigue, no estés tonteando, tenemos que trabajar…” él me diría mirando atrás por el rabillo de sus ojos para ver qué estaría yo haciendo, mientras que al mismo tiempo examinaba las coliflores o espárragos, para su guiso ruso.
Luego nos dirigiríamos hacia la calle Wabasha, aproximadamente a cuatro cuadras del mercado, a una carnicería que él por lo general frecuentaba, él iría delante de mí, yo casi tendría que correr para seguirlo. Si él, por algún motivo, se detenía, yo avanzaría delante de él pero él me alcanzaría en un momento. Al cabo de un rato el miraría atrás para ver dónde yo estaba, y al ver que yo estaba sudando bastante él iría más despacio, él pensaría que yo me estaba haciendo y entonces él movería sus ojos diciendo “ustedes chicos no pueden hacer nada en estos días” añadiendo “ociosos como una mula muerta — ¡ahora continúa!”
Nosotros continuaríamos caminando hacia la tienda del carnicero, y mi viejo abuelo nunca sudaría, sólo una mueca, es así como aprendí a hacer muecas, yo creo. Y a cada frase, él diría una o dos groserías, y repetiría una media docena de veces “¡eh, tú continúa!” y entonces llegaríamos allí. Yo miraría atrás hacia el mercado, hacia la calle Jackson, me diría a mi mismo “Va a ser un largo recorrido caminar de regreso”.
Ahora el cogería mi muñeca de nueve años, apretándola fuertemente con sus dedos, luego diría: “Ahora es mejor que tú estés aquí, me oíste, o voy a sacarte esas orejas”
Y yo movería mi cabeza hacia arriba y abajo, como un gesto de obediencia.
A veces encontraría una silla vacía para sentarme y ver a mi abuelo ordenar su carne—apuntando aquí y allá a través de la vitrina de vidrio, era generalmente embutido o res, o trozos grandes de cerdo para las reuniones de los domingos. Él le haría cortar al carnicero partes especiales de lomo o jamón, o un trozo grande de res, sacándole algo de la grasa y cortándolo alrededor de los huesos, si eran costillas, él escogería la mejor parte talvez haciendo que el carnicero cortara las puntas dejando el resto para alguien más; pero al final de todo esto, él tendría que pagar el doble de precio.
Antes de que regresáramos yo estaría sudando a chorros por el calor del verano, si eran pasadas las once de la mañana.
De alguna forma era un gusto estar con mi viejo abuelo, saltar detrás de él y por su costado, y si él me miraba yo sonreiría y caminaría normal, jalando toda esa carne con nuestros brazos y, para el rato en que llegábamos a casa, mis brazos estarían adoloridos como si hubieran sido atados como a un novillo y luego soltados y necesitaba estirarlos. Nunca pensé de esto como una carga, ni siquiera un trabajo, talvez más como una misión en la mañana, una tarea aventurera; me gustaba conocer a las personas y ser presentado como su nieto.
Él empezaría a cocinar el guiso el sábado por la noche y a altas horas de la madrugada él se levantaría y cocinaría un poco más, moviéndolo como por una hora. Si yo estaba despierto, lo miraría durante un rato ir y venir de la cocina a su cuarto, y de su cuarto a la cocina de nuevo, hasta que me quedaba dormido. Yo lo miraba desde el filo de mi cama, mantenía la puerta abierta, una abertura, lo miraría fumando su puro o su pipa mientras se paseaba por la cocina, esperando a que el guiso obtuviera la espesura correcta (entonces volvería a su cama, y se levantaría muy temprano a poner las papas y los tomates en el guiso—y los fideos en la sopa de pollo y los embutidos alrededor del guiso). Siempre sabría cuándo él estaba fumando, éste parecería que dejaba una cola que se filtraba en mi dormitorio y muy frecuentemente éste me despertaría, y a mi me gustaría el olor del guiso, y si él tenía un buen cigarro o tabaco, me gustaría el aroma también. Mi hermano, mi madre y yo vivíamos con él en una especie de clan familiar.
Él por seguro parecía que estaba divirtiéndose—yo me diría a mi mismo al filo de nuestra cama (mi hermano y yo dormíamos en la misma cama grande por unos cuantos años, durante esos días) que él había terminado su trabajo y yo también, un trabajo duro para mi con sudor y toda esa caminata, y para las once de la mañana del día siguiente, el acabaría: pollo y fideos con un guiso ruso y algunos largos eslabones de chorizos. Había pan tostado y todos los miembros familiares venían a su casa, talvez quince o veinte personas cada domingo de cada semana durante todo el año, y eso era un montón de kilos de comida.
Entonces, un día, cuando tenía veintisiete años de edad, en 1974, me detuve para saludar a mi mamá y a mi abuelo, pero él estaba muerto, mi madre me dijo que él había muerto esa tarde. Me senté en el sofá, reuniendo mis pensamientos, estaba perplejo, “le dio derrame cerebral, ellos lo iban a llevar al hospital, pero él estaba muerto cuando la ambulancia vino. Él estaba tirado en el piso cuando volví de mi trabajo”. Mi madre me explicó.
Salí afuera al patio, traté de contener mis lágrimas, estaba enfadado, él estaba terriblemente muerto y yo no podía evitar sentirme enojado.
Y luego un par de los miembros familiares llegaron, me palmearon en los hombros; eran mis tías y tíos, querían mirar alrededor para ver qué cosas podrían encontrar (explorar), ver qué querrían tomar de él, sus cosas personales, sus artículos, todo. Y yo no podía parar de estar enfadado y más enfadado, como loco, porque todos estaban alrededor de la casa tratando de obtener todo lo que podrían obtener antes que la otra persona lo obtuviera. Y luego algunas discusiones empezaron, sobre cuánto dinero él tenía escondido en la casa, y cuándo dinero una de las tías (o hermanas) estaba guardándolo por él antes de que él muriera. Y casi todos llamaron a todos los demás: mentiroso, y empezó una contienda entre algunas hermanas y hermanos—y eran seis o siete de ellos, y esto duraría por algo de veinte años, o más.
Mi hermano y yo fuimos al entierro, estacionamos el carro afuera del cementerio, en la calle y nos sentamos en el carro, no nos unimos a los otros; mientras, los carros parecían formar un tren. Me sequé mis ojos, mi cara con un pañuelo, esperando a que el último carro pasara las puertas.
“Bien, Mike ahora qué, ¿debemos irnos o quedarnos?” dije.
“Lo que quieras” dijo él.
Él me miró, y yo lo miré, “Está bien” él dijo “Vámonos”.
“El viejo abuelo ahora si puede decir un montón de groserías” dije mientras nos alejábamos del cementerio, no podía pensar en nada más que decir en ese momento, pero estaba pensando no obstante, pensando: “¡Cielos! Cuando alguien muere, los carroñeros vienen por seguro como sabuesos tras medio kilo de carne, vienen alrededor como avispones zumbando y listos para picar a cualquiera que se le cruce en el camino, no se pierden nada, ni se olvidan de alguna cosa, nada es dejado de lado, ellos lo cogen todo y lo hacen con rapidez.
Escrito el 4 de Marzo del 2009 (dedicado a Antón Siluk)
Un Tucán Contra Uno
Por la mañana después de desayunar en el comedor del alojamiento, Chick Evens y su esposa Dalila salieron al patio que estaba en el aire libre donde habían tres hamacas; ellos estaban en la selva profunda del Amazonas a más de doscientos kilómetros desde Iquitos, Perú. Era el mes de Marzo del 2001 y era su primer aniversario de bodas.
Él había dormido bien, lucía fresco y saludable, para ser un hombre de edad madura, es decir. Él cogió una revista mientras se dirigía hacia una de esas hamacas colgantes, mirando constantemente alrededor por Pico Grande, el tucán travieso. A pesar de tener éste un pico vistoso y ser un ave que lucía grande y hermoso, era una peste en el mejor de los casos, una amenaza provocadora en el peor de los casos, que había atacado al señor Evens por dos días seguidos, pero era la mascota del alojamiento, una clase de icono; él sabía que el tucán debía quedarse, estar allí; y creo que el tucán también sabía esto.
El tucán, simplemente era uno buscando llamar la atención entre la gente del alojamiento, pero Evens no había asignado nada de su tiempo para el pájaro, ni deseaba complacerlo de ninguna manera, menos con su tiempo; así, evitándolo no le prestaba atención al pájaro, a quien él lo llamaba la Bestia de Pájaro o el Pájaro Bestia: el molestoso.
Este era su tercer día en el alojamiento, él estaría yéndose mañana—volviendo hacia Iquitos y luego a Lima—así él estaba esperando recostarse y disfrutar del resto de la mañana, cuando Pico Grande llegó, otro apodo que Evens le dio a este pájaro de repulsión, sacudiendo sus plumas en la mañana iluminada por el sol acalorado, debajo de la sombra de su hamaca.
El tucán entonces empezó a hacer ruidos debajo de la hamaca; si algo tenían ellos en común, no era esto; esto le molestaba a Evens, incluso más que su presencia normal; aunque la única cosa que tenían en común era el sol, el aire fresco, pero no la vista uno del otro.
“Aquí viene de nuevo, con sus confundidos ruidos extraños” dijo Chick Evens a su esposa Dalila.
El tucán bajó hacia el final de la hamaca y con su largo pico duro y abierto agarró el dedo del pie de Chick, que estaba encima de la hamaca, supongo que era como un platanito para el tucán y no lo soltaba, hasta que Chick intentó golpearlo con su revista doblada, que pasó como a dos centímetros de distancia del pájaro, lo cual animó a la Bestia de Pájaro a jugar más juegos para llamar más la atención, para molestar a Evens, como lo dije, el pájaro sabía que estaba en su casa, y Evens, bueno, para el pájaro él era otro don nadie de algún lugar que nadie conocía, visitando sus dominios.
Muchas caras miraron a Evens, aproximadamente a diez metros de distancia, gente jugando damas, leyendo libros y teniendo conversaciones sueltas, ellos le dieron una mirada de “debería darte vergüenza”.
“Shoo” gritó Evens, pero el pájaro insistía en estar.
Las plumas en el cuello del pájaro, se pararon ahora; esto era guerra, o al menos una batalla a llevarse a cabo.
El tucán dio la vuelta hacia la mano de Evens, él la tenía colgada en la hamaca, moviéndola; cuando el pájaro vino a morderle, Evens agarró su pico y sacudió al pájaro y éste lo soltó, la gente ahora se había vuelto para mirar al americano que le estaba dando una paliza al pobre e indefenso tucán, pero Evens no prestó atención, sus pensamientos estaban en el ave, talvez victoria o mejor, venganza; pero con toda honestidad, era por desesperación, él sólo quería ser dejado en paz.
El pájaro estaba ahora más molesto que un avispón y atacó al señor Evens tratando de volar y alcanzarlo con su pico medio abierto, pero las plumas de sus alas habían sido recortadas y éste no podía alzar vuelo, cada vez que lo intentaba caía; en su último intento el señor Evens le dio al pájaro un ligero golpe, lo que detuvo su ataque, Evens lo tomó esto como un triunfo, por el momento. Pero los espectadores estaban empezando a sentirse inquietos, curiosos.
Por varios minutos el pájaro rodeó bajo la hamaca, concibiendo su nuevo plan de ataque o marcha atrás.
“¿Ya terminaron con su pelea, tú y el pájaro?” preguntó Dalila.
“Muy chistoso” respondió su esposo, “qué pena que éste no se acerque allí a visitarte”.
Evens ahora estaba hablándole al pájaro, como si éste fuera un sordo, o un niño, “lee mis labios”, le decía, “vete, déjame en paz”.
“Tú simplemente no deberías prestarle atención al pájaro, y él se irá, sé amable con el pájaro y él se ira a visitar a otras personas” dijo Dalila.
“Estoy cansado de ser amable con este Pájaro Bestia; no quiero ser amable; quiero que éste salga fuera de mi vida”.
“No hables así, si la gente te oye nos van a votar de aquí”, dijo Dalila añadiendo “él no te va a comer”.
“Traté duro de ser su amigo; llegué a la conclusión que ningún americano puede hacer feliz a un tucán peruano, no importa qué”
“No” dijo Dalila, “tú tienes que ser más paciente como nosotros los peruanos”.
Escrito el 13 de Febrero del 2009. Dedicado a Rosa
La Zanahoria Grande
[Calle Cayuga # 186, San Pablo, Minnesota: 1958]
Ernesto Brandt, quien fue el enamorado de mi madre por cerca de cuarenta años, descubrió mi secreto cuando yo tenía once años de edad, allá en el verano de 1958 en San Pablo, Minnesota, Estados Unidos. Él tenía cerca de medio acre de terreno en la ciudad y un jardín grande y él me había dado una pequeña sección de este para plantar zanahorias.
Bueno, yo estaba muy agradecido y por eso traté de imitarlo plantando mis semillas en varias filas, no tan cerca uno del otro y no tan separadas tampoco, y yo le sacaba la mala hierba, regaba el trozo del jardín, etc.; mas mis zanahorias no crecían como las de él, pero mi envidia sí.
Bien, vivíamos uno cerca del otro; con un terreno vacío que separaba las casas. En todo caso, no era una larga caminata hacia su jardín; sólo un corto recorrido a través del campo y un simple salto sobre su cerco.
Por eso era que cada cierto tiempo iba a revisar mi jardín para ver cómo iban mis zanahorias y ellas no estaban muy bien, no comparadas con las de él, en todo caso. Así que, este día de verano en 1958, mi madre justo había bajado a visitarlo (él la podía ver caminando hacia su casa) y por eso yo sabía que él no volvería al jardín por el resto de la tarde. Ellos se turnaban yendo a la casa del otro, pero mientras el tiempo pasaba y yo crecía, parecía que ella prefería ir a la casa de él, talvez debido a mi abuelo y a su mal carácter.
En todo caso, Ernesto entró en su casa, y yo me quedé mirando a su jardín, comparándolo con el mío, ya que ellos estaban uno al lado del otro, y él tenía muchos vegetales creciendo en su jardín, pero de alguna forma yo estaba más interesado en ver cómo sus zanahorias iban creciendo. La parte de arriba de sus zanahorias eran tan redondas como mis muñecas, mientras que las mías eran tan redondas como mi pulgar; esto no era justo, no por ningún medio, eso yo sentía, y la envidia se apoderó de mi, como mi sombra.
Consecuentemente, miré aquí y allá, más que nada hacia la puerta de atrás que conducía afuera a una plataforma de madera, una especie de terraza abierta, para ver si Erni estaba viniendo, y él no lo estaba. Cuidadosamente escarbe alrededor de una de sus zanahorias grandes, y la jalé, de la fila trasera del cerco. Pensé que seguramente él no notaría esta simple zanahoria grande entre muchas otras. Luego rellené el hueco con tierra, así él no sabría que alguien le había jugado un acto sucio (pero la vida no siempre es tan dulce y simple, es: lo que va, viene y regresa, y cuando esto sucede a menudo choca directo en ti)
Entonces el hecho estaba dado y volví a casa a ver televisión con mi abuelo—escondí unas cuantas manzanas por el lado del sofá, como usualmente lo hacía para que mi abuelo no las viera, porque él se sentaba al frente de mi, mirándome como un halcón como siempre, y viendo una película del oeste como frecuentemente él lo hacía, y cuando él miraba a mi fruta decía “¡cuándo vas a parar de comer!” su pipa casi la mitad afuera de su boca, como si se iba a caer al piso en cualquier momento, él la ponía sobre el cenicero medio encendida quemándose lentamente, y se sentaba en su sofá centrándose en su película del oeste de nuevo
En consecuencia yo escondía el resto de mi fruta, y él pensaba que yo estaba comiendo mi primera manzana o naranja todo el tiempo, y no descubría mi pequeña estratagema hasta que yo fuera lo suficientemente valiente para levantarme y salir a la cocina a abrir el refrigerador ruidoso, y quién podría ocultar aquella charada, aunque sería mi quinta o sexta fruta.
En todo caso, alrededor de las 9:30 de la noche, mi madre vino con Erni, él siempre la acompañaba de regreso a casa, y ellos estaban en la cocina. Mi madre me pidió que fuera a la cocina por unos minutos. Cada vez que ella me pedía esto yo sabía que estaba en problemas. Y estaba en problemas, y fui a la cocina. Erni estaba allí con una zanahoria grande en sus manos, por un momento pensé que eran sólo algunos vegetales de su jardín, ya que él frecuentemente traía algunos a la casa para mi abuelo o mi madre, y él dijo:
“¿Te parece esto familiar?”
“No” le dije, “porqué” (pero por supuesto que este me parecía muy familiar)
“Creo que sí lo es” dijo mi madre, con unos ojos de halcón que me traspasaban.
“Bueno” ella dijo, “Erni encontró esto en tu jardín y por alguna rara razón parecía que esta no pertenecía allí con todas tus pequeñas zanahorias”.
Yo lo había replantado, pensando cuán orgulloso estaría de mostrarlo más adelante.
“Si” dije (sabía que no podía escaparme) añadiendo “Yo, yo no pensé que sacando una zanahoria importaría, quiero decir que tú tienes todas esas zanahorias grandes, mientras que yo sólo tengo unas pequeñas”
Talvez era un poco de lógica a mi afirmación, pero por seguro no era una justificación por el robo y supongo que esto era en realidad. Ahora que recuerdo, creo que ellos estaban tratando de aguantarse la risa por lo gracioso de la situación, pero era un robo nada menos y tenía que ser tratado como tal. Pequeños pecados blancos, distorsiones, o supresiones, todos ellos suman después de un tiempo y se convierten en enormes pecados blancos, y luego quién sabe a dónde podrían ir, o conducir, y yo estoy seguro que eso era lo que mi madre estaba pensando. Pero nunca me hubiera convertido en un ladrón, siempre fui descubierto, es decir las pocas veces que traté de salirme con algo.
“¿No te parecía obvio que este resaltaría?” me preguntó mi madre (creo que mi envidia me cegó). Simplemente yo encogí mis hombros, no estaba pensando razonablemente.
Parecía un poco preocupado por haber sido descubierto; creo que estaba más arrepentido por haber sido descubierto y menos arrepentido por haber cogido la zanahoria; en todo caso, dije: “nunca lo pensé así.” Y esa era la verdad.
Escrito en San Pablo, Minnesota el 24 de febrero del 2005. Revisado en marzo del 2009.
Cataratas “La Resistencia” de Satipo y
¡Terror en Extremidad!
Mi nombre es Chick Evens. Estuve visitando la ciudad de Satipo, en la Selva Central de Peru, en Julio del 2009, con dos miembros familiares y nuestro chofer Aarón, y no pude resistir de estar interesado en las muchas cataratas que la Selva de Satipo tiene para ofrecer; tuve el gran deseo de observarlas, y con mi cuñado David, mi esposa Rosa, y nuestro chofer Aarón, a quien le pagué setenta soles para que nos llevara a ver dos de las muchas cataratas, la última siendo “La Resistencia”, partimos. Tengo el hábito—como mi esposa ya lo sabe—de tomar algunos de los más locos sino fenómenos viajes en el mundo; y cuando ahora pienso en esto, me parece que ocurrió un millón de milagros de que todavía esté vivo.
Espero poder recordar esta aventura en su más sincera forma, y poner esto en un momento narrativo equilibrado; es por todos los medios, extraordinario para mí.
Mientras me desvestía para ponerme mi ropa de baño, dentro de una especie de cabaña de bambú abierta, estuve muy asombrado de ver una avispa enorme bajando por la viga de madera, como si la hubiera despertado y hubiera estado explorando para ver quién estaba allí, no sabiendo exactamente qué estaba intentando yo hacer. Yo pensé que ésta era una avispa sola, merodeando, sin embargo supuse que no estaba sola; y, efectivamente, no lo estaba, vi a una segunda avispa. Yo estaba un poco cansado por la larga caminata por la ladera de las cataratas, era una tarde soleada muy buena, y estaba determinado a ir bajo la catarata que parecía fría como el hielo, e ir a jugar en su torrente; era mediados del mes de julio.
Me agaché un poco, hacia mis pies, no obstante, con una especie de estremecimiento, y me saqué una de mis pesadas sandalias, y tan cansado como estaba, no estaba listo para lo que iba a tomar lugar.
Miré ahora a las dos avispas gigantes, y a las esquinas oscuras de esta cabaña de bambú decadente—Aarón, David y Rosa, esperaban afuera de la cabaña, como si sosteniendo firme el timón del barco—luego dije severamente: “voy a matar a dos avispas” volviendo mis ojos hacia ellos, y todos los tres estaban con ojos grandes muy agitados—porque ellos ya habían visto el panal de las avispas, en la esquina de la cabaña, pero yo no. Pero mientras ponía mi mano en marcha para pulverizar a las dos avispas—debido a la luz del sol mi cara estaba visiblemente más pálida que cualquier nube blanca y yo agité mi mano tan excesivamente que apenas pude retener mi sandalia—descubrí que algo había estaba yendo mal…
Volviendo mis ojos hacia los tres parados afuera de la cabaña, su una vez supuesta despreocupada apariencia se tornó seriamente alarmada. Mi esposa gritó “¡No! ¡No! ¡No las mates…!” Ahora todas las tres caras estaban mirándome. No había viento y el sol se había intensificado repentinamente, mientras que yo—fuera de un impulso automático—golpeé con la planta de mis sandalias a las dos avispas, matándolas insensiblemente. Sus cuerpos se movieron. Ahora había un feo ruido como zumbido dentro de la colmena, no esperaba tan indescriptible sentimiento de pavor. Miré de nuevo a la colmena, mis rodillas temblaron juntas tan violentamente que apenas podía pararme.
Ahora definitivamente asustada, mi esposa dijo: ¡Qué hiciste!
“¿Cuál es el problema?” pregunté, no sabiendo que esta clase de avispas tiene una memoria imperdonable, y que atacarían y esperarían el día entero por su presa, si era necesario.
“¿N…n…no lo sabes? Sal de la cabaña, ellas te matarán”, gritó Rosa, y corrió hacia la puerta y me jaló desesperadamente, con ojos vidriosos. De alguna forma yo estaba imitando una apariencia externa de uno que está en perfecta posesión de sus sentidos, pero debí haber estado cerca a un estado de shock, y corrimos hacia las cataratas, debajo de ésta mientras las avispas ponían junto su plan de ataque.
Es apenas posible imaginar la extremidad de nuestro terror, estando ahora bajo los torrentes de la catarata. Y ahora yo estaba saliendo de mi momento de polarización.
“Hay un pozo de más de un metro de profundidad debajo de la catarata” dijo David (que conocía la selva mucho más que mi esposa y yo), “y necesitamos zambullirnos y seguir la corriente bajo el agua, buceando, ésta nos llevará a un pequeño río”.
Sin embargo, con buena suerte, nos mantuvimos firmes y gradualmente recobramos algún grado de calma y así nuestras mentes procedieron, y uno a uno nos zambullimos en lo profundo del pozo que la catarata había creado, para hacer nuestro escape, nuestros corazones cada vez más temerosos mientras las avispas ahora rodeaban la catarata. Y cuando más adelante salimos del agua, el agua nos cegaba, y yo estaba completamente en shock sobre este encuentro, sentía en cada extremidad una sensación de debilidad, como lo hubiera esperado; las avispas volaban arriba, buscándonos. Todos nosotros ahora, por supuesto, empapados con agua nos dirigimos hacia el carro que estaba muy cerca, a nuestra más grande libertad, y todos corrimos a nuestro escape final, las avispas ahora se reunían cerca al carro, pero nosotros ya no estábamos en un peligro inminente. Mientras miré atrás, noté repentinamente un ruido fuerte, y un enjambre enorme de avispas, miles de avispas demoníacas en nuestra senda, como si pronto iban a saturar la total atmósfera.
Nro. 443. Escrito en Huancayo, Perú, inspirado en mi esposa Rosa, en referencia a nuestro viaje a Satipo, en la Selva Central de Perú, en Julio del 2009.
Un Temor y un Sueño
Una Historia de Inspiración y Determinación
((Campeonato Regional de Natación) (en cinco partes))
Una Historia basada en hechos reales, usando el nombre verdadero de la persona…
Parte Uno
La Oficina de Correos
(Invierno del 2002)
(San Pablo, Minnesota, Estados Unidos de Norteamérica) Aquellos que la vieron descender del camión grande de la Oficina de Correos, en la Calle 4 por el río Mississippi, en el centro de la ciudad, aquella mañana fría del 22 de diciembre, vieron a una mujer baja de estatura (1.50 m.) un poco agarrotada por el frío, con una cara bronceada y una bonita sonrisa que se estiraba a cada lado de su boca, y con cabellos castaño oscuro, que parecían más bien negro, ella era peruana.
“Una pequeña chofer decidida” alguien, del grupo parado afuera de la oficina de correos, dijo, quienes estaban comiendo sus almuerzos, o fumando cigarrillos. Ellos estaban comentando sobre su estatura y su decisión a manejar ese camión grande, que generalmente lo manejaban los hombres; ella era una empleada de la oficina de correos, y había aprendido a manejar sólo un año antes, a la edad madura de cuarenta y tres años. Los hombres que nunca la habían visto antes—siendo éste su primer mes de trabajo—pensaron que había algo erróneo con sus ojos, debido a tanta gente, hombres y mujeres también, en el estado de Minnesota manejando los camiones de la oficina de correos. Así ellos la vieron, murmurando, con ojos nerviosos, aunque con atención, la vieron ocuparse de su trabajo, mientras desaparecía en el asiento grande de su camión, con un cojín detrás de ella para soportar su espalda y empujarla quince centímetros adelante, y otro cojín grande en su asiento para levantarla hacia el timón, habiendo arreglado el asiento para permitir que sus pequeños pies alcanzaran los pedales. Y después ellos se fueron a trabajar, y talvez pensaron un poquito más sobre esto, sabiendo que la verían a ella alrededor.
Y aquellos que vieron a esta pequeña mujer en la oficina de correos, manejando esos camiones grandes un año atrás, la vieron como una de las principales cajeras, un trabajo que requería de seis años de experiencia en la oficina de correos—no uno, además, de grandes habilidades en matemáticas y habilidades en tratar con el público, un trabajo que requería de una persona bilingüe, aunque no un requisito (ella era una de las pocas, muy pocas, que llenaban esos prerrequisitos necesarios). Ella movería grandes paquetes de correspondencia, jalándolos de aquí para allá cuanto no estaba trabajando como cajera, y en muy poco tiempo, fue ascendida, y recibió por respuesta la mirada amarga de sus compañeros, que ella no lo esperaba, pero la envidia y los celos, penetraban muy profundo, especialmente en el indolente; pero para aquellos que miraban amargados, con envidia y quejándose—los jefes los tranquilizaron muy rápidamente, poniéndolos a ellos en una categoría de segunda clase, diciéndoles que las habilidades de ella eran muy superiores a las de ellos. Esto hizo que las cosas estuvieran bien; la victoria se había cumplido dos veces en esta no americana, en el corazón de Norteamérica, quien estaba trabajando con un permiso de trabajo, casada con un americano; ella había cumplido con todos los requisitos para ser una ciudadana americana, y quien (en el año 2004) a la edad de cuarenta y cinco años empezaría un deporte que cambiaría su vida (que sacaría sus temores y los reemplazaría con un sueño), ella sería llamada por muchos—en secreto, durante aquellos días—“Un florecer tardío”.
Parte Dos
Un Viaje a Minnesota
(Enero de 1998 a Octubre del 2009)
Por muchos buenos años, Rosa Peñaloza (su nombre sería cambiado en el año 2000, a Rosa Peñaloza de Siluk) había trabajado en la compañía de teléfonos en Lima, Perú—quince años, para ser más exactos—ella era una contadora y una católica devota que en todo su tiempo libre trabajaba gratis para su iglesia. Nunca se había casado, habiéndose hecho cargo de casi cinco familias ((en ese tiempo su madre, su padre junto con sus hermanas, cuñados y cuñadas, sobrinos, más una empleada con dos hijos, todos viviendo bajo el mismo techo en su casa por muchos años, ya que ella era la que tenía un trabajo permanente) (y venía de una familia de ocho hijos)).
Su madre le había dicho que ella se estaba aproximando a una edad madura y soltera—algo en qué pensar. El sacerdote de la iglesia quería que ella fuera monja—algo más en qué pensar. Fuera de su trabajo e iglesia, ella hacía tiempo para ocuparse de sus sobrinas y sobrinos—haciendo de sus tiempos una animada infancia para cada uno y todos.
Estas son como pequeñas etiquetas de su historia personal, que parecerían, mientras miro atrás, estar simplemente goteando mientras escribo, dirigiéndose al presente—que será el campeonato. Sus propios pensamientos, conversaciones, cosas que ella sólo puede recordar, o haberse imaginado, nunca me fueron completamente dichas por ella (siendo yo su esposo), así, he usado fragmentos para coger o traer su vida al presente día, fragmentos lanzados en el aire como por un viento y luego arrojados abruptamente en algún lugar.
Ella ahora estaba riendo con gusto, por su pequeño éxito, durante aquellos años. Ella se había casado en el año 2000, había conocido a su futuro esposo en 1999 en el aeropuerto de Atlanta, mientras él iba en un viaje a Perú (ella, había sido convencida por su madre de hacer un viaje a Estados Unidos, a Disneylandia, para que disfrutara de la vida antes de que muriera—y previamente había recibido clases de inglés, un regalo de su hermano David). Por esta razón ella dejaría Perú, para reunirse con su futuro esposo en Minnesota, Estados Unidos, y dos semanas más tarde ellos se casarían; había un elemento de tristeza entre su familia, aunque también euforia por ella. Cuando algunos de sus amigos le preguntaban, “¿Cómo puedes tomar este riesgo de casarte con un extraño?”, ella les respondía, “¿Porqué Dios me mandaría un hombre malo?
Ella bajo del avión y caminó en el suelo frío de Minnesota en Febrero del 2000, yendo adelante un poquito temblorosa, la vida no se había manifestado totalmente para ella, y tres de los seis años en que ella viviría en Minnesota, serían difíciles para ella.
En todo caso, para ella, una segunda vida acababa de empezar. Ella viajaría once veces alrededor del mundo, obtendría su licencia para conducir, un permiso para portar armas (una tiradora experta). Ella saltaría de nuevo y de nuevo en lo desconocido; ella administraba el negocio de arrendamiento de propiedades de su esposo, lo ayudaba con los impuestos, y se encargaba del mantenimiento de los seis edificios que, ahora, ellos tenían juntos, también enviaba dinero a Lima para el mantenimiento de su casa allí, y tenía un equipo de seis personas a su cargo, la mayoría hombres incluyendo a una mujer, quienes se rebelaron en contra de ella por ser una jefa mujer. “Tú espera”, su esposo le dijo, “hablaré con los empleados”, y él se dirigió a todos ellos, dijo con una voz severa, “¡Si ustedes no pueden trabajar para mi esposa, entonces no pueden trabajar para mi!”. Así, se arregló el problema de igualdad de derechos.
Ahora espera, y verás lo que pasó.
Parte Tres
Barriga del Camello
Con el tiempo su esposo empezó a aprender, que su esposa Rosa, tenía terror al agua (no al agua en botella, sino a nadar en particular, al océano, a los lagos, ríos, piscinas, cualquier lugar en el que una persona podría ahogarse). Cuando él la llevó a Río de Janeiro, Brasil, a la más hermosa playa del mundo: Copa Cabana, y él estaba en la playa en lo que consideraba como parte baja, talvez con el agua hasta el codo de su esposa, ella entró en pánico y empezó a gritar tratando de jalar a su esposo fuera del agua, mientras una ola grande estaba viniendo, una que ella no vio, pero que él si la había visto. Una vez que la ola golpeó, su esposo que estaba preparado para ésta, la cogió a ella con su brazo derecho, por su cintura, hundió sus pies en la arena en una postura firme de karate y resistió el ataque de la ola, si él no la hubiera agarrado, el mar la hubiera arrastrado a ella con todos sus cincuenta kilos.
Él trató de reírse de la situación, pero no tuvo buen éxito; era una cosa muy seria para ella.
Estuvimos hablando acerca de nadar— ¿cierto? Y el temor a esto, y al agua en general. Pensé que ella se había rendido en la lucha para vencer el temor a nadar y que ella correría sin dirección a través de la tierra, y que saltaría sobre aquellos charcos de agua mientras la vida continuaba. Pero evidentemente estaba equivocado; su mente estaba luchando por conquistar al agua en todas sus formas. Ella trató de nadar en una piscina de un hotel cuatro estrellas en Copan, Honduras, pero fracasó cuando vio a una rana en el agua—de todas las cosas, esto incluso me molestó muchísimo al punto que la critiqué, y nunca lo había hecho antes, porque no hay nada de que criticarla, y en algún momento me disculpe con ella por esto. Talvez en esta área de la vida, ella estaba simplemente tropezando en medio de la oscuridad.
Durante el verano del 2004, ella empezó a tomar clases de natación con una campeona olímpica, en San Pablo, Minnesota, costaba cien dólares la hora. Esto resultó desastroso. ¡Ah! ella aprendió algunas cosas en esos seis meses (el factor temor se había disipado ligeramente y dos mis dólares), pero ella no podía entrar en el agua que estuviera más arriba de sus rodillas, ni darse vueltas, ni clavados, sólo nadar, ligeramente nadar, siempre y cuando ella pudiera ver el fondo de la piscina a simple vista. Nadar bajo el agua era imposible. Si había algo, era que ella había roto la primera paja de la giba del camello, pero el camello no se había caído todavía. La muerte del camello—hablando figurativamente—tomaría lugar algunos años más.
Luego de ello, en el otoño del 2006, ella y su esposo vinieron a Perú, teniendo una casa en Lima y otra en Los Andes, en la ciudad de Huancayo. Ella estaba tratando duro de acostumbrarse a su nuevo ambiente; a ella le había gustado mucho la ciudad de San Pablo, Minnesota, y extrañaba sus desastrosas clases de natación.
Hasta el mismo momento cuando esto ocurrió—doblar al camello a sus rodillas—le pareció a su esposo que la natación estaba fuera de una futura ecuación, en lo que respectaba a algo significante, pero el tema seguía surgiendo; sin embargo, ella había ahorrado algo de dinero y buscó un lugar en Lima para nadar y tomar clases (un último intento de su esposo, quien sugirió que lo tomara pulgada por pulgada, en vez de pie por pie, que supongo él previamente lo había hecho; él, así, borró todas las expectativas de ella, y le dijo simplemente que fuera y disfrutara). Y sucedió que el dueño de la piscina era un campeón olímpico en natación. Por consiguiente, ella había sido dirigida por dos campeones olímpicos, y en el futuro, ella tomaría una nueva responsabilidad, ahora ella rompería la giba del camello, y este caería en su estómago no sólo sobre sus rodillas.
Parte Cuatro
Un Florecer Tardío
En los siguientes ocho meses, la natación se convirtió en un cálido, cómodo, y bonito deporte para Rosa. Ella iría a nadar incluso si hacía frío o estaba lloviendo. En ese tiempo parecería, como si la muerte del camello la habría acercado más cerca con su, una vez, temor al agua. Talvez ambos, el agua y Rosa lo sentían, talvez Rosa era la más consciente de esto; esto me complacía. Y con el tiempo incluso llegaría al punto de que ella iría a nadar en las tardes.
En Huancayo, ella buscó dos piscinas, en la que iba a nadar un día en las mañanas a una y al siguiente día en las tardes a la otra, y había conquistado casi todos sus temores—ahora ella podía hacer clavados muy bien, y para el primero de octubre del 2009, ella podía darse la vuelta olímpica bajo el agua, nadar 29 vueltas en piscinas olímpicas, ella tenía resistencia a montones. Ella podía nadar, estilo libre, espalda, pecho y un poco de mariposa; y luego, el camello viene de nuevo, con la espalda rota y todo—porque todavía permanecía el temor al agua profunda (pero esto no la detuvo a ella, ella estaba nadando bajo el agua) y sus profesores o instructores en ambas piscinas, junto con su entrenador para la competencia cercana, Edson Azaña, le dijeron: “tú vas a estar en la próxima competencia regional de natación, en noviembre”, a un mes; ella ahora tenía cincuenta años de edad, e iba a competir con personas más jóvenes,
Era un asombro para mi ver cómo esta mujer continuaba adelante, enterrando derrotas a lo largo del camino—en todas las formas, incluso cuando su temor estaba en su máximo, ella nunca gritó derrota, ella se dijo a si misma, y me lo dijo: “No puedo dejarlo, no puedo rendirme…” incluso cuando el diablo estaba en la esquina diciéndole: “tú no puedes hacerlo”, ella le gritaba respondiéndole, evidentemente silenciosamente, “Observa y verás”.
Y ahora por la última parte de esta historia, “El Campeonato” (continuará…)
Nota.- Quiero agradecer, en nombre de mi esposa, a los siguientes profesores (y Academias de Natación): En Estados Unidos, a Beth Peterson, Campeona Olímpica (YWCA); en Lima, Peru: Cabana, Miguel, Willy y Luis (Juana Alarco); Atilio y Reynaldo ((Ernesto Domenack) (Campeón Olímpico)); en Huancayo, Peru: Omar Chávez (Aquatic Park) y Johnny Roca (Juan Bosco), y al entrenador profesor Edson Azaña (Aquatic Park) por preparar a mi esposa para el campeonato de natación.
Escrito 14-Octubre-2009/Nro: 492
El Cuarto Rosa
((El Corral de Ganado de San Pablo Sur, Minnesota, 1966) (Una Historia de Chick Evens))
Chick Evens fue a trabajar para el corral de ganado un verano de 1966, cerca al pueblito de San Pablo Sur; el verano era tan caluroso que podrías cocinar un huevo en las veredas.
Su madre trabajaba en Swift’s Meats (en el departamento de empaque de carnes), la compañía en la que ahora él había sido empleado, la que formaría una impresión profunda en la mente de Chick ya que él nunca se olvidaría de los pensamientos ni de las experiencias que él obtuvo trabajando en el corral, en la casa de empaques, durante los últimos meses de ese verano (cortando la carne de los cerdos muertos) y especialmente: ¡llevando los desechos de animales al Cuarto Rosa!
La tradicional nube de humo—que hacía que llamara la atención de sus chimeneas altas mientras éstas sonaban a lo largo y quemaban lentamente los restos de los cerdos, vacas, carneros y cabras, sobre miles de huesos y desperdicio de animal—hacía circular el aire y se iba a la deriva a través del corral inmenso, el segundo más grande en la nación después de Chicago.
Uno podía ver y oler en cualquier lugar del pueblito este humo putrefacto del corral, todo el camino hacia el río Mississippi, aproximadamente a cinco millas de distancia e incluso cruzando el Puente Roberto, al otro lado del río donde residía la ciudad de San Pablo propiamente, el centro de la ciudad; aquel humo oscuro, ligeramente gris, levantándose en el cielo claro de la mañana.
Había una luz tenue de donde este humo venía, un cuarto pequeño donde un empleado traería, de todas partes del corral, montones de restos de animales para botarlos, carnes malogradas. Podía verse, en estas pilas, intensos y pálidos pus de los jamones, costados rasgados, piel descolorida, huesos inutilizables e intestinos infectados, etcétera, nada para complacer a un apetito.
No había ventanas ni corría viento en este cuarto—a este cuarto ellos lo llamaban “El Cuarto Rosa”—sólo un plato redondo de hierro en el piso, tan pesado como un carro Cadillac, éste se abría presionando un botón amarillo, y las máquinas levantarían este tonelaje de puerta, cerca de un metro de altura…luego éste se detendría como si una persona podría caerse o saltar dentro de esta fosa infernal; había un fuego de infierno. Tú podrías oír el sonido del fuego, sentir el calor penetrando tus poros, aparte de oler esa hediondez putrefacta y casi sofocante; en el proceso: todo esto estaba a punto de asfixiar a los pulmones, al punto de colapsar.
El fuego era igual al punto más ardiente en un incendio en la selva, éste crecía a lo largo de los lados de la fosa cuando la puerta de hierro se abría, como serpientes corriendo arriba a sus lados para escapar.
En las tardes iba a lo que ellos llamaban El Cuarto Rosa, abría la puerta de la casa de llamas, esta crujía y chasqueaba bajo mis pies, incluso la suela de mis zapatos se calentaban por el piso grueso de piedra, el olor de este cuarto era putrefacto, repugnante y sofocante. Esto hacía pensar a un hombre en volver al colegio, esto me hizo pensar de todas maneras, aprender un oficio real—este era un cuarto, lo juro, alquilado por el mismo diablo o talvez por Dios mismo, para decir a dónde van las almas a descomponerse—el abismo de arrepentimiento.
Mi mente capturó tal imagen incluso antes de poner un pie en este cuarto, la primera vez que traje una carretilla de desperdicio de animal—recuerdo que tuve poco que decir, mirando en el abismo de llamas, vaciando mi carretilla de carne muerta descompuesta y tejidos suaves sobre el borde de la puerta redonda de hierro, mirando al fuego masivo consumir esto antes que éstos tocaran el fondo del recipiente, audaz y libremente.
Los tejidos grasosos, que él tiraba en el hoyo, eran quemados casi al instante. Esta era una casa con sólo una ventana—la ventana del fuego. Cuando él vertió los restos sobre el borde de la entrada, el fuego se extendió hacia él, barrió sobre el borde del marco que sostenía la puerta de hierro todo el camino hasta sus pies, él saltó hacia atrás, estuvo recostado en la pared mirando al hambriento fuego, como si éste fuera una fiera viva tratando de herirlo, y una voz dijo algo, una voz al costado de él, por la puerta que normalmente estaba cerrada, excepto si alguien más estuviera esperando para comenzar con el mismo trabajo tradicional que él acababa de terminar…
El Empleado
Empleado: ¡Vamos, vamos! Continuemos yendo, no tengo todo el día—dale un beso a la rosa y sal de aquí para que yo pueda vaciar mi carga (una risa).
Chick Evens: ¡Casi me alcanza!
Empleado: ¡Es un escape suicida! ((él dijo astutamente) (él vino a pararse detrás de Evens)) Este te alcanza cuando estás medio dormido, o soñando despierto en el trabajo, mantente alerto en este cuarto niño—ahora muévete de aquí, anda alrededor detrás de mi, dame más espacio para maniobrar mi carretilla.
Nota: Los corrales de ganados en el Sur de San Pablo, crearon y construyeron la ciudad de San Pablo Sur, estableciéndose ésta en el medio, entre 1885 y 1887, construida por Gustavus Franklin Swift hijo, y antes que él por su padre. Antes de la Compañía Swift no existía la ciudad de San Pablo Sur, en Minnesota. Este era uno de los más grandes corrales el mundo, el primero estaba en Chicago en Estados Unidos. Esta historia está dedicada a la familia Swift quienes, en su forma, contribuyeron a dar empleo a tanta gente en algunos lugares de los Estados Unidos, y especialmente, en el Sur de San Pablo, Minnesota.
Escrito el 16-Mayo-2009 ((No: 398) (SA/5ds))
La Historia del Libro
Lee Albert, estaba sentado debajo de una sombrilla grande, en el café jardín “La Mía Mamma” en Huancayo, Perú, y comía su sándwich de tocino, lechuga y tomate, pasándolo con una taza de café bien cargado; su ahijada Ximena estaba allí, ella se había detenido a saludarlo como usualmente lo hacía después de salir del colegio. Arriba de él el cielo se estaba volviendo ligeramente gris, parecía que iba a llover.
¿Qué estás leyendo padrino? Ella le preguntó.
“Los Hijos de Hurin” él contestó, añadiendo, “por Tolkien, ¿Lo has leído ya?”
“No” ella contestó.
“¿Te gustaría leerlo?” él preguntó.
“Oh, sí, absolutamente” ella contestó.
Qué bien se siente, él se dijo a sí mismo, alguien que quiere tener una buena lectura, como yo; por fin acá la vida estaba en lo mejor: un almuerzo ligero debajo del sol y una ahijada, quien tenía dieciséis años, tan bonita como un gorrión y gustándole una buena lectura.
Él mordió otro trozo de su BLT sándwich y le dijo a Mini, la chef, “¡cielos! este sándwich sabe muy bien hoy día” talvez porque él encontró alguien que no pensaba que él era un “cucu” en lectura y escritura, alguien a quien le gustaba la lectura tanto como a él. Había estrellas en el aire.
“Voy a comprar una copia para ti por tu cumpleaños” él le dijo, “pero por supuesto no una primera edición en original, como éste, que me costó $ 140 dólares, sino uno que cuesta $ 40 dólares, una segunda edición”.
Esto no pareció importarle mucho a Ximena, le daba lo mismo tener una primera edición o una segunda edición, sólo el hecho de tener uno ya era magnífico.
Y en el día de su cumpleaños, él le trajo a ella el libro, “espero que lo disfrutes leyendo” le dijo a ella, y ella le sonrió grata y sencillamente, un trozo de verdadera vida había en esa sonrisa y él se sintió cómodo.
De la misma manera, Lee Albert, le dio a Dayanna, otra joven pariente que estaba visitándolo junto con su padre, el libro de $ 140 dólares, el original primera edición de “Los Hijos de Hurin” después de haber oído que a ella realmente le gustaría tener una copia para leerlo; y ella demostró la más profunda de las dichas al recibir éste; y él se sintió bien, y sintió que era espléndido de que a ella también le gustara leer el libro, o sólo leer en particular, como a Ximena. Él sintió que ellos eran como tres gotas de agua, ellos eran parecidos.
Y Dayanna era de la edad de Ximena, y ambas eran muy buenas amigas. Él llegó a pensar, que talvez ellas compartirían algunas anotaciones sobre el libro; y por eso él fue y compró una tercera copia del mismo libro para él, una primera edición con la firma del autor que le costó $ 460 dólares.
Y mientras tanto, él se estiró en su casa y releyó el libro, disfrutando leerlo por segunda vez aun más que en la primera vez, preguntándose cómo les estaría yendo a sus dos jóvenes y bonitas sobrinas con la lectura de sus libros, y que talvez todos ellos podrían compartir una conversación agradable o la exploración de los personajes, el tema o el argumento del libro.
Él revisó los dibujos en el libro también, mirándolos fijamente, examinándolos, a él le gustaba los trabajos artísticos.
Seis meses ya habían pasado, en el que él sintió que ellas, o esperaba que ellas ya hubieran terminado de leer sus libros en su totalidad y quería su opinión sobre éste.
Un día él se encontró con Ximena y le preguntó si ella había disfrutado con la lectura del libro, y ella dijo, “No, no lo he leído totalmente, lo tengo en el estante de mi dormitorio, pero tengo planeado en llegar a esto, y terminar de leer el resto”
“Ah, él dijo, ¿cuánto has leído?
“Cerca de veinte páginas” ella comentó.
“Ah”, el dijo de nuevo, y puso sus ojos en blanco, y sintió como un vacío, diciéndose a sí mismo, “Veinte páginas, es como subir el primer peldaño de la escalera y quedarse inmóvil. A ella le gusta la pasta del libro más que el contenido posiblemente, o talvez ella no disfruta la lectura por amor a la lectura. Pero le pregunté. Talvez ella sólo estaba siendo cortés, ¡Qué error!”
Luego él se encontró con Dayanna, imaginando que ella muy probablemente ya había leído el libro, pero ahora él tenía sus dudas, y le preguntó sin rodeos, “¿Disfrutaste del libro?”
Ella bajó la cabeza y dijo en forma tímida “no… oo… lo siento, no lo he leído todavía…” (En realidad ella incluso no había empezado a leerlo todavía) Ella parecía sentirse tan mal al decir que no había leído el libro todavía, pero él se sintió culpable por haberle preguntado en primer lugar. Y de nuevo el puso sus ojos en blanco, movió sus cejas, tratando de recordar cuando era joven y qué hubiera hecho él si alguien le hubiera regalado un libro para leer, y todo lo que él pudo recordar era: “nunca nadie le había ofrecido un libro”.
Escrito el 12 de marzo del 2009. Dedicado a Ximena y Dayanna.
Salvar a un Gorrión Irregular
(Continuación del Libro, “Risas en el Maizal”)
“Hasta el pajarillo ha encontrado una casa, y para sí la golondrina un nido donde poner a sus polluelos: ¡Tus altares, oh Yahvé Sebaot, rey mío y Dios mío!”. Salmo 84
“¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo”. Mateo 10:29
Parte Uno:
La Figura Escuálida 1916-1919
(Visión en Sueños de Shannon O’Day) Él estaba cerca a una figura esquelética, escuálida, sólo con una tira de carne profunda sobre su estructura, una figura oscura, su edad—difícil de definir, con cabellos largo y negro, sus rasgos irregulares más bien largos y demacrados. Su mentón y mandíbula colgados, como si él fuera de una subespecie muy antigua de humanos, talvez de la civilización Neandertal. Él rondaba consistentemente a un hombre santo, Shannon no podía identificar si era un sacerdote, ángel o un ministro de alguna iglesia organizada, evangelista o profeta, pero el hombre santo se mantuvo claramente escéptico, mirando fijamente a la figura escuálida, él no pudo haber mirado más fijamente, de haber sido una estatua.
La figura escuálida y el hombre santo, ambos, eran particularmente sensibles a la voz del otro. Shannon se había dado cuenta que él tenía varias heridas; si no las tuviera, la figura escuálida no estaría molestándolo, él sabía esto intuitivamente. Y por eso él miró los movimientos, gestos de las dos figuras en bata, sus bocas, lengua, ojos, rodillas, como si sus movimientos hicieran arrugar a sus batas.
“El bebe y fuma, y él está agonizando” dijo la figura escuálida acerca de Shannon O’Day, “y él ha matado, y matado, sin una pizca de remordimiento, o eso es lo que parece”. Había una sugerencia apenas perceptible de escarnio en su voz.
“Si la muerte puede ser evitada” dijo el hombre santo.
“¿De quién será la pérdida?” preguntó la figura escuálida, “¡porque tengo mucho que hacer!”
“Creo que es posible mantener tu honor y dignidad, y también tu voto”, dijo el hombre santo, “¿te alejarías de este gorrión irregular?”
El hombre santo y la figura escuálida sentados en una mesa, ambos descansando sus brazos sobre ésta, esperaban el siguiente desarrollo de esta situación insatisfactoria.
“Por supuesto”, dijo la figura escuálida, como si él hubiera deliberado el tema con sí mismo, “tú debes tener alguna clase de comodidad, yo entiendo esto… (El hombre santo movió su cabeza). Es suficientemente fácil decir, como muchos lo hacen, deja a este hombre o dame a este hombre, o no te pares sobre él o ella; la verdad es de que tú los quieres a ellos llenos de Dios—y les das segundas oportunidades, pero tú ni siquiera sabes si es una buena o mala cosa, dar segundas oportunidades, para la humanidad; cuando ellos están por morir, deben de morir, pero tú siempre tratas de alcanzarlos antes que yo, ¿Quién puede decir quién es bueno o quién es malo?”
“No puedo por un instante decirte que te vayas, pero puedo estar por su lado y rezar contra estas incertidumbres, porque no dice el Señor explícitamente: ‘…tú eres más valioso que el gorrión’ Y ¿no es éste un gorrión irregular?”
“Confieso que aquí estamos como publicando un libro antes de que el capítulo final haya sido completamente escrito, pero tú debes estar de acuerdo—en que este hombre está muriendo y está en un estado de alucinación, él incluso no notará el cambio o dolor”.
“Pero la verdad a ser dicha, es decir la verdad esencial, está escondida. Siempre lo está”.
“Yo te sigo”, dijo la figura escuálida, “¡así es siempre! Talvez podría haber alguna conexión violenta en todo esto, alguna verdad contradictoria, algún accidente o algún cambio sutil a llevarse a cabo” Y la muerte tuvo un sentimiento, e hizo una pausa. Incluso el hombre santo estaba, a su pesar, interesado. Esto significaba algo, describía algo, el hombre santo lo admitió, él también tenía una intuición, una intuición sobrenatural.
“Nunca pensé en esconder mis propios pensamientos de una ser intelectual, como tú”, él dijo con una ofensiva calmada, “Dejé eso atrás en la Edad Oscura. Te informaré de mis suposiciones y conjeturas. En la base de todo esto, es un hombre que está con la muerte en deuda, de hecho en los tiempos por venir él muy bien podría morir por beber mucho; él toma más alcohol que aire, o eso parece. Te haré un trato—un contrato. Me marcharé de aquí por un día, veinticuatro horas, y cuando vuelva, tú te irás por diez días”.
El hombre santo movió su cabeza y el pacto fue sellado.
Parte Dos:
La Gran Guerra
Capítulo uno
Lluvia de Proyectiles
Vestido en caquis que no le entallaban, con un sombrero torcido, luciendo como la figura más derrotada de la Primera Guerra Mundial, Shannon O’Day estaba cerca de una pasmosa agonía. Él tomó la apariencia de muerte, como si ésta fuera un camino en su vida que estaba destinado a tomarlo; sin embargo, extrañamente suficiente, su voluntad de pelear o morir, facción de su voluntad, en contra de las posibilidades, se oponía a esto—decía ¡no! Por lo tanto éste empleó su resistencia para sobrevivir, en este particular caso, y la muerte tendría que esperar—él no sería un mártir de guerra hoy.
(A los pobres tontos, la necesidad les da la muerte)
Pero esto no era ninguna ilusión. Él vio la batalla en movimiento antes de caer inconsciente, y ahora, consciente, él estaba entre sus compañeros, la multitud de muertos pereció en sus pistas evidentemente, como si en una cacería de conejos, ensangrentados, todos tirados alrededor suyo, con aspectos poco perceptibles.
Los cuerpos estaban en frente de él, detrás de él, a sus costados, todos en las trincheras con él, todos muertos, con ojos como traumatizados, destripados por el bombardeo masivo de proyectiles; y después del adormecimiento por haber visto la muerte todo alrededor suyo—compasión innegable del hombre por el hombre consciente.
Él miró alrededor suyo, en las trincheras largas y angostas todo estaba tranquilo, sin embargo, él sabía porqué estaba tranquilo—la muerte siempre es silenciosa, no hay más silencio, más tranquilidad que en un cuerpo muerto, incluso si su sangre todavía está caliente. En un minuto dado todos estaban riéndose, fumando cigarrillos, mostrándose uno al otro sus fotografías, alistándose para la batalla (éste era el último día de la batalla, 19 de Abril de 1916, la batalla había continuado por trescientos días, 230000 muertos, 700000 heridos) ahora todos estaban sin vida, nueve de ellos empezaron a endurecerse como maniquís. Él los miró, dos de los once habían desaparecido; él era el número doce del pelotón (la batería). Él debe haber estado inconsciente por un tiempo, las moscas se habían juntado alrededor de los cuerpos y un hedor a muerte llenaba el aire, él tenía que abandonar la trinchera, pero ¿Qué camino tomar? ¿A dónde fueron? Se preguntaba refiriéndose a los alemanes y a los franceses.
Uno no debería desmoronar su compañía o sección, pero seguramente ellos pensaron que él estaba muerto, él sollozó, dejó salir sus emociones, sólo en la oscuridad de la noche de hierro; él tenía sólo diecisiete años de edad. Él llenó sus pulmones de aire, gateando sobre el filo de su trinchera; la batalla se había ido a otro sitio, el calculó, al menos por el momento, o se había terminado. Él se arrastró en su estómago en dirección al pueblo llamado Douaumont y mientras él se movía pulgada por pulgada, pie por pie, él se imaginaba el consuelo de una bonita mujer, el olor dulce de su perfume, el toque suave de su carne; cuando él dejaba de pensar de esta forma, él podía escuchar a las bichos volando al lado de él, como si estuvieran masticando, aplastando y mordisqueando el pasto, y él podía oír el sonido de los grillos y otros insectos desconocidos, ver a las luciérnagas en lo alto.
A él no le importaba ser un cabo; él le había dicho al capitán que él era muy joven como para estar a cargo de un pelotón, a cargo de hombres que le doblaban la edad; pero él estaba a cargo y ahora estaba herido, su alma hundida en el olvido.
Capítulo Dos
Las Calles de París
(Antes del Bombardeo)
Cuando Shannon O’Day estaba en Paris, era un mundo diferente para él, esto es antes de ser enviado a defender Francia, que había sido tomado por los alemanes en febrero de 1916, a la batalla llamada “La Batalla de Verdun” y hacer de las trincheras su nueva casa. Él era de la región norcentral de los Estados Unidos, un muchacho del campo, de una ciudad conservativa, quien los fines de semana visitaba a su hermano mayor—mayor por diez años—Gus y ellos bebían whisky en los maizales, y él ayudaba a su hermano a sembrar y cosechar. Paris era completamente diferente, aquí la mayoría de la gente comía afuera, no dentro de los restaurantes. Las mujeres se sentaban con sus hijos en las gradas de la iglesia tejiendo, suplicando por comida, o sencillo. Había caballos que jalaban grandes carrozas por la Catedral de Nuestra Señora, mientras que hombres y mujeres prestigiosas desembarcaban de ellos. Los jardines de Luxemburgo estaban cerca de allí y, mientras él atravesaba éstos en uniforme, los transeúntes lo miraban y lo aplaudían como agradeciéndole por haber venido. Y si él hubiera podido leer sus labios, él juraría que ellos estaban diciendo, “Sé paciente soldado, la guerra pronto terminará”. La gente incluso sonreía heroicamente como si diciendo apúrate y gana para nosotros, hazlo desaparecer como humo; dile a América que envíe más tropas acá. Shannon se había unido al ejército francés, por temor a no ser capaz de ver acción, y ahora él estaba vacilando sobre ver la acción que él tanto quería para clasificarlo como aventura.
Mientras estaba en París él fue al teatro, no podía entender nada, sólo unas cuantas palabras ya que todo estaba en francés. Era una obra de Víctor Hugo, “El Jorobado de Nuestra Señora”, todo lo que él podía recordar era a Cuasimodo, el jorobado desfigurado, llevándose a una mujer en sus hombros dentro de la catedral. Esto realmente no le importaba, pero ocupaba su tiempo.
Él había notado a otros soldados pasando su tiempo libre en París; el resto del mundo en París parecía estar nervioso, ocupado o en apuro.
Una mujer dijo, “Estamos lindas vestidas de rojo, ¿no lo crees?”
Ella estaba ofreciéndose, y esa noche a Shannon; ellos bebieron un fuerte vino tinto, pasaron por las puertas de la catedral Nuestra Señora de París, caminaron por la calle Saint Jacques, en cueros, deteniendo el tráfico a donde iban, riéndose como él solía hacerlo con su hermano en los maizales allá en su casa, con una botella de vino, ron o whisky (tales otros detalles debo dejarlo de lado; para alguien que le guste éstos, debe usar su imaginación).
No fue hasta que él despertó, que se dio cuenta de que todavía estaba vivo y en suelo francés, cerca de Douaumont, arrastrándose pulgada por pulgada, pie por pie, y que había amanecido; él estaba soñando de los pocos días que había permanecido en Paris antes que obtuviera su misión en esta gran batalla de batallas. Ahora él estaba renuente a moverse. Él debería haberse arrastrado una gran distancia desde la última vez que estuvo consciente, él lo daba por hecho.
Capítulo Tres
El Pueblo de Douaumont
A la distancia él vio chimeneas, techos de casas, mayormente en ruinas pero podía ver algunas firmes; él había estado antes en el pueblo de Douaumont, de pasada, durante los trescientos días de batalla, éste tenía alrededor de doce estructuras, no más. Tenía unas cuantas casas de dos pisos, muchas conectadas a la siguiente estructura—pared con pared. Tenía entradas angostas, una calle de tierra afirmada como calle principal, ancha y con muro de contención a los lados, había basura tirada a lo largo de las casas destartaladas, y durante sus mejores días éste era de alguna forma decadente; ahora después de trescientos días de batalla éste estaba completamente destrozado, aún así él vio techos y chimeneas y humo saliendo de una chimenea.
Shannon quería descansar un momento; él quería tirarse, esconderse hasta que su compañía lo encontrara, o él recuperara sus nervios, o simplemente morirse, la guerra no había terminado, talvez la batalla estaba en curso.
Él le dijo a Dios que no le vendría mal un amigo ahora. Y se quedó allí tendido por horas, preocupado con sueños sin forma, su mente melancólica meditaba recuerdos imparables remotos. Ahora él estaba fuera de la trinchera, de la trinchera que parecía una letrina, en un campo de tierra, por un árbol, detrás de una roca, el pueblo, en frente de él. Él se soltó su correa para que poder respirar mejor. Él estaba sufriendo. Él era como el enemigo, salvaje, bruto, no mejor que el enemigo. ¿Por qué Dios debería ayudarlo a él y no al enemigo? Él no podía contener nada nuevo llamado humillación. Él tenía la peor apariencia descarnada y mugrienta que un ser humano podría tener. Él no era nada más que una triste, lastimosa criatura primitiva.
Allí él se tendió con su uniforme manchado de sangre, con una desdeñosa mirada indiferente.
“¿Dónde están mis hombres?” él preguntó, musitó en voz baja, su mente respondió “¡destrozados en fragmentos en las trincheras!”
Él se hablaba a sí mismo—ansiosamente, con una voz temblorosa y casi quebrándose. Él tenía hambre y el sol estaba saliendo, brillante como una naranja brillosa, perfecto, simétricamente redondo. Su mente le dijo que era la hora del desayuno; él sintió en el bolsillo de su saco un trozo de una cecina que él había guardado de sus raciones mientras estaba en las trincheras; él la sacó, le sacó el papel—ésta era sólo de cinco centímetros de largo, pero era suficiente—y se la comió, como un lobo muerto de hambre, masticándola como cuero crudo, estrujando con sus dientes el sabor de cada onza de ésta.
Capítulo Cuatro
Pérdida de Sueño
El cabo O’Day, dentro de su mente somnolienta, se preguntó: ¿Podría toda esta acción buena, para limpiar al mundo de la maldad, ser una acción mala? Él se preguntaba tales cosas mientras estaba tirado allí, mirando al humo que salía de la chimenea en el supuesto pueblo desierto, pueblo que evidentemente no estaba completamente desierto, se suponía que lo estaba, pero había humo, su intuición era correcta. Habría una nueva página en la historia escrita sobre hoy, o ¿ahora era sobre ayer? La historia escribiría sobre ayer, después de más o menos una generación, ésta estaría escondida sino borrada con una nueva generación entera y nuevas guerras, talvez incluso más grandes que ésta; él refunfuñó como si hablándole a la roca en la que estaba recostado.
Capítulo Cinco
La Muerte Apesta (La Historia de Leticia)
Después de los primeros días de la batalla, Leticia Dalasi, la madre de dos niños, fue encontrada errante, casi caótica entre los escombros de la aldea destrozada, llamada Douaumont, caminando sin rumbo fijo, buscando día y noche a sus hijos; ésta es la historia de sus días después del gran bombardeo, de la Batalla de Verdun.
Ella comía y descansaba poco; comía como los pájaros y dormía sólo porque tenía que hacerlo. Ella se había caído, como si muerta, cientos de veces, durante estas primeras semanas y meses.
Ella había hecho su nueva morada, bajo unas ruinas demolidas, un espacio habitable, sostenida por cuatro paredes despedazadas, paredes ladeadas, sin puertas, algunos carrizos arriba para el techo, atados juntos fuertemente; ella estaba durmiendo en dos vigas cubiertas con pajas para evitar a las ratas, pero tenía una cama de pajas y hierbas a lo largo de una de las paredes debajo de ella, la que usaba cuando no tenía fuerzas para trepar la escalera de soga hacia las vigas.
Ella podía no obstante, sentir moverse a las ratas arriba y debajo de ella, durmiendo entre las vigas o detrás de las paredes; en cualquier caso, ella miraba el cielo a través de un espacio abierto en el techo, una especie de ventana.
Ella dormiría, y luego, iría a mirar entre los escombros algo que la recordaría a sus hijos; dormiría de nuevo por varias horas, y luego, haría la misma cosa de nuevo, día tras día, semana tras semana. Su vida y muerte estaban delimitadas para ella. No había alguien que oyera sus murmullos, los nombres de sus hijos. En las noches ella caminaría media dormida soñando.
Era el día 301 de su tragedia.
Ella se había dado cuenta de que el bombardeo había pasado. En la distancia ella vio a una figura curiosa, ésta tenía una cara joven, una estructura delgada; y “¿Qué es esto?” ella preguntó.
“¿De dónde viene?” ella murmuró, vacilantemente mirándolo a él.
“¿A dónde estaba yendo?” ella murmuró, mirando vacilantemente afuera a los campos.
“Déjalo ir a donde quiera, evítalo, déjalo morir”, su mente le dijo. Era como si la muerte misma le estuviera advirtiendo, como si su mente se hubiera despertado por un momento y le hubiera dado a ella una sacudida fuerte.
Leticia miró a esta figura misteriosa contonearse en sus ropas ensangrentadas. Ellos estaban justo afuera de la aldea. Mientras ella miraba fijamente a este joven americano, vestido como un soldado francés, tembló sin ser capaz de decir por qué. Ella se sentía humana por caminar alrededor de este nuevo descubrimiento que ella había hecho; perdió el temor y la ansiedad que tenía en su cara, los latidos de su corazón cesaron. Ella notó un movimiento ligero en este soldado.
Capítulo Seis
La Primera Vez
(En delirio y medio dormido)
Para Shannon O’Day la Victoria de los alemanes del día anterior estaba completa. Sus once hombres pelearon como si fueran mil, ellos merecían el honor del día, talvez los dos abandonados, los dos no asesinados, habían escapado o sido capturados y él deseaba saber de sus destinos, pero no lo sabía. Él había mirado detrás de él, mientras se arrastraba durante la noche, esto estaba cubierto con los muertos y los moribundos. Todas las raíces de resistencia deberían ser arrancadas del suelo y los alemanes lo sabían esto, así como los franceses, los ingleses y los rusos.
Él supo en su delirio, medio dormido, que él había sido severamente herido, aunque nunca se había rendido, de hecho, mientras él estaba pensando en todo esto que él sabía, debido a su segundo yo, su mente, como un insecto escondido en su subconsciente le dijo todo; éste le dijo, “Estás bañado en sangre, todo, hasta tus ropas. Tú has sido silenciado”.
Luego el oyó la voz de una mujer, como un eco, que decía: “¿Cómo te llamas?”
Shannon no podía contestar sólo escuchar, él se estaba muriendo, la pérdida de sangre era extrema, aunque la voz, estaba cerca de todos sus movimientos, “Tú eres un muchacho muy valiente”, esta voz, de una mujer de mediana edad, una voz atractiva, una voz suave, decía, “Un muchacho muy valiente, tú deberías estar muerto. Soy Leticia”. Entonces él levantó una mano para hacerle saber a ella que no estaba muerto todavía. Ella retrocedió, pensó que él lo iba a atacar, así, ella le golpeó en su cabeza con una madera gruesa, rápida como una leona. Esta era una mujer inadvertida por cualquiera alrededor de ella, y ella tenía muchos lados.
Capítulo Siete
La Bestia Herida
Y las afueras de la Aldea
Belleza con Parras Oscuras
Hay extrañeza en la belleza
¡Sí! Y mi corazón sabe por qué
Talvez Dios ha tomado esta memoria
(olvidada por el hombre)
¡Sí! Estos son secretos de tiempo
¡Sí! Belleza con parras oscuras…
No: 2609 3-Mayo-2009
Una herida no se cura rápidamente, y por eso Shannon O’Day, seriamente herido, estaba a la merced de esta observadora. Ella había descubierto después de un momento, que se había equivocado en las intenciones que él tenía; aquí estaba un hombre que había sido baleado más de una vez, ella podía verlo claramente ahora. Ella miró al campo: “Él debe de haberse arrastrado desde muy lejos para llegar acá, al borde de la aldea”, ella concluyó, “Él debió haber visto el humo de mi chimenea”. Ella lo arrastró de los pies abajo de la cuesta, a la guarida que ella lo había arreglado como su casa.
Shannon O’Day estaba incluso en una situación más crítica que Leticia creía. Había una herida en su omoplato y uno arriba de su pecho, su clavícula estaba rajada, pero las balas que habían pasado a través de él, no habían penetrado o perforado sus pulmones, ninguna de ellas; él podría recuperarse, pensó Leticia.
Ella era un poco enfermera y un poco hechicera, y después de haber arrastrado al cabo O’Day a su guarida, lo puso en una cama de pajas y hierbas, lo cubrió con una manta y curó sus heridas con sus propios remedios simples, coció la clavícula; las heridas se cicatrizaron en los días siguientes, con descanso y tiempo libre convaleciente.
Luego de unos días, “¿Dónde estoy?” él preguntó.
“En Douaumont. ¿Quién eres?” ella contestó.
“A todos los de mi pelotón nos balearon. Soy el cabo O’Day, del ejército francés; pero soy un norteamericano”.
En la noche del día decimoprimero de su periodo recuperativo, él pudo caminar afuera de la pequeña guarida, y sentarse él mismo en una piedra larga que él usaba como silla, al lado de la guarida.
“No trates de apurar las cosas”, le dijo Leticia. Él pudo ver en los ojos de Leticia una avalancha de fugaces pensamientos mezclados, confusión. Y él vio aquellos pensamientos yendo y viniendo. Ella sonrió con tensión. Pero ésta era la primera noche que él adquiría su fortaleza física casi normal. La noche estaba tranquila.
La hermosa dama de mediana edad, quien se había arreglado su voluminoso cabello y se había puesto ropa limpia, había lavado las ropas de Shannon y la de ella, y lo miraba con deleite dándole una sonrisa, otra sonrisa tensa; ella le dijo, “tus heridas han sanado, tú puedes caminar de nuevo, sólo tómate tu tiempo en hablar”.
Esto por supuesto trajo un total nuevo mundo de pensamientos, algo que ella había tratado de meterlo debajo de la cama de paja. Ya que él no podía hablar mucho, él pensó que talvez Leticia estaría pensando que él todavía estaba en estado de delirio, y que éste duraría más tiempo, y que ella tendría que estar con él más tiempo, y que ella mantendría sus observaciones continuas en él. Pero ella estaba pensando, pensando en las cosas que ella pensó los había puesto de lado.
Parecería que cuánto más sano Shannon se ponía, menos Leticia sabía qué decir o qué hacer con el joven, al que había atendido como a sus hijos; ahora este hombre estaba a punto de dejarla, y como consecuencia, ella se quedaría sola de nuevo; incapaz de ser celadora, un instinto natural de madre, y talvez, de muchas mujeres en general. Era fácil decirle a un niño qué hacer o adónde ir; pero a un soldado, a un joven, todo baleado, sobreviviente de guerra, “nada”, tu puedes decirle “nada” a un hombre como ese, ella concluyó. Ella sabía de la bestia en un hombre, en un soldado; ellos habían matado a sus hijos con sus trescientos días de batalla. Ella sabía que ellos estaban entre los cadáveres no encontrados. Ella era como la mayoría de mujeres lo son, atraída a un hombre en uniforme, quien iba ser idealizado por su valentía, no interesando de qué lado él estuvo, y ella sabía que un hombre amaba con su corazón y talvez ella sabía que él no podía darlo voluntariamente, ella lo sabía ahora, no antes, aunque sus hijos le habían dado un amor incondicional, como ella les había dado a ellos.
Ella se preguntó a sí misma un montón de interrogantes, concernientes a este desafortunado soldado, pero no podía responderse. Ella lo había visto a él desnudo, un cuerpo joven, duro, guapo, y un hombre que voluntariamente no alardeaba de la terrible experiencia por la que había atravesado. Sí, de verdad, para un hombre joven él era raro, peculiar.
Pero ahora ella había visto paz en la hermosura de Shannon, ocupado con la naturaleza, las plantas y los pájaros que cantaban cerca de él…
y su pasividad en él se estaba volviendo muy obvia, era como si ella tuviera otro lado, pero ella, lo había inmovilizado por el momento. Por lo tanto, fue esa misma noche que ella creó una aprehensión en él—dentro de su mente, ella sentía que él no podría ver el otro lado de su cara, ella misma tampoco lo veía completamente. Hasta cierto punto él sabía que estaba solo y que los modales de Leticia habían cambiado. Pero ella no hizo muchas preguntas, y él sólo dio pocas respuestas. Y era esta noche que ella se levantaría y bajaría la escalera de soga y se acostaría con él, y ella lo hizo justo así, y quién sabe qué estaba pasando por sus mentes, ambos esa noche se aferraron uno al otro—juntos como una sombra, pero ella se levantó en las horas de la madrugada, gritando, “¡mis hijos, mis hijos!”
Ella lloraba casi con furia, “¡MIS HIJOS!”
Shannon tiró su cabeza y hombros suavemente hacia atrás en la cama, ella tenía un revolver apuntándole en la sien.
Él preguntó, “¿Por qué entonces me salvaste; sólo para sacrificarme por los errores que la humanidad te ha hecho a ti y a tus hijos?
A Shannon esto le parecía que era una clase de expiación por no haber cobrado venganza.
Y ella contestó a su pregunta, “por que es la guerra del hombre, no la mía”.
Allí ella se sentó, en el filo de la cama, permaneció por un tiempo dudando en qué hacer, ella había bajado la pistola, apuntado, y bajado de nuevo, “Si hubiera sabido,” ella empezó a decir, en seguida se calló y luego añadió, “que mis buenas acciones eran realmente malas, en que perdoné la vida del lobo para matar a las ovejas, y mis hijos son los ejemplos de algunas de las ovejas muertas y de aquellos que aún tú muy bien puedes matarlos”
Y como un buitre fuerte con alas aplastantes, él sacó sus brazos de debajo de la manta, con una compostura irracional, aunque veloz, y sabiendo que era materia de segundos antes de que ella jalara el gatillo, él agarró el brazo de Leticia y lo apartó de su sien, teniendo confianza en su fuerza ahora él volteó el arma contra ella, y forzó a sus dedos a jalar el gatillo, y ella, no tuvo tiempo de decirle lo que quería, por eso te lo diré: “¡Qué soy yo sin mis hijos! Un campesino no tiene nada sólo a sus hijos, los hombres tienen guerra para contenerlos, ufanarse sobre estos después de que acabe”. Entonces la muerte obtuvo su demanda realizada—pero la muerte tenía su propia agenda.
continúa…
Una Hoja y una Rosa
(Un Romance en Paris y Munich)
Libro Uno
Hay bajo el sol un momento para todo, y un tiempo para hacer cada cosa: … Eclesiastés 3, 1
Capítulo I
Verano de 1970,
Origen de Tony
Tony Garcia era un experto en karate, una vez fue el campeón en San Francisco. Para ser honesto, yo no estaba tan impresionado por la designación que le habían dado a él en nombre del Gojo Kai, Academia de Artes Marciales, pero esto significaba mucho para Tony. Dudo que a él le interesara tanto el karate, pero lo había aprendido dolorosa y competentemente para compensar cualquier sentimiento de inferioridad que él había sentido al haber sido tratado como un mexicano en la Universidad Berkley, él era una persona tímida. Por lo general, había cierta tranquilidad en saber que como cinturón negro, segundo grado, él podía pegarle a casi todos en la universidad, si ellos pretendían ser muy superiores debido a sus raíces culturales; a pesar de ser un muchacho simpático, con buenos modales, él se malhumoraba rápidamente, pero él nunca peleó excepto en exhibiciones, o en la Academia de Artes Marciales, y con otros expertos en karate. Él fue un alumno destacado de uno de los grandes maestros de karate de Japón. Él no era muy rápido, pero su estilo, técnica y fuerza, lo hicieron un oponente mortal. Generalmente hablando esto le dio a García una clase de satisfacción rara. Cuando lo conocí, ya que estuve aprendiendo karate en la misma Academia de Artes Marciales que él, nadie lo conocía, frente al resto de los otros cinturones negros en San Francisco él pasaba desapercibido. Y durante las exhibiciones, cuando yo tomaba fotos de las peleas, él se enfadaría si él vería una en la que él recibía una patada o un puñete de su oponente; él se imaginaría de que a mi me caía bien su oponente porque era blanco, y mostraba una cara como si un elefante se hubiera sentado en ella, pero yo simplemente diría: “La cámara habla por si sola”.
Tony García era miembro de la alta Sociedad, a través de su padre quien pertenecía a una de las familias mexicanas más ricas en San Francisco, y a través de su madre quien pertenecía a una de las familias más antiguas. Él asistió a una escuela de preparatoria antes de ingresar a la Universidad Berkley, donde jugó béisbol, basketball y fútbol, y parecería que nadie infligía alguna clase de racismo conscientemente sobre él. Es decir, nadie alguna vez lo hizo sentir como un espalda mojada, o como un mexicano fuera de lugar. Después de su graduación en la universidad, se casó con Colleen Macaulay, una caucásica de cabellos rubios, él estuvo casado por quince meses en los que tuvo dos hijos, una niña y un niño. En un viaje de noventa días alrededor del mundo se gastó la mayor parte de los $ 150,000 dólares que su familia le había dado. Luego con sólo $ 20,000 dólares que le quedaba, él entró en depresión; el resto de su herencia estaba en las manos de su madre, luego que su padre muriera el año anterior. Ahora su matrimonio se había vuelto más bien repelente, una vida de descontento doméstico, una esposa que quería un esposo millonario; y así Tony con sólo veinticuatro años de edad y su esposa con sólo veintidós años de edad, se separaron, cuando Colleen encontró un amante próspero en París, un pianista que le doblaba la edad. En todo caso Tony había estado pensando en dejarla a ella por aburrimiento, pero él sentía lástima por ella cuando lo pensaba, y si él la hubiera dejado, él hubiera estado en desventaja con ella respecto a él mismo y a sus bienes; y ahora ella solamente se le había adelantado. Esta separación era probablemente la más saludable y la más necesitada por ambos individuos.
El divorcio tomó lugar rápidamente después de la separación. Tony fue a la Costa Este, a la ciudad de Nueva York, y se mezcló con la gente literaria de la ciudad y con los artistas también, con $ 20,000 dólares que le quedaban y un ingreso mensual de $ 200 dólares que su madre había decidido darle, como un incentivo por dejarla en paz. Él encontró trabajo permanente, en la sección cultural semanal de un periódico, como asistente de editor y luego el único editor, y con su nuevo prestigio de editor y viendo su nombre impreso, él empezó a escribir su propia novela. Pero la novela tenía que ser escrita capítulo por capítulo en su propio tiempo, él no podía hacerlo a tiempo completo, como a él le hubiera gustado hacerlo; además la mayoría de su tiempo libre se la pasaba cortejando a una dama que deseaba llevar el periódico en alto, su padre tenía una gran cantidad de acciones en el diario, y ella era muy exigente con Tony por decir lo menos, con su tiempo, su trabajo y su tiempo de escritor. Una vez que esta mujer vio la inminente caída del periódico, ella cogió $ 20,000 dólares del periódico, y se fue a Alemania con Tony donde pasaron un año en Frankfurt y algún tiempo en Munich, y Heidelberg, donde ella, previamente, había asistido a la universidad por cuatro años. Luego fueron a París, todo este tiempo ella apoyaba a Tony en la escritura de su novela. En este tiempo y coyuntura, Tony tenía de tres a cuatro amigos: yo, Cory Richardson; su enamorada, Catherine Cooley; Hans Gunderson de Darmstadt, Alemania, quien ahora era profesor a tiempo parcial en la Universidad de Heidelberg y estaba en Paris; y, Bernadette Vanderbilt, a quien yo le gustaba, y a quien a Tony le gustaba; ella, Bernadette, era una rosa, una belleza, y en comparación nosotros éramos sólo hojas en un árbol cercano a ella, o así lo sentí en buen tiempo.
Durante los siguientes meses de verano en 1970, la actitud de la señorita Cooley pareció cambiar hacia Tony, talvez porque la de él estaba cambiando y tomando más interés en Bernadette; la señorita Cooley quería que él se casara con ella; en este tiempo, la madre de Tony, incrementó su cuenta a $ 500 dólares mensuales, haciendo las cosas más razonables para él.
Él estaba sensatamente feliz en Paris, pero supongo que él prefería más San Francisco o Nueva York, ambos siendo más familiares para él, pero a Catherine Cooley le gustaba Europa, específicamente Paris o Berlín, y quería que éstos fueran los lugares donde Tony descubriría su estilo de escritura y completaría su primera novela. Cuando él terminó su novela ese verano, ésta estaba bastante buena, se llamaba “Con y Sin”, pero fue pobremente recibida por el público, ya que él no era conocido.
Luego, él sólo venía a visitarme, a menudo en la biblioteca “Shakespeare y Compañía”, para ver cómo me iba yendo con mi libro y para ver si Bernadette Vanderbilt estaba allí; Hans Gunderson estaba viviendo con ellos por un tiempo, era el amigo de la Srta. Cooley; Ezra Daniel, un poeta de San Pablo, Minnesota, mi tierra natal, quien estaba yendo a la Universidad de Minnesota conmigo, estaba trabajando en un libro de versos, viviendo conmigo en ese momento, por la Orilla Oeste, en un pequeño departamento cerca de la Catedral de Nuestra Señora de Paris. Es allí cuando Bernadette, Ezra y yo decidimos ir al Festival de Octubre juntos, en Munich; Tony quiso unirse también, pero no con Catherine Cooley. Entonces éramos cuatro personas. Fue entonces cuando Tony en vez de leer en la biblioteca con Bernadette empezó a trabajar en un gimnasio local, como para tratar de impresionar a Bernadette y llegarla a conocer mejor.
Una noche me di cuenta de la actitud de Tony hacia Catherine cuando él, Catherine, Bernadette y yo estábamos comiendo y bebiendo en el Café The Lips; ya habíamos cenado, bebido nuestros vinos y café cuando Tony le mencionó a ella que él estaba yendo con nosotros al Festival de Octubre, y que Hans Gunderson podría acompañarla cuando él se fuera. Él le dijo que necesitaba alejarse de todo familiar y sólo estar con amigos. Ella sugirió que él fuera a Heidelberg o Augsburg con Hans, él estaba yendo para algunas discusiones de grupos y seminarios, y él podría ayudar, incluso sería pagado por su trabajo y de esa forma los tres podrían estar juntos.
“No conozco a nadie en ninguno de esos lugares”, él dijo.
Yo estaba por decirle a Catherine que ella podía venir con nosotros, pero Bernadette me pateó debajo de la mesa, a propósito, antes de que yo pudiera hablar, ella susurró: “sé lo que vas a decir, pero no lo hagas, ahora ella ha estado con él por un tiempo, ella sabe todo acerca de él, es una buena chica, deja que se vaya con Hans, solos, talvez ellos se enamoren, además él la valora; talvez esta separación sea más útil que la que Tony planea”.
Fui pateado por segunda vez por Bernadette, para asegurarse que entendí lo que se suponía debía entenderlo—estar callado y ocuparme de mis propios problemas.
“Porqué no ir a Heidelberg por la iluminación, es un gran evento donde encienden el castillo entero y tiene actividades festivas, tú y Hans pueden ir” le dije a Catherine.
Tony pareció aliviado, pero Bernadette me pateó de nuevo, entonces le dije a Tony y Catherine, “creo que tenemos que irnos”.
“Si” dijo Catherine.
“Ah, bien” comenté “vamos Bernadette”.
“Estaremos bien” dijo Tony “vamos ahora”.
“No estoy segura” dijo Catherine pensando en mi sugerencia, “pero pienso que estaremos bien” ella añadió.
“Nos vemos mañana en la biblioteca”, recalqué de pasada.
“Adiós, buenas noches, Cory” dijo Tony y continuó bebiendo su vino, mirando a Bernadette mientras ella se arreglaba su cara frente a un espejo, sin notar el interés de Tony.
Capítulo II
A Europa y la Novela
Ese verano Tony Garcia fue a Augsburg por un fin de semana para presentar su novela, con Catherine, Hans y Bernadette. Su novela fue aceptada por una excelente editorial con la ayuda de Arturo Burg, un millonario alemán-polaco-judío, que estaba viviendo en Augsburg, amigo de Hans Gunderson. La novela había sido previamente publicada por una editorial en Paris, habiéndose impreso 1200 copias en la primera edición pero sólo se habían vendido trescientas copias a la fecha; ahora ésta sería traducida al alemán, también al francés; todavía la edición americana no había visto la luz del día. Luego de la publicación de su novela y la firma del contrato, su actitud, en el camino de regreso a Paris, fue incómoda para los otros tres; él estaba cortejando a Bernadette y a otras mujeres en la editorial. Él ahora estaba más entusiasmado en permanecer en Europa; aunque la primera edición alemana de su novela sería sólo de 5000 copias. Arturo Burg, así como sus socios en la editorial, elogiaron totalmente su novela, y su perspectiva había cambiado a un nuevo cenit. Ahora él se estaba enamorando locamente de Bernadette, y Bernadette, quien le había echado ojo a Cory Richardson, era simplemente amable con Tony, ella no tenía realmente interés en él, más bien ella se había fijado en el señor Burg, quien además de estar en la industria editora estaba en el negocio de diseño de ropas, el mundo de la moda, similar a Lily Ann en San Francisco, y producía vino Mosel; su ingreso del año 1967 había sido de cincuenta y tres millones de dólares. En lo que respectaba a Tony, cualquiera podría pensar que él nunca antes se había enamorado en su vida.
En el pasado, Tony se había casado por desesperación de tener a alguien disponible para él, y yo pensaría, que ahora Catherine era su recobro, y ahora él estaba empezando a darse cuenta que él era atrayente a un número de mujeres. Esto cambió su personalidad en los meses siguientes y no era nada placentero tenerlo cerca, aunque sus libros iban bien, iban en la segunda impresión de 12,100 copias e incluso una editorial de Nueva York estaba tomando interés en su manuscrito en inglés, y allí parecía haber alguna conexión entre Nueva York, Paris y Alemania sobre el asunto, y muchos miles de dólares por ganar en los contratos.
Luego hubo otra cosa que ocurrió: Tony empezó a leer “Escenas y Retratos” de Frederic Manning (edición 1930), esto suena como si no fuera gran cosa, pero uno debe de tener una mente abierta y algo de sabiduría para entender esta lectura, y él lo leyó, y releyó, éste era un libro muy siniestro e indulgente, desde los místicos escritos de “El Rey de Uruk” y aquellos de “En la Casa de Euripides”, hasta escenas tratando con “Paraíso del Desilusionado”, si es leído muy temprano en la vida, éste puede ser, como lo he mencionado antes, más amenazador que tranquilizador. Éste relata fábulas impresionantes, si no verdades escritas entre líneas, verdades, sustancias filosóficas que otros escritores habían pasado por alto en la aventura ardiente y luchas de la existencia de la humanidad. Nadie entendió bien cómo este libro influenció en él, pero lo hizo.
“Hola Tony” dije.
“¿Te detuviste para animarme, Cory? preguntó Tony. “Que tal si tú y yo vamos al Tibet para obtener alguna sabiduría china y escribir algunos modismos espirituales”.
“No” respondí.
“¿Por qué no?” él preguntó.
“Porque nunca tuve ningún interés en ir al Tibet, o en escribir cosas sagradas, o congelarme en el Himalaya, tuve suficiente de eso creciendo en Minnesota”.
“Esos monjes en Asia tienen mucha sabiduría, tú sabes”.
“Ellos me parecen tremendamente aburridos”.
Sólo me había detenido para ver cómo le iba a él y Catherine, tenía muchas páginas que tipear en la biblioteca, para uno de los capítulos de mi libro, y necesitaba continuar.
“¿Sabes algún dicho sabio?” él preguntó.
“Ojos que no ven, corazón que no siente” dije, y él me dio una sonrisa crucial.
“No, esa es la razón por la que quiero ir, inventa unos originales, inspírate”.
“¿Por qué yo? tú tienes a Hans y Catherine”.
“No; escucha Cory, si pago tu pasaje y el mío, más toda la comida y el alojamiento, ¿irías conmigo?”
“No” dije, “Me gusta Europa, en particular Alemania, y también Paris para escribir en estos momentos; además quiero ir al Festival de Octubre en seis semanas”.
“Toda mi vida quise hacer ese viaje, ver Lhasa, y el Palacio de Potala, el centro de la vida tibetana, donde el Dalai Lama huyó del país hace diez años atrás”.
“No seas tonto”, subrayé, “ahora tú puedes ir a cualquier lugar que quieras, tienes mucho dinero y no necesitas de un acompañante o un guardaespaldas”.
“Lo sé, pero si tú estás de acuerdo en ir, entonces empezaré a alistarme, por alguna razón solo no puedo empezar a moverme”.
“Se llama depresión lo que tienes, sal de este departamento y haz algo”.
“Ahora que mi libro está en tres idiomas, y Nueva York lo ha escogido, mi vida va tan rápido que no puedo mantener el ritmo”.
“Esto es sólo la vida, nada peligroso para ti o para mi, no hay sentido en hacer esto más difícil: los boxeadores, los luchadores, los matadores, los toros, y los gallos que se matan uno al otro en las peleas de gallos, y los soldados que luchan en las guerras, ellos tiene que vivir a la altura del puño, ellos tienen que preocuparse, no nosotros, nosotros sólo nos paseamos de un lado a otro, escribimos esto y aquello, constantemente nos entretenemos a nosotros mismos o a otros por dinero o reconocimiento, por amor a la vanidad; no estoy interesado en ser un monje, o escribir lo que los monjes escriben”.
“No, no creo que me gustaría la guerra o la corrida de toros, o el boxeo como profesión, o incluso enseñar karate, esto no me interesa. En cuanto a karate, sólo me gusta saber que lo aprendí”.
“Talvez es porque tú sólo has leído libros en la materia, si tú te involucras con ellos, aparte de karate, tú podrías cambiar de pensar”.
“Todavía quiero ir al Tibet”.
Él tenía una mente decidida, para ser un mexicano. Dije, “Como Shakespeare escribió en ‘El Rey Lear’ ‘Nada vendrá de nada…’”
Había descubierto que era la mejor forma de salirme, él había estado bebiendo, y una vez mareado él hablaba, y hablaba, y hablaba hasta quedarse dormido, y se ponía morado en el proceso. Habían muchas botellas de licor alrededor de su mesa, al final de la mesa, donde estaba sentado y donde se había dormido”.
“Cory”, dijo Tony, “tengo veinticinco años y he vivido una tercera parte de mi vida, tengo que pensar qué es lo que voy a hacer con las otras dos terceras partes, ¿alguna vez has pensado así?
“No, yo sólo hago un plan y lo sigo hasta el final, y hago un nuevo plan y lo sigo también hasta el final, y no me preocupo por las otras dos terceras partes porque hoy es hoy, y eso es todo lo que tengo, vivo el presente, en el momento”.
“Bien, todavía quiero ir al Tibet”.
“Escucha Tony, muchas ciudades parecen la misma, muchas de las gentes en las ciudades tienen intereses propios. Hablo en serio, tú te cansas yendo de ciudad en ciudad buscando algo que sea diferente, caminando de un lugar a otro. No hay nada como eso. Generalmente si encuentras un buen lugar, y tú resides allí, tú puedes alcanzar a ver todo el globo terráqueo, desde ese único lugar, y hacer todo lo que quieras, y continuar adelante; pero moviendo todo lo que obtuviste de aquí para allá todo el tiempo, tú nunca lo podrás. Por eso me gusta visitar Paris y Alemania, y esperar por el Festival de Octubre, y aprender Karate en San Francisco, donde te conocí, y luego volveré al lugar de donde vine”.
“Pero tú no has estado en el Tibet todavía, ¿cierto?”.
“No, y si mañana fuera allí contigo, de la forma como me siento hoy y me perdiera el Festival de Octubre, lo odiaría. Ésta es una buena ciudad para permanecer en el verano, y Alemania en el otoño”.
“Estoy cansado de Europa; estoy cansado de Paris y del barrio. Nada me pasa aquí, incluso estoy cansado de las luces nocturnas”.
“Bueno”, yo comenté, “tengo que ir a la librería y prestarme su máquina de escribir, tengo todas estas páginas para tipear”.
“Tú realmente no tienes que ir, sólo quieres estar lejos de mi, lo puedo decir. Te importaría si voy contigo a la librería para sólo acompañarte”.
“Creo que tú estás esperando que Bernadette esté allí, ¿correcto?”
“¿Te importa?”.
“No, vamos”.
Caminamos hacia la librería, y allí yo tipeé mis páginas mientras que él leía más del libro “Escenas y Retratos” y ojeaba el periódico, leyó un poco de Hemingway, Faulkner, Sherwood Anderson y Scott Fitzgerald, a él le gustaban los mismos escritores que a mi, incluso Mary Renault y sus novelas griegas, junto con las poesías de Roberto Bly, especialmente su primer libro “Silencio en los Campos de Nieve” y las descripciones de Jorge Sterling, así como los polirritmos de Juan Parra del Riego, y los versos de Apolinario Mayta, un poeta de Los Andes como Juan Parra del Riego.
Fui arriba a un cuarto que estaba en la parte de atrás, y allí estaba Bernadette descansando en un catre; ella estaba con sus brazos cubriéndose la cabeza. No quería despertarla, pero sabía que Tony lo haría si la veía.
“Bernadette” dije, y sacudí ligeramente su brazo y hombro. Ella miró hacia donde yo estaba, sonrió, y parpadeó muchas veces como tratando de aclarar su visión.
“Estaba soñándote a ti y a mi”, ella dijo.
“¡Vaya! ¿Y qué estaba haciendo, o qué estábamos haciendo?
“Sólo nos estábamos abrazando, pero sólo en mi sueño nada más, por eso mantén tu mente en su sitio”.
“¿Hablando o soñando?”.
Ella rió, dijo “Desearía que no tengas esclerosis múltiple, tú siempre necesitar dormir mucho y te cansas muy rápidamente”.
Pude imaginar su sueño; ella estaba como desilusionada con mis males físicos. Bajamos las escaleras para reunirnos con Tony, por temor a que él nos viera hablando y se ofendiera, tenía un carácter extra sensitivo debido a su heredad mexicana.
Capítulo III
Café de Flora
Era una noche tibia de verano y yo estaba ubicado en una mesa debajo del toldo, en la entrada del Café de Flora, Tony justo se había ido y Bernadette estaba viendo cómo me embriagaba; las luces eléctricas de neón que estaban debajo de la terraza que decía: “Café de Flora”, estaban prendidas. Había un semáforo y un letrero de “Pare” al que yo estaba mirando desde mi mesa, y a la multitud de gente que caminaba, taxis que paraban y partían dejando gente para la cena en los dos lados del café. Miré a unas cuantas mujeres bonitas que pasaban, y luego las perdí de vista, y Bernadette comentó, “Los hombres no piensan en sexo de la misma forma que las mujeres lo hacen, ¿cierto?”.
“Bien, ¿qué pensarías tú?” pregunté.
“Perdón”, ella dijo, “¿cuál es el problema?”, ella preguntó, “¿estás pensando en esas mujeres que acaban de pasar?”.
“Seguro, ¿tú no?”.
“¿No lo sabes? Tú nunca sabrás en esta ciudad lo que los hombres y las mujeres están pensando”.
“Los hombres piensan del sexo como si fuera una sopa de calabaza, y las mujeres piensan en esto, como hacer compras para la receta” dije.
“¿Te gustaría ir a otro sitio más?” preguntó Bernadette.
“No” contesté.
“¿Por qué no?”.
“No hay otro lugar para ir”.
“A mi departamento, o al restaurante que está en la parte de abajo de la Torre Eiffel, conozco al administrador allí, no necesitamos hacer reservaciones”.
“El café aquí tiene un gran estimulante pero sólo dura poco tiempo, pero el vino es estupendo, ¿qué marca es?”, dije. Ella sonrió tratando de no reír, por que yo no sabía qué estaba bebiendo, a pesar de haber pagado por éste y era caro.
“Chateauneuf du Pape Cuvee de la Reine des Bois, Domaine de la Mordoree,” dijo Bernadette.
Paré un taxi y éste se detuvo en el bordillo; ambos nos sentamos en el asiento trasero del carro y nos dirigimos a su departamento en el boulevard Saint Germain. Miré al reloj que el carro tenía, eran las once de la noche cuando entramos al boulevard Saint German, y nos bajamos en la calle del hotel. Dentro del hotel, ella se acurrucó a mi lado, y dijo haberme mirado por un rato hasta que me quedé dormido. Después de unos minutos, ella me cubrió con una manta liviana, para pasar la noche, y allí me quedé dormido en el sillón y ella en su dormitorio.
“¿Qué me pasó anoche?” le pregunté a ella en la mañana.
“Olvídate”, dijo ella un poco perturbada.
“¿Estás molesta?” le pregunté.
“Si, un poco, pero no puedo echarte la culpa, tú estás enfermo, yo me siento enferma y todo el mundo está enfermo”.
Ella salió de la cocina y fue detrás del sofá, donde la luz entraba por la ventana, el río Sena estaba a una cuadra atrás, tú lo podías ver desde la ventana, como también la Catedral de Nuestra Señora de Paris.
“Tú no necesitas beber mucho, ¿cierto?, con sólo poco te apagas como un foco”.
“Si, eso puede ser cierto, tan cierto. Y mi gota, tengo la gota también”.
“No me importa mucho a mi, a las mujeres no nos importa mucho tales cosas”.
“Tú eres británica, ¿cierto?”.
“Te conozco por seis semanas, y tú ¿no lo sabes todavía?”.
“Bien, sé que vienes de una buena familia y que tienes algunos familiares en Minnesota y en San Francisco, en Estados Unidos, pero ¿de qué parte de Inglaterra eres?”.
“De Shipton”, ella declaró.
“Americana-inglesa, ¿Cierto?”.
“Algo así”.
“Qué bueno, no detesto a ninguno de ellos”.
“Conocí a Arturo Burg, en Augsburg, Alemania; le caí bien”.
“¿Cómo lo sabes?”.
“Una chica sabe de estas cosas”.
“¿Te gustaría ir a tomar desayuno?” le pregunté. Realmente no quería comer, quería ir a mi hotel a dormir, pero sabía que ella quería comer, y sería bonito mantener su compañía, a ella nunca le gustaba comer sola. Entonces fuimos a tomar desayuno al Les Deux Magots, pedimos huevos cocidos, café, jugo de naranja y pasteles.
“No está mal acá”, ella dijo, “está de moda”.
“Acá es mejor que en el otro lado del río”.
“A mi me gusta la comida alemana también”, ella comentó, “pidamos otra botella de vino”, ella dijo, “esta vez pagaré por ésta, si no te importa”.
Bebimos otra botella de vino, y Bernadette dijo: “Es una pena que tengas esa enfermedad, ¿cómo es que te afecta de todas formas?”.
“Es difícil tener una erección…”.
“Ya, me lo imaginaba. Tú eres franco, ¿cierto?”.
“No sé cómo obtuve esta enfermedad, sólo la obtuve”.
“Ah, esas enfermedades mugrientas”.
Hubiéramos continuado con el tema de la enfermedad, pero ella ya había coincidido en que era una pena, y no dije nada más sobre el tema, una calamidad es sólo eso, y no tiene sentido en estresarse sobre cómo apareció.
“Todos se encontrarán hoy en el cabaret ‘El Molino Rojo’; tú sabes, está desde los 1880s. Tienes que estar allí”.
“¿Quiénes son todos?”.
“Tony, Hans, Catherine y yo, y creo que también tu amigo Ezra estará allí”.
“¿Y qué con tu amigo Arturo?”.
“Desearía que él estuviera, ahora él se encuentra en Augsburg, pero dice que talvez nos encontremos en el Festival de Octubre. Tú debes ir querido”.
“Por supuesto que iré”, dije.
“Y lleva a Ezra”.
“Gracias, allí estaremos”, luego me levanté y salí, volví a mi pequeño departamento que estaba por el hotel de Bernadette y me tiré en la cama, necesitaba escribir más pero el vino me estaba subiendo y mis pies estaban adoloridos, la gota estaba empezando a atacar mi sistema. Todo era mucho para mí, la noche anterior y esta mañana, el vino y las últimas horas.
Capítulo IV
El Jaguar
Estábamos sentados separados en su carro, su Jaguar, ella había decidido ir a recogerme al hotel pensando talvez que yo no iría al Molino Rojo; de alguna forma nos deslizamos y terminamos uno cerca del otro mientras ella conducía. Bernadette se había quitado su suéter y sus hombros y espalda estaban presionados fuertemente en el respaldar del asiento del carro. Su cara brilló mientras pasábamos por las luces de las calles, luces como estrellas a lo largo de los cafés, en una noche oscura y sin nubes para mencionar. La cara de Bernadette estaba bronceada y ella se inclinó hacia mi para besarme, luego yo lo hice hacia ella, nuestros labios se tocaron ligeramente uno con el otro, y parecía que ella quería presionarlos más fuerte, pero se alejó, y continuó conduciendo.
“¡No, no puede ser!” ella gritó.
“¿Qué quieres decir? ¿Cuál es el problema?”.
“Realmente es demasiado, mucho para mi, no lo puedo soportar”.
“Oh Bernadette, ¿soportar qué?”.
“Tú debes de saber que no entiendes a las mujeres. Y simplemente es muy difícil para mi aceptar tu enfermedad”.
“¿Acaso no estamos enamorados uno del otro?”.
“Enamorados, por supuesto que si, te amo mucho, tanto, pero no puedo tenerte, es tan, tan duro para mi no poder tenerte, y estoy toda confundida”.
“Entiendo, y desearía que hubiera algo que yo pudiera hacer respecto a mi condición”.
Ella ahora manejaba más despacio, su compostura se había aliviado un poco. Mi brazo estaba recostado a lo largo del respaldar del asiento y mis dedos tocaban sus hombros, mientras ella miraba ligeramente hacia arriba, como frecuentemente lo hacía cuando estaba pensando.
“Oh, no, te apuesto a que tú no entiendes a las mujeres”, ella rió por lo bajo, y ya no me estaba mirando; era un momento infernal.
“Los hombres talvez nunca conocerán a las mujeres, pero pensamos que si. Quiero decir, las mujeres piensan que ellas no pueden cambiar a los hombres, pero ellas sí pueden; y, los hombres piensan que ellos pueden entender a las mujeres, pero ellos no pueden. Todos estamos confundidos”.
“Si, talvez es así, y ustedes los hombres, se fijan mucho en la belleza física de una mujer y se olvidan de que ellas tienen cerebro y sentidos, y un corazón”.
“Si”, estuve de acuerdo con ella, y luego, agregué al diálogo, “y las mujeres, mientras permaneces alrededor de ellas, eventualmente se familiarizarán contigo y obviarán la calidad por la familiaridad”.
“Me pregunto cómo pensarán los ancianos, quiero decir, que tú eres tan joven, ambos sólo tenemos veintitrés años de edad, y sé que la juventud es sólo por una temporada, ¿no?” preguntó Bernadette.
“No estoy seguro, pero los ancianos que conozco son como si tuvieran nubes oscuras colgadas sobre sus cabezas, incluso Hemingway no encontró mucho placer en ser viejo, o Dalí luego de que su esposa muriera”.
Estaba contento de que ella cambiara de tema; estaba muy cansado del otro. Lo había visto por muchos lados, y había decidido no salir con nadie seriamente, pero la juventud tiene sus imperfecciones, y Bernadette estaba buscando más en tener una diversión, una diversión seria.
“Es jovialidad estar enamorado del sexo opuesto, y es curioso ver cómo entra en ti, ya que te muerde en el dedo del pie antes que siquiera lo veas”.
“Oh, estoy feliz de que digas eso, tiene sentido”, dijo Bernadette, pero sus ojos parecían no digerir esto, y su mirada estaba en el vacío.
“Quiero decir que es positivo, sentir una gran emoción”.
“Di lo que quieras”, ella remarcó, “pero es infierno puro”.
“Eso no suena muy bien viniendo de ti, quiero ver más de ti, si es posible, pero sólo si tú quieres”.
“Parece que a este punto, tengo poco para escoger, te amo, tú lo sabes”.
Ahora estábamos sentados juntos y muy solemnemente, ella había detenido el carro, estábamos en el Molino Rojo, parecía que había perdido contacto con ella, como si ella fuera una extraña. El lugar entero estaba iluminado.
“¿Entramos?” le pregunté.
Bernadette, movió su cabeza y hombros hacia el costado, “Oh, no sé si pueda entrar allí ahora”.
“Podemos ir a otro lugar”, dije.
“Si, si no te importa, a propósito, me besarías, por favor bésame antes de ir. Esto significa mucho para mi”.
Ella manejó su Jaguar de color verde claro, hacia Magots, se estacionó a un costado de la calle, por la Capillita, luego me dio su mano y caminamos hacia el bar, donde ella pidió un vino tinto y un whisky escocés en las rocas.
“Me pregunto si luzco bien, estuve casi a punto de llorar, tú sabes”, ella dijo y me alcanzó su liviano suéter, y yo la ayudé a ponerse; mientras nos sentábamos en el bar, la multitud que acababa de tener su cena justo estaba saliendo.
“Bien, si no te importa”, Bernadette dijo, “Voy a tomar también un whisky en las rocas como tú Cory”, y pidió uno.
Una voz entre la multitud dijo, “Bernadette, Bernadette, ¿eres tú?” Una chica bajita, de mediana edad, que decía llamarse ‘La Reina Abeja’, abriéndose entre la multitud apareció, “Bernadette, digo, siempre que te veo, tienes a algún galán contigo”.
“Tengo algo bueno que decirte”, le dijo a Bernadette, “Arturo Burg, a quien le gustas, dice que tiene intenciones totales de encontrarse contigo en el Festival de Octubre, talvez antes del festival, por eso creo que te estará llamando pronto, espero que este joven al lado tuyo, no se ponga celoso”.
“Quiero presentarte a Cory Richardson, Gertrudis. Cory, ella es Gertrudis Stewart, una artista amiga mía a quien conocí en Alemania donde conocí a Arturo, en Augsburg”.
“Si, oh si, cómo está Sr. Richardson; ahora quisiera que ustedes dos conozcan a mi nuevo amigo: Franz, ya me olvidé de su apellido, justo lo acabo de conocer unos días atrás y él me trajo aquí, a Paris, él tiene mucho dinero como Arturo, y me va a ayudar a abrir una galería”.
“Bien” le dije a Gertrudis, “¿Franz y tú están pasándola bien aquí en Paris?”.
“Bastante”, ella dijo con una risita intensa, “Paris es maravilloso, una ciudad de artistas y escritores, pero por lo general prefiero Alemania”.
“Oh si”, comenté, “Supongo que sí, Alemania es hermoso”.
“¿Así que estuviste allí?”.
“Oh, si”, dije, Bernadette me miró sorprendida.
Franz llamó a la ‘Reina Abeja’ desde su mesa.
“Debo irme, él tiene a toda esa gente alrededor suyo, talvez nos encontremos en el Festival de Octubre, así te acompaño a ti y a Arturo, y conozco a tus amigos también”. Y ella se alejó abruptamente así como apareció.
“Ella es muy genial, ¿no?” preguntó Bernadette.
“Si, ella estuvo bien”, dije, añadiendo, “Debo regresar al hotel, puedo tomar un taxi, tú tienes a tus amigos aquí y yo me desmayaré por agotamiento en otra media hora”.
“Pobre chico”, ella dijo. “Se te nota cansado. Espero que no te importe que me quede aquí para hablar con la ‘Reina Abeja’, Franz y sus amigos, aunque me da lo mismo, lo digo porque… como vine aquí contigo”.
“No, yo de verdad tengo que irme, y por supuesto que no me importa”. Así, le dije buenas noches a Bernadette, en el bar. Franz estaba comprando cerveza para todos alrededor suyo, había mucha gente.
“¿Realmente te estás yendo?”.
“Si”, dije, “tengo un sistema inmune descompuesto”.
“Entonces, ¿nos vemos mañana?”
“Si”, respondí.
“¿Dónde nos encontramos?”, ella preguntó.
“Probablemente en la librería después de la una de la tarde”.
“Bien, trataré de estar allí, alrededor de las dos de la tarde”.
“No te preocupes Bernadette si no puedes”.
“No, siempre mantengo mi palabra contigo, ¿cierto?”.
“Buenas noches”, dije y me alejé.
Capítulo V
El Parque
En la mañana siguiente desperté a Ezra y fuimos a tomar desayuno. Era una mañana soleada y buena, y se sentía que se iría a desarrollar una tarde cálida. El parque pequeño, detrás de la Catedral Nuestra Señora de Paris, tenía una flora con tonalidades oscuras de verde y estaban en flor; ambos nos sentamos en una banca. Había un anciano fumando un cigarrillo y leyendo el periódico, al otro lado del puente, los artistas alistaban sus caballetes, había vendedores a lo largo del pasadizo alistando sus revistas y periódicos, las calles estaban llenas, y en el río, habían unos cuantos botes, un barco-vivienda en particular justo estaba pasando debajo de uno de los tantos puentes que cruzaban el río Sena.
“No se te ve mucho alrededor”, me dijo Ezra.
“Oh, estoy alrededor, en la librería en las primeras horas de las tardes, y anoche no pude verte en el cabaret Molino Rojo, debido a que Bernadette quería ir a otro sitio a último minuto”.
“¿Qué haces en las noches?” preguntó Ezra.
“Como que ya te lo dije. Tú sabes cómo es cuando tienes a una amiga en la que estás interesado”.
“Bueno, no, realmente no, no lo sé”, dijo Ezra.
“Vamos al museo ‘The Louvre’, ¿okay? Tomaré un taxi” dije. “Desearía tener un carro, podríamos ir a dondequiera: Alemania, al Festival de Octubre, ir y venir a esos lugares atractivos que tiene Paris, ir hasta Augsburg, afuera al campo”, eso le mencioné a Ezra en nuestro camino al museo ‘The Louvre’.
“¿Sabes cómo van las ventas del nuevo libro de Tony?, preguntó Ezra.
“Parece que bien, pero él está loco, está enamorado de Bernadette, y medio enamorado de la Srta. Cooley, pero Cooley está enamorada de él, no de Hans, y Bernadette, creo que no lo soporta a él, y ella está interesada en algún tipo de Augsburg”.
“Bueno, ¿te divertiste anoche?”, preguntó Ezra.
“No, de verdad que no, pero lo pasé más o menos”.
“¿Cómo va el avance de tu libro, y, sigues teniendo esos avances de las revistas?, me olvide cuál de ellas era”, preguntó Ezra.
“Terrible, el avance de mi libro es terrible, pero está saliendo. Y ayer recibí un cheque por unos cuentos que escribí, suficiente para la renta, la comida y unas cuantas bebidas en un bar caro, no puedo decirle a nadie que estoy medio quebrado, ellos se aprovecharían de eso, tú sabes”.
“Eso es normal, todos tenemos nuestros periodos de desplome y cabeceada, malas y buenas noticias. A propósito, estoy trabajando en reexaminar la naturaleza y función de la poesía, en vez de escribir los poemas y reescribirlos, y luego tipearlos, volveré a eso más tarde, quiero eliminar las distinciones tradicionales...oh, es difícil de explicar, pero entiendo lo que quieres decir”.
“¿Tony sigue hablando en ir al Tibet, o estará yendo con nosotros al Festival de Octubre?”.
“Bueno”, dije, “si él podría estar con Bernadette, él iría por seguro al festival y se olvidaría del Tibet”.
“Taxi, voltee, voy a Shakespeare y Compañía”.
“¿Cambiaste de idea?”.
“Ya, tengo que sentarme y escribir un capítulo de mi libro, me dije a mi mismo que escribiría un capítulo por día ¡Lo siento! Tengo el feo hábito de hacer lo que tengo que hacer, cuando pienso que tengo que hacerlo”.
“Lo sé”, dijo Ezra, “pero tú eres el mejor amigo que tengo, así que tengo que soportarlo”.
“Que sea lo que sea”, pensé, y el taxi se detuvo en la librería.
“Está bien, estoy bien Cory, continúa, te veré luego, se me ha metido lo del museo en mi mente, pagaré el taxi”.
“Qué bueno”, dije, “tomaremos unas bebidas esta noche si regreso a tiempo y te encuentro en el departamento”.
Pude sentir que Ezra quería venir conmigo, pero lo dejé ir sin tratar de persuadirlo de quedarse. Esperaba a que él reiniciara su poema “Canto a Paris”, él era un buen poeta, pero su mente cambiaba de un tema a otro, como un hombre tratando de encontrar la correcta estación de radio, y en el proceso, nunca terminaba nada. Ahora yo tenía más de veinte cuentos publicados en libros y revistas. Entretanto, Ezra quería más que nada ser un poeta, aunque él había obtenido su Ph.D. y quería estudiar la naturaleza de todo en literatura. Era bonito saber que él había dedicado su tiempo para ver mis escritos como un águila, y eso me ayudó con la corrección de errores y las pruebas. Era mi primera novela y tenía que terminarlo antes de regresar a Minnesota, y era un gol, junto con el Festival de Octubre. Mi novela se llamaba “Días sin Mujeres”. Ésta realmente no era una novela, por decir, en cambio eran cuentos vinculados, que hacía una novela grande, pero uno podía leerlo separadamente, como la novela “Baja Moisés” de William Faulkner.
Capítulo VI
El Libro
Es tarde en la librería, Bernadette, se suponía que iba a venir a las dos de la tarde, pero no vino. Cory Richardson está ahora buscándola, ella no había cumplido su palabra. Por otro lado, se suponía que Ezra iba a encontrarse con Richardson en el departamento en la noche, pero ahora él está buscando a Bernadette. Él ya había llamado a Tony, sintiendo que ella talvez fue a su departamento, o talvez ella se encontró con el Sr. Arturo Burg.
El taxi se detuvo en el obelisco, “No importa a dónde vaya en Paris,” señaló Richardson, “ustedes los taxistas parece que siempre pasan, de una forma u otra, por la Aguja de Cleopatra, quiero decir el Obelisco de Cleopatra”.
“¿Qué es el Obelisco de Cleopatra?”, el taxista preguntó.
Creo que Julio César las hizo construir para ella, hubo muchos en Alejandría una vez, y a través de los años, uno fue obtenido por los americanos y puesto en el Parque Central, otro en Londres a lo largo del río Támesis, otro en Roma, otro en Estambul, y otro aquí en París. Yo los he visto todos”.
“Interesante”, dijo el taxista, “pero parece que su amiga no está alrededor. ¿A dónde le gustaría que lo lleve ahora?”.
“Al Café de Flora”, respondí.
“Richardson, por aquí, siéntate aquí”, dijo la ‘Reina Abeja’, situada en una mesa afuera del Café de Flora. Yo la había visto y me bajé del taxi, le pagué en Francos al taxista y me despedí; sentía que talvez ella había visto a Bernadette.
“¿Qué te pasa? Luces un poco pálido, ¿estás buscando a alguien?” preguntó Gertrudis, con una sonrisa astuta.
“No me pasa nada, y sí, estoy buscando a Bernadette”.
“Ella fue al Club de Escritores con Tony, al que ustedes los escritores siempre van y pasan las tardes y toman sus desayunos-almuerzos, etc. ¿Tienes noticias de los Estados Unidos sobre tu libro?”.
“Nada, les envié la mitad de mi manuscrito”.
“Talvez deberías pedirle a Tony que te recomiende”.
“No cuesta nada intentarlo, ¿cierto?”.
“Tú podrías publicar tu libro acá en París”.
“No lo sé, desearía tener otras elecciones otras que Vikingo y Paris”.
“Mi amigo Arturo Burg, tiene un amigo en San Francisco, otro en Paris y otro en Augsburg, sin embargo me olvidaría de la edición alemana, y estaría primero con la Prensa Pequeña de Paris y luego intentaría San Francisco”.
“Seguro, si puedes, pídele a tu amigo que me recomiende con la Prensa de Paris, ¿cuál de ellas es?”.
“No lo sé, pero déjame ver qué puedo hacer. ¿Quieres algo para comer o beber?”.
“Si”.
Empecé a pensar profundamente; ahora Tony estaba controlando a Bernadette, talvez porque le iba bien económicamente ya que él era un autor que ya había publicado su libro, y la venta de éste estaba subiendo.
“Pero, ¿cuál es el problema Cory?” preguntó la ‘Reina Abeja’.
“Dinero, desearía tener más”, sentía en mis bolsillos el cheque que aún no lo había cobrado.
“Vamos, déjame pedir una bebida y algo para comer, yo pago, no hay apuro. Bernadette estará acá, dijo que tú estarías buscándola y que te dijera que ella estaría volviendo después de una corta visita al club”.
“Ah, te lo dijo”.
Tomamos una bebida, la ‘Reina Abeja’ y yo, y comí un sándwich de queso y jamón.
“¿Conoces a Arturo Burg?”
“No, sólo he oído de él, ¿porqué? A Propósito, ¿cómo es él?”.
“Él es bueno. Puede ser cómico a veces, tiene mucho dinero, no es tan aburrido como ese amigo tuyo, Tony, él a mí me parece problemático. Pero, ¿Cómo es Tony?”.
“Él es muy nervioso; parece escribir acerca de cosas que otros ya escribieron, y está esperando que más gente escriba cosas nuevas para poder así copiarlas con un enfoque. Pero me imagino que él es bueno; tú tienes que aceptar a las personas por lo que son o eliminarlas de tu vida.
“Bien”, ella dijo, “por momentos también Bernadette puede serlo. Tómate otro whisky escocés en las rocas, cae bien con un sándwich, especialmente a las cuatro de la tarde”.
“Está bien”.
“Allí está Bernadette con Tony”, dijo la ‘Reina Abeja’, un taxi los había dejado frente al Café The Lipp’s y ambos estaban cruzando la calle. Ellos se acercaron a nuestra mesa.
“Hola, borrachos”, dijo Tony.
“Hola Tony y Bernadette. Justo le acababa de decir a Gertrudis, quiero decir a la ‘Reina Abeja’, que te estaba buscando”.
“¿Qué quieres decir?” dijo Bernadette.
“Dijiste que estarías en la librería hoy a las dos de la tarde”.
“Tú dijiste que no me preocupara si no podía estar a esa hora”.
“Jalen una silla, ambos, y siéntense. Tony, ¿todavía piensas ir al Tibet, o al Festival de Octubre?” pregunto la ‘Reina Abeja’.
Tony empezó a pensar y dijo: “No lo sé, pero si Bernadette va a ir al Festival de Octubre, talvez pueda cambiar mis planes”.
“Quería decir, ¿qué es lo que prefieres hacer?” preguntó Gertrudis.
“Te juzgué mal”, le dije a Gertrudis, “tú eres astuta como una zorra y peligrosa”.
“Tú eres terriblemente gracioso, Cory”, dijo Gertrudis.
Tony se rió. “Supongo que no hace ninguna diferencia de a dónde voy, pero me gustaría estar con esta hermosa joven dama”.
“No”, dijo Gertrudis, “tú tendrías mucha competencia, y estarías enojado todo el tiempo”.
“Dejen de hablar de mi como si todavía estuviera al frente de la calle”, dijo Bernadette.
“No hay problema”, dijo Gertrudis, “no es nada serio, sólo estaba bromeando”.
“Ven Bernadette”, dijo Tony, “pidamos algo, o salgamos de acá y vayamos a hacer algo”.
“No”, ella dijo, “le dije a Cory que almorzaríamos tarde, y sólo iremos acá cerca para almorzar. Entonces a ustedes dos, adiós, nos vemos más tarde”.
Caminamos hacia afuera, bajo el toldo del café, y fuimos al Boulevard Saint Germain. Había mucho tráfico.
“Tony puede irritar a cualquier persona”, dije de pasada, mientras caminábamos. “Quiero decir que me cae bien, pero…”.
“No estoy tan interesada en él, pero realmente tú no quisieras irritarte por su causa al punto de que él lo note, ya que él es muy sensible”.
“Lo sé”, dije, “él tiene esta clase de presunción sana”.
“¿Te refieres a la clase que la mayoría de los americanos tienen?”, dijo Bernadette.
“Me imagino”.
“De alguna forma no le he mostrado a Tony claramente de que no estoy interesada en él, no estoy segura por qué”.
“Yo creo que a ti te gusta que la gente se enamore de ti”.
“Él quiere jugar tenis conmigo mañana, ¿debería ir?”
“Él tiene un bonito trato varonil con las chicas; veo que él lo ha sacado. Tú sabes, a él le gusta ganar; por otro lado, también a ti. Él se enamoró de ti en un pestañear, una vez que él te vio, tú sabes eso, ¿cierto? De todas formas, el que vayas o no, depende de ti”.
“¡Vamos! Vayamos al restaurante que está en la Torre Eiffel, mi amigo es el administrador allí, no necesitaremos reservaciones”.
“Tengo una cita”, dije.
“¿A qué hora?”.
“Con Ezra, talvez al atardecer, no lo sé exactamente, le dije que nos encontraríamos después de terminar en la librería”.
“Bien, para ser sincera, me apuré en regresar al café sólo para hablar contigo; quería estar contigo, ¿no se supone que tengo que hacerlo?”.
“¿Qué hiciste allá?”.
“Oh, fui a encontrarme con todos por supuesto, comí algunos aperitivos ojeando algunas revistas”.
“Pensé que dijiste que siempre cumplías con tus citas”.
“¿Todavía estás molesto sobre esto?”.
“Creo que ir al club es perfectamente encantador, y con Tony para rematarla, sólo que no me gustó tener que correr buscándote, desearía que hubieras llamado a la librería para hacerme saber”.
Bernadette no dijo nada.
Cruzamos la calle y nos sentamos en una mesa afuera del café, y Bernadette compró una revista ‘Paris Times’; yo pedí un vaso de vino para ella y un whisky escocés en las rocas para mi.
“Para ser honesta Cory, a veces sólo agarro las oportunidades y me voy, yo no quiero que tú te enfades conmigo, pero siento a veces, que no he vivido suficiente, no como tú de todas formas”.
Ella me miró con esos ojos brillantes, tratando de decirme algo, irrelevante.
“Tú estuviste casado una vez, divorciado antes de cumplir diecinueve años de edad; yo no me casaría con Tony, o Arturo, sólo contigo, si tú me lo pidieras, pero parece que es muy temprano para ello, y todavía siento que soy muy joven”.
No dije nada.
“Quería celebrar algo, hablé con un editor en el club, él dijo que él haría una crítica a tu libro, él sabía tu nombre y había leído algunos de tus cuentos de la revista Paris. A propósito, él dijo que elegiría diez cuentos, de los que ya publicaste en revistas, y algunos de tus poemas para ponerlos en un libro. Lo ves, soy tu agente ahora, y tuve una misión cuando fui allí. Y Tony habló muy bien de ti”.
“Es buena suerte, ¿le diste un nombre al libro?”.
“Si, lo hice”.
“¿Cuál es el nombre?”.
“Diez Historias y Tres Poemas, y tu pie de autor”.
“¿Es ese el título?”.
“Hasta ahora lo es, tú sólo necesitas ir allí mañana y firmar un contrato con Malcolm Hall, y él va a imprimir 400 copias de tu libro. Sé que no es mucho, pero es el comienzo”.
“Bueno, supongo que deberíamos celebrar, por la mala suerte que estaba teniendo en América, y la buena suerte en Paris. Yo sé que tú puedes casarte con cualquiera que tú quieras”.
“No, no lo creo. Te tengo mucho cariño, y algún día me gustaría tener tus hijos, talvez dos, pienso que sería bonito tener tus hijos”.
La miré extrañamente. Nunca había tenido buena suerte con los hijos, ya tenía dos; mi matrimonio había durado sólo quince meses ya que mi esposa me había dejado por un hombre más rico, y, debido a mi enfermedad.
“Yo sé que tienes dos”, dijo Bernadette, “pero dos más no hará daño”.
Luego me miró y añadió.
“Es una pena que tengas esa enfermedad, aunque cuando duermes mucho, tú puedes en las mañanas, ¿cierto?”.
“Si, a veces puedo, pero talvez no te guste a ti. Yo no pienso que tú eres de esa forma. Ciertamente no”. Eso dije, luego añadí, tratando de cambiar de tema, “Tú no conoces a Tony como yo, él está detrás de ti, y tú necesitar tener más cuidado”.
“¿Cómo puedes decir esas cosas? Te acabo de decir que quiero tener tus hijos”.
“Cállate Bernadette, por el amor de Dios deja de hablar de hijos. Esa es la última cosa que ahora quiero”.
“¿Ni siquiera para complacerme?”.
“Por favor no malinterpretes, Bernadette, yo sé que nuestra relación hasta hora es puramente platónica, ni siquiera eso, puramente nada con sexo, sólo un beso y bueno tú sabes. Y ambos nos deseamos, y estamos terriblemente interesados en el otro. Pero el matrimonio y los hijos necesitan ser puestos a un lado”.
“Escucha Cory, querido, déjame explicarte algo, espero que no te importe. Haz lo que gustes, pero no te acerques mucho a otras mujeres jóvenes; no, si tú tienes intenciones de amarme”.
“Realmente tengo que ir al departamento a ver a Ezra por un minuto, ven si quieres, a él le gustará verte”.
Mientras nos sentamos terminando nuestras bebidas, callados, ella sonreía brillantemente, mirando el perfil de mi cara. Le pedí al camarero traer la cuenta. Después de esto, mientras caminábamos por el boulevard ella todavía estaba sonriendo, agarrándome fuertemente de la mano, estábamos callados, no había necesidad de palabras; luego llegamos a mi departamento.
Capítulo VII
El Telegrama
Mientras abría la puerta de la librería, y entraba acercándome al mostrador donde detrás de éste estaban las escaleras, Flor, la cajera me detuvo antes que subiera.
“Bernadette y Tony vinieron”, ella dijo, “ella me pidió que si te viera te dijera que ella va a volver en unas horas, que ella acaba de recibir un telegrama de Augsburg”.
“¿Dices que ella estaba con Tony?”, pregunté para aclarar.
“Estoy muy segura que era Tony; parecía un mejicano o sudamericano”, ella se repitió a si misma, añadiendo, “ellos volverán en una hora más o menos”.
“Si, sí, gracias”, dije, “escucha, cuando ella venga, hazle saber que estaré arriba en el salón escribiendo, ¿está bien?”.
“Si maestro Richardson”, comentó Flor, “la señorita Bernadette es una mujer hermosa, aunque parece ser un poco excéntrica, pero de todas formas amable”.
Miré a Flor de nuevo; ella tenía aproximadamente diecisiete años de edad, la tan llamada celadora de la librería, muy observadora, ella parecía tener un gran orgullo al hablar acerca de mi compañera, pero a mi me gustaba su acento francés e inglés mezclado, ella tenía cabellos largo y negro, y ojos suaves curvos, con unos párpados delicados; pero en frente de esto, una apariencia un poco mal nutrida, quien talvez desearía que la llamara Señorita en vez de su primer nombre, y con ese nuevo comentario sobre Bernadette, me dejó asombrado.
Fui al salón para escribir y esperaba que Bernadette viniera pronto, sabiendo que, de alguna forma, Tony la persuadiría de ir en su camino, cualquier camino era éste.
“Hola querido”, dijo Bernadette, “¿no vas a reconocerme?” Había oído sólo una voz débil detrás de mí, pero oí la segunda parte de su monólogo. Me volteé abruptamente, allí ella estaba con Tony.
“Si querido soy yo, despierta. Luces como un escritor en un modo fantasioso; disculpa que me tomó mucho tiempo, pero Tony y yo tomamos una bebida rápida en Magots después que recogí el telegrama. Flor te lo mencionó, ¿cierto?” Moví mi cabeza en señal de sí. Eran las seis de la tarde, una bebida muy larga pensé, pero lo dejé así.
“Luces fresco Tony”, comenté.
“Si, antes de venir acá, nos detuvimos en mi casa, quería tomar un baño, en la tina—tú sabes, bañarme en caso de que terminemos yendo a los bares esta noche”.
“Sólo una ducha” comentó Bernadette, mientras la miraba a ella, y ella me dio esa encantadora mirada diabólica que decía: me gusta la libertad pero no necesariamente responsabilidad. Y evidentemente, mi mirada provocó alguna clase de explicación por su ausencia.
“Digo,” dijo Tony, “que tuvimos todo un día”.
“¿No teníamos una cita hoy, Bernadette?”.
“No. ¿Porqué tendríamos una?”.
“No. Pero siento que quiero embriagarme esta noche”. Luego ella me alcanzó un contrato con la Editorial de Malcolm Hall, diciéndome que él ya había elegido los diez cuentos y tres poemas, sólo necesitaba mi firma en el papel, añadiendo, “Ah, me olvidé de mencionarte, Malcolm tuvo esa bebida larga también con nosotros, él compró la botella de champagne, porque soy tu agente, y ese era mi pago por traer un nuevo autor a su casa editora”.
“No lo creo”, comenté.
“Él quiere verse con nosotros esta noche en el Café-Bar de la Torre Eiffel y enseñarte las pruebas”.
“No serviría de nada. Tú puedes ir si quieres; creo que eso es realmente lo que él quiere”. Luego firmé el papel, justo entonces y allí y se lo alcancé a ella.
“Lo sé”, Bernadette me dijo calurosamente, “pero no es eso lo que quiero”.
“¿No es horrible?, todos tratando de poner sus manos y corazones en la mente de Bernadette, tú sabes que eres bastante adorable, y no puedes echarle la culpa a ningún hombre”, dijo Tony.
“No hablemos sobre esto, todo es un juego. Arturo me escribió, quiere encontrarse conmigo antes del Festival de Octubre, en Estrasburgo”.
“¿Entonces, te estás yendo?”.
“Talvez sea mejor para ti y para mi hacer eso”.
“¿Qué tan pronto te irás?”.
“Tan pronto como pueda, sólo tengo que hacérselo saber a él”.
“¿Dijiste Estrasburgo? Una vez estuve allí, no me gustó el mesero en la estación de trenes y me fui hacia Haguenau, Francia, para mi descanso de fin de semana”.
“¿Podemos ir juntos?”, preguntó Tony.
“No, por supuesto que no, ésta es una idea loca. Él nunca estaría de acuerdo”.
“Tony, no seas obstinado”, dije.
“Ah, seguro, tú puedes ser glotón, pero yo no puedo”.
Me senté, me incliné hacia él, encontré mis zapatos debajo del escritorio, puse mis pies dentro de éstos y dije, “qué se supone que tengo que decirte que tenga sentido, no seas un tonto, si ella está yendo a encontrarse con un hombre, porqué ella querría que tú o yo vayamos”.
Ezra justo entró en el cuarto, había escuchado la conversación. “Vayamos todos a tomarnos una bebida, y dejemos a Tony abajo coqueteando con Flor”.
“Si”, dije al oír bebida, “una bebida no estaría mal”.
“No me gustó ese comentario Ezra”, dijo Tony.
“Él sólo te estaba bromeando Tony; no te molestes sobre esto”.
“¿Algo nuevo, antes de que traigamos esa bebida…?” comenté.
“No”, dijo Tony, “espera abajo en un taxi por mi y Ezra, tenemos un negocio que atender”.
“Si tú quieres”, dijo Ezra a Tony, “siempre me gusta una buena pelea”.
“No estoy bromeando”, dije, “aquí todos somos amigos, encontremos un taxi y vayamos a un bonito lugar”.
“Bonito de tu parte Cory, pero yo de aquí no me muevo”, dijo Tony.
“Él puede ser un tonto realmente”, dijo Bernadette como si hablando en tercera persona, “es el champagne hablando por Tony, y Ezra, creo que habla por ti Cory, él está de tu parte, debido a mi”.
“Tú tienes que escribir esto Cory en uno de tus cuentos, en el futuro”, dijo Tony.
“Buenas noches Bernadette y compañeros”, dije, “lo siento mucho, parece que todos se sienten muy mal esta tarde, estoy yendo a mi departamento porque estoy muy cansado ahora. Y no me refería a ti, Bernadette”.
Bernadette me acompaño a la puerta y me dio un beso, ella me jaló a un costado para hablar, dijo que necesitaba cien francos hasta que recibiera el dinero de sus padres, así saqué esa cantidad y se la di, había cobrado ese cheque que lo tenía dormido en mi bolsillo por unos días.
“Buenas noches querido, sé que estas cosas te agotan, trataré de apagar el fuego acá”.
La puerta se cerró y fui abajo a coger un taxi.
“Adiós”, dijo Flor, con un susurro suave, mientras levantaba la vista de lo que estaba haciendo en su escritorio y la caja registradora.
“Si, buenas noches niña”, dije.
Libro Dos
“Hay bajo el sol un momento para todo, y un tiempo para hacer cada cosa: …” Eclesiastés III.1.
Capítulo VIII
Otoño de 1970
Estrasburgo, Francia
No había visto a Bernadette por dos semanas, hasta que regresó de Estrasburgo, a pesar de que me había enviado un telegrama diciendo que la ciudad era pintoresca, y que ella estaba bien y saludable. “Saluda a todos nuestros amigos por mi, por favor”, ella pidió.
Tampoco había visto a Tony, durante esa semana. Ezra había viajado a Londres para hablar con un editor acerca de su poesía “Canto a Paris”. Él también estaba escribiendo otro poema llamado “Estruendosos Caballos Muertos”, un poema relativo a la Gran Guerra (La Primera Guerra Mundial), sobre una batalla aliada que tomó lugar cerca de la villa francesa de Douaumont, en 1916, en la que su abuelo participó. Él había firmado un contrato para publicar un folleto. Cuando él estaba comprando algunos comestibles, leí el borrador de su poema, el de los caballos muertos.
Durante el tiempo que Bernadette no estaba, estaba como complacido de que Tony tampoco estuviera, aunque me preguntaba sobre eso, a dónde él se había ido, él no había dejado ningún mensaje, excepto que volvería en una semana. Quiero decir, que por una parte no tenía que soportar sus cambios de humor, y celos sobre una mujer que decía tener poco interés en él, y su último encuentro con Ezra. Además, no me gustaba jugar tenis, pero a él si, yo me cansaba demasiado, aunque me convenció algunas veces de jugar billar. Supongo que si tendría que hacer un deporte, preferiría jugar ping pong, donde los reflejos están involucrados sin mucho esfuerzo; y me mantenía actualizado en boxeo de peso pesado. Traté de obtener un avance del señor Hall, pero él se rehusó diciendo, “cómo quieres obtener un avance de cuatrocientos libros, espera hasta la tercera o cuarta impresión”. Por eso me imaginé que no vería ni un centavo en tal proyecto, por un periodo.
“Bien”, le dije a Bernadette, “¿Tuviste un viaje maravilloso?”.
“Maravilloso, simplemente maravilloso”, ella dijo, “Estuvimos en Estrasburgo por una semana, luego en Augsburg y en el Valle Mosel, y caminamos a lo largo del Río Mosel”.
“¿Y qué sobre el Festival de Octubre? éste empezará en una semana”.
Ella no contestó, en cambio ella preguntó, “¿Cómo has estado?”.
“No tan bien Bernadette, me parece que estuve mejor antes”.
“¿Cómo es eso?”, ella dijo, “Tú luces tenso”.
“Y tú luces fresca y feliz, y como deportiva”.
Me sobé la frente como si para pensar.
“Los viñedos del Valle Mosel son únicamente extraordinarios”, ella dijo, “estaba como si en algo mágico; escribí una postal y te la envié”, ella añadió. “Y en cuanto al Festival de Octubre, no estoy segura”.
“Vamos, dime, ¿estaba Tony también contigo?” Hubo un largo silencio, “Vamos”, repetí, “¿Qué pasó?”.
“Bien, en todo caso, vayamos a comer, te sacaré de este frío departamento”, ella comentó.
“¿A dónde?”.
“A un restaurante que está por la isla, cruzando la Catedral”.
“Seguro, entonces ¿allí me lo dirás?”.
Ella no dijo ni una palabra. Caminamos por el boulevard, cruzamos el puente, hacia un café que estaba al frente del río, por la Catedral Nuestra Señora de Paris, pedimos huevos cocidos y un vaso de vino, para cada uno de nosotros.
“Vamos”, le dije a Bernadette, “dime antes que me mareé”.
“Ahora si”, ella dijo, “que sea a tu manera. Fue un camino hacia el infierno, él sólo se apareció repentinamente, se apareció de la nada en el viñedo de Arturo, y Arturo lo puso por cuatro días con cuarto y comida, pienso que él ya estaba esperando allí dos días antes”.
“Continúa”, dije “¿Cómo te sentiste sobre esto?”.
“¿Cómo tú te sentirías si ves a un perro que parece perdido y necesita ser alimentado?”.
“Si, entiendo, tu siempre has sido una gran amante de los animales, supongo”.
“No seas cruel”, ella gimoteó, “hubiera deseada que fueras tú persiguiéndome, pero tú eres muy terco, talvez es por eso que te amo mucho. Me parece que tú sabes que puedes tomarme en cualquier momento, pero tú no lo haces”.
“Tomarte, y no tenerte (me detuve para tomar un sorbo de mi vino, cuando miré ella estaba esperando a que terminara mi frase); como iba diciendo, tomarte y no tenerte, es como ser quemado con emociones, no vencer hace que quieras beber, y tú no deberías de beber por tales razones”.
“¿Qué haremos esta noche?” ella preguntó.
“Me da lo mismo cualquier cosa. Pero ayúdame a no ser vencido por las emociones”.
“Sólo una sugerencia”, dijo Bernadette, “podemos dormir toda la noche, o toda la tarde, de todas formas estoy cansada por el viaje, podemos dormir desnudos; podemos empezar en cualquier momento que tú quieras, y no tener que hacer nada, sólo disfrutar el calor del otro”.
Un carro pasó, alguien sacó su cabeza por la ventana, parecía Tony.
“Vamos”, dije.
Bernadette me sonrió, “debo ir a los servicios higiénicos a asearme un poco”.
“Creo que vi a Tony, él volverá por acá pronto”.
“Puedo bañarme en tu departamento, ¿está bien?”.
“Si, me gustaría que lo hagas, ahora no estamos hablando tonterías”.
Llamamos a un taxi y nos dirigimos hacia mi departamento.
“Con el vino, querido, ya tuvimos un buen comienzo”, Bernadette me dijo mientras estábamos en el taxi, esperando que obtuviera energía para abrazarla más tarde.
Luego que ella se baño en mi departamento, nos sentamos en una pequeña terraza, miramos a los carros pasar, yo tenía un whisky escocés y un agua mineral, y ella tenía un vaso de vino Mosel, de una botella que ella me había traído como regalo del viñedo de Arturo.
“¿Cómo estás ahora Cory?” ella preguntó.
“Estupendo”, dije, “hoy ha sido un buen día; y ¿qué tal fue para ti?”.
“Interesante y no tan terrible como había pronosticado lo sería”.
“Si te casas con Arturo, tú sería millonaria”.
“Estoy segura que lo sería”, ella comentó.
Nos tiramos en la cama toda esa tarde, y ella había comentado que yo lucía en buena forma, y que era guapo, y ambos nos exploramos al otro debajo de las sábanas frías, desnudos como dos pájaros, y me quedé dormido, y ella recostó su cabeza sobre mi hombro, mientras también se quedaba dormida.
Capítulo IX
El Festival de Octubre o
Tren de la Tarde a Munich
Cinco millones de litros de cerveza serían bebidos en el Festival de Octubre
en Munich, Alemania.
Tren de la Tarde a Munich
((Munich, Alemania, 1970) (primer día en el Festival de Octubre))
Mientras descendíamos del tren, Bernadette, Ezra, Tony y yo, era obvio para cualquier espectador, que estábamos allí para el primer día del Festival de Octubre, tan evidente como alguien llevando un saco de papas, caminando a través de la estación de trenes, luego afuera en la acera, a las cinco de la tarde. Presencié rápidamente a un grupo de jóvenes caminando alrededor, hablando en diferentes idiomas, inglés, alemán, español, etc. También presencié a un grupo de personajes que parecían hippies, tratando de obtener una siesta en las esquinas de la estación de trenes, afuera, también en la parte de atrás de la estación contra el edificio, con sacos en sus manos, en sus rodillas, a lo largo de ellos, envueltos alrededor de sus manos, tirados a sus costados, o tirados encima de ellos; el famoso Festival de Octubre estaba en movimiento, era un evento principal en Munich, y nosotros estábamos yendo a éste, y éste era el lugar para estar, si tú estabas en Alemania en Octubre de 1970, o al menos, el lugar en el que yo quería estar. No se necesitaban reservaciones, sólo tu cuerpo, unos cuantos dólares en tu bolsillo, tiempo extra, energía, y el evento que había esperado por todo el verano hasta el otoño a llevarse a cabo.
Varios jóvenes alemanes estaban caminando en el lado opuesto de la calle, en la vereda, a varias cuadras de la estación de trenes, donde Tony y el resto de nosotros estábamos, nosotros cruzamos hacia el otro lado. “¿Hablan inglés?” preguntó Tony al grupo. Ellos nos miraron extrañamente; nosotros simplemente queríamos encontrar el camino hacia la feria, necesitábamos indicaciones. Tony era siempre, o casi siempre, repentino con su forma de tratar de entablar un diálogo—con cualquiera (excepto conmigo y Bernadette).
“Americanos”, dijo una voz del grupo con un tono de menosprecio.
Tony levantó sus cejas, me imaginé que esto sería una pelea, o al menos estaba en el proceso.
“No, nosotros somos escritores de diferentes partes de Estados Unidos, de San Francisco, Minnesota, e incluso tenemos a uno de Londres…” dijo Tony. En consecuencia, obtuvimos más respecto instantáneamente; yo estaba más que un poco sorprendido.
—Luego caminamos alrededor de Munich por algunas horas, vi a un anciano vagabundo, borracho, tirado en la acera, todos pasaban sobre él o alrededor de él, y yo me detuve y lo miré fijamente, creo que quería ayudarlo, me incliné para ver si podía, pero Tony dijo rápidamente, “¡Vamos…! (jalándome hacia atrás) ¡estamos casi allí, no puedes ayudarlo, él se lo perderá!”.
Y por única vez pensé que él estaba en lo correcto, y podíamos ver la entrada al Festival de Octubre desde donde el hombre estaba tirado—cerca de la cuneta de la calle, y ambos de nosotros estábamos emocionados, en ese momento, por entrar dentro del área del evento.
Una vez pasando la entrada, encontramos una tienda grande donde vendían cerveza, era como un vestíbulo grande y no podíamos dejarlo pasar, nos detuvimos, entramos y compramos unas cuantas tazas gigantes llenas de cerveza hasta el borde.
El Festival de Octubre era enorme, con enormes tiendas de cerveza en todas partes. Eran talvez las siete de la noche. Caminamos alrededor por un rato, no quería embriagarme tan rápido, y Bernadette estaba bebiendo sólo para mantenerse alegre, y Tony, estaba tan mal como yo, y Ezra, estaba similar a Bernadette, algo conservativo, así que lentamente yo bebía mis cervezas y encontré un lugar para descansar debajo de un árbol, en un terraplén.
El festival era constante, mientras autobuses, autos y otros vehículos pasaban por la puerta, en oleadas, dejando a los turistas; curiosos observados por otros curiosos; carros dejando más gente, carros tras carros, vehículos tras vehículos. En todo momento, en todos lugares, en todas las esquinas y rincones del Festival de Octubre, había música. Golpe de tambores, bocinas y trompetas agudas estaban sonando. Había gente dentro de las tiendas de cerveza, afuera de las tiendas, caminando juntos, algunos cantando, otros bailando, una inundación de personas de no terminar.
Luego fuimos a otra tienda grande de cerveza, ahora me estaba mareando y terminé bailando encima de una de las mesas con Bernadette y otra gente que nunca había visto, todos agarrándonos de las manos, formando un círculo. Más tarde estaba hablando con una mujer en la entrada de la tienda de cerveza, había dicho unas cuantas palabras en alemán, y ella empezó a hablar por quince minutos pensando que yo la podía entender, pero realmente sólo podía entender una palabra cada cinco, más o menos, que supongo era suficientemente bueno. Bernadette estaba mirando a la distancia.
Tony y yo entramos al baño, había un muchacho que estaba tomando fotos de la gente orinando, con una cámara Polaroid; “Fotos Instantáneas”, le dije a Tony, esto fue mala noticia, no debí haber dicho nada, Tony explotó, agarró la cámara del muchacho y la rompió en frente de él, lo hizo pedacitos; el muchacho casi llorando empezó a gritar, Tony saltó sobre él y lo golpeó en la cabeza, yo lo tuve que jalar antes que mate al muchacho.
“¡Salgamos de este baño rápido Tony, la policía alemana talvez se ponga de su parte…!”.
Tony y yo fuimos a buscar a Ezra y Bernadette; ella estaba esperando que Gertrudis y Arturo aparecieran, ellos se iban a encontrar alrededor de las nueve de la noche. Luego de unos cuantos minutos, volvimos hacia esa colina, desde allí podíamos ver la entrada a varias otras tiendas, habíamos comprado pollo y lo comimos, cantando. Luego volvimos a la tienda para esperar.
“¡Hola muchachos!”, dijo Arturo. “Tengo una sed bárbara, vayamos por unas cuantas cervezas y pollo, ¡yo pago amigos! Bernadette, él debe ser tu querido amigo Cory” él estiró su mano para saludarme, y yo la mía, un poco con resistencia, pero ambos nos dimos la mano firmemente.
“Aquí vienen Franz y Gertrudis, ellos están emocionados de verlos a todos de nuevo”, dijo Arturo Burg.
Y allí todos estuvimos, Arturo, Bernadette, Ezra y yo; Ezra estaba esperando que su chica danesa se apareciera. Franz, Gertrudis y Tony, todos parecían un poco incómodos, talvez molestos que Arturo se hubiera presentado.
“Si”, dijo Tony, “es bonito verte de nuevo Arturo”.
Trajeron la cerveza y Bernadette cogió el primer vaso, ella parecía un poco nerviosa, su mano estaba un poquito temblorosa. Ella levantó su vaso en alto y lo chocó con el de todos diciendo, con una sonrisa brillante, “una buena cerveza para una buena gente, muy buena gente”, y tomó un sorbo.
Yo sabía que ella estaba nerviosa por la presencia de Arturo, y yo parecía, me imagino, como si hubiera estado bebiendo todo el día, como Tony, pero por lo general nosotros estábamos bajo control.
Bernadette estaba parada inmóvil mientras Arturo preguntaba, “¿Te importaría ir a caminar conmigo Bernadette?”.
“Déjame hablar primero con Cory, si no te importa”.
“Cuéntale todo acerca de tu recorrido por los viñedos”, comentó Arturo.
“Ya lo hice”, ella contestó, “discúlpame por favor”, ella añadió.
“Vamos”, Bernadette me dijo, y luego me jaló al costado de la tienda para hablar.
“No lo voy a ver a él después del Festival de Octubre”, ella dijo; estaba radiante, “por eso no te enojes conmigo por favor”, ella casi rogó.
Podía ver que ella estaba feliz, pero nerviosa. El sol había salido todo el día, y la luna ya lo había reemplazado, “desearía ahora no haber invitado a Arturo, realmente él un tanto se invitó solo. Pero lo hice y no puedo cambiarlo” dijo Bernadette.
“¿Quieres que haga algo?” pregunté.
“No, sólo sé un buen amigo, estoy segura que él querrá comer sólo conmigo, no quiero que alguien nos observe, como Tony, yo sé que tú no. Espero que la luna esté brillante”.
“Yo también”, declaré.
Era la primera vez que la veía nerviosa y feliz al mismo tiempo, un poco descuidada de tener tres admiradores rodeándola; y en un minuto estábamos todos de vuelta en la tienda de cerveza, teniendo nuestras tazas llenas de cerveza de nuevo.
Capítulo X
El Festival
Noche en el Festival de Octubre
((Munich, Alemania, 1970) (dos días en el Festival))
La mañana siguiente toqué la puerta del cuarto de Tony. La puerta estaba entreabierta, por eso entré, mi cuarto de hotel estaba justo frente al suyo y el de Ezra junto al mío, y el de Bernadette estaba contigua al de Ezra, pero yo sabía que Bernadette había estado con Arturo, en su hotel, dondequiera que éste estaba. Una vez que él puso su brazo alrededor de ella, ya no lo sacó. De todos modos el cuarto de Tony estaba en desorden, ropas todo alrededor, botellas vacías, él debió haber estado bebiendo toda la noche en su cuarto cuando volvimos del festival. Él estaba en su cama, lucía como si la muerte se lo había tragado.
“Hola Cory”, él dijo con un voz ronca. “Como puedes ver estoy tratando de dormir, estuve despierto toda la noche, odio a ese Arturo, me gustaría patearle en el trasero”.
“Iba a decirte que vayamos temprano al festival, pero puedo ver que tú tienes la resaca”.
“No me molestes hasta tarde, quiero dormir, soñar que le pego a ese Arturo”.
Él me miró mientras se estiraba.
“Vuelve a dormir, tú tienes que dormir algo”.
“Si, dormir, justo iba a hacer eso”.
Mientras me paraba en la entrada de la tienda de cerveza, con Tony y Ezra, quería saltar en las mesas y bailar como lo había hecho la noche anterior, pero como que me sentía vacío, Bernadette no se había aparecido y no se había comunicado con nosotros, ni había vuelto a su cuarto del hotel—Ezra, entre todas las personas saltó sobre la mesa y bailó, y tomó con todos los extraños, y todas las esposas y enamoradas de los extraños, a los esposos les importaba un comino. De hecho, ellos preferían que él se les uniera, en este caso, para bailar con sus compañeras, así ellos podrían bailar con alguien más. Miré alrededor y vi que había algunos soldados americanos en la tienda, junto con mucha otra gente de todas partes de Europa. Nosotros sólo bebimos cerveza mano a mano, una tras otra; mientras Ezra esperaba encontrarse con su bonita danesa.
Llamé a la mesera más de tres veces; ella estaba vestida con un bonito vestido alemán al estilo antiguo; en el fondo estaban tocando muy fuerte los cláxones, cláxones de metal.
“Una cerveza negra, por favor”, le pedí a la mesera, pidiéndolo por adelantado, sabiendo que se tomaría diez minutos antes de que ella regresara con ésta, sólo me quedaba media botella y ésta ya no estaría para cuando ella regresara.
“¡Si, por supuesto, en un minuto, no se mueva…!”, ella dijo.
“Bien”, dije mientras ella se alejaba. Ezra estaba chequeando alrededor de la tienda para ver si su bonita chiquita danesa estaba viniendo. Yo creí haberla visto temprano caminado alrededor con sus amigos, y creo que Tony también la había visto, y es por eso que Ezra nos había dejado solos en la tienda, para encontrarla antes de reunirse con Tony y conmigo, mientras, Tony iba bailando en las mesas.
“Me voy a encontrar con ella en Dinamarca, en dos semanas”, dijo Ezra.
“¡De verdad!” dije, sorprendido que él tuviera tanta confianza.
“Oí que ellas, allí en Dinamarca, son como liberadas de espíritu, talvez a ella le gusta la marihuana o las drogas, y ¿entonces que?”.
“Creo que si, creo que ella ahora está usándolos con sus amigos, pero cuando la visite, le haré cambiar de idea”.
“¿Qué te hace pensar que tú le harás cambiar de idea?”, pregunté.
“Esa es una buena pregunta, pero lo haré”.
(La mesera vino con mi cerveza negra, “Aquí está señor, son siete marcos”. Le pagué y ella se alejó, entonces oí que Ezra decía:)
“Aquí viene ella, creo que es ella”, él añadió, “silencio ahora, no digan nada que interrumpa—déjenme hacer las presentaciones. ¡Gracias amigos! Si…si, ¿no es ella tan bella?”
Ella era preciosa, piel bronceada, ojos oscuros, cabellos negro y largo; esto me hizo pensar en lo que una vez leí en un soneto por Shakespeare:
“Cuando cuarenta inviernos asedien tu frente…” algo similar a eso; en todo caso, esto significaba para mi: Las mujeres pierden su belleza, y por un momento corto en su juventud, es mejor admirar ésta mientras tú puedas, y me encontré a mi mismo haciendo justo eso, creo que la hermosa danesa de Ezra se dio cuenta de ello.
“Hola”, ella dijo, “entonces, ¿es éste tu amigo Cory?”.
“Si, ese soy yo”, dije, como que perdido por palabras; parecía que ella estaba haciendo su propia presentación, Tony ahora estaba bailando en una de las mesas, él estaba decepcionado, sabía que Bernadette estaba, ahora, fuera de su alcance. Calculé que para el tiempo en que dejáramos Munich, él estaría volviendo con su antigua enamorada, la señorita Cooley, si Hans no la había hechizado todavía.
“Me llamo Barbette”, dijo ella con una sonrisa muy encantadora. Ella miró a su reloj, “escuchen”, ella dijo mirando a Ezra, “tú y tu amigo pueden visitarme en Dinamarca, les daré mi dirección, ¿está bien?”.
“¿De verdad?” pregunté, Ezra me estaba mirando, “tengo mi enamorada, pero eso suena invitador”, ella parecía un poco desilusionada.
Su piel bronceada y su delicadeza eran muy seductoras, pero podía oler marihuana en ella, ésta apestaba en sus ropas. Realmente no me importaba que ella usara, Tony y unos cuantos otros amigos usaban esta droga, de vez en cuando; yo la evitaba, tenía mi cerveza, y eso era suficiente para mi y de vez en cuando tomaba whisky, aunque Tony me había invitado muchas veces a que me uniera a sus fiestas de marihuana; talvez preguntándose si alguna vez yo iba a decirle a Bernadette que él se drogaba, aunque talvez ella también lo hacía y yo no lo sabía, ni me importaba. Deducía que Ezra iba a tener un duro despertar cuando fuera a Copenhagen; él había fumado bastante marihuana y yo me había enterado también que a la hermana de Ezra le habían pasado muchas tragedias debido a que ella también usaba—pero no dije ni una palabra acerca de lo de Tony, ni me importaba si Barbette lo usaba o Bernadette, si de verdad ella lo usaba.
Mientras caminábamos por la feria, acompañando a Barbette a la salida para que se encontrara con sus amigos, ella escribió una tarjeta para Ezra, dándole su dirección y número telefónico, y quería escribir otra para mi, insistiendo en que la tomara, pero deseché la oferta diciéndole que mi enamorada era una mujer muy celosa, y que simplemente nunca llegaría a Dinamarca.
“Estoy cansado de todo este evento”, dijo Ezra; a mí me parecía que ahora que Barbette estaba lejos, en su camino a la estación de trenes, Ezra había perdido interés. Así que fui a ver a Tony, y los tres, salimos del Festival de Octubre.
Capítulo XI
Munich y el Bar de Vidrio
El Bar de Vidrio
((Munich, Alemania, 1970) (dejando el festival dos días después))
Salimos despacio del festival, Tony and Ezra junto a mi. Nuestro tren no partiría hasta las 2:00 a.m., miramos hacia la calle, a algunas luces, caminamos alrededor. Había gente en ambos lados de la calle.
Sentí que mis pantalones, por mis rodillas, estaban verdes por haberme arrodillado en el pasto del terraplén dentro del área del festival. Mis manos estaban algo sucias, mis uñas tenían suciedad.
“Necesito lavarme en algún lugar”, les dije a Tony y Ezra.
“Ven conmigo”, dijo Tony, “Tengo una dirección, donde tengo algo que mostrarte”, dijo Tony.
“¿Qué?”, dije, no me interesaba ningún misterio.
Tony se acercó al filo de la acera y llamó a un taxi, “Llévanos al Bar de Vidrio”, él dijo; el taxista parecía conocer. Cuando arribamos a la discoteca, me asombré de ver tres pisos de vidrio, todo de vidrio, tú podías ver a la gente subiendo y bajando por las escaleras. ¡Qué viaje!, me dije a mí mismo. Tú podías ver todo lo que estaba ocurriendo.
“Creo que esto es algo para mostrarme”, le dije a Tony; él tampoco había estado allí antes, aunque lo había oído. Y Ezra estaba tan asombrado y boquiabierto como yo lo estaba.
“Vamos, entremos y tú podrás asearte”, dijo Tony.
Había un portero en la puerta de entrada, y otros dentro, todos vestidos como pingüinos, con grandes hombros amplios, en sus treintas, con estómagos colgados. Encontré los servicios y me lavé cuidadosamente con el agua fría, el agua caliente no estaba funcionando, saqué la suciedad de mis uñas y limpié mis pantalones, por mis rodillas, con una toalla de papel.
Cuando salí vi a Tony sobándose los ojos, él estaba cansado. Ezra estaba un poco abatido, su chica danesa se había ido y me imagino que él estaba pensando si ella esperaría por él. Tony tenía dos cervezas en sus manos, “Cory, aquí”, él dijo, “toma una”, Ezra ya no estaba bebiendo.
Miré alrededor, fuimos al segundo piso. Mientras subíamos, peldaño por peldaño, hasta el tercer piso, vi que había extraños dibujos en los pilares con espejos, parecían como los dibujos de Dalí o Picasso, estoy seguro que eran réplicas. Había una multitud de gente bebiendo que bajaba continuamente las escaleras, así como también subiendo éstas, chocando con Tony, Ezra y yo, casi uno tras otro, y a Tony no le estaba gustando esto. Sentí que él deseaba no haber venido, pero era cerca de la medianoche y teníamos al menos una hora para pasar el tiempo. Afuera estaba oscuro, había música muy alta de piso a piso, y esto era algo que hacer.
Mis manos todavía estaban húmedas, puse mi cerveza en el piso, estábamos entre el segundo y tercer piso, me sequé mis manos en mis pantalones y luego cogí mi cerveza, cuando alguien me chocó y ésta cayó de mis manos y se rompió en el piso—cerveza y vidrio por todas partes, y el hombre continuó subiendo las escaleras, sin disculparse, no miró atrás ni siquiera una vez; entonces Tony lo agarró y le dijo: “mira lo que acabas de hacer” El hombre se volvió, tenía una corbata, él era joven—y delante de él estaban sus dos amigos—el hombre se paró allí mirando, luces de fuego en sus ojos, Tony podía ver esto y yo también, yo ahora estaba limpiando mis pantalones de nuevo, con una toalla que me la había traído del baño en caso que la necesitara, la había guardado en mi bolsillo y ésta me estaba siendo útil. El hombre no parecía estar solo. Tony se alejó de la baranda, “bien”, le dijo al hombre que lo estaba mirando, quien era casi de su altura, “¿dónde obtuviste ese ojo morado?” y el hombre dijo: “¿Qué ojo morado?”, entonces Tony le tiró un sólido golpe en su sien y el hombre se dobló en sus rodillas, y los otros dos dieron la vuelta.
“¿Por qué tú bastardo?” dijo uno de ellos, y ambos fueron hacia Tony, yo, que estaba un peldaño más abajo que Tony, le jalé de los pies a uno de ellos, y él se resbaló tres peldaños más abajo que yo, encima del hombre al que Tony previamente había golpeado. Y Ezra sólo miraba asombrado todo lo que estaba pasando, talvez soñando con Barbette.
El tipo que iba a golpear a Tony, lo pensó de nuevo, mientras el portero ahora estaba subiendo apresuradamente las escaleras del primer piso, Tony le dijo al hombre que estaba retrocediendo, “pensé que eras un tipo duro” y fue a agarrarlo.
El hombre que venía subiendo las escaleras gritó, “no más peleas, no más cosas violentas, éste es un bar de vidrio, un bar de vidrio”.
La nariz del hombre, al que le hice caer, estaba hundida, sus ojos rojos, cuando él vio la cara del hombre subiendo las escaleras se tiró al suelo como si desmayado, él era un alemán, talvez estaba simulado desmayarse para obtener compasión.
“¡Mira acá!”, dijo el portero, quien era un hombre alto y gordo, “éste es un bar de vidrio, ¿alguna vez han visto algo así antes?”, Tony no contestó, pero yo lo hice por él, “no, nunca lo hemos visto antes”.
“No sé quién empezó la pelea, pero ustedes tres tienen que irse”.
Creo que Tony quería discutir, pero vi a dos pingüinos más viniendo para ayudarle a éste, y yo no podía soportarlo más, “Vayámonos Tony, nuestro tren a Paris estará viniendo en una hora y media, y tenemos que recoger nuestras maletas del hotel”.
“Tienes un amigo inteligente”, dijo el hombre que había subido corriendo las escaleras.
“Ya lo creo”, dijo Tony, “es hora de irnos”.
Mientras salíamos del bar, parecía que todos nos echaban un vistazo y Tony les dijo con signos, uno por todos y todos por uno.
“No te preocupes por ellos, Tony”, le dije.
“Seguro”, él dijo, y parecía un poco decaído.
“¿Cuál es el problema?”, le pregunté afuera del bar.
“Aquí están todos locos, ¿puedes creerlo? nos votaron y el alemán se quedó a beber. Para ser honesto ¡no lo puedo entender!”.
Yo vacilé y dije, “¡Vamos! Vayámonos…” Caminamos casi cinco kilómetros al hotel, registramos nuestra salida, luego chequeamos nuestros relojes, era la 1:45 a.m. y un taxi nos llevó rápido a la estación de trenes.
Libro Tres
Capítulo XII
Después del Festival y La Partida
En la mañana, cuando llegamos a Paris y una vez que entramos en mi departamento—sabiendo que el Festival de Octubre había terminado, para mí, aunque éste continuaría por otra semana más—fui a tomar una siesta larga, me desperté alrededor del mediodía, tomé un baño, me vestí y bajé para ver si tenía algún mensaje. No había nadie allí, miré hacia la calle, y vi a unos meseros que estaban sirviendo almuerzo a sus clientes en un restaurante cercano, unos cuantos niños caminaban con sus madres. En otro restaurante alguien estaba acomodando algunas sillas alrededor de las mesas, una mujer estaba barriendo la vereda. Salí del hotel, me recosté en la pared del edificio, tomé un taxi hacia la librería, y allí estaba Flor.
“Bien”, ella dijo, “¿se ha terminado todo?”.
“Si”, dije.
“¿Cuándo viajas?”, preguntó ella.
“No estoy seguro. Creo que muy pronto”.
“¿No estás volviendo a Minnesota?”, ella preguntó.
“Tengo una oferta de una editorial, para mi libro, en Nueva York, no le dije a nadie sobre esto todavía; tú me enviaste el mensaje creo, me lo dieron en el hotel el primer día que llegué a Munich”.
Ella sonrió, “Si, te lo transferí, pensé que talvez tú querrías cambiar algunos planes”.
“Tú eres bonita y muy inteligente para ser tan joven”.
“Lo sé”, ella dijo, y me dio una sonrisita diabólica.
Estuve allí mirándola, casi en un trance; ella parecía estar muy cómoda con esto.
“No creo que el invierno se apure aquí, señor Richardson”.
Ella me alcanzó una taza de café, frecuentemente lo hacía.
“¿Qué es lo que va a hacer Tony ahora?”.
“Él volverá con su antigua enamorada, estoy seguro”.
“¿Él dejará a Bernadette?”.
“Como que parece de esta manera”.
“¿Cuál es el problema?”, preguntó Flor.
“Es muy bonito que preguntes, ¿es sobre Bernadette?”.
“Si. ¿Qué es lo que vas a hacer respecto a ella? Ella no tiene ningún respeto por ti”.
“¿Qué quieres decir por respeto?”.
“Consideración por ti, amor por ti, si ella te amaría, ella no quisiera estar con nadie más, ¿no es eso amor?”.
“Bueno, es una forma simple de presentarlo. Demos un paseo. Esto me hará bien. ¿Puedes salir?”.
“Por supuesto, es mi hora de refrigerio”.
“Bien”, dije.
Tomamos un carro que nos llevó por la carretera a lo largo del río; había botes yendo en ambas direcciones; también hacia arriba y abajo del boulevard Saint German. Flor miró su reloj y dijo: “es tiempo para mi de volver a mi trabajo, mi tiempo de refrigerio se ha terminado, si no te importa”, ella comentó.
El taxista volteó, pasamos por mi hotel y allí estaba Bernadette, quien me vio pasar con Flor, ella justo estaba bajando de su Jaguar.
“¿Cómo está Ezra?”, preguntó flor.
“Él ya se fue a Dinamarca, conoció a una amiga en el festival. Me imagino que mañana yo me iré despidiendo. Supongo que iré a Nueva York después de todo”.
Nos detuvimos en la librería, le había dicho al taxista que, después de dejar a Flor, me llevara a mi hotel, yo quería ver a Bernadette, le di la mano a Flor, “hasta luego niña”, le dije, “fue genial”.
“¿No estarás volviendo a la librería?”, ella preguntó.
“No lo creo”.
“¿Volverás a Paris? Cumpliré dieciocho años el próximo mes”, ella dijo desesperadamente, para mi sorpresa. Y ella se paró allí conteniendo su respiración.
“¿Qué tanto quisieras que yo vuelva?”, pregunté bromeando.
“Esto le está costando dinero, señor”, dijo el taxista.
“Sólo deje que el taxímetro siga corriendo”, comenté.
“Doscientos besos”, ella dijo “eso es cuánto”, y luego ello se empinó y me besó como si su corazón estuviera en ello, “y yo sé tu problema, las mujeres hablan, tú sabes, y tú sólo me llevas seis años de edad” ella susurró.
“Volveré”, le dije.
“No me mientas”, ella contestó.
“Bien, muy bien. Uno no necesita mentir, volveré”.
“Bien”, ella dijo, y tuvo una sonrisa tan grande como su cara pudo estirarse.
Bernadette estaba esperando por mí en el hotel, como si ella sabría que iba a volver. No vale la pena, me dije a mi mismo.
“No has bebido mucho hoy, lo puedo decir”, dijo Bernadette. “¿Era Flor a la que vi en el taxi?”.
“Si”, le confirmé.
“Es bueno que tengas tan buenas amigas, ella es tan joven y bonita”.
“¿Lo tengo? ni siquiera sabía que tenía amigas”.
“¿Quieres ir por un paseo?”, ella me preguntó mientras estábamos parados en el edificio de mi departamento.
“No. Tengo una carta de Nueva York; voy a tomar el avión esta noche, hice una reserva”.
“Ah, ¿cuándo la recibiste?”.
“Cuando estaba en Munich…”.
“Oh Cory”, dijo Bernadette, “¿Volveremos alguna vez a Paris o Alemania?”.
“Esa es una buena pregunta”, comenté, y luego añadí, “si yo fuera un río, te diría que si—parece que todos los ríos siempre vuelven al lugar de donde nacieron, pero nosotros somos personas, y ésta es sólo una estación en nuestras vidas”.
“La pasamos bien juntos— ¿cierto?”.
“Bien”, comenté, “es bonito pensarlo, ¿no?”.
Luego ella fue hacia su carro, miré una vez sobre mis hombros mientras iba a entrar en mi departamento, la vi en su carro, llorando, mi mente me dijo, “lo que ves no son lágrimas, tú sólo piensas que lo son, si lo fueran ella no te habría dejado abandonado en el festival”.
Y esa fue la última vez que vi a Bernadette.
Al siguiente mes recibí una postal en mi correspondencia, era de Flor, ella tenía dieciocho años, eso ella me lo recordaba; y me preguntó si estaría volviendo a Paris pronto, porque ella tenía esos doscientos besos guardados, sólo esperando por mi regreso.
Le envié un telegrama contestándole, “estoy en camino hacia allá”.
Una Chispa de Amor Viejo
Hay una chispa de amor sucio en la esquina
Que debería haberlo visto
Era la juventud desperdiciada, me imagino,
Que me trajo esto:
Del verano de descontento de Paris;
¡Allí esta tirado sobre mi pecho, para descansar!
Éste destella con resplandor y tiene un cántico
Este amor indeciso e infeliz,
Pero entonces encontré un nuevo amor…
¡Y rápidamente me olvidé de éste!
# 2637 (Escrito el 21 de Julio del 2009)
Mi nombre es Chick Evens. Estuve visitando la ciudad de Satipo, en la Selva Central de Peru, en Julio del 2009, con dos miembros familiares y nuestro chofer Aarón, y no pude resistir de estar interesado en las muchas cataratas que la Selva de Satipo tiene para ofrecer; tuve el gran deseo de observarlas, y con mi cuñado David, mi esposa Rosa, y nuestro chofer Aarón, a quien le pagué setenta soles para que nos llevara a ver dos de las muchas cataratas, la última siendo “La Resistencia”, partimos. Tengo el hábito—como mi esposa ya lo sabe—de tomar algunos de los más locos sino fenómenos viajes en el mundo; y cuando ahora pienso en esto, me parece que ocurrió un millón de milagros de que todavía esté vivo.
Espero poder recordar esta aventura en su más sincera forma, y poner esto en un momento narrativo equilibrado; es por todos los medios, extraordinario para mí.
Mientras me desvestía para ponerme mi ropa de baño, dentro de una especie de cabaña de bambú abierta, estuve muy asombrado de ver una avispa enorme bajando por la viga de madera, como si la hubiera despertado y hubiera estado explorando para ver quién estaba allí, no sabiendo exactamente qué estaba intentando yo hacer. Yo pensé que ésta era una avispa sola, merodeando, sin embargo supuse que no estaba sola; y, efectivamente, no lo estaba, vi a una segunda avispa. Yo estaba un poco cansado por la larga caminata por la ladera de las cataratas, era una tarde soleada muy buena, y estaba determinado a ir bajo la catarata que parecía fría como el hielo, e ir a jugar en su torrente; era mediados del mes de julio.
Me agaché un poco, hacia mis pies, no obstante, con una especie de estremecimiento, y me saqué una de mis pesadas sandalias, y tan cansado como estaba, no estaba listo para lo que iba a tomar lugar.
Miré ahora a las dos avispas gigantes, y a las esquinas oscuras de esta cabaña de bambú decadente—Aarón, David y Rosa, esperaban afuera de la cabaña, como si sosteniendo firme el timón del barco—luego dije severamente: “voy a matar a dos avispas” volviendo mis ojos hacia ellos, y todos los tres estaban con ojos grandes muy agitados—porque ellos ya habían visto el panal de las avispas, en la esquina de la cabaña, pero yo no. Pero mientras ponía mi mano en marcha para pulverizar a las dos avispas—debido a la luz del sol mi cara estaba visiblemente más pálida que cualquier nube blanca y yo agité mi mano tan excesivamente que apenas pude retener mi sandalia—descubrí que algo había estaba yendo mal…
Volviendo mis ojos hacia los tres parados afuera de la cabaña, su una vez supuesta despreocupada apariencia se tornó seriamente alarmada. Mi esposa gritó “¡No! ¡No! ¡No las mates…!” Ahora todas las tres caras estaban mirándome. No había viento y el sol se había intensificado repentinamente, mientras que yo—fuera de un impulso automático—golpeé con la planta de mis sandalias a las dos avispas, matándolas insensiblemente. Sus cuerpos se movieron. Ahora había un feo ruido como zumbido dentro de la colmena, no esperaba tan indescriptible sentimiento de pavor. Miré de nuevo a la colmena, mis rodillas temblaron juntas tan violentamente que apenas podía pararme.
Ahora definitivamente asustada, mi esposa dijo: ¡Qué hiciste!
“¿Cuál es el problema?” pregunté, no sabiendo que esta clase de avispas tiene una memoria imperdonable, y que atacarían y esperarían el día entero por su presa, si era necesario.
“¿N…n…no lo sabes? Sal de la cabaña, ellas te matarán”, gritó Rosa, y corrió hacia la puerta y me jaló desesperadamente, con ojos vidriosos. De alguna forma yo estaba imitando una apariencia externa de uno que está en perfecta posesión de sus sentidos, pero debí haber estado cerca a un estado de shock, y corrimos hacia las cataratas, debajo de ésta mientras las avispas ponían junto su plan de ataque.
Es apenas posible imaginar la extremidad de nuestro terror, estando ahora bajo los torrentes de la catarata. Y ahora yo estaba saliendo de mi momento de polarización.
“Hay un pozo de más de un metro de profundidad debajo de la catarata” dijo David (que conocía la selva mucho más que mi esposa y yo), “y necesitamos zambullirnos y seguir la corriente bajo el agua, buceando, ésta nos llevará a un pequeño río”.
Sin embargo, con buena suerte, nos mantuvimos firmes y gradualmente recobramos algún grado de calma y así nuestras mentes procedieron, y uno a uno nos zambullimos en lo profundo del pozo que la catarata había creado, para hacer nuestro escape, nuestros corazones cada vez más temerosos mientras las avispas ahora rodeaban la catarata. Y cuando más adelante salimos del agua, el agua nos cegaba, y yo estaba completamente en shock sobre este encuentro, sentía en cada extremidad una sensación de debilidad, como lo hubiera esperado; las avispas volaban arriba, buscándonos. Todos nosotros ahora, por supuesto, empapados con agua nos dirigimos hacia el carro que estaba muy cerca, a nuestra más grande libertad, y todos corrimos a nuestro escape final, las avispas ahora se reunían cerca al carro, pero nosotros ya no estábamos en un peligro inminente. Mientras miré atrás, noté repentinamente un ruido fuerte, y un enjambre enorme de avispas, miles de avispas demoníacas en nuestra senda, como si pronto iban a saturar la total atmósfera.
Nro. 443. Escrito en Huancayo, Perú, inspirado en mi esposa Rosa, en referencia a nuestro viaje a Satipo, en la Selva Central de Perú, en Julio del 2009.
Un Temor y un Sueño
Una Historia de Inspiración y Determinación
((Campeonato Regional de Natación) (en cinco partes))
Una Historia basada en hechos reales, usando el nombre verdadero de la persona…
Parte Uno
La Oficina de Correos
(Invierno del 2002)
(San Pablo, Minnesota, Estados Unidos de Norteamérica) Aquellos que la vieron descender del camión grande de la Oficina de Correos, en la Calle 4 por el río Mississippi, en el centro de la ciudad, aquella mañana fría del 22 de diciembre, vieron a una mujer baja de estatura (1.50 m.) un poco agarrotada por el frío, con una cara bronceada y una bonita sonrisa que se estiraba a cada lado de su boca, y con cabellos castaño oscuro, que parecían más bien negro, ella era peruana.
“Una pequeña chofer decidida” alguien, del grupo parado afuera de la oficina de correos, dijo, quienes estaban comiendo sus almuerzos, o fumando cigarrillos. Ellos estaban comentando sobre su estatura y su decisión a manejar ese camión grande, que generalmente lo manejaban los hombres; ella era una empleada de la oficina de correos, y había aprendido a manejar sólo un año antes, a la edad madura de cuarenta y tres años. Los hombres que nunca la habían visto antes—siendo éste su primer mes de trabajo—pensaron que había algo erróneo con sus ojos, debido a tanta gente, hombres y mujeres también, en el estado de Minnesota manejando los camiones de la oficina de correos. Así ellos la vieron, murmurando, con ojos nerviosos, aunque con atención, la vieron ocuparse de su trabajo, mientras desaparecía en el asiento grande de su camión, con un cojín detrás de ella para soportar su espalda y empujarla quince centímetros adelante, y otro cojín grande en su asiento para levantarla hacia el timón, habiendo arreglado el asiento para permitir que sus pequeños pies alcanzaran los pedales. Y después ellos se fueron a trabajar, y talvez pensaron un poquito más sobre esto, sabiendo que la verían a ella alrededor.
Y aquellos que vieron a esta pequeña mujer en la oficina de correos, manejando esos camiones grandes un año atrás, la vieron como una de las principales cajeras, un trabajo que requería de seis años de experiencia en la oficina de correos—no uno, además, de grandes habilidades en matemáticas y habilidades en tratar con el público, un trabajo que requería de una persona bilingüe, aunque no un requisito (ella era una de las pocas, muy pocas, que llenaban esos prerrequisitos necesarios). Ella movería grandes paquetes de correspondencia, jalándolos de aquí para allá cuanto no estaba trabajando como cajera, y en muy poco tiempo, fue ascendida, y recibió por respuesta la mirada amarga de sus compañeros, que ella no lo esperaba, pero la envidia y los celos, penetraban muy profundo, especialmente en el indolente; pero para aquellos que miraban amargados, con envidia y quejándose—los jefes los tranquilizaron muy rápidamente, poniéndolos a ellos en una categoría de segunda clase, diciéndoles que las habilidades de ella eran muy superiores a las de ellos. Esto hizo que las cosas estuvieran bien; la victoria se había cumplido dos veces en esta no americana, en el corazón de Norteamérica, quien estaba trabajando con un permiso de trabajo, casada con un americano; ella había cumplido con todos los requisitos para ser una ciudadana americana, y quien (en el año 2004) a la edad de cuarenta y cinco años empezaría un deporte que cambiaría su vida (que sacaría sus temores y los reemplazaría con un sueño), ella sería llamada por muchos—en secreto, durante aquellos días—“Un florecer tardío”.
Parte Dos
Un Viaje a Minnesota
(Enero de 1998 a Octubre del 2009)
Por muchos buenos años, Rosa Peñaloza (su nombre sería cambiado en el año 2000, a Rosa Peñaloza de Siluk) había trabajado en la compañía de teléfonos en Lima, Perú—quince años, para ser más exactos—ella era una contadora y una católica devota que en todo su tiempo libre trabajaba gratis para su iglesia. Nunca se había casado, habiéndose hecho cargo de casi cinco familias ((en ese tiempo su madre, su padre junto con sus hermanas, cuñados y cuñadas, sobrinos, más una empleada con dos hijos, todos viviendo bajo el mismo techo en su casa por muchos años, ya que ella era la que tenía un trabajo permanente) (y venía de una familia de ocho hijos)).
Su madre le había dicho que ella se estaba aproximando a una edad madura y soltera—algo en qué pensar. El sacerdote de la iglesia quería que ella fuera monja—algo más en qué pensar. Fuera de su trabajo e iglesia, ella hacía tiempo para ocuparse de sus sobrinas y sobrinos—haciendo de sus tiempos una animada infancia para cada uno y todos.
Estas son como pequeñas etiquetas de su historia personal, que parecerían, mientras miro atrás, estar simplemente goteando mientras escribo, dirigiéndose al presente—que será el campeonato. Sus propios pensamientos, conversaciones, cosas que ella sólo puede recordar, o haberse imaginado, nunca me fueron completamente dichas por ella (siendo yo su esposo), así, he usado fragmentos para coger o traer su vida al presente día, fragmentos lanzados en el aire como por un viento y luego arrojados abruptamente en algún lugar.
Ella ahora estaba riendo con gusto, por su pequeño éxito, durante aquellos años. Ella se había casado en el año 2000, había conocido a su futuro esposo en 1999 en el aeropuerto de Atlanta, mientras él iba en un viaje a Perú (ella, había sido convencida por su madre de hacer un viaje a Estados Unidos, a Disneylandia, para que disfrutara de la vida antes de que muriera—y previamente había recibido clases de inglés, un regalo de su hermano David). Por esta razón ella dejaría Perú, para reunirse con su futuro esposo en Minnesota, Estados Unidos, y dos semanas más tarde ellos se casarían; había un elemento de tristeza entre su familia, aunque también euforia por ella. Cuando algunos de sus amigos le preguntaban, “¿Cómo puedes tomar este riesgo de casarte con un extraño?”, ella les respondía, “¿Porqué Dios me mandaría un hombre malo?
Ella bajo del avión y caminó en el suelo frío de Minnesota en Febrero del 2000, yendo adelante un poquito temblorosa, la vida no se había manifestado totalmente para ella, y tres de los seis años en que ella viviría en Minnesota, serían difíciles para ella.
En todo caso, para ella, una segunda vida acababa de empezar. Ella viajaría once veces alrededor del mundo, obtendría su licencia para conducir, un permiso para portar armas (una tiradora experta). Ella saltaría de nuevo y de nuevo en lo desconocido; ella administraba el negocio de arrendamiento de propiedades de su esposo, lo ayudaba con los impuestos, y se encargaba del mantenimiento de los seis edificios que, ahora, ellos tenían juntos, también enviaba dinero a Lima para el mantenimiento de su casa allí, y tenía un equipo de seis personas a su cargo, la mayoría hombres incluyendo a una mujer, quienes se rebelaron en contra de ella por ser una jefa mujer. “Tú espera”, su esposo le dijo, “hablaré con los empleados”, y él se dirigió a todos ellos, dijo con una voz severa, “¡Si ustedes no pueden trabajar para mi esposa, entonces no pueden trabajar para mi!”. Así, se arregló el problema de igualdad de derechos.
Ahora espera, y verás lo que pasó.
Parte Tres
Barriga del Camello
Con el tiempo su esposo empezó a aprender, que su esposa Rosa, tenía terror al agua (no al agua en botella, sino a nadar en particular, al océano, a los lagos, ríos, piscinas, cualquier lugar en el que una persona podría ahogarse). Cuando él la llevó a Río de Janeiro, Brasil, a la más hermosa playa del mundo: Copa Cabana, y él estaba en la playa en lo que consideraba como parte baja, talvez con el agua hasta el codo de su esposa, ella entró en pánico y empezó a gritar tratando de jalar a su esposo fuera del agua, mientras una ola grande estaba viniendo, una que ella no vio, pero que él si la había visto. Una vez que la ola golpeó, su esposo que estaba preparado para ésta, la cogió a ella con su brazo derecho, por su cintura, hundió sus pies en la arena en una postura firme de karate y resistió el ataque de la ola, si él no la hubiera agarrado, el mar la hubiera arrastrado a ella con todos sus cincuenta kilos.
Él trató de reírse de la situación, pero no tuvo buen éxito; era una cosa muy seria para ella.
Estuvimos hablando acerca de nadar— ¿cierto? Y el temor a esto, y al agua en general. Pensé que ella se había rendido en la lucha para vencer el temor a nadar y que ella correría sin dirección a través de la tierra, y que saltaría sobre aquellos charcos de agua mientras la vida continuaba. Pero evidentemente estaba equivocado; su mente estaba luchando por conquistar al agua en todas sus formas. Ella trató de nadar en una piscina de un hotel cuatro estrellas en Copan, Honduras, pero fracasó cuando vio a una rana en el agua—de todas las cosas, esto incluso me molestó muchísimo al punto que la critiqué, y nunca lo había hecho antes, porque no hay nada de que criticarla, y en algún momento me disculpe con ella por esto. Talvez en esta área de la vida, ella estaba simplemente tropezando en medio de la oscuridad.
Durante el verano del 2004, ella empezó a tomar clases de natación con una campeona olímpica, en San Pablo, Minnesota, costaba cien dólares la hora. Esto resultó desastroso. ¡Ah! ella aprendió algunas cosas en esos seis meses (el factor temor se había disipado ligeramente y dos mis dólares), pero ella no podía entrar en el agua que estuviera más arriba de sus rodillas, ni darse vueltas, ni clavados, sólo nadar, ligeramente nadar, siempre y cuando ella pudiera ver el fondo de la piscina a simple vista. Nadar bajo el agua era imposible. Si había algo, era que ella había roto la primera paja de la giba del camello, pero el camello no se había caído todavía. La muerte del camello—hablando figurativamente—tomaría lugar algunos años más.
Luego de ello, en el otoño del 2006, ella y su esposo vinieron a Perú, teniendo una casa en Lima y otra en Los Andes, en la ciudad de Huancayo. Ella estaba tratando duro de acostumbrarse a su nuevo ambiente; a ella le había gustado mucho la ciudad de San Pablo, Minnesota, y extrañaba sus desastrosas clases de natación.
Hasta el mismo momento cuando esto ocurrió—doblar al camello a sus rodillas—le pareció a su esposo que la natación estaba fuera de una futura ecuación, en lo que respectaba a algo significante, pero el tema seguía surgiendo; sin embargo, ella había ahorrado algo de dinero y buscó un lugar en Lima para nadar y tomar clases (un último intento de su esposo, quien sugirió que lo tomara pulgada por pulgada, en vez de pie por pie, que supongo él previamente lo había hecho; él, así, borró todas las expectativas de ella, y le dijo simplemente que fuera y disfrutara). Y sucedió que el dueño de la piscina era un campeón olímpico en natación. Por consiguiente, ella había sido dirigida por dos campeones olímpicos, y en el futuro, ella tomaría una nueva responsabilidad, ahora ella rompería la giba del camello, y este caería en su estómago no sólo sobre sus rodillas.
Parte Cuatro
Un Florecer Tardío
En los siguientes ocho meses, la natación se convirtió en un cálido, cómodo, y bonito deporte para Rosa. Ella iría a nadar incluso si hacía frío o estaba lloviendo. En ese tiempo parecería, como si la muerte del camello la habría acercado más cerca con su, una vez, temor al agua. Talvez ambos, el agua y Rosa lo sentían, talvez Rosa era la más consciente de esto; esto me complacía. Y con el tiempo incluso llegaría al punto de que ella iría a nadar en las tardes.
En Huancayo, ella buscó dos piscinas, en la que iba a nadar un día en las mañanas a una y al siguiente día en las tardes a la otra, y había conquistado casi todos sus temores—ahora ella podía hacer clavados muy bien, y para el primero de octubre del 2009, ella podía darse la vuelta olímpica bajo el agua, nadar 29 vueltas en piscinas olímpicas, ella tenía resistencia a montones. Ella podía nadar, estilo libre, espalda, pecho y un poco de mariposa; y luego, el camello viene de nuevo, con la espalda rota y todo—porque todavía permanecía el temor al agua profunda (pero esto no la detuvo a ella, ella estaba nadando bajo el agua) y sus profesores o instructores en ambas piscinas, junto con su entrenador para la competencia cercana, Edson Azaña, le dijeron: “tú vas a estar en la próxima competencia regional de natación, en noviembre”, a un mes; ella ahora tenía cincuenta años de edad, e iba a competir con personas más jóvenes,
Era un asombro para mi ver cómo esta mujer continuaba adelante, enterrando derrotas a lo largo del camino—en todas las formas, incluso cuando su temor estaba en su máximo, ella nunca gritó derrota, ella se dijo a si misma, y me lo dijo: “No puedo dejarlo, no puedo rendirme…” incluso cuando el diablo estaba en la esquina diciéndole: “tú no puedes hacerlo”, ella le gritaba respondiéndole, evidentemente silenciosamente, “Observa y verás”.
Y ahora por la última parte de esta historia, “El Campeonato” (continuará…)
Nota.- Quiero agradecer, en nombre de mi esposa, a los siguientes profesores (y Academias de Natación): En Estados Unidos, a Beth Peterson, Campeona Olímpica (YWCA); en Lima, Peru: Cabana, Miguel, Willy y Luis (Juana Alarco); Atilio y Reynaldo ((Ernesto Domenack) (Campeón Olímpico)); en Huancayo, Peru: Omar Chávez (Aquatic Park) y Johnny Roca (Juan Bosco), y al entrenador profesor Edson Azaña (Aquatic Park) por preparar a mi esposa para el campeonato de natación.
Escrito 14-Octubre-2009/Nro: 492
El Cuarto Rosa
((El Corral de Ganado de San Pablo Sur, Minnesota, 1966) (Una Historia de Chick Evens))
Chick Evens fue a trabajar para el corral de ganado un verano de 1966, cerca al pueblito de San Pablo Sur; el verano era tan caluroso que podrías cocinar un huevo en las veredas.
Su madre trabajaba en Swift’s Meats (en el departamento de empaque de carnes), la compañía en la que ahora él había sido empleado, la que formaría una impresión profunda en la mente de Chick ya que él nunca se olvidaría de los pensamientos ni de las experiencias que él obtuvo trabajando en el corral, en la casa de empaques, durante los últimos meses de ese verano (cortando la carne de los cerdos muertos) y especialmente: ¡llevando los desechos de animales al Cuarto Rosa!
La tradicional nube de humo—que hacía que llamara la atención de sus chimeneas altas mientras éstas sonaban a lo largo y quemaban lentamente los restos de los cerdos, vacas, carneros y cabras, sobre miles de huesos y desperdicio de animal—hacía circular el aire y se iba a la deriva a través del corral inmenso, el segundo más grande en la nación después de Chicago.
Uno podía ver y oler en cualquier lugar del pueblito este humo putrefacto del corral, todo el camino hacia el río Mississippi, aproximadamente a cinco millas de distancia e incluso cruzando el Puente Roberto, al otro lado del río donde residía la ciudad de San Pablo propiamente, el centro de la ciudad; aquel humo oscuro, ligeramente gris, levantándose en el cielo claro de la mañana.
Había una luz tenue de donde este humo venía, un cuarto pequeño donde un empleado traería, de todas partes del corral, montones de restos de animales para botarlos, carnes malogradas. Podía verse, en estas pilas, intensos y pálidos pus de los jamones, costados rasgados, piel descolorida, huesos inutilizables e intestinos infectados, etcétera, nada para complacer a un apetito.
No había ventanas ni corría viento en este cuarto—a este cuarto ellos lo llamaban “El Cuarto Rosa”—sólo un plato redondo de hierro en el piso, tan pesado como un carro Cadillac, éste se abría presionando un botón amarillo, y las máquinas levantarían este tonelaje de puerta, cerca de un metro de altura…luego éste se detendría como si una persona podría caerse o saltar dentro de esta fosa infernal; había un fuego de infierno. Tú podrías oír el sonido del fuego, sentir el calor penetrando tus poros, aparte de oler esa hediondez putrefacta y casi sofocante; en el proceso: todo esto estaba a punto de asfixiar a los pulmones, al punto de colapsar.
El fuego era igual al punto más ardiente en un incendio en la selva, éste crecía a lo largo de los lados de la fosa cuando la puerta de hierro se abría, como serpientes corriendo arriba a sus lados para escapar.
En las tardes iba a lo que ellos llamaban El Cuarto Rosa, abría la puerta de la casa de llamas, esta crujía y chasqueaba bajo mis pies, incluso la suela de mis zapatos se calentaban por el piso grueso de piedra, el olor de este cuarto era putrefacto, repugnante y sofocante. Esto hacía pensar a un hombre en volver al colegio, esto me hizo pensar de todas maneras, aprender un oficio real—este era un cuarto, lo juro, alquilado por el mismo diablo o talvez por Dios mismo, para decir a dónde van las almas a descomponerse—el abismo de arrepentimiento.
Mi mente capturó tal imagen incluso antes de poner un pie en este cuarto, la primera vez que traje una carretilla de desperdicio de animal—recuerdo que tuve poco que decir, mirando en el abismo de llamas, vaciando mi carretilla de carne muerta descompuesta y tejidos suaves sobre el borde de la puerta redonda de hierro, mirando al fuego masivo consumir esto antes que éstos tocaran el fondo del recipiente, audaz y libremente.
Los tejidos grasosos, que él tiraba en el hoyo, eran quemados casi al instante. Esta era una casa con sólo una ventana—la ventana del fuego. Cuando él vertió los restos sobre el borde de la entrada, el fuego se extendió hacia él, barrió sobre el borde del marco que sostenía la puerta de hierro todo el camino hasta sus pies, él saltó hacia atrás, estuvo recostado en la pared mirando al hambriento fuego, como si éste fuera una fiera viva tratando de herirlo, y una voz dijo algo, una voz al costado de él, por la puerta que normalmente estaba cerrada, excepto si alguien más estuviera esperando para comenzar con el mismo trabajo tradicional que él acababa de terminar…
El Empleado
Empleado: ¡Vamos, vamos! Continuemos yendo, no tengo todo el día—dale un beso a la rosa y sal de aquí para que yo pueda vaciar mi carga (una risa).
Chick Evens: ¡Casi me alcanza!
Empleado: ¡Es un escape suicida! ((él dijo astutamente) (él vino a pararse detrás de Evens)) Este te alcanza cuando estás medio dormido, o soñando despierto en el trabajo, mantente alerto en este cuarto niño—ahora muévete de aquí, anda alrededor detrás de mi, dame más espacio para maniobrar mi carretilla.
Nota: Los corrales de ganados en el Sur de San Pablo, crearon y construyeron la ciudad de San Pablo Sur, estableciéndose ésta en el medio, entre 1885 y 1887, construida por Gustavus Franklin Swift hijo, y antes que él por su padre. Antes de la Compañía Swift no existía la ciudad de San Pablo Sur, en Minnesota. Este era uno de los más grandes corrales el mundo, el primero estaba en Chicago en Estados Unidos. Esta historia está dedicada a la familia Swift quienes, en su forma, contribuyeron a dar empleo a tanta gente en algunos lugares de los Estados Unidos, y especialmente, en el Sur de San Pablo, Minnesota.
Escrito el 16-Mayo-2009 ((No: 398) (SA/5ds))
La Historia del Libro
Lee Albert, estaba sentado debajo de una sombrilla grande, en el café jardín “La Mía Mamma” en Huancayo, Perú, y comía su sándwich de tocino, lechuga y tomate, pasándolo con una taza de café bien cargado; su ahijada Ximena estaba allí, ella se había detenido a saludarlo como usualmente lo hacía después de salir del colegio. Arriba de él el cielo se estaba volviendo ligeramente gris, parecía que iba a llover.
¿Qué estás leyendo padrino? Ella le preguntó.
“Los Hijos de Hurin” él contestó, añadiendo, “por Tolkien, ¿Lo has leído ya?”
“No” ella contestó.
“¿Te gustaría leerlo?” él preguntó.
“Oh, sí, absolutamente” ella contestó.
Qué bien se siente, él se dijo a sí mismo, alguien que quiere tener una buena lectura, como yo; por fin acá la vida estaba en lo mejor: un almuerzo ligero debajo del sol y una ahijada, quien tenía dieciséis años, tan bonita como un gorrión y gustándole una buena lectura.
Él mordió otro trozo de su BLT sándwich y le dijo a Mini, la chef, “¡cielos! este sándwich sabe muy bien hoy día” talvez porque él encontró alguien que no pensaba que él era un “cucu” en lectura y escritura, alguien a quien le gustaba la lectura tanto como a él. Había estrellas en el aire.
“Voy a comprar una copia para ti por tu cumpleaños” él le dijo, “pero por supuesto no una primera edición en original, como éste, que me costó $ 140 dólares, sino uno que cuesta $ 40 dólares, una segunda edición”.
Esto no pareció importarle mucho a Ximena, le daba lo mismo tener una primera edición o una segunda edición, sólo el hecho de tener uno ya era magnífico.
Y en el día de su cumpleaños, él le trajo a ella el libro, “espero que lo disfrutes leyendo” le dijo a ella, y ella le sonrió grata y sencillamente, un trozo de verdadera vida había en esa sonrisa y él se sintió cómodo.
De la misma manera, Lee Albert, le dio a Dayanna, otra joven pariente que estaba visitándolo junto con su padre, el libro de $ 140 dólares, el original primera edición de “Los Hijos de Hurin” después de haber oído que a ella realmente le gustaría tener una copia para leerlo; y ella demostró la más profunda de las dichas al recibir éste; y él se sintió bien, y sintió que era espléndido de que a ella también le gustara leer el libro, o sólo leer en particular, como a Ximena. Él sintió que ellos eran como tres gotas de agua, ellos eran parecidos.
Y Dayanna era de la edad de Ximena, y ambas eran muy buenas amigas. Él llegó a pensar, que talvez ellas compartirían algunas anotaciones sobre el libro; y por eso él fue y compró una tercera copia del mismo libro para él, una primera edición con la firma del autor que le costó $ 460 dólares.
Y mientras tanto, él se estiró en su casa y releyó el libro, disfrutando leerlo por segunda vez aun más que en la primera vez, preguntándose cómo les estaría yendo a sus dos jóvenes y bonitas sobrinas con la lectura de sus libros, y que talvez todos ellos podrían compartir una conversación agradable o la exploración de los personajes, el tema o el argumento del libro.
Él revisó los dibujos en el libro también, mirándolos fijamente, examinándolos, a él le gustaba los trabajos artísticos.
Seis meses ya habían pasado, en el que él sintió que ellas, o esperaba que ellas ya hubieran terminado de leer sus libros en su totalidad y quería su opinión sobre éste.
Un día él se encontró con Ximena y le preguntó si ella había disfrutado con la lectura del libro, y ella dijo, “No, no lo he leído totalmente, lo tengo en el estante de mi dormitorio, pero tengo planeado en llegar a esto, y terminar de leer el resto”
“Ah, él dijo, ¿cuánto has leído?
“Cerca de veinte páginas” ella comentó.
“Ah”, el dijo de nuevo, y puso sus ojos en blanco, y sintió como un vacío, diciéndose a sí mismo, “Veinte páginas, es como subir el primer peldaño de la escalera y quedarse inmóvil. A ella le gusta la pasta del libro más que el contenido posiblemente, o talvez ella no disfruta la lectura por amor a la lectura. Pero le pregunté. Talvez ella sólo estaba siendo cortés, ¡Qué error!”
Luego él se encontró con Dayanna, imaginando que ella muy probablemente ya había leído el libro, pero ahora él tenía sus dudas, y le preguntó sin rodeos, “¿Disfrutaste del libro?”
Ella bajó la cabeza y dijo en forma tímida “no… oo… lo siento, no lo he leído todavía…” (En realidad ella incluso no había empezado a leerlo todavía) Ella parecía sentirse tan mal al decir que no había leído el libro todavía, pero él se sintió culpable por haberle preguntado en primer lugar. Y de nuevo el puso sus ojos en blanco, movió sus cejas, tratando de recordar cuando era joven y qué hubiera hecho él si alguien le hubiera regalado un libro para leer, y todo lo que él pudo recordar era: “nunca nadie le había ofrecido un libro”.
Escrito el 12 de marzo del 2009. Dedicado a Ximena y Dayanna.
Salvar a un Gorrión Irregular
(Continuación del Libro, “Risas en el Maizal”)
“Hasta el pajarillo ha encontrado una casa, y para sí la golondrina un nido donde poner a sus polluelos: ¡Tus altares, oh Yahvé Sebaot, rey mío y Dios mío!”. Salmo 84
“¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo”. Mateo 10:29
Parte Uno:
La Figura Escuálida 1916-1919
(Visión en Sueños de Shannon O’Day) Él estaba cerca a una figura esquelética, escuálida, sólo con una tira de carne profunda sobre su estructura, una figura oscura, su edad—difícil de definir, con cabellos largo y negro, sus rasgos irregulares más bien largos y demacrados. Su mentón y mandíbula colgados, como si él fuera de una subespecie muy antigua de humanos, talvez de la civilización Neandertal. Él rondaba consistentemente a un hombre santo, Shannon no podía identificar si era un sacerdote, ángel o un ministro de alguna iglesia organizada, evangelista o profeta, pero el hombre santo se mantuvo claramente escéptico, mirando fijamente a la figura escuálida, él no pudo haber mirado más fijamente, de haber sido una estatua.
La figura escuálida y el hombre santo, ambos, eran particularmente sensibles a la voz del otro. Shannon se había dado cuenta que él tenía varias heridas; si no las tuviera, la figura escuálida no estaría molestándolo, él sabía esto intuitivamente. Y por eso él miró los movimientos, gestos de las dos figuras en bata, sus bocas, lengua, ojos, rodillas, como si sus movimientos hicieran arrugar a sus batas.
“El bebe y fuma, y él está agonizando” dijo la figura escuálida acerca de Shannon O’Day, “y él ha matado, y matado, sin una pizca de remordimiento, o eso es lo que parece”. Había una sugerencia apenas perceptible de escarnio en su voz.
“Si la muerte puede ser evitada” dijo el hombre santo.
“¿De quién será la pérdida?” preguntó la figura escuálida, “¡porque tengo mucho que hacer!”
“Creo que es posible mantener tu honor y dignidad, y también tu voto”, dijo el hombre santo, “¿te alejarías de este gorrión irregular?”
El hombre santo y la figura escuálida sentados en una mesa, ambos descansando sus brazos sobre ésta, esperaban el siguiente desarrollo de esta situación insatisfactoria.
“Por supuesto”, dijo la figura escuálida, como si él hubiera deliberado el tema con sí mismo, “tú debes tener alguna clase de comodidad, yo entiendo esto… (El hombre santo movió su cabeza). Es suficientemente fácil decir, como muchos lo hacen, deja a este hombre o dame a este hombre, o no te pares sobre él o ella; la verdad es de que tú los quieres a ellos llenos de Dios—y les das segundas oportunidades, pero tú ni siquiera sabes si es una buena o mala cosa, dar segundas oportunidades, para la humanidad; cuando ellos están por morir, deben de morir, pero tú siempre tratas de alcanzarlos antes que yo, ¿Quién puede decir quién es bueno o quién es malo?”
“No puedo por un instante decirte que te vayas, pero puedo estar por su lado y rezar contra estas incertidumbres, porque no dice el Señor explícitamente: ‘…tú eres más valioso que el gorrión’ Y ¿no es éste un gorrión irregular?”
“Confieso que aquí estamos como publicando un libro antes de que el capítulo final haya sido completamente escrito, pero tú debes estar de acuerdo—en que este hombre está muriendo y está en un estado de alucinación, él incluso no notará el cambio o dolor”.
“Pero la verdad a ser dicha, es decir la verdad esencial, está escondida. Siempre lo está”.
“Yo te sigo”, dijo la figura escuálida, “¡así es siempre! Talvez podría haber alguna conexión violenta en todo esto, alguna verdad contradictoria, algún accidente o algún cambio sutil a llevarse a cabo” Y la muerte tuvo un sentimiento, e hizo una pausa. Incluso el hombre santo estaba, a su pesar, interesado. Esto significaba algo, describía algo, el hombre santo lo admitió, él también tenía una intuición, una intuición sobrenatural.
“Nunca pensé en esconder mis propios pensamientos de una ser intelectual, como tú”, él dijo con una ofensiva calmada, “Dejé eso atrás en la Edad Oscura. Te informaré de mis suposiciones y conjeturas. En la base de todo esto, es un hombre que está con la muerte en deuda, de hecho en los tiempos por venir él muy bien podría morir por beber mucho; él toma más alcohol que aire, o eso parece. Te haré un trato—un contrato. Me marcharé de aquí por un día, veinticuatro horas, y cuando vuelva, tú te irás por diez días”.
El hombre santo movió su cabeza y el pacto fue sellado.
Parte Dos:
La Gran Guerra
Capítulo uno
Lluvia de Proyectiles
Vestido en caquis que no le entallaban, con un sombrero torcido, luciendo como la figura más derrotada de la Primera Guerra Mundial, Shannon O’Day estaba cerca de una pasmosa agonía. Él tomó la apariencia de muerte, como si ésta fuera un camino en su vida que estaba destinado a tomarlo; sin embargo, extrañamente suficiente, su voluntad de pelear o morir, facción de su voluntad, en contra de las posibilidades, se oponía a esto—decía ¡no! Por lo tanto éste empleó su resistencia para sobrevivir, en este particular caso, y la muerte tendría que esperar—él no sería un mártir de guerra hoy.
(A los pobres tontos, la necesidad les da la muerte)
Pero esto no era ninguna ilusión. Él vio la batalla en movimiento antes de caer inconsciente, y ahora, consciente, él estaba entre sus compañeros, la multitud de muertos pereció en sus pistas evidentemente, como si en una cacería de conejos, ensangrentados, todos tirados alrededor suyo, con aspectos poco perceptibles.
Los cuerpos estaban en frente de él, detrás de él, a sus costados, todos en las trincheras con él, todos muertos, con ojos como traumatizados, destripados por el bombardeo masivo de proyectiles; y después del adormecimiento por haber visto la muerte todo alrededor suyo—compasión innegable del hombre por el hombre consciente.
Él miró alrededor suyo, en las trincheras largas y angostas todo estaba tranquilo, sin embargo, él sabía porqué estaba tranquilo—la muerte siempre es silenciosa, no hay más silencio, más tranquilidad que en un cuerpo muerto, incluso si su sangre todavía está caliente. En un minuto dado todos estaban riéndose, fumando cigarrillos, mostrándose uno al otro sus fotografías, alistándose para la batalla (éste era el último día de la batalla, 19 de Abril de 1916, la batalla había continuado por trescientos días, 230000 muertos, 700000 heridos) ahora todos estaban sin vida, nueve de ellos empezaron a endurecerse como maniquís. Él los miró, dos de los once habían desaparecido; él era el número doce del pelotón (la batería). Él debe haber estado inconsciente por un tiempo, las moscas se habían juntado alrededor de los cuerpos y un hedor a muerte llenaba el aire, él tenía que abandonar la trinchera, pero ¿Qué camino tomar? ¿A dónde fueron? Se preguntaba refiriéndose a los alemanes y a los franceses.
Uno no debería desmoronar su compañía o sección, pero seguramente ellos pensaron que él estaba muerto, él sollozó, dejó salir sus emociones, sólo en la oscuridad de la noche de hierro; él tenía sólo diecisiete años de edad. Él llenó sus pulmones de aire, gateando sobre el filo de su trinchera; la batalla se había ido a otro sitio, el calculó, al menos por el momento, o se había terminado. Él se arrastró en su estómago en dirección al pueblo llamado Douaumont y mientras él se movía pulgada por pulgada, pie por pie, él se imaginaba el consuelo de una bonita mujer, el olor dulce de su perfume, el toque suave de su carne; cuando él dejaba de pensar de esta forma, él podía escuchar a las bichos volando al lado de él, como si estuvieran masticando, aplastando y mordisqueando el pasto, y él podía oír el sonido de los grillos y otros insectos desconocidos, ver a las luciérnagas en lo alto.
A él no le importaba ser un cabo; él le había dicho al capitán que él era muy joven como para estar a cargo de un pelotón, a cargo de hombres que le doblaban la edad; pero él estaba a cargo y ahora estaba herido, su alma hundida en el olvido.
Capítulo Dos
Las Calles de París
(Antes del Bombardeo)
Cuando Shannon O’Day estaba en Paris, era un mundo diferente para él, esto es antes de ser enviado a defender Francia, que había sido tomado por los alemanes en febrero de 1916, a la batalla llamada “La Batalla de Verdun” y hacer de las trincheras su nueva casa. Él era de la región norcentral de los Estados Unidos, un muchacho del campo, de una ciudad conservativa, quien los fines de semana visitaba a su hermano mayor—mayor por diez años—Gus y ellos bebían whisky en los maizales, y él ayudaba a su hermano a sembrar y cosechar. Paris era completamente diferente, aquí la mayoría de la gente comía afuera, no dentro de los restaurantes. Las mujeres se sentaban con sus hijos en las gradas de la iglesia tejiendo, suplicando por comida, o sencillo. Había caballos que jalaban grandes carrozas por la Catedral de Nuestra Señora, mientras que hombres y mujeres prestigiosas desembarcaban de ellos. Los jardines de Luxemburgo estaban cerca de allí y, mientras él atravesaba éstos en uniforme, los transeúntes lo miraban y lo aplaudían como agradeciéndole por haber venido. Y si él hubiera podido leer sus labios, él juraría que ellos estaban diciendo, “Sé paciente soldado, la guerra pronto terminará”. La gente incluso sonreía heroicamente como si diciendo apúrate y gana para nosotros, hazlo desaparecer como humo; dile a América que envíe más tropas acá. Shannon se había unido al ejército francés, por temor a no ser capaz de ver acción, y ahora él estaba vacilando sobre ver la acción que él tanto quería para clasificarlo como aventura.
Mientras estaba en París él fue al teatro, no podía entender nada, sólo unas cuantas palabras ya que todo estaba en francés. Era una obra de Víctor Hugo, “El Jorobado de Nuestra Señora”, todo lo que él podía recordar era a Cuasimodo, el jorobado desfigurado, llevándose a una mujer en sus hombros dentro de la catedral. Esto realmente no le importaba, pero ocupaba su tiempo.
Él había notado a otros soldados pasando su tiempo libre en París; el resto del mundo en París parecía estar nervioso, ocupado o en apuro.
Una mujer dijo, “Estamos lindas vestidas de rojo, ¿no lo crees?”
Ella estaba ofreciéndose, y esa noche a Shannon; ellos bebieron un fuerte vino tinto, pasaron por las puertas de la catedral Nuestra Señora de París, caminaron por la calle Saint Jacques, en cueros, deteniendo el tráfico a donde iban, riéndose como él solía hacerlo con su hermano en los maizales allá en su casa, con una botella de vino, ron o whisky (tales otros detalles debo dejarlo de lado; para alguien que le guste éstos, debe usar su imaginación).
No fue hasta que él despertó, que se dio cuenta de que todavía estaba vivo y en suelo francés, cerca de Douaumont, arrastrándose pulgada por pulgada, pie por pie, y que había amanecido; él estaba soñando de los pocos días que había permanecido en Paris antes que obtuviera su misión en esta gran batalla de batallas. Ahora él estaba renuente a moverse. Él debería haberse arrastrado una gran distancia desde la última vez que estuvo consciente, él lo daba por hecho.
Capítulo Tres
El Pueblo de Douaumont
A la distancia él vio chimeneas, techos de casas, mayormente en ruinas pero podía ver algunas firmes; él había estado antes en el pueblo de Douaumont, de pasada, durante los trescientos días de batalla, éste tenía alrededor de doce estructuras, no más. Tenía unas cuantas casas de dos pisos, muchas conectadas a la siguiente estructura—pared con pared. Tenía entradas angostas, una calle de tierra afirmada como calle principal, ancha y con muro de contención a los lados, había basura tirada a lo largo de las casas destartaladas, y durante sus mejores días éste era de alguna forma decadente; ahora después de trescientos días de batalla éste estaba completamente destrozado, aún así él vio techos y chimeneas y humo saliendo de una chimenea.
Shannon quería descansar un momento; él quería tirarse, esconderse hasta que su compañía lo encontrara, o él recuperara sus nervios, o simplemente morirse, la guerra no había terminado, talvez la batalla estaba en curso.
Él le dijo a Dios que no le vendría mal un amigo ahora. Y se quedó allí tendido por horas, preocupado con sueños sin forma, su mente melancólica meditaba recuerdos imparables remotos. Ahora él estaba fuera de la trinchera, de la trinchera que parecía una letrina, en un campo de tierra, por un árbol, detrás de una roca, el pueblo, en frente de él. Él se soltó su correa para que poder respirar mejor. Él estaba sufriendo. Él era como el enemigo, salvaje, bruto, no mejor que el enemigo. ¿Por qué Dios debería ayudarlo a él y no al enemigo? Él no podía contener nada nuevo llamado humillación. Él tenía la peor apariencia descarnada y mugrienta que un ser humano podría tener. Él no era nada más que una triste, lastimosa criatura primitiva.
Allí él se tendió con su uniforme manchado de sangre, con una desdeñosa mirada indiferente.
“¿Dónde están mis hombres?” él preguntó, musitó en voz baja, su mente respondió “¡destrozados en fragmentos en las trincheras!”
Él se hablaba a sí mismo—ansiosamente, con una voz temblorosa y casi quebrándose. Él tenía hambre y el sol estaba saliendo, brillante como una naranja brillosa, perfecto, simétricamente redondo. Su mente le dijo que era la hora del desayuno; él sintió en el bolsillo de su saco un trozo de una cecina que él había guardado de sus raciones mientras estaba en las trincheras; él la sacó, le sacó el papel—ésta era sólo de cinco centímetros de largo, pero era suficiente—y se la comió, como un lobo muerto de hambre, masticándola como cuero crudo, estrujando con sus dientes el sabor de cada onza de ésta.
Capítulo Cuatro
Pérdida de Sueño
El cabo O’Day, dentro de su mente somnolienta, se preguntó: ¿Podría toda esta acción buena, para limpiar al mundo de la maldad, ser una acción mala? Él se preguntaba tales cosas mientras estaba tirado allí, mirando al humo que salía de la chimenea en el supuesto pueblo desierto, pueblo que evidentemente no estaba completamente desierto, se suponía que lo estaba, pero había humo, su intuición era correcta. Habría una nueva página en la historia escrita sobre hoy, o ¿ahora era sobre ayer? La historia escribiría sobre ayer, después de más o menos una generación, ésta estaría escondida sino borrada con una nueva generación entera y nuevas guerras, talvez incluso más grandes que ésta; él refunfuñó como si hablándole a la roca en la que estaba recostado.
Capítulo Cinco
La Muerte Apesta (La Historia de Leticia)
Después de los primeros días de la batalla, Leticia Dalasi, la madre de dos niños, fue encontrada errante, casi caótica entre los escombros de la aldea destrozada, llamada Douaumont, caminando sin rumbo fijo, buscando día y noche a sus hijos; ésta es la historia de sus días después del gran bombardeo, de la Batalla de Verdun.
Ella comía y descansaba poco; comía como los pájaros y dormía sólo porque tenía que hacerlo. Ella se había caído, como si muerta, cientos de veces, durante estas primeras semanas y meses.
Ella había hecho su nueva morada, bajo unas ruinas demolidas, un espacio habitable, sostenida por cuatro paredes despedazadas, paredes ladeadas, sin puertas, algunos carrizos arriba para el techo, atados juntos fuertemente; ella estaba durmiendo en dos vigas cubiertas con pajas para evitar a las ratas, pero tenía una cama de pajas y hierbas a lo largo de una de las paredes debajo de ella, la que usaba cuando no tenía fuerzas para trepar la escalera de soga hacia las vigas.
Ella podía no obstante, sentir moverse a las ratas arriba y debajo de ella, durmiendo entre las vigas o detrás de las paredes; en cualquier caso, ella miraba el cielo a través de un espacio abierto en el techo, una especie de ventana.
Ella dormiría, y luego, iría a mirar entre los escombros algo que la recordaría a sus hijos; dormiría de nuevo por varias horas, y luego, haría la misma cosa de nuevo, día tras día, semana tras semana. Su vida y muerte estaban delimitadas para ella. No había alguien que oyera sus murmullos, los nombres de sus hijos. En las noches ella caminaría media dormida soñando.
Era el día 301 de su tragedia.
Ella se había dado cuenta de que el bombardeo había pasado. En la distancia ella vio a una figura curiosa, ésta tenía una cara joven, una estructura delgada; y “¿Qué es esto?” ella preguntó.
“¿De dónde viene?” ella murmuró, vacilantemente mirándolo a él.
“¿A dónde estaba yendo?” ella murmuró, mirando vacilantemente afuera a los campos.
“Déjalo ir a donde quiera, evítalo, déjalo morir”, su mente le dijo. Era como si la muerte misma le estuviera advirtiendo, como si su mente se hubiera despertado por un momento y le hubiera dado a ella una sacudida fuerte.
Leticia miró a esta figura misteriosa contonearse en sus ropas ensangrentadas. Ellos estaban justo afuera de la aldea. Mientras ella miraba fijamente a este joven americano, vestido como un soldado francés, tembló sin ser capaz de decir por qué. Ella se sentía humana por caminar alrededor de este nuevo descubrimiento que ella había hecho; perdió el temor y la ansiedad que tenía en su cara, los latidos de su corazón cesaron. Ella notó un movimiento ligero en este soldado.
Capítulo Seis
La Primera Vez
(En delirio y medio dormido)
Para Shannon O’Day la Victoria de los alemanes del día anterior estaba completa. Sus once hombres pelearon como si fueran mil, ellos merecían el honor del día, talvez los dos abandonados, los dos no asesinados, habían escapado o sido capturados y él deseaba saber de sus destinos, pero no lo sabía. Él había mirado detrás de él, mientras se arrastraba durante la noche, esto estaba cubierto con los muertos y los moribundos. Todas las raíces de resistencia deberían ser arrancadas del suelo y los alemanes lo sabían esto, así como los franceses, los ingleses y los rusos.
Él supo en su delirio, medio dormido, que él había sido severamente herido, aunque nunca se había rendido, de hecho, mientras él estaba pensando en todo esto que él sabía, debido a su segundo yo, su mente, como un insecto escondido en su subconsciente le dijo todo; éste le dijo, “Estás bañado en sangre, todo, hasta tus ropas. Tú has sido silenciado”.
Luego el oyó la voz de una mujer, como un eco, que decía: “¿Cómo te llamas?”
Shannon no podía contestar sólo escuchar, él se estaba muriendo, la pérdida de sangre era extrema, aunque la voz, estaba cerca de todos sus movimientos, “Tú eres un muchacho muy valiente”, esta voz, de una mujer de mediana edad, una voz atractiva, una voz suave, decía, “Un muchacho muy valiente, tú deberías estar muerto. Soy Leticia”. Entonces él levantó una mano para hacerle saber a ella que no estaba muerto todavía. Ella retrocedió, pensó que él lo iba a atacar, así, ella le golpeó en su cabeza con una madera gruesa, rápida como una leona. Esta era una mujer inadvertida por cualquiera alrededor de ella, y ella tenía muchos lados.
Capítulo Siete
La Bestia Herida
Y las afueras de la Aldea
Belleza con Parras Oscuras
Hay extrañeza en la belleza
¡Sí! Y mi corazón sabe por qué
Talvez Dios ha tomado esta memoria
(olvidada por el hombre)
¡Sí! Estos son secretos de tiempo
¡Sí! Belleza con parras oscuras…
No: 2609 3-Mayo-2009
Una herida no se cura rápidamente, y por eso Shannon O’Day, seriamente herido, estaba a la merced de esta observadora. Ella había descubierto después de un momento, que se había equivocado en las intenciones que él tenía; aquí estaba un hombre que había sido baleado más de una vez, ella podía verlo claramente ahora. Ella miró al campo: “Él debe de haberse arrastrado desde muy lejos para llegar acá, al borde de la aldea”, ella concluyó, “Él debió haber visto el humo de mi chimenea”. Ella lo arrastró de los pies abajo de la cuesta, a la guarida que ella lo había arreglado como su casa.
Shannon O’Day estaba incluso en una situación más crítica que Leticia creía. Había una herida en su omoplato y uno arriba de su pecho, su clavícula estaba rajada, pero las balas que habían pasado a través de él, no habían penetrado o perforado sus pulmones, ninguna de ellas; él podría recuperarse, pensó Leticia.
Ella era un poco enfermera y un poco hechicera, y después de haber arrastrado al cabo O’Day a su guarida, lo puso en una cama de pajas y hierbas, lo cubrió con una manta y curó sus heridas con sus propios remedios simples, coció la clavícula; las heridas se cicatrizaron en los días siguientes, con descanso y tiempo libre convaleciente.
Luego de unos días, “¿Dónde estoy?” él preguntó.
“En Douaumont. ¿Quién eres?” ella contestó.
“A todos los de mi pelotón nos balearon. Soy el cabo O’Day, del ejército francés; pero soy un norteamericano”.
En la noche del día decimoprimero de su periodo recuperativo, él pudo caminar afuera de la pequeña guarida, y sentarse él mismo en una piedra larga que él usaba como silla, al lado de la guarida.
“No trates de apurar las cosas”, le dijo Leticia. Él pudo ver en los ojos de Leticia una avalancha de fugaces pensamientos mezclados, confusión. Y él vio aquellos pensamientos yendo y viniendo. Ella sonrió con tensión. Pero ésta era la primera noche que él adquiría su fortaleza física casi normal. La noche estaba tranquila.
La hermosa dama de mediana edad, quien se había arreglado su voluminoso cabello y se había puesto ropa limpia, había lavado las ropas de Shannon y la de ella, y lo miraba con deleite dándole una sonrisa, otra sonrisa tensa; ella le dijo, “tus heridas han sanado, tú puedes caminar de nuevo, sólo tómate tu tiempo en hablar”.
Esto por supuesto trajo un total nuevo mundo de pensamientos, algo que ella había tratado de meterlo debajo de la cama de paja. Ya que él no podía hablar mucho, él pensó que talvez Leticia estaría pensando que él todavía estaba en estado de delirio, y que éste duraría más tiempo, y que ella tendría que estar con él más tiempo, y que ella mantendría sus observaciones continuas en él. Pero ella estaba pensando, pensando en las cosas que ella pensó los había puesto de lado.
Parecería que cuánto más sano Shannon se ponía, menos Leticia sabía qué decir o qué hacer con el joven, al que había atendido como a sus hijos; ahora este hombre estaba a punto de dejarla, y como consecuencia, ella se quedaría sola de nuevo; incapaz de ser celadora, un instinto natural de madre, y talvez, de muchas mujeres en general. Era fácil decirle a un niño qué hacer o adónde ir; pero a un soldado, a un joven, todo baleado, sobreviviente de guerra, “nada”, tu puedes decirle “nada” a un hombre como ese, ella concluyó. Ella sabía de la bestia en un hombre, en un soldado; ellos habían matado a sus hijos con sus trescientos días de batalla. Ella sabía que ellos estaban entre los cadáveres no encontrados. Ella era como la mayoría de mujeres lo son, atraída a un hombre en uniforme, quien iba ser idealizado por su valentía, no interesando de qué lado él estuvo, y ella sabía que un hombre amaba con su corazón y talvez ella sabía que él no podía darlo voluntariamente, ella lo sabía ahora, no antes, aunque sus hijos le habían dado un amor incondicional, como ella les había dado a ellos.
Ella se preguntó a sí misma un montón de interrogantes, concernientes a este desafortunado soldado, pero no podía responderse. Ella lo había visto a él desnudo, un cuerpo joven, duro, guapo, y un hombre que voluntariamente no alardeaba de la terrible experiencia por la que había atravesado. Sí, de verdad, para un hombre joven él era raro, peculiar.
Pero ahora ella había visto paz en la hermosura de Shannon, ocupado con la naturaleza, las plantas y los pájaros que cantaban cerca de él…
y su pasividad en él se estaba volviendo muy obvia, era como si ella tuviera otro lado, pero ella, lo había inmovilizado por el momento. Por lo tanto, fue esa misma noche que ella creó una aprehensión en él—dentro de su mente, ella sentía que él no podría ver el otro lado de su cara, ella misma tampoco lo veía completamente. Hasta cierto punto él sabía que estaba solo y que los modales de Leticia habían cambiado. Pero ella no hizo muchas preguntas, y él sólo dio pocas respuestas. Y era esta noche que ella se levantaría y bajaría la escalera de soga y se acostaría con él, y ella lo hizo justo así, y quién sabe qué estaba pasando por sus mentes, ambos esa noche se aferraron uno al otro—juntos como una sombra, pero ella se levantó en las horas de la madrugada, gritando, “¡mis hijos, mis hijos!”
Ella lloraba casi con furia, “¡MIS HIJOS!”
Shannon tiró su cabeza y hombros suavemente hacia atrás en la cama, ella tenía un revolver apuntándole en la sien.
Él preguntó, “¿Por qué entonces me salvaste; sólo para sacrificarme por los errores que la humanidad te ha hecho a ti y a tus hijos?
A Shannon esto le parecía que era una clase de expiación por no haber cobrado venganza.
Y ella contestó a su pregunta, “por que es la guerra del hombre, no la mía”.
Allí ella se sentó, en el filo de la cama, permaneció por un tiempo dudando en qué hacer, ella había bajado la pistola, apuntado, y bajado de nuevo, “Si hubiera sabido,” ella empezó a decir, en seguida se calló y luego añadió, “que mis buenas acciones eran realmente malas, en que perdoné la vida del lobo para matar a las ovejas, y mis hijos son los ejemplos de algunas de las ovejas muertas y de aquellos que aún tú muy bien puedes matarlos”
Y como un buitre fuerte con alas aplastantes, él sacó sus brazos de debajo de la manta, con una compostura irracional, aunque veloz, y sabiendo que era materia de segundos antes de que ella jalara el gatillo, él agarró el brazo de Leticia y lo apartó de su sien, teniendo confianza en su fuerza ahora él volteó el arma contra ella, y forzó a sus dedos a jalar el gatillo, y ella, no tuvo tiempo de decirle lo que quería, por eso te lo diré: “¡Qué soy yo sin mis hijos! Un campesino no tiene nada sólo a sus hijos, los hombres tienen guerra para contenerlos, ufanarse sobre estos después de que acabe”. Entonces la muerte obtuvo su demanda realizada—pero la muerte tenía su propia agenda.
continúa…
Una Hoja y una Rosa
(Un Romance en Paris y Munich)
Libro Uno
Hay bajo el sol un momento para todo, y un tiempo para hacer cada cosa: … Eclesiastés 3, 1
Capítulo I
Verano de 1970,
Origen de Tony
Tony Garcia era un experto en karate, una vez fue el campeón en San Francisco. Para ser honesto, yo no estaba tan impresionado por la designación que le habían dado a él en nombre del Gojo Kai, Academia de Artes Marciales, pero esto significaba mucho para Tony. Dudo que a él le interesara tanto el karate, pero lo había aprendido dolorosa y competentemente para compensar cualquier sentimiento de inferioridad que él había sentido al haber sido tratado como un mexicano en la Universidad Berkley, él era una persona tímida. Por lo general, había cierta tranquilidad en saber que como cinturón negro, segundo grado, él podía pegarle a casi todos en la universidad, si ellos pretendían ser muy superiores debido a sus raíces culturales; a pesar de ser un muchacho simpático, con buenos modales, él se malhumoraba rápidamente, pero él nunca peleó excepto en exhibiciones, o en la Academia de Artes Marciales, y con otros expertos en karate. Él fue un alumno destacado de uno de los grandes maestros de karate de Japón. Él no era muy rápido, pero su estilo, técnica y fuerza, lo hicieron un oponente mortal. Generalmente hablando esto le dio a García una clase de satisfacción rara. Cuando lo conocí, ya que estuve aprendiendo karate en la misma Academia de Artes Marciales que él, nadie lo conocía, frente al resto de los otros cinturones negros en San Francisco él pasaba desapercibido. Y durante las exhibiciones, cuando yo tomaba fotos de las peleas, él se enfadaría si él vería una en la que él recibía una patada o un puñete de su oponente; él se imaginaría de que a mi me caía bien su oponente porque era blanco, y mostraba una cara como si un elefante se hubiera sentado en ella, pero yo simplemente diría: “La cámara habla por si sola”.
Tony García era miembro de la alta Sociedad, a través de su padre quien pertenecía a una de las familias mexicanas más ricas en San Francisco, y a través de su madre quien pertenecía a una de las familias más antiguas. Él asistió a una escuela de preparatoria antes de ingresar a la Universidad Berkley, donde jugó béisbol, basketball y fútbol, y parecería que nadie infligía alguna clase de racismo conscientemente sobre él. Es decir, nadie alguna vez lo hizo sentir como un espalda mojada, o como un mexicano fuera de lugar. Después de su graduación en la universidad, se casó con Colleen Macaulay, una caucásica de cabellos rubios, él estuvo casado por quince meses en los que tuvo dos hijos, una niña y un niño. En un viaje de noventa días alrededor del mundo se gastó la mayor parte de los $ 150,000 dólares que su familia le había dado. Luego con sólo $ 20,000 dólares que le quedaba, él entró en depresión; el resto de su herencia estaba en las manos de su madre, luego que su padre muriera el año anterior. Ahora su matrimonio se había vuelto más bien repelente, una vida de descontento doméstico, una esposa que quería un esposo millonario; y así Tony con sólo veinticuatro años de edad y su esposa con sólo veintidós años de edad, se separaron, cuando Colleen encontró un amante próspero en París, un pianista que le doblaba la edad. En todo caso Tony había estado pensando en dejarla a ella por aburrimiento, pero él sentía lástima por ella cuando lo pensaba, y si él la hubiera dejado, él hubiera estado en desventaja con ella respecto a él mismo y a sus bienes; y ahora ella solamente se le había adelantado. Esta separación era probablemente la más saludable y la más necesitada por ambos individuos.
El divorcio tomó lugar rápidamente después de la separación. Tony fue a la Costa Este, a la ciudad de Nueva York, y se mezcló con la gente literaria de la ciudad y con los artistas también, con $ 20,000 dólares que le quedaban y un ingreso mensual de $ 200 dólares que su madre había decidido darle, como un incentivo por dejarla en paz. Él encontró trabajo permanente, en la sección cultural semanal de un periódico, como asistente de editor y luego el único editor, y con su nuevo prestigio de editor y viendo su nombre impreso, él empezó a escribir su propia novela. Pero la novela tenía que ser escrita capítulo por capítulo en su propio tiempo, él no podía hacerlo a tiempo completo, como a él le hubiera gustado hacerlo; además la mayoría de su tiempo libre se la pasaba cortejando a una dama que deseaba llevar el periódico en alto, su padre tenía una gran cantidad de acciones en el diario, y ella era muy exigente con Tony por decir lo menos, con su tiempo, su trabajo y su tiempo de escritor. Una vez que esta mujer vio la inminente caída del periódico, ella cogió $ 20,000 dólares del periódico, y se fue a Alemania con Tony donde pasaron un año en Frankfurt y algún tiempo en Munich, y Heidelberg, donde ella, previamente, había asistido a la universidad por cuatro años. Luego fueron a París, todo este tiempo ella apoyaba a Tony en la escritura de su novela. En este tiempo y coyuntura, Tony tenía de tres a cuatro amigos: yo, Cory Richardson; su enamorada, Catherine Cooley; Hans Gunderson de Darmstadt, Alemania, quien ahora era profesor a tiempo parcial en la Universidad de Heidelberg y estaba en Paris; y, Bernadette Vanderbilt, a quien yo le gustaba, y a quien a Tony le gustaba; ella, Bernadette, era una rosa, una belleza, y en comparación nosotros éramos sólo hojas en un árbol cercano a ella, o así lo sentí en buen tiempo.
Durante los siguientes meses de verano en 1970, la actitud de la señorita Cooley pareció cambiar hacia Tony, talvez porque la de él estaba cambiando y tomando más interés en Bernadette; la señorita Cooley quería que él se casara con ella; en este tiempo, la madre de Tony, incrementó su cuenta a $ 500 dólares mensuales, haciendo las cosas más razonables para él.
Él estaba sensatamente feliz en Paris, pero supongo que él prefería más San Francisco o Nueva York, ambos siendo más familiares para él, pero a Catherine Cooley le gustaba Europa, específicamente Paris o Berlín, y quería que éstos fueran los lugares donde Tony descubriría su estilo de escritura y completaría su primera novela. Cuando él terminó su novela ese verano, ésta estaba bastante buena, se llamaba “Con y Sin”, pero fue pobremente recibida por el público, ya que él no era conocido.
Luego, él sólo venía a visitarme, a menudo en la biblioteca “Shakespeare y Compañía”, para ver cómo me iba yendo con mi libro y para ver si Bernadette Vanderbilt estaba allí; Hans Gunderson estaba viviendo con ellos por un tiempo, era el amigo de la Srta. Cooley; Ezra Daniel, un poeta de San Pablo, Minnesota, mi tierra natal, quien estaba yendo a la Universidad de Minnesota conmigo, estaba trabajando en un libro de versos, viviendo conmigo en ese momento, por la Orilla Oeste, en un pequeño departamento cerca de la Catedral de Nuestra Señora de Paris. Es allí cuando Bernadette, Ezra y yo decidimos ir al Festival de Octubre juntos, en Munich; Tony quiso unirse también, pero no con Catherine Cooley. Entonces éramos cuatro personas. Fue entonces cuando Tony en vez de leer en la biblioteca con Bernadette empezó a trabajar en un gimnasio local, como para tratar de impresionar a Bernadette y llegarla a conocer mejor.
Una noche me di cuenta de la actitud de Tony hacia Catherine cuando él, Catherine, Bernadette y yo estábamos comiendo y bebiendo en el Café The Lips; ya habíamos cenado, bebido nuestros vinos y café cuando Tony le mencionó a ella que él estaba yendo con nosotros al Festival de Octubre, y que Hans Gunderson podría acompañarla cuando él se fuera. Él le dijo que necesitaba alejarse de todo familiar y sólo estar con amigos. Ella sugirió que él fuera a Heidelberg o Augsburg con Hans, él estaba yendo para algunas discusiones de grupos y seminarios, y él podría ayudar, incluso sería pagado por su trabajo y de esa forma los tres podrían estar juntos.
“No conozco a nadie en ninguno de esos lugares”, él dijo.
Yo estaba por decirle a Catherine que ella podía venir con nosotros, pero Bernadette me pateó debajo de la mesa, a propósito, antes de que yo pudiera hablar, ella susurró: “sé lo que vas a decir, pero no lo hagas, ahora ella ha estado con él por un tiempo, ella sabe todo acerca de él, es una buena chica, deja que se vaya con Hans, solos, talvez ellos se enamoren, además él la valora; talvez esta separación sea más útil que la que Tony planea”.
Fui pateado por segunda vez por Bernadette, para asegurarse que entendí lo que se suponía debía entenderlo—estar callado y ocuparme de mis propios problemas.
“Porqué no ir a Heidelberg por la iluminación, es un gran evento donde encienden el castillo entero y tiene actividades festivas, tú y Hans pueden ir” le dije a Catherine.
Tony pareció aliviado, pero Bernadette me pateó de nuevo, entonces le dije a Tony y Catherine, “creo que tenemos que irnos”.
“Si” dijo Catherine.
“Ah, bien” comenté “vamos Bernadette”.
“Estaremos bien” dijo Tony “vamos ahora”.
“No estoy segura” dijo Catherine pensando en mi sugerencia, “pero pienso que estaremos bien” ella añadió.
“Nos vemos mañana en la biblioteca”, recalqué de pasada.
“Adiós, buenas noches, Cory” dijo Tony y continuó bebiendo su vino, mirando a Bernadette mientras ella se arreglaba su cara frente a un espejo, sin notar el interés de Tony.
Capítulo II
A Europa y la Novela
Ese verano Tony Garcia fue a Augsburg por un fin de semana para presentar su novela, con Catherine, Hans y Bernadette. Su novela fue aceptada por una excelente editorial con la ayuda de Arturo Burg, un millonario alemán-polaco-judío, que estaba viviendo en Augsburg, amigo de Hans Gunderson. La novela había sido previamente publicada por una editorial en Paris, habiéndose impreso 1200 copias en la primera edición pero sólo se habían vendido trescientas copias a la fecha; ahora ésta sería traducida al alemán, también al francés; todavía la edición americana no había visto la luz del día. Luego de la publicación de su novela y la firma del contrato, su actitud, en el camino de regreso a Paris, fue incómoda para los otros tres; él estaba cortejando a Bernadette y a otras mujeres en la editorial. Él ahora estaba más entusiasmado en permanecer en Europa; aunque la primera edición alemana de su novela sería sólo de 5000 copias. Arturo Burg, así como sus socios en la editorial, elogiaron totalmente su novela, y su perspectiva había cambiado a un nuevo cenit. Ahora él se estaba enamorando locamente de Bernadette, y Bernadette, quien le había echado ojo a Cory Richardson, era simplemente amable con Tony, ella no tenía realmente interés en él, más bien ella se había fijado en el señor Burg, quien además de estar en la industria editora estaba en el negocio de diseño de ropas, el mundo de la moda, similar a Lily Ann en San Francisco, y producía vino Mosel; su ingreso del año 1967 había sido de cincuenta y tres millones de dólares. En lo que respectaba a Tony, cualquiera podría pensar que él nunca antes se había enamorado en su vida.
En el pasado, Tony se había casado por desesperación de tener a alguien disponible para él, y yo pensaría, que ahora Catherine era su recobro, y ahora él estaba empezando a darse cuenta que él era atrayente a un número de mujeres. Esto cambió su personalidad en los meses siguientes y no era nada placentero tenerlo cerca, aunque sus libros iban bien, iban en la segunda impresión de 12,100 copias e incluso una editorial de Nueva York estaba tomando interés en su manuscrito en inglés, y allí parecía haber alguna conexión entre Nueva York, Paris y Alemania sobre el asunto, y muchos miles de dólares por ganar en los contratos.
Luego hubo otra cosa que ocurrió: Tony empezó a leer “Escenas y Retratos” de Frederic Manning (edición 1930), esto suena como si no fuera gran cosa, pero uno debe de tener una mente abierta y algo de sabiduría para entender esta lectura, y él lo leyó, y releyó, éste era un libro muy siniestro e indulgente, desde los místicos escritos de “El Rey de Uruk” y aquellos de “En la Casa de Euripides”, hasta escenas tratando con “Paraíso del Desilusionado”, si es leído muy temprano en la vida, éste puede ser, como lo he mencionado antes, más amenazador que tranquilizador. Éste relata fábulas impresionantes, si no verdades escritas entre líneas, verdades, sustancias filosóficas que otros escritores habían pasado por alto en la aventura ardiente y luchas de la existencia de la humanidad. Nadie entendió bien cómo este libro influenció en él, pero lo hizo.
“Hola Tony” dije.
“¿Te detuviste para animarme, Cory? preguntó Tony. “Que tal si tú y yo vamos al Tibet para obtener alguna sabiduría china y escribir algunos modismos espirituales”.
“No” respondí.
“¿Por qué no?” él preguntó.
“Porque nunca tuve ningún interés en ir al Tibet, o en escribir cosas sagradas, o congelarme en el Himalaya, tuve suficiente de eso creciendo en Minnesota”.
“Esos monjes en Asia tienen mucha sabiduría, tú sabes”.
“Ellos me parecen tremendamente aburridos”.
Sólo me había detenido para ver cómo le iba a él y Catherine, tenía muchas páginas que tipear en la biblioteca, para uno de los capítulos de mi libro, y necesitaba continuar.
“¿Sabes algún dicho sabio?” él preguntó.
“Ojos que no ven, corazón que no siente” dije, y él me dio una sonrisa crucial.
“No, esa es la razón por la que quiero ir, inventa unos originales, inspírate”.
“¿Por qué yo? tú tienes a Hans y Catherine”.
“No; escucha Cory, si pago tu pasaje y el mío, más toda la comida y el alojamiento, ¿irías conmigo?”
“No” dije, “Me gusta Europa, en particular Alemania, y también Paris para escribir en estos momentos; además quiero ir al Festival de Octubre en seis semanas”.
“Toda mi vida quise hacer ese viaje, ver Lhasa, y el Palacio de Potala, el centro de la vida tibetana, donde el Dalai Lama huyó del país hace diez años atrás”.
“No seas tonto”, subrayé, “ahora tú puedes ir a cualquier lugar que quieras, tienes mucho dinero y no necesitas de un acompañante o un guardaespaldas”.
“Lo sé, pero si tú estás de acuerdo en ir, entonces empezaré a alistarme, por alguna razón solo no puedo empezar a moverme”.
“Se llama depresión lo que tienes, sal de este departamento y haz algo”.
“Ahora que mi libro está en tres idiomas, y Nueva York lo ha escogido, mi vida va tan rápido que no puedo mantener el ritmo”.
“Esto es sólo la vida, nada peligroso para ti o para mi, no hay sentido en hacer esto más difícil: los boxeadores, los luchadores, los matadores, los toros, y los gallos que se matan uno al otro en las peleas de gallos, y los soldados que luchan en las guerras, ellos tiene que vivir a la altura del puño, ellos tienen que preocuparse, no nosotros, nosotros sólo nos paseamos de un lado a otro, escribimos esto y aquello, constantemente nos entretenemos a nosotros mismos o a otros por dinero o reconocimiento, por amor a la vanidad; no estoy interesado en ser un monje, o escribir lo que los monjes escriben”.
“No, no creo que me gustaría la guerra o la corrida de toros, o el boxeo como profesión, o incluso enseñar karate, esto no me interesa. En cuanto a karate, sólo me gusta saber que lo aprendí”.
“Talvez es porque tú sólo has leído libros en la materia, si tú te involucras con ellos, aparte de karate, tú podrías cambiar de pensar”.
“Todavía quiero ir al Tibet”.
Él tenía una mente decidida, para ser un mexicano. Dije, “Como Shakespeare escribió en ‘El Rey Lear’ ‘Nada vendrá de nada…’”
Había descubierto que era la mejor forma de salirme, él había estado bebiendo, y una vez mareado él hablaba, y hablaba, y hablaba hasta quedarse dormido, y se ponía morado en el proceso. Habían muchas botellas de licor alrededor de su mesa, al final de la mesa, donde estaba sentado y donde se había dormido”.
“Cory”, dijo Tony, “tengo veinticinco años y he vivido una tercera parte de mi vida, tengo que pensar qué es lo que voy a hacer con las otras dos terceras partes, ¿alguna vez has pensado así?
“No, yo sólo hago un plan y lo sigo hasta el final, y hago un nuevo plan y lo sigo también hasta el final, y no me preocupo por las otras dos terceras partes porque hoy es hoy, y eso es todo lo que tengo, vivo el presente, en el momento”.
“Bien, todavía quiero ir al Tibet”.
“Escucha Tony, muchas ciudades parecen la misma, muchas de las gentes en las ciudades tienen intereses propios. Hablo en serio, tú te cansas yendo de ciudad en ciudad buscando algo que sea diferente, caminando de un lugar a otro. No hay nada como eso. Generalmente si encuentras un buen lugar, y tú resides allí, tú puedes alcanzar a ver todo el globo terráqueo, desde ese único lugar, y hacer todo lo que quieras, y continuar adelante; pero moviendo todo lo que obtuviste de aquí para allá todo el tiempo, tú nunca lo podrás. Por eso me gusta visitar Paris y Alemania, y esperar por el Festival de Octubre, y aprender Karate en San Francisco, donde te conocí, y luego volveré al lugar de donde vine”.
“Pero tú no has estado en el Tibet todavía, ¿cierto?”.
“No, y si mañana fuera allí contigo, de la forma como me siento hoy y me perdiera el Festival de Octubre, lo odiaría. Ésta es una buena ciudad para permanecer en el verano, y Alemania en el otoño”.
“Estoy cansado de Europa; estoy cansado de Paris y del barrio. Nada me pasa aquí, incluso estoy cansado de las luces nocturnas”.
“Bueno”, yo comenté, “tengo que ir a la librería y prestarme su máquina de escribir, tengo todas estas páginas para tipear”.
“Tú realmente no tienes que ir, sólo quieres estar lejos de mi, lo puedo decir. Te importaría si voy contigo a la librería para sólo acompañarte”.
“Creo que tú estás esperando que Bernadette esté allí, ¿correcto?”
“¿Te importa?”.
“No, vamos”.
Caminamos hacia la librería, y allí yo tipeé mis páginas mientras que él leía más del libro “Escenas y Retratos” y ojeaba el periódico, leyó un poco de Hemingway, Faulkner, Sherwood Anderson y Scott Fitzgerald, a él le gustaban los mismos escritores que a mi, incluso Mary Renault y sus novelas griegas, junto con las poesías de Roberto Bly, especialmente su primer libro “Silencio en los Campos de Nieve” y las descripciones de Jorge Sterling, así como los polirritmos de Juan Parra del Riego, y los versos de Apolinario Mayta, un poeta de Los Andes como Juan Parra del Riego.
Fui arriba a un cuarto que estaba en la parte de atrás, y allí estaba Bernadette descansando en un catre; ella estaba con sus brazos cubriéndose la cabeza. No quería despertarla, pero sabía que Tony lo haría si la veía.
“Bernadette” dije, y sacudí ligeramente su brazo y hombro. Ella miró hacia donde yo estaba, sonrió, y parpadeó muchas veces como tratando de aclarar su visión.
“Estaba soñándote a ti y a mi”, ella dijo.
“¡Vaya! ¿Y qué estaba haciendo, o qué estábamos haciendo?
“Sólo nos estábamos abrazando, pero sólo en mi sueño nada más, por eso mantén tu mente en su sitio”.
“¿Hablando o soñando?”.
Ella rió, dijo “Desearía que no tengas esclerosis múltiple, tú siempre necesitar dormir mucho y te cansas muy rápidamente”.
Pude imaginar su sueño; ella estaba como desilusionada con mis males físicos. Bajamos las escaleras para reunirnos con Tony, por temor a que él nos viera hablando y se ofendiera, tenía un carácter extra sensitivo debido a su heredad mexicana.
Capítulo III
Café de Flora
Era una noche tibia de verano y yo estaba ubicado en una mesa debajo del toldo, en la entrada del Café de Flora, Tony justo se había ido y Bernadette estaba viendo cómo me embriagaba; las luces eléctricas de neón que estaban debajo de la terraza que decía: “Café de Flora”, estaban prendidas. Había un semáforo y un letrero de “Pare” al que yo estaba mirando desde mi mesa, y a la multitud de gente que caminaba, taxis que paraban y partían dejando gente para la cena en los dos lados del café. Miré a unas cuantas mujeres bonitas que pasaban, y luego las perdí de vista, y Bernadette comentó, “Los hombres no piensan en sexo de la misma forma que las mujeres lo hacen, ¿cierto?”.
“Bien, ¿qué pensarías tú?” pregunté.
“Perdón”, ella dijo, “¿cuál es el problema?”, ella preguntó, “¿estás pensando en esas mujeres que acaban de pasar?”.
“Seguro, ¿tú no?”.
“¿No lo sabes? Tú nunca sabrás en esta ciudad lo que los hombres y las mujeres están pensando”.
“Los hombres piensan del sexo como si fuera una sopa de calabaza, y las mujeres piensan en esto, como hacer compras para la receta” dije.
“¿Te gustaría ir a otro sitio más?” preguntó Bernadette.
“No” contesté.
“¿Por qué no?”.
“No hay otro lugar para ir”.
“A mi departamento, o al restaurante que está en la parte de abajo de la Torre Eiffel, conozco al administrador allí, no necesitamos hacer reservaciones”.
“El café aquí tiene un gran estimulante pero sólo dura poco tiempo, pero el vino es estupendo, ¿qué marca es?”, dije. Ella sonrió tratando de no reír, por que yo no sabía qué estaba bebiendo, a pesar de haber pagado por éste y era caro.
“Chateauneuf du Pape Cuvee de la Reine des Bois, Domaine de la Mordoree,” dijo Bernadette.
Paré un taxi y éste se detuvo en el bordillo; ambos nos sentamos en el asiento trasero del carro y nos dirigimos a su departamento en el boulevard Saint Germain. Miré al reloj que el carro tenía, eran las once de la noche cuando entramos al boulevard Saint German, y nos bajamos en la calle del hotel. Dentro del hotel, ella se acurrucó a mi lado, y dijo haberme mirado por un rato hasta que me quedé dormido. Después de unos minutos, ella me cubrió con una manta liviana, para pasar la noche, y allí me quedé dormido en el sillón y ella en su dormitorio.
“¿Qué me pasó anoche?” le pregunté a ella en la mañana.
“Olvídate”, dijo ella un poco perturbada.
“¿Estás molesta?” le pregunté.
“Si, un poco, pero no puedo echarte la culpa, tú estás enfermo, yo me siento enferma y todo el mundo está enfermo”.
Ella salió de la cocina y fue detrás del sofá, donde la luz entraba por la ventana, el río Sena estaba a una cuadra atrás, tú lo podías ver desde la ventana, como también la Catedral de Nuestra Señora de Paris.
“Tú no necesitas beber mucho, ¿cierto?, con sólo poco te apagas como un foco”.
“Si, eso puede ser cierto, tan cierto. Y mi gota, tengo la gota también”.
“No me importa mucho a mi, a las mujeres no nos importa mucho tales cosas”.
“Tú eres británica, ¿cierto?”.
“Te conozco por seis semanas, y tú ¿no lo sabes todavía?”.
“Bien, sé que vienes de una buena familia y que tienes algunos familiares en Minnesota y en San Francisco, en Estados Unidos, pero ¿de qué parte de Inglaterra eres?”.
“De Shipton”, ella declaró.
“Americana-inglesa, ¿Cierto?”.
“Algo así”.
“Qué bueno, no detesto a ninguno de ellos”.
“Conocí a Arturo Burg, en Augsburg, Alemania; le caí bien”.
“¿Cómo lo sabes?”.
“Una chica sabe de estas cosas”.
“¿Te gustaría ir a tomar desayuno?” le pregunté. Realmente no quería comer, quería ir a mi hotel a dormir, pero sabía que ella quería comer, y sería bonito mantener su compañía, a ella nunca le gustaba comer sola. Entonces fuimos a tomar desayuno al Les Deux Magots, pedimos huevos cocidos, café, jugo de naranja y pasteles.
“No está mal acá”, ella dijo, “está de moda”.
“Acá es mejor que en el otro lado del río”.
“A mi me gusta la comida alemana también”, ella comentó, “pidamos otra botella de vino”, ella dijo, “esta vez pagaré por ésta, si no te importa”.
Bebimos otra botella de vino, y Bernadette dijo: “Es una pena que tengas esa enfermedad, ¿cómo es que te afecta de todas formas?”.
“Es difícil tener una erección…”.
“Ya, me lo imaginaba. Tú eres franco, ¿cierto?”.
“No sé cómo obtuve esta enfermedad, sólo la obtuve”.
“Ah, esas enfermedades mugrientas”.
Hubiéramos continuado con el tema de la enfermedad, pero ella ya había coincidido en que era una pena, y no dije nada más sobre el tema, una calamidad es sólo eso, y no tiene sentido en estresarse sobre cómo apareció.
“Todos se encontrarán hoy en el cabaret ‘El Molino Rojo’; tú sabes, está desde los 1880s. Tienes que estar allí”.
“¿Quiénes son todos?”.
“Tony, Hans, Catherine y yo, y creo que también tu amigo Ezra estará allí”.
“¿Y qué con tu amigo Arturo?”.
“Desearía que él estuviera, ahora él se encuentra en Augsburg, pero dice que talvez nos encontremos en el Festival de Octubre. Tú debes ir querido”.
“Por supuesto que iré”, dije.
“Y lleva a Ezra”.
“Gracias, allí estaremos”, luego me levanté y salí, volví a mi pequeño departamento que estaba por el hotel de Bernadette y me tiré en la cama, necesitaba escribir más pero el vino me estaba subiendo y mis pies estaban adoloridos, la gota estaba empezando a atacar mi sistema. Todo era mucho para mí, la noche anterior y esta mañana, el vino y las últimas horas.
Capítulo IV
El Jaguar
Estábamos sentados separados en su carro, su Jaguar, ella había decidido ir a recogerme al hotel pensando talvez que yo no iría al Molino Rojo; de alguna forma nos deslizamos y terminamos uno cerca del otro mientras ella conducía. Bernadette se había quitado su suéter y sus hombros y espalda estaban presionados fuertemente en el respaldar del asiento del carro. Su cara brilló mientras pasábamos por las luces de las calles, luces como estrellas a lo largo de los cafés, en una noche oscura y sin nubes para mencionar. La cara de Bernadette estaba bronceada y ella se inclinó hacia mi para besarme, luego yo lo hice hacia ella, nuestros labios se tocaron ligeramente uno con el otro, y parecía que ella quería presionarlos más fuerte, pero se alejó, y continuó conduciendo.
“¡No, no puede ser!” ella gritó.
“¿Qué quieres decir? ¿Cuál es el problema?”.
“Realmente es demasiado, mucho para mi, no lo puedo soportar”.
“Oh Bernadette, ¿soportar qué?”.
“Tú debes de saber que no entiendes a las mujeres. Y simplemente es muy difícil para mi aceptar tu enfermedad”.
“¿Acaso no estamos enamorados uno del otro?”.
“Enamorados, por supuesto que si, te amo mucho, tanto, pero no puedo tenerte, es tan, tan duro para mi no poder tenerte, y estoy toda confundida”.
“Entiendo, y desearía que hubiera algo que yo pudiera hacer respecto a mi condición”.
Ella ahora manejaba más despacio, su compostura se había aliviado un poco. Mi brazo estaba recostado a lo largo del respaldar del asiento y mis dedos tocaban sus hombros, mientras ella miraba ligeramente hacia arriba, como frecuentemente lo hacía cuando estaba pensando.
“Oh, no, te apuesto a que tú no entiendes a las mujeres”, ella rió por lo bajo, y ya no me estaba mirando; era un momento infernal.
“Los hombres talvez nunca conocerán a las mujeres, pero pensamos que si. Quiero decir, las mujeres piensan que ellas no pueden cambiar a los hombres, pero ellas sí pueden; y, los hombres piensan que ellos pueden entender a las mujeres, pero ellos no pueden. Todos estamos confundidos”.
“Si, talvez es así, y ustedes los hombres, se fijan mucho en la belleza física de una mujer y se olvidan de que ellas tienen cerebro y sentidos, y un corazón”.
“Si”, estuve de acuerdo con ella, y luego, agregué al diálogo, “y las mujeres, mientras permaneces alrededor de ellas, eventualmente se familiarizarán contigo y obviarán la calidad por la familiaridad”.
“Me pregunto cómo pensarán los ancianos, quiero decir, que tú eres tan joven, ambos sólo tenemos veintitrés años de edad, y sé que la juventud es sólo por una temporada, ¿no?” preguntó Bernadette.
“No estoy seguro, pero los ancianos que conozco son como si tuvieran nubes oscuras colgadas sobre sus cabezas, incluso Hemingway no encontró mucho placer en ser viejo, o Dalí luego de que su esposa muriera”.
Estaba contento de que ella cambiara de tema; estaba muy cansado del otro. Lo había visto por muchos lados, y había decidido no salir con nadie seriamente, pero la juventud tiene sus imperfecciones, y Bernadette estaba buscando más en tener una diversión, una diversión seria.
“Es jovialidad estar enamorado del sexo opuesto, y es curioso ver cómo entra en ti, ya que te muerde en el dedo del pie antes que siquiera lo veas”.
“Oh, estoy feliz de que digas eso, tiene sentido”, dijo Bernadette, pero sus ojos parecían no digerir esto, y su mirada estaba en el vacío.
“Quiero decir que es positivo, sentir una gran emoción”.
“Di lo que quieras”, ella remarcó, “pero es infierno puro”.
“Eso no suena muy bien viniendo de ti, quiero ver más de ti, si es posible, pero sólo si tú quieres”.
“Parece que a este punto, tengo poco para escoger, te amo, tú lo sabes”.
Ahora estábamos sentados juntos y muy solemnemente, ella había detenido el carro, estábamos en el Molino Rojo, parecía que había perdido contacto con ella, como si ella fuera una extraña. El lugar entero estaba iluminado.
“¿Entramos?” le pregunté.
Bernadette, movió su cabeza y hombros hacia el costado, “Oh, no sé si pueda entrar allí ahora”.
“Podemos ir a otro lugar”, dije.
“Si, si no te importa, a propósito, me besarías, por favor bésame antes de ir. Esto significa mucho para mi”.
Ella manejó su Jaguar de color verde claro, hacia Magots, se estacionó a un costado de la calle, por la Capillita, luego me dio su mano y caminamos hacia el bar, donde ella pidió un vino tinto y un whisky escocés en las rocas.
“Me pregunto si luzco bien, estuve casi a punto de llorar, tú sabes”, ella dijo y me alcanzó su liviano suéter, y yo la ayudé a ponerse; mientras nos sentábamos en el bar, la multitud que acababa de tener su cena justo estaba saliendo.
“Bien, si no te importa”, Bernadette dijo, “Voy a tomar también un whisky en las rocas como tú Cory”, y pidió uno.
Una voz entre la multitud dijo, “Bernadette, Bernadette, ¿eres tú?” Una chica bajita, de mediana edad, que decía llamarse ‘La Reina Abeja’, abriéndose entre la multitud apareció, “Bernadette, digo, siempre que te veo, tienes a algún galán contigo”.
“Tengo algo bueno que decirte”, le dijo a Bernadette, “Arturo Burg, a quien le gustas, dice que tiene intenciones totales de encontrarse contigo en el Festival de Octubre, talvez antes del festival, por eso creo que te estará llamando pronto, espero que este joven al lado tuyo, no se ponga celoso”.
“Quiero presentarte a Cory Richardson, Gertrudis. Cory, ella es Gertrudis Stewart, una artista amiga mía a quien conocí en Alemania donde conocí a Arturo, en Augsburg”.
“Si, oh si, cómo está Sr. Richardson; ahora quisiera que ustedes dos conozcan a mi nuevo amigo: Franz, ya me olvidé de su apellido, justo lo acabo de conocer unos días atrás y él me trajo aquí, a Paris, él tiene mucho dinero como Arturo, y me va a ayudar a abrir una galería”.
“Bien” le dije a Gertrudis, “¿Franz y tú están pasándola bien aquí en Paris?”.
“Bastante”, ella dijo con una risita intensa, “Paris es maravilloso, una ciudad de artistas y escritores, pero por lo general prefiero Alemania”.
“Oh si”, comenté, “Supongo que sí, Alemania es hermoso”.
“¿Así que estuviste allí?”.
“Oh, si”, dije, Bernadette me miró sorprendida.
Franz llamó a la ‘Reina Abeja’ desde su mesa.
“Debo irme, él tiene a toda esa gente alrededor suyo, talvez nos encontremos en el Festival de Octubre, así te acompaño a ti y a Arturo, y conozco a tus amigos también”. Y ella se alejó abruptamente así como apareció.
“Ella es muy genial, ¿no?” preguntó Bernadette.
“Si, ella estuvo bien”, dije, añadiendo, “Debo regresar al hotel, puedo tomar un taxi, tú tienes a tus amigos aquí y yo me desmayaré por agotamiento en otra media hora”.
“Pobre chico”, ella dijo. “Se te nota cansado. Espero que no te importe que me quede aquí para hablar con la ‘Reina Abeja’, Franz y sus amigos, aunque me da lo mismo, lo digo porque… como vine aquí contigo”.
“No, yo de verdad tengo que irme, y por supuesto que no me importa”. Así, le dije buenas noches a Bernadette, en el bar. Franz estaba comprando cerveza para todos alrededor suyo, había mucha gente.
“¿Realmente te estás yendo?”.
“Si”, dije, “tengo un sistema inmune descompuesto”.
“Entonces, ¿nos vemos mañana?”
“Si”, respondí.
“¿Dónde nos encontramos?”, ella preguntó.
“Probablemente en la librería después de la una de la tarde”.
“Bien, trataré de estar allí, alrededor de las dos de la tarde”.
“No te preocupes Bernadette si no puedes”.
“No, siempre mantengo mi palabra contigo, ¿cierto?”.
“Buenas noches”, dije y me alejé.
Capítulo V
El Parque
En la mañana siguiente desperté a Ezra y fuimos a tomar desayuno. Era una mañana soleada y buena, y se sentía que se iría a desarrollar una tarde cálida. El parque pequeño, detrás de la Catedral Nuestra Señora de Paris, tenía una flora con tonalidades oscuras de verde y estaban en flor; ambos nos sentamos en una banca. Había un anciano fumando un cigarrillo y leyendo el periódico, al otro lado del puente, los artistas alistaban sus caballetes, había vendedores a lo largo del pasadizo alistando sus revistas y periódicos, las calles estaban llenas, y en el río, habían unos cuantos botes, un barco-vivienda en particular justo estaba pasando debajo de uno de los tantos puentes que cruzaban el río Sena.
“No se te ve mucho alrededor”, me dijo Ezra.
“Oh, estoy alrededor, en la librería en las primeras horas de las tardes, y anoche no pude verte en el cabaret Molino Rojo, debido a que Bernadette quería ir a otro sitio a último minuto”.
“¿Qué haces en las noches?” preguntó Ezra.
“Como que ya te lo dije. Tú sabes cómo es cuando tienes a una amiga en la que estás interesado”.
“Bueno, no, realmente no, no lo sé”, dijo Ezra.
“Vamos al museo ‘The Louvre’, ¿okay? Tomaré un taxi” dije. “Desearía tener un carro, podríamos ir a dondequiera: Alemania, al Festival de Octubre, ir y venir a esos lugares atractivos que tiene Paris, ir hasta Augsburg, afuera al campo”, eso le mencioné a Ezra en nuestro camino al museo ‘The Louvre’.
“¿Sabes cómo van las ventas del nuevo libro de Tony?, preguntó Ezra.
“Parece que bien, pero él está loco, está enamorado de Bernadette, y medio enamorado de la Srta. Cooley, pero Cooley está enamorada de él, no de Hans, y Bernadette, creo que no lo soporta a él, y ella está interesada en algún tipo de Augsburg”.
“Bueno, ¿te divertiste anoche?”, preguntó Ezra.
“No, de verdad que no, pero lo pasé más o menos”.
“¿Cómo va el avance de tu libro, y, sigues teniendo esos avances de las revistas?, me olvide cuál de ellas era”, preguntó Ezra.
“Terrible, el avance de mi libro es terrible, pero está saliendo. Y ayer recibí un cheque por unos cuentos que escribí, suficiente para la renta, la comida y unas cuantas bebidas en un bar caro, no puedo decirle a nadie que estoy medio quebrado, ellos se aprovecharían de eso, tú sabes”.
“Eso es normal, todos tenemos nuestros periodos de desplome y cabeceada, malas y buenas noticias. A propósito, estoy trabajando en reexaminar la naturaleza y función de la poesía, en vez de escribir los poemas y reescribirlos, y luego tipearlos, volveré a eso más tarde, quiero eliminar las distinciones tradicionales...oh, es difícil de explicar, pero entiendo lo que quieres decir”.
“¿Tony sigue hablando en ir al Tibet, o estará yendo con nosotros al Festival de Octubre?”.
“Bueno”, dije, “si él podría estar con Bernadette, él iría por seguro al festival y se olvidaría del Tibet”.
“Taxi, voltee, voy a Shakespeare y Compañía”.
“¿Cambiaste de idea?”.
“Ya, tengo que sentarme y escribir un capítulo de mi libro, me dije a mi mismo que escribiría un capítulo por día ¡Lo siento! Tengo el feo hábito de hacer lo que tengo que hacer, cuando pienso que tengo que hacerlo”.
“Lo sé”, dijo Ezra, “pero tú eres el mejor amigo que tengo, así que tengo que soportarlo”.
“Que sea lo que sea”, pensé, y el taxi se detuvo en la librería.
“Está bien, estoy bien Cory, continúa, te veré luego, se me ha metido lo del museo en mi mente, pagaré el taxi”.
“Qué bueno”, dije, “tomaremos unas bebidas esta noche si regreso a tiempo y te encuentro en el departamento”.
Pude sentir que Ezra quería venir conmigo, pero lo dejé ir sin tratar de persuadirlo de quedarse. Esperaba a que él reiniciara su poema “Canto a Paris”, él era un buen poeta, pero su mente cambiaba de un tema a otro, como un hombre tratando de encontrar la correcta estación de radio, y en el proceso, nunca terminaba nada. Ahora yo tenía más de veinte cuentos publicados en libros y revistas. Entretanto, Ezra quería más que nada ser un poeta, aunque él había obtenido su Ph.D. y quería estudiar la naturaleza de todo en literatura. Era bonito saber que él había dedicado su tiempo para ver mis escritos como un águila, y eso me ayudó con la corrección de errores y las pruebas. Era mi primera novela y tenía que terminarlo antes de regresar a Minnesota, y era un gol, junto con el Festival de Octubre. Mi novela se llamaba “Días sin Mujeres”. Ésta realmente no era una novela, por decir, en cambio eran cuentos vinculados, que hacía una novela grande, pero uno podía leerlo separadamente, como la novela “Baja Moisés” de William Faulkner.
Capítulo VI
El Libro
Es tarde en la librería, Bernadette, se suponía que iba a venir a las dos de la tarde, pero no vino. Cory Richardson está ahora buscándola, ella no había cumplido su palabra. Por otro lado, se suponía que Ezra iba a encontrarse con Richardson en el departamento en la noche, pero ahora él está buscando a Bernadette. Él ya había llamado a Tony, sintiendo que ella talvez fue a su departamento, o talvez ella se encontró con el Sr. Arturo Burg.
El taxi se detuvo en el obelisco, “No importa a dónde vaya en Paris,” señaló Richardson, “ustedes los taxistas parece que siempre pasan, de una forma u otra, por la Aguja de Cleopatra, quiero decir el Obelisco de Cleopatra”.
“¿Qué es el Obelisco de Cleopatra?”, el taxista preguntó.
Creo que Julio César las hizo construir para ella, hubo muchos en Alejandría una vez, y a través de los años, uno fue obtenido por los americanos y puesto en el Parque Central, otro en Londres a lo largo del río Támesis, otro en Roma, otro en Estambul, y otro aquí en París. Yo los he visto todos”.
“Interesante”, dijo el taxista, “pero parece que su amiga no está alrededor. ¿A dónde le gustaría que lo lleve ahora?”.
“Al Café de Flora”, respondí.
“Richardson, por aquí, siéntate aquí”, dijo la ‘Reina Abeja’, situada en una mesa afuera del Café de Flora. Yo la había visto y me bajé del taxi, le pagué en Francos al taxista y me despedí; sentía que talvez ella había visto a Bernadette.
“¿Qué te pasa? Luces un poco pálido, ¿estás buscando a alguien?” preguntó Gertrudis, con una sonrisa astuta.
“No me pasa nada, y sí, estoy buscando a Bernadette”.
“Ella fue al Club de Escritores con Tony, al que ustedes los escritores siempre van y pasan las tardes y toman sus desayunos-almuerzos, etc. ¿Tienes noticias de los Estados Unidos sobre tu libro?”.
“Nada, les envié la mitad de mi manuscrito”.
“Talvez deberías pedirle a Tony que te recomiende”.
“No cuesta nada intentarlo, ¿cierto?”.
“Tú podrías publicar tu libro acá en París”.
“No lo sé, desearía tener otras elecciones otras que Vikingo y Paris”.
“Mi amigo Arturo Burg, tiene un amigo en San Francisco, otro en Paris y otro en Augsburg, sin embargo me olvidaría de la edición alemana, y estaría primero con la Prensa Pequeña de Paris y luego intentaría San Francisco”.
“Seguro, si puedes, pídele a tu amigo que me recomiende con la Prensa de Paris, ¿cuál de ellas es?”.
“No lo sé, pero déjame ver qué puedo hacer. ¿Quieres algo para comer o beber?”.
“Si”.
Empecé a pensar profundamente; ahora Tony estaba controlando a Bernadette, talvez porque le iba bien económicamente ya que él era un autor que ya había publicado su libro, y la venta de éste estaba subiendo.
“Pero, ¿cuál es el problema Cory?” preguntó la ‘Reina Abeja’.
“Dinero, desearía tener más”, sentía en mis bolsillos el cheque que aún no lo había cobrado.
“Vamos, déjame pedir una bebida y algo para comer, yo pago, no hay apuro. Bernadette estará acá, dijo que tú estarías buscándola y que te dijera que ella estaría volviendo después de una corta visita al club”.
“Ah, te lo dijo”.
Tomamos una bebida, la ‘Reina Abeja’ y yo, y comí un sándwich de queso y jamón.
“¿Conoces a Arturo Burg?”
“No, sólo he oído de él, ¿porqué? A Propósito, ¿cómo es él?”.
“Él es bueno. Puede ser cómico a veces, tiene mucho dinero, no es tan aburrido como ese amigo tuyo, Tony, él a mí me parece problemático. Pero, ¿Cómo es Tony?”.
“Él es muy nervioso; parece escribir acerca de cosas que otros ya escribieron, y está esperando que más gente escriba cosas nuevas para poder así copiarlas con un enfoque. Pero me imagino que él es bueno; tú tienes que aceptar a las personas por lo que son o eliminarlas de tu vida.
“Bien”, ella dijo, “por momentos también Bernadette puede serlo. Tómate otro whisky escocés en las rocas, cae bien con un sándwich, especialmente a las cuatro de la tarde”.
“Está bien”.
“Allí está Bernadette con Tony”, dijo la ‘Reina Abeja’, un taxi los había dejado frente al Café The Lipp’s y ambos estaban cruzando la calle. Ellos se acercaron a nuestra mesa.
“Hola, borrachos”, dijo Tony.
“Hola Tony y Bernadette. Justo le acababa de decir a Gertrudis, quiero decir a la ‘Reina Abeja’, que te estaba buscando”.
“¿Qué quieres decir?” dijo Bernadette.
“Dijiste que estarías en la librería hoy a las dos de la tarde”.
“Tú dijiste que no me preocupara si no podía estar a esa hora”.
“Jalen una silla, ambos, y siéntense. Tony, ¿todavía piensas ir al Tibet, o al Festival de Octubre?” pregunto la ‘Reina Abeja’.
Tony empezó a pensar y dijo: “No lo sé, pero si Bernadette va a ir al Festival de Octubre, talvez pueda cambiar mis planes”.
“Quería decir, ¿qué es lo que prefieres hacer?” preguntó Gertrudis.
“Te juzgué mal”, le dije a Gertrudis, “tú eres astuta como una zorra y peligrosa”.
“Tú eres terriblemente gracioso, Cory”, dijo Gertrudis.
Tony se rió. “Supongo que no hace ninguna diferencia de a dónde voy, pero me gustaría estar con esta hermosa joven dama”.
“No”, dijo Gertrudis, “tú tendrías mucha competencia, y estarías enojado todo el tiempo”.
“Dejen de hablar de mi como si todavía estuviera al frente de la calle”, dijo Bernadette.
“No hay problema”, dijo Gertrudis, “no es nada serio, sólo estaba bromeando”.
“Ven Bernadette”, dijo Tony, “pidamos algo, o salgamos de acá y vayamos a hacer algo”.
“No”, ella dijo, “le dije a Cory que almorzaríamos tarde, y sólo iremos acá cerca para almorzar. Entonces a ustedes dos, adiós, nos vemos más tarde”.
Caminamos hacia afuera, bajo el toldo del café, y fuimos al Boulevard Saint Germain. Había mucho tráfico.
“Tony puede irritar a cualquier persona”, dije de pasada, mientras caminábamos. “Quiero decir que me cae bien, pero…”.
“No estoy tan interesada en él, pero realmente tú no quisieras irritarte por su causa al punto de que él lo note, ya que él es muy sensible”.
“Lo sé”, dije, “él tiene esta clase de presunción sana”.
“¿Te refieres a la clase que la mayoría de los americanos tienen?”, dijo Bernadette.
“Me imagino”.
“De alguna forma no le he mostrado a Tony claramente de que no estoy interesada en él, no estoy segura por qué”.
“Yo creo que a ti te gusta que la gente se enamore de ti”.
“Él quiere jugar tenis conmigo mañana, ¿debería ir?”
“Él tiene un bonito trato varonil con las chicas; veo que él lo ha sacado. Tú sabes, a él le gusta ganar; por otro lado, también a ti. Él se enamoró de ti en un pestañear, una vez que él te vio, tú sabes eso, ¿cierto? De todas formas, el que vayas o no, depende de ti”.
“¡Vamos! Vayamos al restaurante que está en la Torre Eiffel, mi amigo es el administrador allí, no necesitaremos reservaciones”.
“Tengo una cita”, dije.
“¿A qué hora?”.
“Con Ezra, talvez al atardecer, no lo sé exactamente, le dije que nos encontraríamos después de terminar en la librería”.
“Bien, para ser sincera, me apuré en regresar al café sólo para hablar contigo; quería estar contigo, ¿no se supone que tengo que hacerlo?”.
“¿Qué hiciste allá?”.
“Oh, fui a encontrarme con todos por supuesto, comí algunos aperitivos ojeando algunas revistas”.
“Pensé que dijiste que siempre cumplías con tus citas”.
“¿Todavía estás molesto sobre esto?”.
“Creo que ir al club es perfectamente encantador, y con Tony para rematarla, sólo que no me gustó tener que correr buscándote, desearía que hubieras llamado a la librería para hacerme saber”.
Bernadette no dijo nada.
Cruzamos la calle y nos sentamos en una mesa afuera del café, y Bernadette compró una revista ‘Paris Times’; yo pedí un vaso de vino para ella y un whisky escocés en las rocas para mi.
“Para ser honesta Cory, a veces sólo agarro las oportunidades y me voy, yo no quiero que tú te enfades conmigo, pero siento a veces, que no he vivido suficiente, no como tú de todas formas”.
Ella me miró con esos ojos brillantes, tratando de decirme algo, irrelevante.
“Tú estuviste casado una vez, divorciado antes de cumplir diecinueve años de edad; yo no me casaría con Tony, o Arturo, sólo contigo, si tú me lo pidieras, pero parece que es muy temprano para ello, y todavía siento que soy muy joven”.
No dije nada.
“Quería celebrar algo, hablé con un editor en el club, él dijo que él haría una crítica a tu libro, él sabía tu nombre y había leído algunos de tus cuentos de la revista Paris. A propósito, él dijo que elegiría diez cuentos, de los que ya publicaste en revistas, y algunos de tus poemas para ponerlos en un libro. Lo ves, soy tu agente ahora, y tuve una misión cuando fui allí. Y Tony habló muy bien de ti”.
“Es buena suerte, ¿le diste un nombre al libro?”.
“Si, lo hice”.
“¿Cuál es el nombre?”.
“Diez Historias y Tres Poemas, y tu pie de autor”.
“¿Es ese el título?”.
“Hasta ahora lo es, tú sólo necesitas ir allí mañana y firmar un contrato con Malcolm Hall, y él va a imprimir 400 copias de tu libro. Sé que no es mucho, pero es el comienzo”.
“Bueno, supongo que deberíamos celebrar, por la mala suerte que estaba teniendo en América, y la buena suerte en Paris. Yo sé que tú puedes casarte con cualquiera que tú quieras”.
“No, no lo creo. Te tengo mucho cariño, y algún día me gustaría tener tus hijos, talvez dos, pienso que sería bonito tener tus hijos”.
La miré extrañamente. Nunca había tenido buena suerte con los hijos, ya tenía dos; mi matrimonio había durado sólo quince meses ya que mi esposa me había dejado por un hombre más rico, y, debido a mi enfermedad.
“Yo sé que tienes dos”, dijo Bernadette, “pero dos más no hará daño”.
Luego me miró y añadió.
“Es una pena que tengas esa enfermedad, aunque cuando duermes mucho, tú puedes en las mañanas, ¿cierto?”.
“Si, a veces puedo, pero talvez no te guste a ti. Yo no pienso que tú eres de esa forma. Ciertamente no”. Eso dije, luego añadí, tratando de cambiar de tema, “Tú no conoces a Tony como yo, él está detrás de ti, y tú necesitar tener más cuidado”.
“¿Cómo puedes decir esas cosas? Te acabo de decir que quiero tener tus hijos”.
“Cállate Bernadette, por el amor de Dios deja de hablar de hijos. Esa es la última cosa que ahora quiero”.
“¿Ni siquiera para complacerme?”.
“Por favor no malinterpretes, Bernadette, yo sé que nuestra relación hasta hora es puramente platónica, ni siquiera eso, puramente nada con sexo, sólo un beso y bueno tú sabes. Y ambos nos deseamos, y estamos terriblemente interesados en el otro. Pero el matrimonio y los hijos necesitan ser puestos a un lado”.
“Escucha Cory, querido, déjame explicarte algo, espero que no te importe. Haz lo que gustes, pero no te acerques mucho a otras mujeres jóvenes; no, si tú tienes intenciones de amarme”.
“Realmente tengo que ir al departamento a ver a Ezra por un minuto, ven si quieres, a él le gustará verte”.
Mientras nos sentamos terminando nuestras bebidas, callados, ella sonreía brillantemente, mirando el perfil de mi cara. Le pedí al camarero traer la cuenta. Después de esto, mientras caminábamos por el boulevard ella todavía estaba sonriendo, agarrándome fuertemente de la mano, estábamos callados, no había necesidad de palabras; luego llegamos a mi departamento.
Capítulo VII
El Telegrama
Mientras abría la puerta de la librería, y entraba acercándome al mostrador donde detrás de éste estaban las escaleras, Flor, la cajera me detuvo antes que subiera.
“Bernadette y Tony vinieron”, ella dijo, “ella me pidió que si te viera te dijera que ella va a volver en unas horas, que ella acaba de recibir un telegrama de Augsburg”.
“¿Dices que ella estaba con Tony?”, pregunté para aclarar.
“Estoy muy segura que era Tony; parecía un mejicano o sudamericano”, ella se repitió a si misma, añadiendo, “ellos volverán en una hora más o menos”.
“Si, sí, gracias”, dije, “escucha, cuando ella venga, hazle saber que estaré arriba en el salón escribiendo, ¿está bien?”.
“Si maestro Richardson”, comentó Flor, “la señorita Bernadette es una mujer hermosa, aunque parece ser un poco excéntrica, pero de todas formas amable”.
Miré a Flor de nuevo; ella tenía aproximadamente diecisiete años de edad, la tan llamada celadora de la librería, muy observadora, ella parecía tener un gran orgullo al hablar acerca de mi compañera, pero a mi me gustaba su acento francés e inglés mezclado, ella tenía cabellos largo y negro, y ojos suaves curvos, con unos párpados delicados; pero en frente de esto, una apariencia un poco mal nutrida, quien talvez desearía que la llamara Señorita en vez de su primer nombre, y con ese nuevo comentario sobre Bernadette, me dejó asombrado.
Fui al salón para escribir y esperaba que Bernadette viniera pronto, sabiendo que, de alguna forma, Tony la persuadiría de ir en su camino, cualquier camino era éste.
“Hola querido”, dijo Bernadette, “¿no vas a reconocerme?” Había oído sólo una voz débil detrás de mí, pero oí la segunda parte de su monólogo. Me volteé abruptamente, allí ella estaba con Tony.
“Si querido soy yo, despierta. Luces como un escritor en un modo fantasioso; disculpa que me tomó mucho tiempo, pero Tony y yo tomamos una bebida rápida en Magots después que recogí el telegrama. Flor te lo mencionó, ¿cierto?” Moví mi cabeza en señal de sí. Eran las seis de la tarde, una bebida muy larga pensé, pero lo dejé así.
“Luces fresco Tony”, comenté.
“Si, antes de venir acá, nos detuvimos en mi casa, quería tomar un baño, en la tina—tú sabes, bañarme en caso de que terminemos yendo a los bares esta noche”.
“Sólo una ducha” comentó Bernadette, mientras la miraba a ella, y ella me dio esa encantadora mirada diabólica que decía: me gusta la libertad pero no necesariamente responsabilidad. Y evidentemente, mi mirada provocó alguna clase de explicación por su ausencia.
“Digo,” dijo Tony, “que tuvimos todo un día”.
“¿No teníamos una cita hoy, Bernadette?”.
“No. ¿Porqué tendríamos una?”.
“No. Pero siento que quiero embriagarme esta noche”. Luego ella me alcanzó un contrato con la Editorial de Malcolm Hall, diciéndome que él ya había elegido los diez cuentos y tres poemas, sólo necesitaba mi firma en el papel, añadiendo, “Ah, me olvidé de mencionarte, Malcolm tuvo esa bebida larga también con nosotros, él compró la botella de champagne, porque soy tu agente, y ese era mi pago por traer un nuevo autor a su casa editora”.
“No lo creo”, comenté.
“Él quiere verse con nosotros esta noche en el Café-Bar de la Torre Eiffel y enseñarte las pruebas”.
“No serviría de nada. Tú puedes ir si quieres; creo que eso es realmente lo que él quiere”. Luego firmé el papel, justo entonces y allí y se lo alcancé a ella.
“Lo sé”, Bernadette me dijo calurosamente, “pero no es eso lo que quiero”.
“¿No es horrible?, todos tratando de poner sus manos y corazones en la mente de Bernadette, tú sabes que eres bastante adorable, y no puedes echarle la culpa a ningún hombre”, dijo Tony.
“No hablemos sobre esto, todo es un juego. Arturo me escribió, quiere encontrarse conmigo antes del Festival de Octubre, en Estrasburgo”.
“¿Entonces, te estás yendo?”.
“Talvez sea mejor para ti y para mi hacer eso”.
“¿Qué tan pronto te irás?”.
“Tan pronto como pueda, sólo tengo que hacérselo saber a él”.
“¿Dijiste Estrasburgo? Una vez estuve allí, no me gustó el mesero en la estación de trenes y me fui hacia Haguenau, Francia, para mi descanso de fin de semana”.
“¿Podemos ir juntos?”, preguntó Tony.
“No, por supuesto que no, ésta es una idea loca. Él nunca estaría de acuerdo”.
“Tony, no seas obstinado”, dije.
“Ah, seguro, tú puedes ser glotón, pero yo no puedo”.
Me senté, me incliné hacia él, encontré mis zapatos debajo del escritorio, puse mis pies dentro de éstos y dije, “qué se supone que tengo que decirte que tenga sentido, no seas un tonto, si ella está yendo a encontrarse con un hombre, porqué ella querría que tú o yo vayamos”.
Ezra justo entró en el cuarto, había escuchado la conversación. “Vayamos todos a tomarnos una bebida, y dejemos a Tony abajo coqueteando con Flor”.
“Si”, dije al oír bebida, “una bebida no estaría mal”.
“No me gustó ese comentario Ezra”, dijo Tony.
“Él sólo te estaba bromeando Tony; no te molestes sobre esto”.
“¿Algo nuevo, antes de que traigamos esa bebida…?” comenté.
“No”, dijo Tony, “espera abajo en un taxi por mi y Ezra, tenemos un negocio que atender”.
“Si tú quieres”, dijo Ezra a Tony, “siempre me gusta una buena pelea”.
“No estoy bromeando”, dije, “aquí todos somos amigos, encontremos un taxi y vayamos a un bonito lugar”.
“Bonito de tu parte Cory, pero yo de aquí no me muevo”, dijo Tony.
“Él puede ser un tonto realmente”, dijo Bernadette como si hablando en tercera persona, “es el champagne hablando por Tony, y Ezra, creo que habla por ti Cory, él está de tu parte, debido a mi”.
“Tú tienes que escribir esto Cory en uno de tus cuentos, en el futuro”, dijo Tony.
“Buenas noches Bernadette y compañeros”, dije, “lo siento mucho, parece que todos se sienten muy mal esta tarde, estoy yendo a mi departamento porque estoy muy cansado ahora. Y no me refería a ti, Bernadette”.
Bernadette me acompaño a la puerta y me dio un beso, ella me jaló a un costado para hablar, dijo que necesitaba cien francos hasta que recibiera el dinero de sus padres, así saqué esa cantidad y se la di, había cobrado ese cheque que lo tenía dormido en mi bolsillo por unos días.
“Buenas noches querido, sé que estas cosas te agotan, trataré de apagar el fuego acá”.
La puerta se cerró y fui abajo a coger un taxi.
“Adiós”, dijo Flor, con un susurro suave, mientras levantaba la vista de lo que estaba haciendo en su escritorio y la caja registradora.
“Si, buenas noches niña”, dije.
Libro Dos
“Hay bajo el sol un momento para todo, y un tiempo para hacer cada cosa: …” Eclesiastés III.1.
Capítulo VIII
Otoño de 1970
Estrasburgo, Francia
No había visto a Bernadette por dos semanas, hasta que regresó de Estrasburgo, a pesar de que me había enviado un telegrama diciendo que la ciudad era pintoresca, y que ella estaba bien y saludable. “Saluda a todos nuestros amigos por mi, por favor”, ella pidió.
Tampoco había visto a Tony, durante esa semana. Ezra había viajado a Londres para hablar con un editor acerca de su poesía “Canto a Paris”. Él también estaba escribiendo otro poema llamado “Estruendosos Caballos Muertos”, un poema relativo a la Gran Guerra (La Primera Guerra Mundial), sobre una batalla aliada que tomó lugar cerca de la villa francesa de Douaumont, en 1916, en la que su abuelo participó. Él había firmado un contrato para publicar un folleto. Cuando él estaba comprando algunos comestibles, leí el borrador de su poema, el de los caballos muertos.
Durante el tiempo que Bernadette no estaba, estaba como complacido de que Tony tampoco estuviera, aunque me preguntaba sobre eso, a dónde él se había ido, él no había dejado ningún mensaje, excepto que volvería en una semana. Quiero decir, que por una parte no tenía que soportar sus cambios de humor, y celos sobre una mujer que decía tener poco interés en él, y su último encuentro con Ezra. Además, no me gustaba jugar tenis, pero a él si, yo me cansaba demasiado, aunque me convenció algunas veces de jugar billar. Supongo que si tendría que hacer un deporte, preferiría jugar ping pong, donde los reflejos están involucrados sin mucho esfuerzo; y me mantenía actualizado en boxeo de peso pesado. Traté de obtener un avance del señor Hall, pero él se rehusó diciendo, “cómo quieres obtener un avance de cuatrocientos libros, espera hasta la tercera o cuarta impresión”. Por eso me imaginé que no vería ni un centavo en tal proyecto, por un periodo.
“Bien”, le dije a Bernadette, “¿Tuviste un viaje maravilloso?”.
“Maravilloso, simplemente maravilloso”, ella dijo, “Estuvimos en Estrasburgo por una semana, luego en Augsburg y en el Valle Mosel, y caminamos a lo largo del Río Mosel”.
“¿Y qué sobre el Festival de Octubre? éste empezará en una semana”.
Ella no contestó, en cambio ella preguntó, “¿Cómo has estado?”.
“No tan bien Bernadette, me parece que estuve mejor antes”.
“¿Cómo es eso?”, ella dijo, “Tú luces tenso”.
“Y tú luces fresca y feliz, y como deportiva”.
Me sobé la frente como si para pensar.
“Los viñedos del Valle Mosel son únicamente extraordinarios”, ella dijo, “estaba como si en algo mágico; escribí una postal y te la envié”, ella añadió. “Y en cuanto al Festival de Octubre, no estoy segura”.
“Vamos, dime, ¿estaba Tony también contigo?” Hubo un largo silencio, “Vamos”, repetí, “¿Qué pasó?”.
“Bien, en todo caso, vayamos a comer, te sacaré de este frío departamento”, ella comentó.
“¿A dónde?”.
“A un restaurante que está por la isla, cruzando la Catedral”.
“Seguro, entonces ¿allí me lo dirás?”.
Ella no dijo ni una palabra. Caminamos por el boulevard, cruzamos el puente, hacia un café que estaba al frente del río, por la Catedral Nuestra Señora de Paris, pedimos huevos cocidos y un vaso de vino, para cada uno de nosotros.
“Vamos”, le dije a Bernadette, “dime antes que me mareé”.
“Ahora si”, ella dijo, “que sea a tu manera. Fue un camino hacia el infierno, él sólo se apareció repentinamente, se apareció de la nada en el viñedo de Arturo, y Arturo lo puso por cuatro días con cuarto y comida, pienso que él ya estaba esperando allí dos días antes”.
“Continúa”, dije “¿Cómo te sentiste sobre esto?”.
“¿Cómo tú te sentirías si ves a un perro que parece perdido y necesita ser alimentado?”.
“Si, entiendo, tu siempre has sido una gran amante de los animales, supongo”.
“No seas cruel”, ella gimoteó, “hubiera deseada que fueras tú persiguiéndome, pero tú eres muy terco, talvez es por eso que te amo mucho. Me parece que tú sabes que puedes tomarme en cualquier momento, pero tú no lo haces”.
“Tomarte, y no tenerte (me detuve para tomar un sorbo de mi vino, cuando miré ella estaba esperando a que terminara mi frase); como iba diciendo, tomarte y no tenerte, es como ser quemado con emociones, no vencer hace que quieras beber, y tú no deberías de beber por tales razones”.
“¿Qué haremos esta noche?” ella preguntó.
“Me da lo mismo cualquier cosa. Pero ayúdame a no ser vencido por las emociones”.
“Sólo una sugerencia”, dijo Bernadette, “podemos dormir toda la noche, o toda la tarde, de todas formas estoy cansada por el viaje, podemos dormir desnudos; podemos empezar en cualquier momento que tú quieras, y no tener que hacer nada, sólo disfrutar el calor del otro”.
Un carro pasó, alguien sacó su cabeza por la ventana, parecía Tony.
“Vamos”, dije.
Bernadette me sonrió, “debo ir a los servicios higiénicos a asearme un poco”.
“Creo que vi a Tony, él volverá por acá pronto”.
“Puedo bañarme en tu departamento, ¿está bien?”.
“Si, me gustaría que lo hagas, ahora no estamos hablando tonterías”.
Llamamos a un taxi y nos dirigimos hacia mi departamento.
“Con el vino, querido, ya tuvimos un buen comienzo”, Bernadette me dijo mientras estábamos en el taxi, esperando que obtuviera energía para abrazarla más tarde.
Luego que ella se baño en mi departamento, nos sentamos en una pequeña terraza, miramos a los carros pasar, yo tenía un whisky escocés y un agua mineral, y ella tenía un vaso de vino Mosel, de una botella que ella me había traído como regalo del viñedo de Arturo.
“¿Cómo estás ahora Cory?” ella preguntó.
“Estupendo”, dije, “hoy ha sido un buen día; y ¿qué tal fue para ti?”.
“Interesante y no tan terrible como había pronosticado lo sería”.
“Si te casas con Arturo, tú sería millonaria”.
“Estoy segura que lo sería”, ella comentó.
Nos tiramos en la cama toda esa tarde, y ella había comentado que yo lucía en buena forma, y que era guapo, y ambos nos exploramos al otro debajo de las sábanas frías, desnudos como dos pájaros, y me quedé dormido, y ella recostó su cabeza sobre mi hombro, mientras también se quedaba dormida.
Capítulo IX
El Festival de Octubre o
Tren de la Tarde a Munich
Cinco millones de litros de cerveza serían bebidos en el Festival de Octubre
en Munich, Alemania.
Tren de la Tarde a Munich
((Munich, Alemania, 1970) (primer día en el Festival de Octubre))
Mientras descendíamos del tren, Bernadette, Ezra, Tony y yo, era obvio para cualquier espectador, que estábamos allí para el primer día del Festival de Octubre, tan evidente como alguien llevando un saco de papas, caminando a través de la estación de trenes, luego afuera en la acera, a las cinco de la tarde. Presencié rápidamente a un grupo de jóvenes caminando alrededor, hablando en diferentes idiomas, inglés, alemán, español, etc. También presencié a un grupo de personajes que parecían hippies, tratando de obtener una siesta en las esquinas de la estación de trenes, afuera, también en la parte de atrás de la estación contra el edificio, con sacos en sus manos, en sus rodillas, a lo largo de ellos, envueltos alrededor de sus manos, tirados a sus costados, o tirados encima de ellos; el famoso Festival de Octubre estaba en movimiento, era un evento principal en Munich, y nosotros estábamos yendo a éste, y éste era el lugar para estar, si tú estabas en Alemania en Octubre de 1970, o al menos, el lugar en el que yo quería estar. No se necesitaban reservaciones, sólo tu cuerpo, unos cuantos dólares en tu bolsillo, tiempo extra, energía, y el evento que había esperado por todo el verano hasta el otoño a llevarse a cabo.
Varios jóvenes alemanes estaban caminando en el lado opuesto de la calle, en la vereda, a varias cuadras de la estación de trenes, donde Tony y el resto de nosotros estábamos, nosotros cruzamos hacia el otro lado. “¿Hablan inglés?” preguntó Tony al grupo. Ellos nos miraron extrañamente; nosotros simplemente queríamos encontrar el camino hacia la feria, necesitábamos indicaciones. Tony era siempre, o casi siempre, repentino con su forma de tratar de entablar un diálogo—con cualquiera (excepto conmigo y Bernadette).
“Americanos”, dijo una voz del grupo con un tono de menosprecio.
Tony levantó sus cejas, me imaginé que esto sería una pelea, o al menos estaba en el proceso.
“No, nosotros somos escritores de diferentes partes de Estados Unidos, de San Francisco, Minnesota, e incluso tenemos a uno de Londres…” dijo Tony. En consecuencia, obtuvimos más respecto instantáneamente; yo estaba más que un poco sorprendido.
—Luego caminamos alrededor de Munich por algunas horas, vi a un anciano vagabundo, borracho, tirado en la acera, todos pasaban sobre él o alrededor de él, y yo me detuve y lo miré fijamente, creo que quería ayudarlo, me incliné para ver si podía, pero Tony dijo rápidamente, “¡Vamos…! (jalándome hacia atrás) ¡estamos casi allí, no puedes ayudarlo, él se lo perderá!”.
Y por única vez pensé que él estaba en lo correcto, y podíamos ver la entrada al Festival de Octubre desde donde el hombre estaba tirado—cerca de la cuneta de la calle, y ambos de nosotros estábamos emocionados, en ese momento, por entrar dentro del área del evento.
Una vez pasando la entrada, encontramos una tienda grande donde vendían cerveza, era como un vestíbulo grande y no podíamos dejarlo pasar, nos detuvimos, entramos y compramos unas cuantas tazas gigantes llenas de cerveza hasta el borde.
El Festival de Octubre era enorme, con enormes tiendas de cerveza en todas partes. Eran talvez las siete de la noche. Caminamos alrededor por un rato, no quería embriagarme tan rápido, y Bernadette estaba bebiendo sólo para mantenerse alegre, y Tony, estaba tan mal como yo, y Ezra, estaba similar a Bernadette, algo conservativo, así que lentamente yo bebía mis cervezas y encontré un lugar para descansar debajo de un árbol, en un terraplén.
El festival era constante, mientras autobuses, autos y otros vehículos pasaban por la puerta, en oleadas, dejando a los turistas; curiosos observados por otros curiosos; carros dejando más gente, carros tras carros, vehículos tras vehículos. En todo momento, en todos lugares, en todas las esquinas y rincones del Festival de Octubre, había música. Golpe de tambores, bocinas y trompetas agudas estaban sonando. Había gente dentro de las tiendas de cerveza, afuera de las tiendas, caminando juntos, algunos cantando, otros bailando, una inundación de personas de no terminar.
Luego fuimos a otra tienda grande de cerveza, ahora me estaba mareando y terminé bailando encima de una de las mesas con Bernadette y otra gente que nunca había visto, todos agarrándonos de las manos, formando un círculo. Más tarde estaba hablando con una mujer en la entrada de la tienda de cerveza, había dicho unas cuantas palabras en alemán, y ella empezó a hablar por quince minutos pensando que yo la podía entender, pero realmente sólo podía entender una palabra cada cinco, más o menos, que supongo era suficientemente bueno. Bernadette estaba mirando a la distancia.
Tony y yo entramos al baño, había un muchacho que estaba tomando fotos de la gente orinando, con una cámara Polaroid; “Fotos Instantáneas”, le dije a Tony, esto fue mala noticia, no debí haber dicho nada, Tony explotó, agarró la cámara del muchacho y la rompió en frente de él, lo hizo pedacitos; el muchacho casi llorando empezó a gritar, Tony saltó sobre él y lo golpeó en la cabeza, yo lo tuve que jalar antes que mate al muchacho.
“¡Salgamos de este baño rápido Tony, la policía alemana talvez se ponga de su parte…!”.
Tony y yo fuimos a buscar a Ezra y Bernadette; ella estaba esperando que Gertrudis y Arturo aparecieran, ellos se iban a encontrar alrededor de las nueve de la noche. Luego de unos cuantos minutos, volvimos hacia esa colina, desde allí podíamos ver la entrada a varias otras tiendas, habíamos comprado pollo y lo comimos, cantando. Luego volvimos a la tienda para esperar.
“¡Hola muchachos!”, dijo Arturo. “Tengo una sed bárbara, vayamos por unas cuantas cervezas y pollo, ¡yo pago amigos! Bernadette, él debe ser tu querido amigo Cory” él estiró su mano para saludarme, y yo la mía, un poco con resistencia, pero ambos nos dimos la mano firmemente.
“Aquí vienen Franz y Gertrudis, ellos están emocionados de verlos a todos de nuevo”, dijo Arturo Burg.
Y allí todos estuvimos, Arturo, Bernadette, Ezra y yo; Ezra estaba esperando que su chica danesa se apareciera. Franz, Gertrudis y Tony, todos parecían un poco incómodos, talvez molestos que Arturo se hubiera presentado.
“Si”, dijo Tony, “es bonito verte de nuevo Arturo”.
Trajeron la cerveza y Bernadette cogió el primer vaso, ella parecía un poco nerviosa, su mano estaba un poquito temblorosa. Ella levantó su vaso en alto y lo chocó con el de todos diciendo, con una sonrisa brillante, “una buena cerveza para una buena gente, muy buena gente”, y tomó un sorbo.
Yo sabía que ella estaba nerviosa por la presencia de Arturo, y yo parecía, me imagino, como si hubiera estado bebiendo todo el día, como Tony, pero por lo general nosotros estábamos bajo control.
Bernadette estaba parada inmóvil mientras Arturo preguntaba, “¿Te importaría ir a caminar conmigo Bernadette?”.
“Déjame hablar primero con Cory, si no te importa”.
“Cuéntale todo acerca de tu recorrido por los viñedos”, comentó Arturo.
“Ya lo hice”, ella contestó, “discúlpame por favor”, ella añadió.
“Vamos”, Bernadette me dijo, y luego me jaló al costado de la tienda para hablar.
“No lo voy a ver a él después del Festival de Octubre”, ella dijo; estaba radiante, “por eso no te enojes conmigo por favor”, ella casi rogó.
Podía ver que ella estaba feliz, pero nerviosa. El sol había salido todo el día, y la luna ya lo había reemplazado, “desearía ahora no haber invitado a Arturo, realmente él un tanto se invitó solo. Pero lo hice y no puedo cambiarlo” dijo Bernadette.
“¿Quieres que haga algo?” pregunté.
“No, sólo sé un buen amigo, estoy segura que él querrá comer sólo conmigo, no quiero que alguien nos observe, como Tony, yo sé que tú no. Espero que la luna esté brillante”.
“Yo también”, declaré.
Era la primera vez que la veía nerviosa y feliz al mismo tiempo, un poco descuidada de tener tres admiradores rodeándola; y en un minuto estábamos todos de vuelta en la tienda de cerveza, teniendo nuestras tazas llenas de cerveza de nuevo.
Capítulo X
El Festival
Noche en el Festival de Octubre
((Munich, Alemania, 1970) (dos días en el Festival))
La mañana siguiente toqué la puerta del cuarto de Tony. La puerta estaba entreabierta, por eso entré, mi cuarto de hotel estaba justo frente al suyo y el de Ezra junto al mío, y el de Bernadette estaba contigua al de Ezra, pero yo sabía que Bernadette había estado con Arturo, en su hotel, dondequiera que éste estaba. Una vez que él puso su brazo alrededor de ella, ya no lo sacó. De todos modos el cuarto de Tony estaba en desorden, ropas todo alrededor, botellas vacías, él debió haber estado bebiendo toda la noche en su cuarto cuando volvimos del festival. Él estaba en su cama, lucía como si la muerte se lo había tragado.
“Hola Cory”, él dijo con un voz ronca. “Como puedes ver estoy tratando de dormir, estuve despierto toda la noche, odio a ese Arturo, me gustaría patearle en el trasero”.
“Iba a decirte que vayamos temprano al festival, pero puedo ver que tú tienes la resaca”.
“No me molestes hasta tarde, quiero dormir, soñar que le pego a ese Arturo”.
Él me miró mientras se estiraba.
“Vuelve a dormir, tú tienes que dormir algo”.
“Si, dormir, justo iba a hacer eso”.
Mientras me paraba en la entrada de la tienda de cerveza, con Tony y Ezra, quería saltar en las mesas y bailar como lo había hecho la noche anterior, pero como que me sentía vacío, Bernadette no se había aparecido y no se había comunicado con nosotros, ni había vuelto a su cuarto del hotel—Ezra, entre todas las personas saltó sobre la mesa y bailó, y tomó con todos los extraños, y todas las esposas y enamoradas de los extraños, a los esposos les importaba un comino. De hecho, ellos preferían que él se les uniera, en este caso, para bailar con sus compañeras, así ellos podrían bailar con alguien más. Miré alrededor y vi que había algunos soldados americanos en la tienda, junto con mucha otra gente de todas partes de Europa. Nosotros sólo bebimos cerveza mano a mano, una tras otra; mientras Ezra esperaba encontrarse con su bonita danesa.
Llamé a la mesera más de tres veces; ella estaba vestida con un bonito vestido alemán al estilo antiguo; en el fondo estaban tocando muy fuerte los cláxones, cláxones de metal.
“Una cerveza negra, por favor”, le pedí a la mesera, pidiéndolo por adelantado, sabiendo que se tomaría diez minutos antes de que ella regresara con ésta, sólo me quedaba media botella y ésta ya no estaría para cuando ella regresara.
“¡Si, por supuesto, en un minuto, no se mueva…!”, ella dijo.
“Bien”, dije mientras ella se alejaba. Ezra estaba chequeando alrededor de la tienda para ver si su bonita chiquita danesa estaba viniendo. Yo creí haberla visto temprano caminado alrededor con sus amigos, y creo que Tony también la había visto, y es por eso que Ezra nos había dejado solos en la tienda, para encontrarla antes de reunirse con Tony y conmigo, mientras, Tony iba bailando en las mesas.
“Me voy a encontrar con ella en Dinamarca, en dos semanas”, dijo Ezra.
“¡De verdad!” dije, sorprendido que él tuviera tanta confianza.
“Oí que ellas, allí en Dinamarca, son como liberadas de espíritu, talvez a ella le gusta la marihuana o las drogas, y ¿entonces que?”.
“Creo que si, creo que ella ahora está usándolos con sus amigos, pero cuando la visite, le haré cambiar de idea”.
“¿Qué te hace pensar que tú le harás cambiar de idea?”, pregunté.
“Esa es una buena pregunta, pero lo haré”.
(La mesera vino con mi cerveza negra, “Aquí está señor, son siete marcos”. Le pagué y ella se alejó, entonces oí que Ezra decía:)
“Aquí viene ella, creo que es ella”, él añadió, “silencio ahora, no digan nada que interrumpa—déjenme hacer las presentaciones. ¡Gracias amigos! Si…si, ¿no es ella tan bella?”
Ella era preciosa, piel bronceada, ojos oscuros, cabellos negro y largo; esto me hizo pensar en lo que una vez leí en un soneto por Shakespeare:
“Cuando cuarenta inviernos asedien tu frente…” algo similar a eso; en todo caso, esto significaba para mi: Las mujeres pierden su belleza, y por un momento corto en su juventud, es mejor admirar ésta mientras tú puedas, y me encontré a mi mismo haciendo justo eso, creo que la hermosa danesa de Ezra se dio cuenta de ello.
“Hola”, ella dijo, “entonces, ¿es éste tu amigo Cory?”.
“Si, ese soy yo”, dije, como que perdido por palabras; parecía que ella estaba haciendo su propia presentación, Tony ahora estaba bailando en una de las mesas, él estaba decepcionado, sabía que Bernadette estaba, ahora, fuera de su alcance. Calculé que para el tiempo en que dejáramos Munich, él estaría volviendo con su antigua enamorada, la señorita Cooley, si Hans no la había hechizado todavía.
“Me llamo Barbette”, dijo ella con una sonrisa muy encantadora. Ella miró a su reloj, “escuchen”, ella dijo mirando a Ezra, “tú y tu amigo pueden visitarme en Dinamarca, les daré mi dirección, ¿está bien?”.
“¿De verdad?” pregunté, Ezra me estaba mirando, “tengo mi enamorada, pero eso suena invitador”, ella parecía un poco desilusionada.
Su piel bronceada y su delicadeza eran muy seductoras, pero podía oler marihuana en ella, ésta apestaba en sus ropas. Realmente no me importaba que ella usara, Tony y unos cuantos otros amigos usaban esta droga, de vez en cuando; yo la evitaba, tenía mi cerveza, y eso era suficiente para mi y de vez en cuando tomaba whisky, aunque Tony me había invitado muchas veces a que me uniera a sus fiestas de marihuana; talvez preguntándose si alguna vez yo iba a decirle a Bernadette que él se drogaba, aunque talvez ella también lo hacía y yo no lo sabía, ni me importaba. Deducía que Ezra iba a tener un duro despertar cuando fuera a Copenhagen; él había fumado bastante marihuana y yo me había enterado también que a la hermana de Ezra le habían pasado muchas tragedias debido a que ella también usaba—pero no dije ni una palabra acerca de lo de Tony, ni me importaba si Barbette lo usaba o Bernadette, si de verdad ella lo usaba.
Mientras caminábamos por la feria, acompañando a Barbette a la salida para que se encontrara con sus amigos, ella escribió una tarjeta para Ezra, dándole su dirección y número telefónico, y quería escribir otra para mi, insistiendo en que la tomara, pero deseché la oferta diciéndole que mi enamorada era una mujer muy celosa, y que simplemente nunca llegaría a Dinamarca.
“Estoy cansado de todo este evento”, dijo Ezra; a mí me parecía que ahora que Barbette estaba lejos, en su camino a la estación de trenes, Ezra había perdido interés. Así que fui a ver a Tony, y los tres, salimos del Festival de Octubre.
Capítulo XI
Munich y el Bar de Vidrio
El Bar de Vidrio
((Munich, Alemania, 1970) (dejando el festival dos días después))
Salimos despacio del festival, Tony and Ezra junto a mi. Nuestro tren no partiría hasta las 2:00 a.m., miramos hacia la calle, a algunas luces, caminamos alrededor. Había gente en ambos lados de la calle.
Sentí que mis pantalones, por mis rodillas, estaban verdes por haberme arrodillado en el pasto del terraplén dentro del área del festival. Mis manos estaban algo sucias, mis uñas tenían suciedad.
“Necesito lavarme en algún lugar”, les dije a Tony y Ezra.
“Ven conmigo”, dijo Tony, “Tengo una dirección, donde tengo algo que mostrarte”, dijo Tony.
“¿Qué?”, dije, no me interesaba ningún misterio.
Tony se acercó al filo de la acera y llamó a un taxi, “Llévanos al Bar de Vidrio”, él dijo; el taxista parecía conocer. Cuando arribamos a la discoteca, me asombré de ver tres pisos de vidrio, todo de vidrio, tú podías ver a la gente subiendo y bajando por las escaleras. ¡Qué viaje!, me dije a mí mismo. Tú podías ver todo lo que estaba ocurriendo.
“Creo que esto es algo para mostrarme”, le dije a Tony; él tampoco había estado allí antes, aunque lo había oído. Y Ezra estaba tan asombrado y boquiabierto como yo lo estaba.
“Vamos, entremos y tú podrás asearte”, dijo Tony.
Había un portero en la puerta de entrada, y otros dentro, todos vestidos como pingüinos, con grandes hombros amplios, en sus treintas, con estómagos colgados. Encontré los servicios y me lavé cuidadosamente con el agua fría, el agua caliente no estaba funcionando, saqué la suciedad de mis uñas y limpié mis pantalones, por mis rodillas, con una toalla de papel.
Cuando salí vi a Tony sobándose los ojos, él estaba cansado. Ezra estaba un poco abatido, su chica danesa se había ido y me imagino que él estaba pensando si ella esperaría por él. Tony tenía dos cervezas en sus manos, “Cory, aquí”, él dijo, “toma una”, Ezra ya no estaba bebiendo.
Miré alrededor, fuimos al segundo piso. Mientras subíamos, peldaño por peldaño, hasta el tercer piso, vi que había extraños dibujos en los pilares con espejos, parecían como los dibujos de Dalí o Picasso, estoy seguro que eran réplicas. Había una multitud de gente bebiendo que bajaba continuamente las escaleras, así como también subiendo éstas, chocando con Tony, Ezra y yo, casi uno tras otro, y a Tony no le estaba gustando esto. Sentí que él deseaba no haber venido, pero era cerca de la medianoche y teníamos al menos una hora para pasar el tiempo. Afuera estaba oscuro, había música muy alta de piso a piso, y esto era algo que hacer.
Mis manos todavía estaban húmedas, puse mi cerveza en el piso, estábamos entre el segundo y tercer piso, me sequé mis manos en mis pantalones y luego cogí mi cerveza, cuando alguien me chocó y ésta cayó de mis manos y se rompió en el piso—cerveza y vidrio por todas partes, y el hombre continuó subiendo las escaleras, sin disculparse, no miró atrás ni siquiera una vez; entonces Tony lo agarró y le dijo: “mira lo que acabas de hacer” El hombre se volvió, tenía una corbata, él era joven—y delante de él estaban sus dos amigos—el hombre se paró allí mirando, luces de fuego en sus ojos, Tony podía ver esto y yo también, yo ahora estaba limpiando mis pantalones de nuevo, con una toalla que me la había traído del baño en caso que la necesitara, la había guardado en mi bolsillo y ésta me estaba siendo útil. El hombre no parecía estar solo. Tony se alejó de la baranda, “bien”, le dijo al hombre que lo estaba mirando, quien era casi de su altura, “¿dónde obtuviste ese ojo morado?” y el hombre dijo: “¿Qué ojo morado?”, entonces Tony le tiró un sólido golpe en su sien y el hombre se dobló en sus rodillas, y los otros dos dieron la vuelta.
“¿Por qué tú bastardo?” dijo uno de ellos, y ambos fueron hacia Tony, yo, que estaba un peldaño más abajo que Tony, le jalé de los pies a uno de ellos, y él se resbaló tres peldaños más abajo que yo, encima del hombre al que Tony previamente había golpeado. Y Ezra sólo miraba asombrado todo lo que estaba pasando, talvez soñando con Barbette.
El tipo que iba a golpear a Tony, lo pensó de nuevo, mientras el portero ahora estaba subiendo apresuradamente las escaleras del primer piso, Tony le dijo al hombre que estaba retrocediendo, “pensé que eras un tipo duro” y fue a agarrarlo.
El hombre que venía subiendo las escaleras gritó, “no más peleas, no más cosas violentas, éste es un bar de vidrio, un bar de vidrio”.
La nariz del hombre, al que le hice caer, estaba hundida, sus ojos rojos, cuando él vio la cara del hombre subiendo las escaleras se tiró al suelo como si desmayado, él era un alemán, talvez estaba simulado desmayarse para obtener compasión.
“¡Mira acá!”, dijo el portero, quien era un hombre alto y gordo, “éste es un bar de vidrio, ¿alguna vez han visto algo así antes?”, Tony no contestó, pero yo lo hice por él, “no, nunca lo hemos visto antes”.
“No sé quién empezó la pelea, pero ustedes tres tienen que irse”.
Creo que Tony quería discutir, pero vi a dos pingüinos más viniendo para ayudarle a éste, y yo no podía soportarlo más, “Vayámonos Tony, nuestro tren a Paris estará viniendo en una hora y media, y tenemos que recoger nuestras maletas del hotel”.
“Tienes un amigo inteligente”, dijo el hombre que había subido corriendo las escaleras.
“Ya lo creo”, dijo Tony, “es hora de irnos”.
Mientras salíamos del bar, parecía que todos nos echaban un vistazo y Tony les dijo con signos, uno por todos y todos por uno.
“No te preocupes por ellos, Tony”, le dije.
“Seguro”, él dijo, y parecía un poco decaído.
“¿Cuál es el problema?”, le pregunté afuera del bar.
“Aquí están todos locos, ¿puedes creerlo? nos votaron y el alemán se quedó a beber. Para ser honesto ¡no lo puedo entender!”.
Yo vacilé y dije, “¡Vamos! Vayámonos…” Caminamos casi cinco kilómetros al hotel, registramos nuestra salida, luego chequeamos nuestros relojes, era la 1:45 a.m. y un taxi nos llevó rápido a la estación de trenes.
Libro Tres
Capítulo XII
Después del Festival y La Partida
En la mañana, cuando llegamos a Paris y una vez que entramos en mi departamento—sabiendo que el Festival de Octubre había terminado, para mí, aunque éste continuaría por otra semana más—fui a tomar una siesta larga, me desperté alrededor del mediodía, tomé un baño, me vestí y bajé para ver si tenía algún mensaje. No había nadie allí, miré hacia la calle, y vi a unos meseros que estaban sirviendo almuerzo a sus clientes en un restaurante cercano, unos cuantos niños caminaban con sus madres. En otro restaurante alguien estaba acomodando algunas sillas alrededor de las mesas, una mujer estaba barriendo la vereda. Salí del hotel, me recosté en la pared del edificio, tomé un taxi hacia la librería, y allí estaba Flor.
“Bien”, ella dijo, “¿se ha terminado todo?”.
“Si”, dije.
“¿Cuándo viajas?”, preguntó ella.
“No estoy seguro. Creo que muy pronto”.
“¿No estás volviendo a Minnesota?”, ella preguntó.
“Tengo una oferta de una editorial, para mi libro, en Nueva York, no le dije a nadie sobre esto todavía; tú me enviaste el mensaje creo, me lo dieron en el hotel el primer día que llegué a Munich”.
Ella sonrió, “Si, te lo transferí, pensé que talvez tú querrías cambiar algunos planes”.
“Tú eres bonita y muy inteligente para ser tan joven”.
“Lo sé”, ella dijo, y me dio una sonrisita diabólica.
Estuve allí mirándola, casi en un trance; ella parecía estar muy cómoda con esto.
“No creo que el invierno se apure aquí, señor Richardson”.
Ella me alcanzó una taza de café, frecuentemente lo hacía.
“¿Qué es lo que va a hacer Tony ahora?”.
“Él volverá con su antigua enamorada, estoy seguro”.
“¿Él dejará a Bernadette?”.
“Como que parece de esta manera”.
“¿Cuál es el problema?”, preguntó Flor.
“Es muy bonito que preguntes, ¿es sobre Bernadette?”.
“Si. ¿Qué es lo que vas a hacer respecto a ella? Ella no tiene ningún respeto por ti”.
“¿Qué quieres decir por respeto?”.
“Consideración por ti, amor por ti, si ella te amaría, ella no quisiera estar con nadie más, ¿no es eso amor?”.
“Bueno, es una forma simple de presentarlo. Demos un paseo. Esto me hará bien. ¿Puedes salir?”.
“Por supuesto, es mi hora de refrigerio”.
“Bien”, dije.
Tomamos un carro que nos llevó por la carretera a lo largo del río; había botes yendo en ambas direcciones; también hacia arriba y abajo del boulevard Saint German. Flor miró su reloj y dijo: “es tiempo para mi de volver a mi trabajo, mi tiempo de refrigerio se ha terminado, si no te importa”, ella comentó.
El taxista volteó, pasamos por mi hotel y allí estaba Bernadette, quien me vio pasar con Flor, ella justo estaba bajando de su Jaguar.
“¿Cómo está Ezra?”, preguntó flor.
“Él ya se fue a Dinamarca, conoció a una amiga en el festival. Me imagino que mañana yo me iré despidiendo. Supongo que iré a Nueva York después de todo”.
Nos detuvimos en la librería, le había dicho al taxista que, después de dejar a Flor, me llevara a mi hotel, yo quería ver a Bernadette, le di la mano a Flor, “hasta luego niña”, le dije, “fue genial”.
“¿No estarás volviendo a la librería?”, ella preguntó.
“No lo creo”.
“¿Volverás a Paris? Cumpliré dieciocho años el próximo mes”, ella dijo desesperadamente, para mi sorpresa. Y ella se paró allí conteniendo su respiración.
“¿Qué tanto quisieras que yo vuelva?”, pregunté bromeando.
“Esto le está costando dinero, señor”, dijo el taxista.
“Sólo deje que el taxímetro siga corriendo”, comenté.
“Doscientos besos”, ella dijo “eso es cuánto”, y luego ello se empinó y me besó como si su corazón estuviera en ello, “y yo sé tu problema, las mujeres hablan, tú sabes, y tú sólo me llevas seis años de edad” ella susurró.
“Volveré”, le dije.
“No me mientas”, ella contestó.
“Bien, muy bien. Uno no necesita mentir, volveré”.
“Bien”, ella dijo, y tuvo una sonrisa tan grande como su cara pudo estirarse.
Bernadette estaba esperando por mí en el hotel, como si ella sabría que iba a volver. No vale la pena, me dije a mi mismo.
“No has bebido mucho hoy, lo puedo decir”, dijo Bernadette. “¿Era Flor a la que vi en el taxi?”.
“Si”, le confirmé.
“Es bueno que tengas tan buenas amigas, ella es tan joven y bonita”.
“¿Lo tengo? ni siquiera sabía que tenía amigas”.
“¿Quieres ir por un paseo?”, ella me preguntó mientras estábamos parados en el edificio de mi departamento.
“No. Tengo una carta de Nueva York; voy a tomar el avión esta noche, hice una reserva”.
“Ah, ¿cuándo la recibiste?”.
“Cuando estaba en Munich…”.
“Oh Cory”, dijo Bernadette, “¿Volveremos alguna vez a Paris o Alemania?”.
“Esa es una buena pregunta”, comenté, y luego añadí, “si yo fuera un río, te diría que si—parece que todos los ríos siempre vuelven al lugar de donde nacieron, pero nosotros somos personas, y ésta es sólo una estación en nuestras vidas”.
“La pasamos bien juntos— ¿cierto?”.
“Bien”, comenté, “es bonito pensarlo, ¿no?”.
Luego ella fue hacia su carro, miré una vez sobre mis hombros mientras iba a entrar en mi departamento, la vi en su carro, llorando, mi mente me dijo, “lo que ves no son lágrimas, tú sólo piensas que lo son, si lo fueran ella no te habría dejado abandonado en el festival”.
Y esa fue la última vez que vi a Bernadette.
Al siguiente mes recibí una postal en mi correspondencia, era de Flor, ella tenía dieciocho años, eso ella me lo recordaba; y me preguntó si estaría volviendo a Paris pronto, porque ella tenía esos doscientos besos guardados, sólo esperando por mi regreso.
Le envié un telegrama contestándole, “estoy en camino hacia allá”.
Una Chispa de Amor Viejo
Hay una chispa de amor sucio en la esquina
Que debería haberlo visto
Era la juventud desperdiciada, me imagino,
Que me trajo esto:
Del verano de descontento de Paris;
¡Allí esta tirado sobre mi pecho, para descansar!
Éste destella con resplandor y tiene un cántico
Este amor indeciso e infeliz,
Pero entonces encontré un nuevo amor…
¡Y rápidamente me olvidé de éste!
# 2637 (Escrito el 21 de Julio del 2009)